Capítulo 19
Tres secos toques se dejan escuchar en la puerta.
Sé bien que debo ser cuidadosa, la última vez que alguien entró a mi cuarto en la madrugada, terminó matando a mi compañera y dejando un mensaje que aseguraba mi muerte.
Me pego a la madera pintada de blanco para poder oír algo, tal vez un susurro, cualquier cosa que me de idea de quién está detrás. Pero no tengo que esperar mucho porque la voz de Samuel llega totalmente estridente a mis tímpanos.
–¡Alessia, soy yo!
Claro, ahora que me has dejado sorda es que hablas.
–Espera y abro. –Le respondo en un susurro mientras me coloco el cárdigan color crema encima. Mi pijama de shorts es muy reveladora y no quiero sentirme incomoda. No presto atención al reflejo cansado que me da el espejo ni a los contenedores que tienen las sobras de la cena.
Quito el pestillo de la puerta y me recibe la expresión cautelosa y semi-adormilada de Samuel, el rubio echa una ojeada dentro de mi habitación y luego frunce el ceño. –¿Azzio está contigo?
¿Qué?
Niego con la cabeza, la mención del ángel es suficiente para que mi postura se acomode en una recta y saque mis mejores dotes de actuación. –¿Qué pasa con él?
Samuel me da una mirada de pocos amigos, y hace que me aparte de la puerta para que él pueda entrar, lleva la pijama puesta, un simple pantalón de algodón gris y una camisa decolorada por las lavadas, debe ser de alguna banda, aunque sinceramente no se a cual pertenece.
–¿Qué pasa con él? ¿Qué pasa contigo mejor dicho? –Se cruza de brazos y me sorprende que mi mirada se enfoque en los músculos de sus extremidades...¿Desde cuándo Samuel es musculoso?
–Sam...perdóname por haberte molestado con todo el favor de que nos recogieras tan lejos, no tenía idea a quien recurrir y no podía simplemente irme andando con Azzio como estaba, fue solo un accidente, una pelea que salió mal, nos querían robar y bueno..
–¡Basta, Alessia! ¿Me quieres ver la cara de estúpido? Sé perfectamente que no pudo haber sido un robo, entonces ¿tenían tres días robándolos? o mejor explícame por qué Azzio no me reconoce ni tiene idea de que mierda hace en una academia de artes ¡Oh claro! ¿Por qué no me dices como es que colocó imágenes en mi mente de cosas que no pasaron el día que Francesca murió?
Y entonces como se supone que reaccione ahora, no sé qué decir, me ha dejado en blanco. Pidiendo ayuda al silencio, me acusa, Samuel me acusa de algo, solo que hasta ahora no sé de qué.
–Quisiera saber que mierda es en la que estas metida...Si me dijeras podría ayudarte, Alessia. –El rubio da pasos cortos hacia mí, su mirada se suaviza y con la puerta entre abierta siento la corriente de aire en el exterior, haciendo que los vellos de mis brazos se ericen.
–No es muy fácil de decir lo que ocurre. Me tildarías de demente, tenlo por seguro.
La distancia se acorta más y es cuando siento la tensión, la ansiedad. –No puedes saberlo si no lo intentas al menos.
–Créeme, no es algo que pueda decirte.
–¡Alessia por Dios! ¿Qué puede ser más impresionante que aquella manipulación mental que tu supuesto novio (Cosa que sigo sin entender) hizo?
¿Más impresionante que eso?
Déjame ver...Ángeles, demonios, sellos, el infierno, mi presunto padre arcángel, los nefilim, la persecución en mi contra y mi muerte cada vez como la opción idónea.
Tú escoge.
Sin embargo respondo lo que más me duele de aquella pregunta. –Azzio no es mi novio, Samuel.
Él levanta la vista del suelo y me mira ahora fijamente. –¿Ah no?
Suspiro, de manera lastimosa y pesada. –No lo q-
Pero claro no puedo decir nada más porque ha dado grandes zancadas hacia mí, en lo que es un movimiento veloz me toma de la cintura y me aprieta frente a él para luego, besarme.
Internamente estoy explotando. ¿En serio? Y ahora que más falta, que caiga un meteorito del cielo y me aplaste? El intercambio es incómodo, incorrecto, torpe y muy impersonal. Una tortura sin exagerar. Me retiro lo más rápido que puedo, tengo las mejillas rojas y una expresión de desagrado imposible de ignorar.
Samuel me mira avergonzado, pero la sonrisa en su rostro me dice que no se arrepiente de nada.
Pero eso no es todo lo que me preocupa, el rubio se atrevió justo en el momento en que, ahí de pie a poco menos de un metro yace Azzio.
Con la poca luz de la luna, que entra por los pasillos abiertos de la academia, el ambiente le adjudica un aspecto sombrío, y sus ojos carecen de cualquier brillo, me atrevería a decir que el más feroz de los corajes se apodera de él. En un segundo, Samuel está sosteniéndome y al otro recibe el empujón del castaño.
Trastabilla y se tambalea.
–¡Azzio detente!
Grito pero no me hace caso, parece cegado por la ira y cuando levanta su puño en el aire, aquel con el anillo pesado de plata que nunca se quita, me interpongo. No es que mi instinto sea proteger a Samuel, pero no pienso dejar que le haga daño a alguien así como así, sin razón aparente.
Me coloco en medio y trato de agarrar su mano antes del impacto, lo que no prevengo es que la energía azul brote de mi interior como una llamarada y le obligue a retroceder, son pocos los segundos en que expulso la luz con firmeza, pero suficientes para que Azzio quede estupefacto, sosteniendo su nueva herida que ya se cierra.
–¿Q-qué acaba de pasar? –Samuel es el que hace la pregunta, pero Azzio parece haberse hecho el mismo cuestionamiento.
Tiene el rostro de una gacela. Me acerco a él para examinar el daño que provoque pero niega, sino supiera que no me recuerda, diría que está más allá de decepcionado, furioso.
El italiano nunca deja mi mirada hasta que se marcha de la habitación.
No sé cuánto tiempo me quedo parada, mirando el pasillo como si en algún punto fuese a regresar
–Alessia...
–¡Samuel, necesitas irte ahora! –Cómo puedo lo empujo fuera, y después de presenciar aquello, no se opone. Cuando cierro la puerta nuevamente deseo que un agujero se abra en el suelo de la recamara y me trague.
Pero no. Las cosas no se quedarán así, no esperaré a que Azzio haga lo que quiera conmigo.
Tenemos mucho de qué hablar y hablaremos ahora.
Celos.
Estoy celoso.
Celoso como la mierda.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que siquiera sentí algo similar?
¿Cómo es posible?
La cabeza me da vueltas y aunque trato, de verdad lucho por concentrarme, no lo logro.
No tengo idea de que hago aquí, jugando al estudiante. Yo, en una academia de arte, si lo máximo que he llegado a hacer son garabatos en papel.
Todo tiene que ver con la chica, la cobriza de mirada café, la niña linda que seguro no sabe nada del mundo y ahora resulta tener poderes. ¿Pero qué mierda?
¡Tenía que quedarme e interrogarla! ¡No huir porque me dieron celos verla besarse con un espagueti rubio!
¡Que estúpido, joder!
Suspiro tratando de calmarme, voy directo a la salida de la academia, hay guardias de seguridad que burlo fácilmente y en un santiamén me hayo en las calles.
La noche de Cevale.
Tan pacífica y callada que lo único que logra es que mi mente reproduzca las imágenes de la chica con el idiota rubio. Ni siquiera sé que me molesta tanto, el hecho de que la haya tenido tan cerca o el que la haya besado.
Ambas, me respondo. Porque esa parece la respuesta idónea.
La ira se instala en mis venas como lava de volcán.
Como es que estoy por explotar con el simple hecho de que ella este con otro chico. ¿Qué significa para mí si no la conozco? Es más no puedo recordar nada de mi vida, más allá de cuando puse un pie hace dieciocho años en esta ciudad.
Me siento asfixiado. He caminado varios minutos y ya me hallo exhausto, me recuesto de la piedra lisa de un callejón, tratando de recobrar el aliento mientras gotas diminutas de agua empiezan a caer, lo que avisa que pronto lloverá y eso solo significa que el cielo ya no tendrá estrellas.
Al levantar la vista siento que este escenario ya lo había presenciado, una especie de Deja vú y no es hasta que se materializa la pulsante necesidad de entrar en el edificio de ladrillo que caigo en cuenta de lo que sucede.
La calle está sola pero decido no arriesgarme a volar y mejor trepar por las escaleras de incendio hasta llegar a la ventana del tercer piso, el vidrio que la recubre es fino y el soporte esta viejo, por lo que no tengo que forzarlo siquiera. Dentro, la habitación es pura penumbra pero en la cama situada hay una mujer moribunda que logra observarme.
Lo primero que noto es su cara demacrada y que no hay señales de nadie con ella en casa.
Su mente agonizante grita, me ve como si fuera un caballero que va en su salvación. Está agotada, enferma, cuando me acerco más parece pensarlo mejor, me teme pero a la vez sabe que puede confiar en mí, por primera vez me doy cuenta de que un alma no me percibe como algo maligno.
Y es extraño.
Como deseo que confié en mí le hablo: –No temas, soy un ángel, he venido aquí por ti, tu tiempo ha llegado. Te aseguro que todo pasará.
No sé porqué, no suelo tranquilizar a las almas que están apunto de morir, aquello ha salido tan natural en mí que me siento mareado.
La mujer suspira, puedo ver claramente como en su mente se repite que alucina y debido a que no me cree es que dejo que mis alas hagan acto de presencia y se alcen en su esplendor.
Mis alas. Aquel par siempre han sido distintas, aquellas disparejas plumas de color negro y blanco que me hacen quien soy.
En la oscuridad ella parece sonreír, lo cual se me contagia, no es mucho tiempo el que pasa en que coloco mi mano en su frente y poco a poco la vida la abandona, su espíritu, su alma sale de su cuerpo inerte para revolotear cual pajarillo liberado y luego atravesar mi pecho.
De nuevo siento cada dolor que ella experimentó, pero lo que más me atormenta en su sentimiento de soledad, tan desgarrador que me hace sentir el ser menos querido en el mundo.
Su último pensamiento fue: Ha venido a salvarme el ángel blanco.
Y es cuando caigo en cuenta, la imagen que tuvo de mi fue la de un poderoso ángel de alas blancas y rostro amable. Entonces, corro al espejo en el fondo de la habitación, observando mi reflejo, lo que veo no es algo que pueda creer.
Mi ala negra ya no está, en su lugar, el plumaje blanco constituye mis dos extremidades.
–Pero que...
Aquello no para, porque al detallarme noto el interior de mi mano derecha, la palma está marcada con una S en la piel, en relieve, rosada, como si tuviese años ahí.
–Azzio...
La pronunciación de mi nombre me coge con la guardia baja, me giro de inmediato, con el cuerpo dentro y mirando de la mujer muerta a mí, está la chica Alessia.
Ella ve mis alas con culpa, entonces recuerdo que todo lo que necesito saber, toda la información, ella puede que la tenga, me acerco rápidamente. La parte irracional de mí, salta en alegría por el hecho de que dejó al rubio y vino en mi búsqueda.
-¿Qué es lo que haces aquí? ¿Me seguiste?
–Sí, lo hice...
Le miro directamente a los ojos y quedo atrapado. Hay algo ahí en su mirada que reconozco y que me deja atontado. –¿Tu sabes lo que paso con mis alas no es cierto?
Alessia asiente lentamente, ella coloca su mano en mi hombro y sorpresivamente, el tacto es placentero. –He recordado...Puedes ver los recuerdos de alguien, sentir lo mismo que ellos cuando mueren.
No deduzco si es una pregunta o no, por lo que solo respondo como tal:–Si pero solo cuando su vida termina, soy capaz de sentir su dolor, lo que recordaron y sintieron al morir.
–Entonces...
<<Azzio tengo la respuesta a todas tus preguntas, pero para eso...Creo que es necesario que muera.
Suelto una auténtica carcajada de perplejidad. ¿Morir? La sola idea que la cobriza muera me acelera los latidos y me hace querer abofetearla por semejante tontería.
Pero me extraña el nudo en la garganta y lo sincero de sus ojos, habla enserio y eso solo provoca lo más cercano a dolor.
Tal vez sea cierto eso que dicen: Cuando la mente olvida, el corazón recuerda.
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