Prólogo

Años antes

Eran pocos los días que faltaban para que la brisa fría de noviembre azotara las calles olvidadas del pequeño pueblo; Cevale. Aún así, aquella noche en especial la sensación helada se calaba en sus huesos con más profundidad. Una mala espina, que percibía tan negra como el asfalto tintado con el rocío de la lluvia temprana.

Él sabía que los humanos empezaban a abrigarse desde mucho antes de que la nieve cayese, le resultaba atrayente la manera en la que el aliento caliente se transformaba en humo debido a la temperatura. Constantemente, se perdía en la especie inferior, en sus costumbres ridículas llenas de fe infundada. Y en su anatomía, la cual sentía que era una obra de arte creada con astucia,  aunque no le gustara admitirlo. No obstante, esto no significaba que los envidiara. Todo lo contrario, gustaba de la vulnerabilidad humana; Le hacían gracia sus plegarias y las maneras infinitas en las que se referían a un solo poder que él bien conocía.

El ángel de la muerte. Azael. La santa muerte o como él gusta apodarse: Azzio, solía regocijarse de lo fácil que era acabar con la vida. En esta oportunidad había abandonado su cómodo hogar -si es que así podría llamar al departamento apenas amoblado.- con un único propósito: Recolectar vidas.

El arcángel Miguel le había hecho una petición especial. Recordaba bien como se apareció, de improvisto, con ese inconfundible halo de luz dorada que le molestaba en los ojos, el cabello castaño con reflejos casi naranjas, el semblante serio, imperturbable.

Azael. –Le había dicho, con el rostro rígido, cual estatua esculpida.

–Azzio. –Respondió el aludido entre dientes.

Le desagradaba en demasía que no entendieran que para él, la exclusividad significaba seguridad, necesitaba del secreto de su identidad para realizar su trabajo de manera impecable. Eso y los recuerdos tormentosos de unos labios venenosos pronunciando su nombre, eran suficientes para querer olvidar su verdadera identidad.

El arcángel Miguel lo ignoró por completo, un destello de impaciencia se reflejaba en él. –He traído frente a ti una tarea importante, el núcleo familiar de estos humanos representa una amenaza al cielo. Y por ello, deben ser eliminados.

Lo siguiente que hizo fue colocar su mano en la de él. Azzio, inmediatamente pudo visualizar la dirección a donde debía dirigirse. La calle casi vacía, la casa en ruinas. Para los ángeles era fácil comunicarse de esta forma. Como un código secreto y detallista. Uno útil cuando las palabras eran imposibles de articularse o muy peligrosas para ser oídas.

Eran pocas las veces en las que esto sucedía, que debía escoltar almas humanas al más allá. Por lo general, estas acudían a su juicio sin su ayuda, solo los casos especiales requerían de su presencia. Esos que involucraban a su misma especie, o cuentas pendientes, crímenes contra el cielo, pactos con el infierno.

Su anillo de almas estaba lleno de seres maravillosos, que tomaron atroces decisiones.

Sin más, Azzio avanzó por la calle oscura, sus botas de cuero le daban la ventaja de pasos silenciosos, las pocas viviendas iluminadas en aquel pueblo podían contarse con los dedos de las manos, pero su objetivo estaba completamente sumido en la penumbra.

Una casa pequeña como una choza, de tejado rústico, no podían ser más que comerciantes o banqueros de bajo rango los que la habitaban, lo cual extrañó a Azael.

¿Qué amenaza podría traer al cielo una familia humilde?

Trató de entrar pero la puerta no cedió, así que se empecinó a que esta se abriera con la fuerza de su mente, no sucedió. En ángeles tan poderosos como él, las habilidades como el poder mental eran uno de los privilegios, sin embargo parecía que no podía superar la maldad del encantamiento.

Las alertas empezaron a sonar en su cabeza, la entrada sin duda había sido asegurada, con el tipo de poder que no era angelical. Se dispuso a sacar provecho de la soledad en la calle y la poca iluminación, desplegando así sus alas brillantes, una tan blanca como una paloma y la otra tan negra como un cuervo, impulsándose hasta quedar en el techo. A pesar de que no percibía a ningún alma o que el tiempo de alguna hubiese acabado, por una razón desconocida, sentía que debía entrar en esa casa, prometía la presencia de un ente todo menos celestial.

Sucedió muy rápido, incluso para él que se disponía a romper el techo cuando una ola de fuego estalló por entre los ventanales del lugar y el impacto fue tan fuerte que logró empujarlo al suelo, mientras derrapaba, rodando por el pavimento. Varios metros ahora lo separaban de la casa, que era la única en esa calle silenciosa. Por puro instinto Azael corrió evitando las chispas que salían disparadas.

Si bien no le provocaría daño severo porque era un inmortal. Había algo en el ambiente que le gritaba que se protegiera, la misma energía que había notado antes. Una especie de vibra diabólica familiar que le quemaba justo donde su crucifijo de plata yacía pegado al pecho.

No se permitió pensar más en ser cauteloso y se abrió paso por entre aberturas en la madera, que con ayuda del fuego pudo crear; Dentro, el telar de las cortinas estaba desgarrándose y los cimientos cedían a causa de las llamas. Sus alas sirvieron de escudo por entre la llamarada que explotaba. Se sorprendió que con los alaridos de dolor que se escuchaban retumbando las paredes no hubiese ya ayuda de bomberos.

El llanto incansable de un bebé llegó a sus oídos y el cuerpo sin vida de un hombre entró en su campo de visión, cuya alma aleteaba sin fuerza por la estancia. Las almas...

El ángel se preparó para el golpe al que ya estaba acostumbrado, exponiendo su pecho escondido entre las ropas, el alma detuvo su vuelo al notarlo, traspasando el cuerpo de Azael y haciendo que sus rodillas cedieran; Cayendo al piso algo desorientado, sintiendo cada angustia, pensamiento y sensación final de aquella persona.

Como odiaba recibir almas humanas...

El dolor fue agudo y le tomó varios segundos recomponerse. Segundos en los que el llanto del bebé se hizo más fuerte, obligándose a levantarse y guiándose por la fuerza del sonido logró dar con el origen del bullicio.

Era una niña, se lo gritaba su mente y estaba rodeada en llamas que subían con velocidad, en el centro de una cuna blanca que parecía ser el lecho de muerte del pequeño espécimen. Su madre se hallaba en el suelo, apenas con vida tratando de llegar a ella a rastras, gritaba un nombre sin cesar, como si aquello la salvaría de alguna manera.

–¡Alessia, Alessia!

Lo impresionante era que la criatura no parecía ser tocada por el fuego, estaba siendo protegida de alguna forma, una figura de luz brillaba por entre su pequeño pecho e iluminaba de tonalidades azules el cuarto.

–Energía celestial... –Musitó para sí mismo, era la única materia capaz de combatir a la demoníaca.

Frunció el ceño pero no le dio tiempo de pensar, las paredes se desmoronaron y la mujer grito aún más fuerte, un montículo de la pared caía en ella y finalizaba su sufrimiento. Azael sentía como la vida de la mujer terminaba y su alma empezaba a revolotear por los aires.

Se acercó a la niña y la luz se fue atenuando como detectando la falta de amenaza, no hubo una explicación lógica para lo que hizo después, el alma de la mujer le traspasó con furia, pero se mantuvo con fuerza en pie.

Una sola idea surcó su mente mientras sostenía a la bebé en brazos, no supo si era una mezcla entre los sentimientos de su madre protegiéndola pero Azael salió de las llamas con sus alas cual escudo. Y una vez fuera, emprendió vuelo.

Las personas cerca aun no llegaban al hogar y tenía tiempo suficiente para desaparecer de allí.
Voló hasta el techo de un alto edificio, una iglesia de paredes color pastel y colocó su crucifijo de plata alrededor de la bebé, de esa manera la ubicaría donde sea, teniendo algo que le pertenecía.

La niña no lloraba, hasta parecía enfocar su mirada en él. Una de sus manitos le tocó el rostro y así todo se volvió una bruma.

Le estaba enseñando al igual que un ángel, un mensaje: Las imágenes pasaron como flashes en su mente.

La pequeña desde su cuna mirando a la madre y un halo de luz detrás de ella.

Discusiones entre sus padres.

La figura negra y esquelética de un demonio que atacaba a su familia.

Ella jugando con una luz azul brillante que provenía de sus manos como un riachuelo cósmico.

Azael abrió los ojos, era poco lo que lograba sorprenderlo. Sin duda esto era más de lo que podía creer.

Seria absurdo asumir que algo en ella no era humano. Que ese algo pertenecía al cielo y el arcángel Miguel le había encomendado acabar con esa familia por una razón siniestra.

Sería absurdo...

Tan absurdo como él, prometiendo esa misma noche, mantener viva a Alessia.

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