Capítulo 16

Todo es oscuridad.

Cada parte de mi cuerpo duele, soy muy consiente de la punzada en mi cabeza que me obliga a mantenerme quieta, como si fuera a estallar, un olor desagradable se instala en las fosas nasales y me produce arcadas, recordándome al plástico quemado, el azufre, insoportable. No puedo ver nada, ni la más mínima cantidad de luz en donde estoy, solo siento el aire cargado de humo, impidiéndome respirar correctamente. Mi garganta duele, arde como si no hubiese bebido agua en días. Podría apostar que la superficie debajo de mí es una roca, una gran roca caliente.

Trato de incorporarme solo para dar con el peso sobre el abdomen, el repiqueteo de cadenas gruesas al tacto. No puedo dejar que la angustia se apodere de mí, pero me cuesta. ¿Cuánto tiempo ha pasado?, ¿Qué había pasado?, ¿Dónde estoy?, ¿Y Azzio? 

La imagen del ángel sangrante se repite en mi mente sin cesar, y es que, sin él...¿Tenía alguna probabilidad de seguir viva?

Las cadenas son tan pesadas que me obligan a permanecer en la posición incómoda. Y aunque quiero gritar, el sonido no sale. Aún después del relampagueo que se extiende a lo lejos, por un instante puedo ver la sombra de barrotes; Cuando la luz se alza nuevamente, la idea de una cueva es todo lo que mi cerebro deduce.

Sin poder mover los labios menos formar una oración. Alcanzo a escuchar un suave llanto, como el de un niño, hasta que incrementa para ser súplicas desesperadas de un hombre. Todo mi cuerpo tiembla, con los ojos pesados, y el frío haciéndome tiritar, me quedo lo que parecen horas tratando de concentrar mi energía y fallando.

No quiero rendirme...

Parezco no tener ningún concepto del tiempo, se perciben horas y a la vez días, cuando
el sonido de pisadas aproximándose me trae de vuelta a una leve consciencia, trato de mantenerme alerta, luchando con el letargo.

El ruido consigue hacer eco en la cueva. –¿Estás a gusto?

La voz melodiosa de una mujer llega a mí, es palpable la burla en su tono...–Lamento si el lugar no es de tu agrado, nadie dijo que el infierno sería un sitio placentero.

¿El infierno?

De pronto la silueta de la mujer se ilumina en tonalidades rojas como un contorno de luz, es Zharick. Una sonrisa espeluznante se alza por su rostro.

–¿Tienes miedo? –Pregunta.

Levanto la mirada, donde los ojos brillantes y blancuzcos sin iris parecen hipnotizarme. No puedo moverme, a duras penas respirar.

El cabello se pega a mi frente por el sudor frío, es claro lo mucho que disfruta mi miedo, lo satisfactorio que le parecen los lamentos de fondo. En realidad estamos en el infierno.

–¡Lamento que no puedas hablar! –Hace un exagerado movimiento de brazos. –Veras...En poco tiempo morirás...

Mi corazón relampaguea en mi pecho con fuerza, tal vez ella lo escucha, tal vez eso le divierte.

–Nada celestial dura mucho tiempo en los reinos del infierno...Sé que no debe ser de tu agrado estar aquí, pero tu padre fue muy explícito. –Se pavonea por entre el corto pasar de la celda, escapándosele una risita.

...–Tu papi fue muy claro al decir que tu existencia amenaza lo que somos.

¿Mi padre?

La mujer demonio toma mi barbilla con sus garras, clavando sus uñas para rasgar mi piel y crear hoyos donde la sangre escurre. –No podemos dejar que eso suceda ¿no crees?

Le sostengo la mirada, con toda la ira que puedo en mi interior, siento el calor fluyendo por mis venas y soy incapaz de controlar lo fuerte que mi cuerpo se agita, muy tarde caigo en cuenta que mis ojos llamean con una increíble luminosidad azul.

Zharick me suelta, tratando de retroceder pero la luz de la energía celestial la ataca de tal forma que es imposible, sus ojos blancos adquieren ahora un color negro como el alcatraz, el contorno de luz desaparece.

–¡¿Qué has hecho?! ¡No puedo ver nada!

La soltura en mi lengua me avisa que soy capaz de hablar nuevamente.

No...lograran lo que quieren.

El ángel de la muerte podría decir que nunca se había sentido indefenso, nunca había estado tan preocupado o en extremo afligido. No desde que era un ángel. Pero esa noche al caer herido en los jardines de la academia, se sintió tan pequeño como una mosca, una mosca con un ala rota y el corazón en las manos.

Contempló el cuerpo sin vida del demonio Balar, su alma siendo atraída al anillo, que se reforzaba con el poder de aquella muerte. El moreno cerró la base de la joyería al mismo tiempo que el cuerpo combustionaba de manera espontánea. Sabía perfectamente que el tiempo era un factor clave para poder rescatar a Alessia, y su mayor miedo, el que se descubriera que ella era el sello celestial, ya había sido expuesto.

Contrayendo sus alas con un alarido de dolor, se puso en marcha al único lugar donde sabía que no fallaría en encontrar a un demonio, el club inferno. Una infinidad de ángeles caídos y demonios rondaban la tierra, constantemente merodeando los lugares llenos de desenfreno, donde podían aprovecharse de la vulnerabilidad humana y culpar al alcohol y las drogas, sin que su naturaleza fuera revelada.

Solo habían transcurrido unas horas cuando llegó al callejón del club, aún así el sabor amargo en su boca y el nudo en el estómago solo crecía. Mucho podía pasar en unas horas, para él se sentía como un milenio. Su corazón marcaba un pálpito interminable, repitiéndole que cada segundo era un segundo menos de vida para Alessia. La cobriza de ojos oscuros no solo era una amenaza para el mundo...se había convertido en una pieza en su existencia, una que se aferraba a su ser.

Suspiró, pisoteando la colilla del cigarrillo con la bota. La mueca de dolor se extendió por la acción. El ala herida ardía en su interior, haciéndose presente con cada paso que daba. No recordaba cuando fue la última vez que hizo algo tan banal y humano como fumar, dejando salir el humo de tabaco de su boca mientras ondeaba con el viento.

Las pisadas se hicieron más fuertes a medida que su acompañante llegó, también le seguía el hedor putrefacto característico de los demonios menores.

–Vaya vaya... Si es el magnífico Azael en todo su esplendor. ¿A qué se debe tu petición de verme?

Azzio alzó la mirada. La fachada de Yiath era la de un hombre de tez blanca con cabello muy oscuro, casi lo suficientemente atractivo como para engatusar a una chica y asesinarla. Así actuaban esas sabandijas, adoraban la sangre.

–Yiath. Siempre es un placer verte. –Soltó con ironía, el mencionado pegó una risotada, era notable para cualquiera el desagrado en Azzio.

Su fachada era conveniente, pero el ángel le veía como era en realidad; La piel verdosa con costras negras, patrones de zarpazos asimétricos que parecían rasguños por toda su longitud. La sed de sangre, la corrupción del mal alojada en él.

–Ya puedo imaginar el porqué de tu llamado, Azael.

La impaciencia era evidente más no se molestó en en corregirle, estaba agotado de aclarar que no deseaba ser llamado por ese nombre. Así que con un movimiento grácil acorraló a Yiath contra la pared del callejón, sus huesos crujieron por el impacto, el demonio soltó un aullido que se cortaba con el brazo del ángel ejerciendo presión en su garganta.

El moreno hace una mueca cuando siente el desgarre en la piel, la herida en su ala incapaz de sanar mientras está contraída, sin ningún tipo de atención al corte. Trata de mantenerse sereno a través del dolor pero es suficiente como para que Yiath tome un respiro.

–Necesito entrar al infierno, y para ello te requiero a ti. –Las palabras salen atropelladas.

El demonio abre la boca para contestar y el olor nauseabundo vuelve y le golpea. Tartamudea, los nervios dejan ver perlas de sudor negro en su piel. –¿Cómo... cómo puedo ayudarte ángel?

Una sonrisa superficial se abre paso por el rostro de Azzio. –Fácil, te llevaré al infierno.

Yiath suelta otro aullido cuando al tratar de luchar, provoca más fuerza en el agarre. La acción manda corrientazos por la longitud del ángel.

–Te conviene cooperar... –Suelta entre dientes. –No te dejaré abajo, solo necesito entrar sin formar un alboroto, sabes que de todas maneras te conviene estar de mi lado...Después de todo fui yo quien te saco de ahí en primer lugar.

Y si bien niega repetidas veces, dice: –No podrás pasar... –Entre jadeos. –Zharick no dejará que ningún ángel entre. Ha reforzado las puertas del infierno, tal parece temprano esta noche ha llegado una encomienda sucia de otro ángel.

La furia se apodera de su cuerpo mientras tranca su respiración, pronto el verde se tornará negro puro. –Trabajo sucio de Arcángeles... Yo sé cuál es esa encomienda.

Alessia. Se referían a ella como un ganado.

–¡Los ángeles no pueden entrar al infierno!

Azzio lo suelta, dejando que resbale por la pared, el bullicio del club y las luces parpadeantes de los autos van y vienen, el silencio de la noche se corta con sus palabras.

–Es una suerte que yo sea mitad demonio.

La subestimación es curiosa.

Y ella lo sabía. Mientras veía a Azael a través de la penumbra de una magia que no era suya, solo podía reír, entre fastidiada y ofendida.

¿Un demonio menor?

El ángel de la muerte pensaba que un demonio menor bastaría.

El humo que ondeaba servía de pantalla, disipándose hasta convertirse en una ilusión. El verle tan desesperado por encontrar al sello le emocionaba, le producía una alegría y satisfacción inmensa. La idea de que él perdiera, eso era un regalo.

¿Qué esperaba?, ¿Un combate insignificante?, ¿Un viaje de ida y vuelta al infierno? 

Curioso como las cartas se han invertido de tal forma que hasta parece obra de principiantes. Su miedo le había cegado y que el sello muriera era solo una casualidad conveniente.

El ángel de la muerte debía ser más inteligente para entender que nunca se ha tratado únicamente de su Alessia, sino también de él.

Miguel Arcángel. Es impresionante lo que puedes lograr con los contactos correctos.

La mujer se gira para encarar a los caídos, ángeles desterrados y sedientos de venganza, a los cuales les había otorgado brillantes alas negras que se alzaban en la oscuridad de la madrugada, dando por hecho que se avecinaba una guerra.

–El tiempo ha llegado, finalmente obtendremos aquello que queremos más que nada.

El coreo de gritos que consigue como respuesta hace que su sonrisa se ensanche.

...–El ángel de la muerte está indefenso. No es oponente digno de nosotros y menos con nuestra preparación. ¡Saben que tienen que hacer!, ¡No vuelvan sin traerme su anillo de almas!

Los caídos se mueven entre las sombras para tomar vuelo. La sonrisa se extiende por su boca con la sensación de una victoria anticipada. Antes de que ella misma se prepare para encararlo.

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