Capítulo 18

Azzio me ha enseñado tanto desde que lo conozco que tardaría demasiado en mencionar todo lo que he aprendido.

Podría decir que probó para mí la teoría final de que no se debe juzgar un libro por su portada. ¿Cómo lo hizo? Pues con su fachada misteriosa, la que solo se debía a que en silencio cuidaba de mí, que sus miradas furtivas y su aislamiento eran todas, señales de un comportamiento que me mantendría al margen, hasta que él decidiera que hacer con aquella niña de poderes celestiales que alguna vez rescató.

Y ambos sabemos como resultó, Azzio no pudo alejarse de mí, lo sé, porque si bien no soy tan vanidosa como para creerme el objeto de sus suspiros, conozco con certeza que desde nuestra primera conversación, ya nada fue igual, sentí aquellas chispas de fuego magnético que nos atraían, podría fácilmente culpar a la parte angelical en mí por ello, pero estaría mintiendo.

Estoy segura de que fue mucho más lo que me atrajo hacia él. Es decir... ¡Vamos! ¿Cómo podría pasar desapercibido? El italiano misterioso de capucha negra que actuaba con superioridad, aquel de ojos verdes como olivos claros que con la luz casi parecían agua de río, esos, que te miraban con picardía y reto, que demostraban que en parte estar con él era algo seguro, y...Aquella piel tostada, dorada por los rayos del sol, sus facciones simétricas y varoniles que provocaban cosquilleo en los dedos por tocar su mandíbula, por enredar tus manos en la cabellera castaña clara que si era muy larga desbordaba con mechones de rulos suaves.

El ángel de la muerte me mantuvo a su alcance porque era útil para él, un arma escondida en contra de un arcángel poderoso que puede... ser mi padre.

Pero yo estuve a su lado por la forma en la que me protegía, por la incertidumbre que arrastraba, como un imán aferrándome a él. No me cuesta decir que entregaría mi vida por Azzio Di'Magro.

Puedo jurar por la madre que nunca conocí, por el crucifijo que nunca quité voluntariamente de mi pecho, podría hacer mil y un cosas por él. Desaparecería del mundo sabiendo que él vive, que me echaría de menos pero que la existencia tendría a ese esplendoroso ser, que considero el único amor que he experimentado en mis días. 

Solo que...Azzio no me echaría de menos, no recordaría haberme visitado en la enfermería de la academia universitaria, no sentiría en sus labios los rastros de nuestro beso, la forma en la que sus alas rozaban mi mejilla, aquellos encuentros cercanos en su departamento, la noche en la terraza que me confeso quién era.

Nada sería igual porque el Azzio frente a mí, ese que me observa como a una desconocida, aquel que parpadea confundido ante la imagen de una niña llorosa que yace angustiada.

Ese, no es el Azzio que se mantuvo conmigo por algo más que obligación. Quisiera decir, que por amor.

–...Te hice una pregunta, desde que contestaste -por cierto, mi propio móvil- no me has respondido. Y tengo muchas más que hacer así que más vale respondas.

Una diferencia notable para mí es su arrogancia la que ahora carece de picardía, trago grueso, el nudo en mi garganta es poco comparado con las lágrimas, quisiera saber cómo es que logré hacer lo que hice, como es que de la nada Azzio no sabe quién carajos soy.

–Azzio por favor mírame. ¿Es que acaso no sabes quién soy de verdad? –La interrogante sale con un dejo de desespero que no es para menos, sin embargo, él no previene mi toque y se sobresalta cuando lo toco, así que retrocede.

–¿Cómo hiciste eso?

–¿Hacer qué de que hablas?

–La corriente eléctrica, cuando me tocaste...

Le miro confundida y él como si le estuviese acorralando. Me detalla, de la manera en la que lo harías con alguien que conoces por primera vez. Sus pasos son cortos, pero me tientan a retener el aliento, cuando llega hacia mí su índice toma la cadena de plata que reposa en mi cuello, cualquier rastro de amabilidad se evapora de sus facciones.

–¿Cómo es que tienes esto?

Nunca dejo de verlo. –Tú me lo diste. Cuando apenas era una bebe.

Frunce el ceño. –¿De que estas hablando? no tengo idea de quién eres.

–¡Dios! No aguanto esto. ¡Quisiera saber que mierda hice para poder explicarte que si tienes idea, más de la que yo! Solo que no lo sé, no se controlar mis supuestos poderes, no tengo ni la más mínima pista de porque si pensé en curarte tú ya no me recuerdas. ¡Soy yo Azzio! Soy Alessia, el maldito sello celestial que complica tu vida y que te ama. ¡Esa misma que ahora muere porque la recuerdes!

En algún punto de mi arranque me tumbo al suelo, de rodillas abrazadas, caigo, literalmente a sus pies. Azzio, aun con las alas alzadas, de un blanco inmaculado, que contrasta con su camisa negra rasgada y sus pantalones apretados salpicados de sangre.

–¿Sello celestial? –La pregunta me descoloca, le he dicho que lo amo y eso es lo que le importa, asiento lentamente. Pues no tengo más que decir, más que hacer, que lamentarme.  

Trozos de la piel en su cuerpo se dejan ver por entre las rasgaduras de la ropa, logra acuclillarse a mi altura, el cabello desordenado, el sudor, la mirada cansada, nunca se vio tan humano hasta ahora.

Tan humano y tan ajeno, aunque en sí, en ningún tiempo fue mío.

Minutos que parecen horas transcurren en donde solo lloro, dejo salir mi frustración, el alivio de haber salido de las garras de Zharick, de confesarle que lo amo, así no le interese, alivio porque Azzio está vivo, sin importar que el precio a pagar sea que no sepa quién soy.

El ángel parece recobrar el orden de su mente cuando acaricia levemente mi mejilla, luego de tanto silencio parece un mimo directo al alma. Su mano caliente acuna la mitad de mi cara, y me obliga a detener los latidos del corazón.

Por un segundo pienso que todo ha pasado, que está ahí, así, para decirme que es él, que es el de siempre, pero su ceño fruncido, el dolor que trasmite en toda la expresión, los labios juntos antes de hablar, sé que es una acción de lastima ajena. Sé que ha sentido el desconsuelo tras su rechazo. –Mi mente... te ha bloqueado hasta el punto que no puedo, aunque me esté estrujando los sesos, hacer memoria.

<<Pero aquí. –Dice al señalar su pecho, con la mano opuesta. Para en un rápido movimiento tomar mi cara completa.  –Mi corazón dio saltos con cada palabra que dijiste, escuchar que me amas erizo los vellos de mis brazos. Te juro que desearía saber quién eres, Alessia.

Pude haber dicho algo, cualquier cosa, pero el estruendoso sonido del móvil nos asustó, nos separamos y de inmediato 
Azzio me quito el aparato de las manos, contestó y frunció el ceño al oír la voz de Samuel, tal parece otro desconocido para él.

Así que recobrando un poco mi ya perdida dignidad, tuve que levantarme y responder la llamada, para luego explicarle a Azzio que teníamos que volver.

Con un pie en el exterior, el aire automáticamente se volvió más ligero y sin rastro de humedad, esa sombría bruma que nos rodeaba.

La abandonada fábrica de arroz se volvió mi mansión de pesadillas, desde que el portal al infierno se abrió frente a mí y todas aquellas figuras asquerosas, demonios babeantes sedientos de sangre, que huían de mi como alimañas nocturnas al sol.

Si bien Azzio accedió a ir con nosotros, se movía como un ente aparte, de esos que no se sienten nada en su zona. Trate de colocarme en su lugar, despierta en un ambiente que no reconoce, junto a una chica que no recuerda, con la ropa rasgada y señales de batalla. A este punto me sorprende que siga aquí.

Lo que significa que su partida está cerca.

Y no estoy preparada para eso.

El viaje en Uber fue seis veces más incómodo de lo que pensaba, con sus alas contraídas y su apariencia ruda casi causa gracia en el asiento del taxi, Samuel nos mira como si fuésemos actos de circo, tratando de establecer una conversación para la que nadie tiene ánimos. Más allá de agradecerle no me esfuerzo en comunicar nada.

Una vez en AUAP, otro trayecto lleno de silencio espera hasta que llego a mi puerta, por suerte el día ya ha terminado, muero de hambre pero luego me ocuparé en comer.

–¿A dónde debo ir ahora?

Me giro antes de cerrar la puerta de mi habitación. ¿Por qué me siento tan extraña? –¿Qué?

Azzio asiente, con el suéter azul celeste que Samuel trajo para él. El color le sienta de maravilla pero es al menos dos tallas más pequeñas de la que usa, los músculos se marcan un montón. –¿Qué debo hacer, solo tú sabes que hago aquí? Y necesito que hablemos acerca del sello.

Me estrujo las sienes en busca de paciencia. Siento que colapsaré. –¿Sabes Azzio? Te agradezco haberme salvado desde que nací, te lo juro que lo hago, pero hoy ya no tengo energía ni para respirar. Hay un chico ahí súper confundido al que le debo mil explicaciones. –Señalo hacia el rubio que espera en la columna opuesta a la hilera de las habitaciones nuevas. –Hay una persecución a muerte por mí, el sello que tal parece ¡Sorpresa! Es hija aparentemente de Miguel arcángel. Ese mismo sello que te curo pero en el proceso no sé cómo borro tus recuerdos de ella y además cabe destacar y lo que menos te importa, descubrió que siente por ti más de lo que alguna vez había sentido por alguien...

Respiro. Una larga y amplia bocanada, siento la cara caliente y eso solo significa que estoy sonrojada. –Da la vuelta, ve con Samuel, déjame asimilar todo lo jodido que está pasando y luego tu y yo tendremos esta horrible conversación.

Sin más, cierro la puerta en su cara y le paso seguro. Nunca me sentí tan vulnerable.

No me doy cuenta de la hora que es hasta que ruedo en mi espalda y miro al reloj de mesilla, las tres de la madrugada, viendo al techo luego de haber comido toda una bolsa de restos de la cena y dulces, parecen haber pasados siglos desde que me sentí tan normal, con toda esta falsa tranquilidad.

No es más que una pausa.

Tomo uno de los libros de texto que reposa en la mesilla y trato, por amor a Dios de enfocar mi mente en algo que no sea ángeles, Azzio o mi desamor.

Debo reponer exámenes en algún punto, eso lo sé, me tocará dar una buena explicación inventada y necesitaré algo de los poderes mentales de Azzio, el cual debe estar siendo detenido por Samuel para no atosigarme con un interrogatorio.

Mientras abro el libro, las páginas nuevas de este me desconciertan, miro la cubierta para asegurarme que el texto es de técnicas en grafito, debería ser uno de mis varios libros de segunda mano pero las hojas en vez de ser amarillas y gastadas, son blancas y relucientes, como recién impresas en papel de fotografía. Inquieta, le doy vuelta a la portada, una simple imagen de un lápiz en papel y es cuando me percato del nombre escrito con letra cursiva en el interior, trazado con marcador de color azul turquesa y corazones rosados alrededor que lee: Francesca García.

Si eso no es suficiente para exaltarme, paso las páginas cual abanico y una mancha oscura me hace detenerme, para mi sorpresa, encuentro en la última un escrito de mi compañera de cuarto fallecida, en plumilla negra, repasado y tachado subrayándolo un dos nombres y un signo: Esmeralda Puggins = Jezabel

¿Jezabel? la carcelera del infierno ¿La directora Puggins?

¿Por qué la directora sería igual a Jezabel?

¿Qué es lo que tienen que ver las dos? Y...¿Por qué Francesca las colocó juntas?

Es cuando la realización me hace sentirme idiota. Puede que Francesca haya descubierto algo que la llevo a su muerte, y esta es una pista.

Ahora más que nunca necesito de Azzio.  

Si tan solo el golpe en mi puerta le perteneciera a él.

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