Capítulo 2
–¡No! –Grita de manera desconsolada.
El sonido de la madera derrumbándose sirve como atenuante para la voz de la mujer. En el suelo, escombros hacen difícil acercarse, hay llamas por doquier pero un frío infernal se instala en los huesos.
Un suave soplido la espabila, ahí junto a ella que ya no grita, está una figura encorvada, recibiendo dolor como si un ente invisible lo golpeara.
Puedo verlo todo, más no puedo hacer nada.
De pronto un punto en movimiento llega desde uno de los pasillos,, apenas puedo captarlo por el fuego y las luces cegadoras, como estroboscópicas, de un intenso color azul.
Es imposible ver al intruso. Hasta ahora es que la figura se levanta y se encamina con alas enormes hacia el centro de la habitación.
Una bebé, una pequeña de rizos naranja cobrizo que me devuelve la mirada como si pudiese verme.
Y todo es oscuridad.
Registro como se aceleran los latidos de mi corazón, el aleteo lento de unas alas casi tortuoso, que crea unas pequeñas ráfagas de viento y aviva aún más el calor en el lugar, la sensación es insoportable, me siento asfixiada, tengo la necesidad de ver.
Necesito ver qué pasa.
–¡Hey!, ¡Hey!
Abro los ojos de golpe, encontrándome con el rostro de una desconocida en mi cuarto, el cabello castaño oscuro hecho un lío y los ojos entrecerrados me dejan muy en claro que ha dormido aquí.
Me siento de inmediato en el acolchado, mirando a mi alrededor. ¿Sigo en mi habitación?, ¿Por qué está ella aquí? A pesar de mi visible confusión sigue hablando.
–Dime que no eres de esas raras que grita en sus sueños porque tendremos que pedir un cambio de inmediato.
Le miro atontada. ¿Sueños?
Masajeo mis sienes con movimientos circulares, el ritmo de mis pulsaciones es acelerado, otra vez tuve la misma pesadilla.
La extraña se cruza de brazos esperando una respuesta. Esta vez soy yo quien alza una ceja.
–¡¿Pero quién eres tú?!
Se lleva una mano a la cabeza, apenas y se percata de lo raro de la situación.
–Claro, lo siento.
...–Mi nombre es Francesca. Tu compañera, vine más temprano pero estabas ya dormida.
Asiento lentamente, estrechando la mano que me ofrece antes de dirigirse a la camita contraria con un bostezo.
–Trata de dormir sin gritar ¿eh?
Da la vuelta en el colchón y queda de espaldas a mi. Entre aterrada e incrédula me giro para ver el reloj de la mesilla.
4:39 am.
Pero mi compañera iba a ser asignada mañana...
Me dejo caer en las almohadas, nada se me ocurre para despejar las imágenes que me atormentan. Y la impresión de que haya alguien más en mi cuarto. Cuando cierro los ojos, las escenas vividas y aterradoras me impiden conciliar el sueño. Y si bien no siempre son iguales, tienen esta particularidad de que yo solo soy una espectadora en medio del caos.
No puedo explicar los gritos de la mujer, la sensación tan cercana al fuego, de estar atrapada, la vibración proveniente de una voz masculina.
Teresa solía decir que los sueños eran un mensaje de Dios.
Pero las pesadillas. ¿Qué quería decirme con ellas?
–¡Buenos días, artistas! Si han hecho su trabajo deben saber que mi nombre es Esmeralda, directora de esta academia.
Muchos aplauden y otros solo contemplan con asombro a la hermosa mujer, que en honor a su nombre lleva un ajustado vestido del mismo color, el verde resalta su figura y ella parece estar al tanto, desborda confianza, balanceándose en unas sandalias altas que parecen torturar sus tobillos.
Recorre el auditorio con la mirada, haciendo ver que captura el rostro de cada estudiante con detenimiento. Todos se muestran atentos, mientras la luz entra por los paneles de vidrio, aquellos que rodean la estructura del edificio. Sin duda, una combinación variada de estilos.
El sol hace que el cabello azabache de la directora resalte, lo único que delata su avanzada edad son las arrugas en lugares estratégicos de su cara, donde el maquillaje no pudo vencerlas.
Sigue hablando pero no puedo prestar mucha atención, me encuentro exhausta. Luego de mi pesadilla solo pude conciliar el sueño a ratos y ahora, mientras mi estómago parece querer devorarse a sí mismo, tengo que evitar los bostezos mientras escucho la bienvenida general antes del desayuno.
Mi aparente compañera nueva abandonó la habitación mucho antes que yo, frustrando mis planes de hacer mil preguntas al respecto de su llegada al dormitorio. Imagino que también debe ser becada, o hubiese hecho su aparición hoy, como el resto de los estudiantes.
Chasqueo la lengua contra mi mejilla interna mientras la mujer que nos recibió ayer y Joshua, el orientador; Siguen los pasos de la directora con la mirada. Ambos anotan repetidamente en sus tabletas electrónicas.
–Es un placer darle la bienvenida a un nuevo grupo privilegiado de mentes creativas, si han llegado hasta aquí es porque creemos que son material merecedor de forjarse en estás instalaciones y por ende hacer historia en el arte.
La directora sonríe y junta sus manos. –Recuerdo como si fuese ayer cuando di esta charla por primera vez, desde entonces varias celebridades han sido el resultado de nuestro amplio plan de conocimientos.
...–Pero bien ¡Basta de tanta palabrería! Sean bienvenidos a la AUAP, espero con ansias saber de sus talentos más adelante. –Y con eso se da la media vuelta, abandonando el auditorio. La recepcionista y el orientador le siguen.
Mi vista viaja a las personas sentadas, esperando ver un rostro familiar. Poco a poco todos se van levantando para ir rumbo a su primera clase, no soy capaz de dar con Leticia o Samuel, los únicos con los que he entablado una conversación.
Para mi no muy buena suerte, hallo a Francesca hablando con unos chicos, aunque se ve muy animada, me imagino por la mirada de soslayo que me brinda cuando cree que no la observo, que les ha dejado claro que no soy de su agrado.
Decido, simplemente cumplir mi horario e ir a la cafetería por el desayuno. Mi primera clase empieza en una hora. Pero claro, al levantarme del asiento mi bolsa queda atascada en el apoya brazos, resbalando de mis dedos. Hago un torpe intento de recolectarlo todo, el contenido cae en el alfombrado del auditorio.
Suspiro con pesadez mientras me acuclillo en el piso, cogiendo los materiales y el cuaderno de dibujo. La piel de mi cuello se eriza de repente, como alertándome, detengo mis movimientos. Siempre he sido buena para sentir cuando alguien me observa, es por eso que sé que me están mirando antes de levantar la vista.
Del otro lado de la fila de asientos, un misterioso muchacho de capucha negra me vigila expectante. Su mirada está fija en mí hasta que nota mis ojos, su atención se desvía a un punto central en mi clavícula. Por la contextura y apariencia se me parece al chico de ayer, frunzo el ceño siguiendo su línea de visión, hasta que noto que el motivo por el cual parece hechizado es el crucifijo de plata en mi cuello, que se balancea debido a la posición.
Cuando nota que lo he pillado, me mira directamente a los ojos, y soy capaz esta vez de ver con claridad su cara.
El aire se escapa de mis pulmones debido a la impresión...Despierta un chispazo de reconocimiento que no logro descifrar, aquellos eran los ojos más atrapantes que he visto en mi vida.
Los rayos del sol dan de lleno en sus pupilas, creando una ilusión verdosa impresionante, como si se tratara del conjunto de vegetación más extravagante. Sus labios son carnosos, de un rosa natural, la simetría en su rostro es ridícula, parece haber sido tallado con cincel. Los ángulos fuertes y marcados de su barbilla enfocan la atención a su garganta la cual traga saliva fuertemente.
Cortando la guerra de miradas, él decide girar de medio lado y apresurar el paso hacia la salida, yo me quedo abochornada, mientras me recuesto de las bases de metal en las sillas, la espalda contra el material rígido y útiles de pintura en el suelo.
La placa cromada en la puerta marcaba el número 38, el aula de historia del arte. Había llegado varios minutos tarde. El profesor, un hombre de mediana edad me recibe con una cara de pocos amigos, puedo ver cómo me reprende con la mirada al explicar mi tardanza, aunque tiene la suficiente amabilidad de dejarme pasar.
Tomo el único asiento disponible al fondo de la sala. El podio es amplio y se encuentra en el centro mientras que los asientos lucen como muros del coliseo romano, en una forma de caracol. La arquitectura del lugar es majestuosa.
Examinando de manera atenta me encuentro con Leticia quien me ofrece un saludo disimulado con su bolígrafo de tinta púrpura y final afelpado. Lleva un conjunto de malla negra y un septum dorado en su nariz.
–Retomando la lección...El arte como tal tuvo sus inicios desde tiempo mucho antes de Cristo, inclusive los cavernícolas emplearon dibujos como forma de comunicarse y eso solo es evidencia que el arte expresa siempre un mensaje. –El profesor recorre el podio de esquina a esquina y se detiene frente a su escritorio. –Uno más relevante que otro, claro está pero al final, un mensaje.
Enciende el proyector de imágenes, apagando la luz de la sala. Obras varias son tomadas como demostración para la explicación, pero la escultura de un ángel en mármol resulta ser el ejemplo final lo que provoca una carcajada seca por parte de uno de los estudiantes.
Me encuentro tan embelesada en los detalles de la escultura que no presto atención al intercambio hasta que el docente exige saber el motivo de burla.
La voz aterciopelada y con un extraño acento apenas perceptible contesta. –No es burla. – Responde con sinceridad pero el tono de su voz tan confianzudo grita altanería. –Es solo que siempre he pensado que los ángeles están sobrevalorados en el arte.
El hombre levanta una ceja en su dirección y es ahí cuando me doy cuenta de que la voz altanera pertenece al misterioso chico de capucha, quien ahora no la trae consigo y me otorga una vista perfecta de su cabello castaño y rizado.
–Y dígame ¿señor...?
–Azzio.
–Señor Azzio. ¿Según usted como deben ser plasmados los seres celestiales en el arte?
Se estira de manera despreocupada en el asiento y cruza sus brazos, los músculos se marcan sin esfuerzo. –En mi opinión no deberían ser material relevante a plasmar.
El docente frunce el ceño pero da la conversación por terminada. No puedo dejar de ver al chico incluso cuando Leticia insiste, al final de la clase en llamar mi atención.
La chica me llama con la mano hacia donde está, en la misma fila que el encapuchado, marchándose. Guardo mis cosas en la bolsa, y tengo cuidado al cerrar mi cuaderno en donde el garabato de ángel que suelo dibujar yace hecho con grafito.
Bajo los escalones, al igual que temprano la misma sensación de que alguien me observa se apodera de mí, sin embargo cuando giro, nadie se encuentra detrás de mí.
Trato de ignorar la piel de gallina que se apodera de mí y acudo a donde Leticia todavía me espera.
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