Capítulo 4

Parpadeo ajustando mis ojos a la luz brillante, la punzada creciente en mi cabeza se siente como un millón de agujas pinchando mi cráneo. Me remuevo incómoda en la superficie dura, la esencia a lavanda me desconcierta y finalmente, mi cerebro reproduce una serie de escenas que me hacen abrir los ojos más de lo normal.

Cómo puedo me siento en el colchón duro, paredes azul cielo y equipos médicos rodean toda la sala, obviamente se trata de una enfermería, lo avisa el gran letrero en la puerta. Llevo una mano a mi frente descubriendo un material suave que la rodea.

¿Acaso lo que ocurrió fue real?

¿Qué fue lo que vi?

–¡Finalmente despertaste! Vaya caída la que tuviste...Todo un drama, cielo.

Frunzo el ceño, observando a la mujer que entra. Es delgada, de piel oscura, lleva un uniforme blanco y unos anteojos de pasta gruesa color púrpura.

Saca una linterna pequeña de su bolsillo y la coloca sobre mi ojo sin reparo, siento esta vez como mi cabeza amenaza con explotar. El ceño fruncido aumenta cuando coloca un dedo en alto.

–Mira aquí, preciosa. –Hago lo que me indica por inercia y sigue con el mismo procedimiento en el otro ojo. Una vez satisfecha me sonríe. –Todo parece bien y los exámenes de sangre que te hicieron salieron con niveles normales, anotaré en el historial que todo fue un accidente, sumado al cansancio y estaremos listos para dejarte ir...Vaya que has dormido mucho estos días.

¿Días?

–¿Qué fue lo que paso? –Pregunto, sorprendiéndome por mi voz débil, temblorosa. –¿Qué día es hoy?

La enfermera me sonríe. –Tranquila, sufriste una caída en el baño, te golpeaste la cabeza contra la baldosa...Pero gracias al cielo no pasó a mayores, tuviste una contusión. Tu compañera informó a dirección, descansaste por dos días seguidos, tus amigos estaban preocupados, te has convertido en una celebridad por tal accidente.

Mis labios se separan apenas termina de hablar.

...–Estamos a 29 de Octubre.

Llevo una mano a la cabeza y suspiro, demasiadas cosas rondan mis pensamientos ahora mismo.

Hoy es mi cumpleaños.

La mujer desaparece por un momento, volviendo con píldoras y un vaso de papel lleno de agua, me indica que son pastillas para el dolor así que no dudo en tomarlas.

–No quiero ser entrometida...pero esta mañana tu novio me pidió que lo dejara verte, me he tenido que negar por la gravedad de tu estado pero ahora que estás bien puedo buscarlo y hacerle pasar.

–¿Mi novio?

Me mira bien, imitando mi gesto de confusión. –El joven alto, de ojos verdes y cabello castaño, me ha parecido por lo que ha dicho que su nombre es Azzio.

Camino apresurada a mi habitación, tal vez no sea lo más prudente luego de haber pasado dos días inconsciente. Hablemos de mi gran suerte. Caigo en cuenta que no traigo nada conmigo, menos mi llave de acceso. Pruebo la manija pero esta no cede.

De inmediato la puerta se abre dejando ver a una Francesca arreglada para salir, no sé qué hora es, pero sé que la mayoría de los alumnos deben estar en clases, ya que pocas personas rondan los pasillos.

Ella se lleva una mano al pecho y suelta un bufido. –¡Dios mío, Alessia! ¿Dime, hasta cuando me darás estos sustos de muerte?

–Yo... lo lamento. Quería llegar al cuarto lo antes posible.

Hace un gesto con la mano restándole importancia y me sorprende abrazándome. –Justo iba a ver como estabas, eso de estar días sin reaccionar ya me estaba preocupando... –Se hace a un lado y con la mano me invita a entrar.

Le miro extrañada y sonríe.

...–¿Qué? no te sorprendas por mi amabilidad, te vi desnuda y sangrando en el baño, eso une a las personas. ¿No crees?

Me llevo las manos al rostro escondiendo mi bochorno. Según el reloj en la habitación apenas son las diez, puedo alcanzar la clase de las once, solo necesito ducharme y cambiarme.

–¿Y te encuentras bien?

Sonrio muy a mi pesar porque no estoy clara en absolutamente nada.

–Supongo, a pesar de todo el tiempo que pasé en enfermería, me siento agotada.

Ella asiente. –No es para menos. ¡Casi me desmayo al ver la sangre!

Le miro bien. –Francesca. ¿Había alguien ahí...?

–¿En donde?

–En el baño, esa noche.

La pelinegra me observa extrañada. –No... ¿tú viste a alguien?

Abro la boca para responder pero termino por desechar la idea. Tal vez esté siendo paranoica, pero no creo poder confiar en ella. Sería imposible que no viera a la figura con alas.

–No, olvídalo, debo seguir confundida por las medicinas.

Ella asiente lentamente, para luego girarse, entusiasmada. –¡Mira lo que ha llegado! –Dice, tendiéndome una caja verde con gran un lazo, una que no había notado antes.

–Llegó en el correo de la habitación, es para ti. No sabía que tu cumpleaños era hoy, felicidades.

Miro de ella a la caja, el remitente lee: Teresa Laurín. –¿Lo abriste?

Niega aunque su rostro refleja vergüenza. –Solo leí la etiqueta. ¡Lo siento!

Froto mi sienes y dejo el paquete en la cama que me corresponde. No me siento de ánimo para regalos, todo lo que quiero son respuestas y aclarar mi mente.

Luego de un café doble con mucha azúcar me siento casi estable emocionalmente, casi.

He decidido comer algo para llevar, un sándwich de pollo, el cual engullo de camino a mi clase de historia del arte, es increíble que las clases hayan comenzado hace tan poco y yo ya haya protagonizado el primer accidente del año.

Recibo miradas desconcertadas por entre los pasillos debido a la pequeña gaza que cubre la parte alta de mi frente, extremadamente cerca de la coronilla de la cabeza. No he visto a Leticia pero Samuel me intercepta de camino, ofreciéndose a llevar mi bolso con libros.

–¿Segura te encuentras mejor? Estuvimos tratando de verte pero era imposible con la enfermera, a penas y nos dejó entrar una vez.

Le sonrío de manera sincera, es genial sentir que tengo amigos aquí. –Estoy mejor Sam, te agradezco que te hayas preocupado. –Él me observa fijamente, tiene un iris celeste muy claro.  –Leticia y tú son excelentes amigos.

–No es nada. –Se encoge de hombros quitándole peso a su preocupación. –Estuvimos aburridos sin ti. Leticia no paraba de querer robar mis apuntes...Y mi comida.

Ambos reímos fuertemente, lo que provoca que la mirada de una chica con apariencia gótica se pose en mí, se encuentra del otro lado del pasillo cerca del área de los bebederos, su rostro denota una especie de coraje y tengo que mirar a mis espaldas para cerciorarme que yo sea el motivo de su despectiva observación.

–¿La conoces? –Pregunta Samuel, aparto la vista.

–Nunca la había visto antes.

Llego con diez minutos de sobra al aula de historia, los asientos en forma de coliseo están vacíos, no hay señales del profesor cerca. Suspiro.

Es imposible que mi mente no vaya al hecho de que Azzio está en esta clase, así que podría confrontarlo por lo que dijo la enfermera. Preguntarle qué hacía ahí...Si estaba esa noche. Me preparo mentalmente, no sé muy bien cómo abordarlo. ¿Enserio haré esto?

Es decir, acercársele a alguien y decirle: "Hey, veo que eres muy callado y que me quedas observando en ocasiones, tuve un accidente y una aparición angelical en el cuarto de baño y pensé automáticamente en ti, además nunca hemos hablado pero la enfermera dice que estabas preguntando por mí y que decías ser mi novio"

Dios mío ¿qué estoy pensando?

Froto mis sienes con cuidado de no tocar el vendaje y me dejó caer en uno de los asientos, sacando de mi bolso el cuaderno de dibujo que siempre suelo traer.

Bocetos interminables de un ángel en particular protagonizan sus últimas páginas, me cuestiono si todo fue una alucinación, una creación de mi mente y que caí por resbalarme con el jabón, que Azzio simplemente es solo alguien retraído y solitario, algo por ese estilo pero me es imposible. Yo sé que solo ando en busca de excusas, que no estoy loca y desarrolle una extraña obsesión por seres celestiales. Sé que tiene que haber una explicación.

–Lindos dibujos.

Salto en mi asiento y vuelvo a la realidad, notando a la imponente figura a mi lado, se encuentra encorvado viendo mis bocetos con detenimiento. Viste de negro, aparentemente ese es su color. Su cabello ligeramente húmedo cae en la frente, los brillantes ojos verdes parecen taladrar mi interior.

Quiero hacer algo, decir cualquier cosa, tal parece que me he vuelto muda.

Azzio toma mi cuaderno, soy incapaz de detenerlo cuando hace revolotear las hojas cual abanico, inspeccionando su contenido. Levanta una ceja y me mira bien.

–¿Es que acaso tienes una obsesión por los ángeles?

Con mi peor cara le arrebato el cuaderno de un tirón, su expresión de sorpresa es tan satisfactoria para mí que no me es capaz de expresarlo.

–No lo sé. Tú dime. ¿Te gusta acechar personas? –Pregunto, levantándome del asiento y colocándome frente a él.

Es alto, como una cabeza y media más que yo, y de pronto me siento presa de un buitre. –¿De qué estás hablando?

Suspiro, él arrastra las palabras y eso solo me indica que sabe con exactitud lo que digo.

–No sé si hayas visto el vendaje...–Digo, señalando mi frente. –Hace unos días tuve un accidente, me caí en la ducha, golpeé mi cabeza fuertemente pero... –Él me observa atento como si de verdad le interesara lo que decía. –Recuerdo algo que ocurrió justo antes de mi caída.

–¿Por qué me dices todo esto a mí?

Le miró bien. ¿Por qué le confiaba aquello a él? Alguien con quien nunca había hablado, que parecía molesto solo de verme, con una vibra completamente turbia. ¿Por qué sentía una conexión instantánea?

–Porque un alguien entró ese día a mi habitación...Alguien que casualmente tenía la misma altura y figura que tú, rasgos que no he visto en nadie más en esta academia y cosa que es sumamente extraña.

Azzio empieza a reír y eso solo consigue irritarme más. –¿Estás diciéndome que crees que entré en tu habitación mientras te duchabas? –Baja su cabeza, intimidándome con la mirada. –A ver lindura. ¿Por qué yo haría eso?

No pienso cuando lo digo. –Me observas, lo he visto. –Su mirada se ensombrece, corta la distancia que quedaba, retrocedo por instinto y choco de lleno con la orilla del asiento.

...–Sé que mientras estuve en enfermería quisiste ir a verme, la enfermera me dijo que aclamabas ser mi novio. –Lo último sale con voz temblorosa y me obligo a respirar, a tomar compostura. –Lo que no logro explicar son las...

Lo miró, él sabe que está atrapado, pero se mantiene estático, inexpresivo, parece una estatua. Muy cerca de mí con la quijada apretada sin quitarme un ojo de encima.

–¿Qué no puedes explicar, Alessia? –Ya ni me extraña que sepa mi nombre, me enfoco más en la manera en la que sus labios lo pronuncian.

Cierro los ojos, contando hasta tres, infringiendo algo de valor en mí.

–Las alas, no puedo explicar porque tenías alas.

Cuando me permito mirarlo, él ya se encuentra pasos lejos de mí, permanece presente, solo que con una expresión de desconcierto que no soy capaz de descifrar.

–No tienes idea de nada. –Niega con la cabeza y me da la espalda dispuesto a irse. Sin embargo cuando su mano se posa en el pomo de la puerta se gira hacia mí, observándome desde la distancia. 

No puedo distinguir si lo he imaginado, su mirada está fría y concentrada. Me parece absurdo pero el susurro ronco de su voz se instala en mi oído, de verdad logro escucharlo con claridad como si hablara en mi mente.  "No sabes nada."

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