Capítulo 8

Mis amigos charlaban alrededor de la mesa, la cafetería estaba particularmente llena esta tarde. Leticia parloteaba sin parar y Samuel le hacía competencia en el asunto, el tema de conversación era la fiesta de disfraces de halloween que se perdieron. Francesca no dejaba que se desalentaran pues el baile de invierno se acercaba.

–Mi grupo de diseño está encargado de la escenografía, todo será copos de nieve y brillos azulados.

Leticia alza una ceja, no es muy sorprendente que no sea fan de ese tipo de eventos, solo hay que fijarse en su ropa. –Al mejor estilo de Frozen.

Samuel suelta una carcajada, el rubio tiene esta peculiar risa contagiosa. Pero no me uno en la emoción, tampoco participo en la charla. Mi mente no se encuentra en sintonía.

Al menos mi comida está deliciosa. La hamburguesa es suficiente como para que pueda distraer mis pensamientos recurrentes. Parezco una lunática.

–He estado pensando en algunos vestidos. ¡Deberían ver mis ideas! –La pelinegra se dispone a sacar de su bolso una revista de modas, sin embargo una libreta se cuela con el ejemplar, cae abierta en la mesa.

...–¡Mierda, lo siento! –Dice, ayudando a limpiar con servilletas el desastre de soda que provocó su torpeza.

La bebida de Samuel está derramada pero mis ojos están fijos en las hojas salpicadas que salieron del cuaderno.

Ángeles.

En realidad, fotocopias de mis dibujos de ángeles.

Del pequeño diario de bocetos que nadie ha visto...A excepción de Azzio, o eso creía.

Francesca sigue mi vista y cierra la libreta de inmediato, pero es demasiado tarde, ya la he visto, y ella se ve avergonzada. Trago grueso el último mordisco de mi comida, no despego la vista de ella -tal vez sea la influencia de todo lo que ha pasado- pero no controlo mi desconfianza y rudeza al hablar.

–¿Qué haces con mis dibujos, Francesca?

Tanto Samuel como Leticia permanecen en silencio, se sonroja y crece mi mala espina cuando juega con su cabello. –Yo...Quería hacerte un regalo atrasado de cumpleaños y mandarlos a enmarcar, me parecieron muy bonitos. Encontré tu cuaderno de bocetos por casualidad y pensé que sería un lindo detalle.

La atención ahora se fija en mí, y creo que ese era su propósito. No le creo nada.

–¿Cumpleaños atrasado? –Esta vez es Samuel quien habla.

Francesca asiente. –Alessia cumplió dieciocho hace una semana. Lo sé porque le enviaron un regalo.

El paquete. Lo había olvidado.

Leticia me da un golpecito en el hombro. –¿¡Por qué no dijiste nada!?, ¡Feliz cumpleaños!

Sonrío, cohibida y fastidiada. Logró su cometido, desviar la conversación. Francesca se excusa para ir a clase, levantándose apresurada, parece que todos deciden ignorar lo que ha pasado. Y no sé si estoy siendo paranoica, pero una parte de mi me dice que no debo confiar en ella.

–¿Crees que sea buena idea?

Le miro con ojos entrecerrados. –No creo que una réplica de pintura al óleo impresione a los profesores.

Frunce el ceño. –¿Por qué no?

–Bueno, no estás estudiando para replicar las obras famosas...sino para crear una.

Samuel camina a mi lado de ida al aula de historia, aunque no esté conmigo en esa clase.

–De todas formas falta mucho para el proyecto final, solo estoy ansioso.

–No tienes de que...Eres talentoso, Sam. –Y era cierto, Samuel tenía mucho talento, se veía en la dedicación y en lo meticuloso que era con cada detalle. Aunque me atrevía a decir que se le daba mejor la escultura.

Él me mira con los ojos azules sumamente brillantes. –¿En realidad lo crees?

Carraspeo, la forma en la que me mira logra incomodarme. –Claro...Ah ¿Sabes que no tenías que acompañarme hasta el aula no? Seguro tienes clase del otro lado de la academia.

Se encoge de hombros. –No es molestia, además desde esta mañana me siento mal por no haberte dado nada en tu cumpleaños.

–No tenías porque...

–¿Cumpleaños? –Miro detrás de Sanuel, automáticamente siendo atraída a la voz de Azzio. –¿Me salté tu cumpleaños?

–Bienvenido al club...–Dice el rubio por lo bajo, pero Azzio lo ignora olímpicamente. Posicionándose frente a mí, dando la espalda a mi amigo. Ni siquiera espera que se disculpe, desde el hombro de Azzio me hace señas de despedida y se va resoplando. Imagino molesto por el desaire, me siento culpable.

–¿Tienes que ser tan maleducado?

Azzio suelta una carcajada. –El tipo babea por ti, le dejo claro que no tiene oportunidad.

–Primero. –Digo, levantando un dedo al aire. –Samuel no babea por mí y segundo. –Repito el gesto, ahora golpeando mi índice con su pecho. – Tú, no eres nadie para decidir quién tiene oportunidad o no conmigo.

Apenas mi mano hace contacto con sus pectorales, la retiene, enviando ondas eléctricas alrededor de mi cuerpo. Una sensación tan maravillosa como escalofriante.

–¿Ah no? –Baja la mirada, directo a mis ojos. –Yo pensaba que te iban más los castaños de ojos verdes, innegablemente sexys. –Resoplo, tratando de mantenerme irritada y no completamente afectada por su cercanía.

Trago saliva y me zafo de su agarre, solo afianza la sonrisa, conociendo a la perfección su efecto en mi.

–¿Qué haces aquí, Azzio?

–Estudio aquí.

Le doy una mala mirada antes de ingresar al aula, como de costumbre nadie la ha ocupado aún. Parece que llegar temprano no es lo estilado. Él entra detrás de mí, puedo sentir como me sigue desde la espalda.

–No sé porque te empeñas en ignorar las cosas a tu alrededor así sean muy obvias, como lo del pequeño rubio. –Para cuando le miro se encoje de hombros, recostado de uno de los asientos. –Se nota que le gustas.

...–Otro ejemplo puede ser la manera en la que siempre exiges respuestas pero cuando te las dan no decides verlas.

Se acerca y esta vez le encaro, disfruto de estar a su altura gracias a mi posición en las escaleras del auditorio, estoy a su nivel.

–¿Qué es lo que quieres de mí?

Lame sus labios, y mi vista cae en ellos por breves segundos. –Quiero que aceptes el mundo que se te ha mostrado, Alessia. Quiero que reconozcas que no eres una simple humana y así me ayudes.

¿Ayudarlo? Frunzo el ceño.

...–Además que sin mí, llegaran a ti antes. Y estoy seguro de que lograran asesinarte.

Miro a todos lados, esperando que nadie haya oído aquello, pero el auditorio permanece vacío.

–Si no soy humana entonces...¿Qué soy?

Parece pensarlo un momento, y luego acuna mi rostro con sus manos. No lo detengo, el calor de su tacto es demasiada distracción. –No lo sé...aunque estoy seguro que los humanos no desprenden luces de su cuerpo con la capacidad de sanar heridas de inmediato. ¿No es cierto?

Aprieto la mandíbula bajo su toque. No me creo para nada el cuento de que no sabe qué soy. Pero en algo si tiene razón..Aunque desee negarlo sé que hay más de mí que no conozco. Sin embargo, no le acuso, mi curiosidad me gana. –¿Y tú que eres?

–Lo sabes. –Contesta de inmediato, mirándome. Todo a mi alrededor parece pasar a un segundo plano cuando me concentro en sus ojos verdes.

–No lo sé yo...–Pero antes de que pueda terminar la frase, me besa.

Azzio me besa.

Su boca se funde con la mía, yendo lento pero firme, sus manos acarician mi rostro mientras lo hace, succionando mi labio inferior al mismo tiempo que me aferro a sus rulos, quedándonos sin aliento. Casi parece un reflejo de su parte, una acción instintiva, tan común como respirar.

Es un beso voraz, hambriento, necesitado, de esos besos llenos de tensión y corrientes eléctricas que recorren tus venas. Soy incapaz de retirarme, no quiero hacerlo. Es más, solo quiero besarlo, sin importar lo que sea por lo que estábamos riñendo antes. El vaivén de su lengua y la mía parece una batalla lejos de llegar a tregua. Entonces, como si entrara en razón...Se aleja de golpe.

Relame sus labios, observándome jadear. No está muy lejos, me tomaría poco esfuerzo unir de nuevo nuestras bocas, y lo considero, pero alguien carraspea. El profesor Ian nos mira con desaprobación desde la plataforma.

Con las mejillas sonrojadas siseo al castaño.–¿Por...por qué lo hiciste? –Odio que sea tan evidente el efecto que tiene en mi, odio que él parezca disfrutarlo.

–Sería extraño que nos vieran hablar aquí solos...No podemos ser despistados. –Su completa indiferencia me golpea como una cachetada. Parece la excusa más ridícula en el mundo.

Por un momento mi corazón salta un latido y se pasma. ¿Decepción? Casi le creo hasta que se encamina a la salida y me guiña un ojo. –Además no te oí quejándote...

–¡Eres un imbécil! –Le grito, recordando muy tarde que el profesor ya se encuentra en el aula.

Supongo que se saltará la clase de la forma más descarada posible.

Azzio se encoje de hombros en su camino, cuando creo que no dirá nada más, se gira para formar un megáfono con sus manos y gritar:

–¡Tómalo como un regalo de cumpleaños atrasado!

Del auditorio estar lleno, todos lo habrían escuchado.

Azzio había visto esto millones de veces.

El grito de la esencia fúnebre que le llamaba. Odiaba esta parte de ser quien era.

La noche era especialmente oscura, lo que lograba un ambiente perfecto para aquel callejón sin salida. Otra alma humana que había hecho un pacto maligno había fallecido. El charco de sangre crecía a lo largo del pavimento, como un indicador del cuerpo que esperaba mientras te aproximabas.

Aquella había sido una muerte no coordinada, esas que no estaban planeadas y que un humano se sintió con la libertad de realizar. El moreno se inclinó hacía el cuerpo, detallando la camisa llena de sangre, varios hoyos en su pecho. Balazos.

El alma, que revoloteaba sin fuerza cerca de él, orbitaba hacia Azzio, pidiendo a gritos descanso.
No lo obtendría. La razón principal por la que debía recolectar el alma de estos humanos, era porque algunos realizan pactos malignos a cambio de beneficios, y esos beneficios costaban una ida directo al infierno.

Era trabajo del ángel de la muerte escoltarlos.

Él era capaz de sentir cada emoción y pensamiento final de las almas, cuando estas le atravesaban, como una especie de puerta hacia el más allá. Temor, angustia, dolor y pesar correspondiente a sus últimas horas, al igual que los impactos de bala, el dolor penetra su pecho. Cae de rodillas sosteniéndose el estómago. Parte de su condena tener que sentir lo mismo que las personas cuando mueren, es una condena consecuencia de ser mitad ángel, mitad demonio.

Prefería recolectar almas de seres celestiales, caídos y demonios, al menos solo tenía que usar su anillo en esas ocasiones.

Mientras se aleja de ahí sin ser notado, se escucha la exclamación de una mujer a lo lejos.

–¡Mi Dios! ¡Alguien ayúdeme, llamen a la policía!

Mi Dios. Si supiera que él no la ayudaría.

Pero el grito de la mujer le deja una sensación incómoda, le recordaron a ella. La imagen de Alessia interviene su mente, el rostro simétrico repleto de pecas, el iris café oscuro y los labios suaves contra los suyos. Azzio quería pensar que el deseo solo se basaba en protegerla, como en un principio lo hizo. Pero estaría jugando, engañando su mente, no aceptando la realidad.

Contrario a todo, sabía que había algo más que quería de ella.

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