▬▬▬ chapter twenty two
《 capítulo vigésimo segundo ━━ Aceptación 》
A la una y diecisiete de la tarde, pasada la hora del almuerzo, Kunikida fue testigo de la llegada tardía de la sueca a la oficina. Se le hizo extraño cuando la vio llegar, mostrándose ajetreada, sosteniendo algunas carpetas en sus manos y una expresión de cansancio predominando en sus rasgos. En todos esos meses, Uriel nunca había llegado tarde de forma injustificada; siempre fue responsable, avisándole de cualquier falta.
—Lamento la demora —pronunció, inclinando su cabeza como complemento, dejando las carpetas en el escritorio que ocupaba.
El japonés la vio, extrañado, pero sin dar comentario al respecto, tan solo ajustó sus lentes con paciencia.
—¿Tiene algún motivo?
Uriel dejó lo que hacía, alzando sus cejas para mirarlo con confusión.
—¿No le dije? —preguntó, revisando su teléfono para verificar, sin encontrar lo que buscaba. Se sintió apenada—. Lo he olvidado... Siento mucho el descuido, Kunikida. —Se apresuró en disculparse, sonriendo con cierta gracia para mitigar su falta—. He tenido una reunión en la mañana.
El rubio asintió, sin requerir más explicaciones; comprendía lo que decía y se lo dejaría pasar ante las buenas costumbres que mantenía la mujer con su trabajo. Desvió el tema de conversación, explicándole su nueva labor en los archivos, sin recibir alguna queja, pues ella estaba comprometida a realizar su trabajo.
Uriel acabó de acomodar sus cosas, permitiendo que de sus labios emergiera el suspiro que llevaba guardando desde esa mañana al sostener el primer archivo, descargando todo posible agotamiento. Inhaló con calma, agradeciendo que su deber de ese día no era laborioso o complicado, permitiendo poder tomárselo con calma.
Pero el hecho de no ser complicado o requirente de esfuerzo pareció ser bastante atractivo como para ser interrumpido. Al pasar a recoger la otra tanda de papeles, la figura de Dazai se halló en su camino.
—Osamu, un placer verle.
Uriel sonrió, destacando la sonrisa carismática que él le brindó al saludarlo. Bajo su mirada avellana, fue víctima de la conmoción de sentir esa tensión de hablarle por primera vez después de esa delicada noche. Sus ojos le difundían un sentimiento grande, mezclado con las semillas de la curiosidad que dejaba el porvenir.
Sabía que eso era cosa suya, porque él era un hombre que sabía usar hermosas y complejas máscaras casuales; fingir que esa noche fue algo común, no era mucho para él, y eso, en cierta parte, le daba emoción.
—Buen cambio de aspecto tiene hoy —comentó, entonando en sus cuerdas vocales cierta burla que combinó de forma armoniosa con su pose despreocupada.
Inevitablemente, rio por lo bajo, negando, con cierta ligereza, su comentario.
—No es para tanto... Solo es más formal que de costumbre.
Con tranquilidad, Uriel recogió lo que originalmente iba a buscar, dedicándole una mirada a Dazai, quien la siguió hasta la oficina donde se hospedaban los archiveros para continuar su conversación. Una vez ahí, la mujer se dispuso a proseguir con su tarea.
—Formal —repitió él, quedándose con la palabra en mente tras cierto silencio—. Debió sufrir toda la mañana.
Laleh pudo escuchar la risa baja de Dazai a sus espaldas. Con extrañeza, dibujando un gesto en sus labios que reflejaba ese sentir, volteó a su dirección, apoyándose en el estante.
—¿Sufrir?
—¡Sufrir! —afirmó, llevándose una mano al mentón, observándola en pequeños asentimientos—. Camisa larga, saco, pañuelo, falda ajustada, tacones. —A medida que mencionaba sus prendas, sus manos gestionaban la cantidad—. ¿No fue usted quien dijo que el calor de Yokohama le venía fatal?
Los labios femeninos se entreabrieron, formando de a poco una sonrisa un tanto torcida, combinando con sus ojos expectantes y sus cejas alzadas.
—No esperaba recibir tal atención de su parte —musitó, sin despegar sus ojos del varón—. Pero no, no se equivoca, no del todo.
—¿Del todo? —inquirió juguetón.
—Le parecerá sorprendente, señor Dazai, pero sé medir mis palabras en estos casos. —Se mostró con gracia, dándole una vez más la espalda—. Intente buscar otra víctima para ese tipo de humor.
En el archivo, el silencio se instaló brevemente, como una pausa que refrescaba el ambiente.
—¡Señorita! —exclamó con exageración, mostrando dolencia—. Qué perspicaces palabras. Juro no haber tenido esa idea.
Uriel rio agraciada, acomodando las carpetas en el proceso. Dazai podía jurar haber visualizado con lujo de detalles una sonrisa burlesca ilustrada en sus labios, dándole ese aire tan soberbio y tranquilo.
—Mientes.
Su respuesta sencilla y corta, fue entonada con humor y burla, carente de intenciones de ofender. Osamu sonrió amargo, acostumbrado a esa breve palabra con la que le acusaba sin miedo.
—Lo digo en serio —reprochó infantil, claramente mintiendo—. ¡Pero como le decía! Debió sufrir bastante. Puedo decirle con buena intención que en el café hay algo perfecto para usted.
Esta vez, la dama se giró por completo, dejando el sonido de sus tacones como un leve eco en la estancia. Ella pasó a tener una vista completa a su facción limpia y relajada, regalándole un aspecto jovial al hombre. Sus ojos avellanas, tan profundos e inexpresivos, la llevaron una vez más de curiosidad, como si hubiese sido la primera vez que lo miraba.
—Linda forma de invitarme —halagó con diversión, acercándose un par de pasos—, a pesar de que me invita con la idea de ser yo quien pague.
—¡No se equivoca!
Ella negó con sutileza, ante su descaro, llenando el archivo de una melódica y baja risilla.
—Allí estaré.
Las costumbres no parecían perderse, ni siquiera cuando el ambiente o motivos habían cambiado; después de todo, el día siempre seguiría su curso, sin importarle los deseos o situaciones que poseían los humanos en sus efímeras vidas.
Gracias a eso, ahí estaba Uriel, haciendo la madera de la barra sonar de forma elegante cuando el escarlata dominó el cielo. Ahí estaban ambos, manteniendo una sutil distancia al observarse, analizándose mutuamente con variadas emociones de por medio, creando una tensión fácil de cortar, tanto, que solo resistió el gesto que maniobró Osamu al señalar tácitamente el puesto a su lado.
—Ha venido, señorita Uriel —comentó apenas ella tomó asiento, rompiendo el silencio con soltura.
—No podía rechazar una invitación de usted.
Laleh lo miró, alzando la comisura de sus labios en una sonrisa, siendo correspondida por el gesto encantador y lleno de bellaquería que Osamu solía hacer.
—Tiene en mucha estima mis invitaciones.
—No realmente —pausó, sin desviar sus azulinos ojos de los de él—. Le tengo estima a usted y a lo que puede ofrecer.
El hombre de vendas no evitó reír por lo bajo, sonando de forma ahogada por sus labios sellados, siendo tan endulzante a los oídos de la extranjera, que parecía ser capaz de envenenar hasta al melifluo incordio.
Tras un par de segundos, Dazai miró al frente, donde una de las camareras aguardaba para recibir sus pedidos. Él se apropió por completo de la palabra, pues al ser él quien proponía —para que irónicamente ella pagara—, no necesitaba solicitar su opinión en lo absoluto.
—¡Buenas tardes, bella dama! —saludó cortés—, ¿podría ser tan amable de traernos café negro y un frappé de moka blanco?
A medida que hablaba, Uriel lo veía con atención, destacando cada cambio que gestionaba al comunicarse, siendo tan naturales en su accionar a pesar del drama en el que estaban impregnadas; eran tan falsas, que contrastaban a la perfección con la sinceridad que almacenaban. Era embriagante ver esa transición de gestos y ser espectador del trasfondo de estos, yendo más allá de su forma de ser emitidas, rozando el núcleo de su esencia.
—¿Frappé de Moka blanco?
Preguntó una vez la camarera se retiró para cumplir con lo solicitado, dándole las merecidas advertencias a Osamu sobre su deuda, como un mantra que él ignoraba al jugar con el pendiente que llevaba.
—¡Apuesto a que lo conoce! —aseguró sonriente, sabiendo de primera mano su impresionante adicción al café—. Verá como le refresca.
—Confiaré en usted.
Sin palabras de por medio, lo único que se llegaba a escuchar en ese marco extravagante que ambos protagonizaban, eran los sonidos matutinos de la calle, junto con los ruidos de las máquinas de café al trabajar, los cuales apenas eran perceptibles en la escena. En aquel momento de mutismo, Dazai volteó a verla, siendo apresado por los azulinos orbes que tanto le estremecían, indagando en ellos con cautela, cual marinero que conocía las aguas, pero, aun así, las respetaba. Esos ojos cuyo brillo parecía remoto, siempre demostraban cosas inefables para él, como si en cada ocasión en las que se encontraba con ellos, tuviesen algo nuevo y disímil que delatar, o, quizá, como si un mismo sentir estuviese desarrollándose poco a poco, siendo testigo de su cambio.
—Señorita Uriel, ¿por qué me mira de esa manera?
Esa simple pregunta fue suficiente para ganar su atención.
—¿Alguna vez lo he mirado de otra forma, Osamu?
—No lo sé. Sus ojos tienen muchas formas de expresarse.
La mujer ladeó un poco la cabeza como respuesta, donde un mechón de su anochecido cabello pasó a obstruir un tanto su visión, mostrándose interesada en su comentario. La forma en la que él la estaba mirando también llamaba seductoramente su interés; sus ojos seguían mostrándole esas emociones que, por lo regular, veía, sin miedo o intención de ocultarlas, conocedor que era capaz de apreciarlas con claridad.
Esas emociones que constantemente le decían: "ayúdame a respirar".
Uriel sonrió por lo bajo, acomodando ese mechón que cayó inoportuno, sin ánimos de despegar ese lacerante contacto visual que él había iniciado. A ella le encantaba ver sus ojos, independientemente de si estuviese haciendo uso de su habilidad o no. Transmitían siempre ese brillo carente de vida, como la viveza de una flor marchita. El detallar esos orbes avellanas, era ver belleza en la muerte en vez de en la vida.
Y de una forma u otra, aquello le gustaba.
—Créame que mi mirada sigue siendo la misma, a pesar de que pueda tener muchas cosas de por medio.
Esta vez, él sonrió, manteniendo esos aires juguetones que parecían nunca acabarse, incluso si la situación no le favorecía. Sin más, Osamu quebró la unión que mantenían, observando ahora la madera de la barra, donde de reojo podía apreciar las manos ajenas.
—Por supuesto, no puede cambiar sus muy peculiares ojos —comentó risueño—, pero sí la emoción con la que los posa sobre mí.
A ella le gustó como sonó eso.
—No puedo quitarle razón a eso.
Y así como le gustaba el tono tan galante y sofisticado de sus palabras acusadoras, no le gustaba mentir, mucho menos cuando sentía satisfacción al contestar algo como eso con suma transparencia, sin temor a la reacción que pudiese llamar. Sincerarse con alguien como lo era Osamu, permitía que muchas puertas desconocidas se abrieran; el conocimiento y la experiencia eran terriblemente tentadoras, y por todo lo que había vivido en tan pocos meses, podía decir que valía por completo la pena el riesgo.
Tras pocos segundos, el pedido, que había quedado en segundo plano, fue colocado frente a ellos. Cada uno tomó lo suyo, catando el primer trago de cafeína, distrayéndose, por ese entonces, de la compañía del otro. Uriel degustó el sabor del frappé con sumo placer, siendo solo en veranos o en días más regulares que solía comprar o prepararse aquella bebida, causando que el cosquilleo en sus papilas gustativas sea entrañable; después de todo, el frío mezclado con la sutil dulzura había hecho maravillas, siendo capaz de reponer sus energías.
Dazai no fue ajeno a su expresión de gozo al momento de degustar, destacando el sutil delineado que dejaba la espuma en sus labios antes de ser eliminado por su labio inferior.
—¿Tenía razón? —preguntó irrisorio, dejando la taza en la barra al notar el asentir de la sueca—. ¡Se lo dije!
—Ha sabido elegir muy bien.
Osamu sabía desde un inicio que su lección sería acertada, pues nadie podía ser tan ignorante de la fascinación que tenía la mujer por el café, estando este presente, incluso, en su propio aroma.
Pasados unos segundos, Uriel dejó la figura de cristal en la barra, relamiendo de forma disimulada sus labios al sentir el sabor del moka sobre ellos. El silencio parecía querer quedarse otra vez entre ambos, muy acostumbrado a ser un compañero más en sus encuentros, pero por alguna u otra razón, su estadía no era tan prolongada como para ser incómoda...
El motivo de esa tarde para evitar su presencia, serían las audaces palabras que el hombre de vendas pronunciaría:
—Señorita Uriel..., creo que es el momento idóneo para hablar sobre nosotros.
La palabra "nosotros" retumbó en los oídos de la mujer, como una constancia de que, fuera de los juegos y ataques hacia los límites del otro, hablarían de los motivos o resultados de ello. Esa suposición la hizo enseriarse, sabiendo que debía prestar gran atención a cada palabra o gesto que saliera de su acompañante.
Esa conversación debía llegar tarde o temprano; todas las situaciones lo habían predispuesto así; el día del cementerio, la tarde cerca del barrio Mortero, el día en la catedral, y finalmente, esa íntima noche en el bar Lupin. Esas salidas dejaron puntos que a ambos los marcaba y acercaba de una forma u otra, sin tener alguna escapatoria.
Para Uriel, era una oportunidad de quitar tensiones y seguir adelante con su buena intención, porque sí, aún se mantenía firme con su decisión a pesar de las diversas piedras que encontraba durante el camino. Pero para Osamu, las cosas eran un poco más complejas; para él, esa conversación significaba retomar, a ciegas, ideales muertos.
Uriel se enderezó un poco, sin ser demasiado obvia, manteniendo sus azulinos ojos sobre sus manos, evitando ser intrusiva.
—Hemos pasado por varias cosas durante estos meses. Altos y bajos... Exactamente, Dazai, ¿qué es lo que quiere abarcar en esta charla? —Su pregunta fue cautelosa, esperando que él expusiera por dónde comenzar.
Él sonrió curioso, manteniendo cierta lejanía teñida en nostalgia que la hizo sentir fuera de escena. Aunque, incluso siendo ignorante de los inexplorados significados que podía resguardar ese gesto, creía ser capaz de entender el porqué de su presencia.
—¿No se cansará de ser tan paciente? —preguntó por lo bajo, sin verle—. A pesar de que la he rechazado, usted insiste en su deseo.
Dazai pasó a tener una perfecta visión del blanquecino cuello femenino, tan delgado a la opresión de sus manos, completamente frágil y vulnerable. El observarlo fue un transporte a aquel recuerdo, donde el rostro de la sueca apenas y se había deformado ante su agresión.
Oh, ese momento de desenfreno que solo teñía sus manos de un humanismo enfermizo. Tan delicado era expresar cómo él mismo perdió por instantes el sentido al verse movido por emociones enterradas en su ser.
La dama le dedicó una mirada profunda, sin formular ni una sola palabra. Sabía que sus palabras no estaban dedicadas a su persona; eran como una confesión libre y sin prejuicios a lo que ella pudiese decirle. Respetó su silencio y su propia meditación, siendo —justo como él había dicho— paciente a su pronta participación.
—Es tan testaruda a pesar del tiempo.
Supo que sería su momento cuando los herméticos ojos avellanas, que tantas cosas dejaban, se posaron en ella de forma casi que pesada.
—Supongo que es lo que no ha cambiado del todo en este transcurso —contestó simplista y sincera.
—Las cosas que dice llegan a ser muy divertidas, señorita.
Ambos sonrieron, presos del irremediable humor que se había filtrado en el diálogo, siendo comprendido únicamente por ellos dos.
—Usted y yo no somos tan ajenos al otro como pensamos —habló de nuevo la fémina.
Ciertamente, dejaron de serlo cuando aquella noche en Lupin hizo presencia en sus vidas. Fue un acercamiento que resultaba exagerado, convirtiéndose en la mayor razón por la que ambos estaban allí, reunidos bajo un vago pretexto. La ocasión en el cementerio, la catedral, sus encuentros casuales en la oficina, todo eso era descartable cuando se comparaba con la intimidad de esa noche. Dazai era consciente de eso, así como también lo era del sutil guiño que le brindó la mujer al respecto, trayendo consigo el recuerdo de ese marco tan bizarro de una oveja sometiendo a un lobo bajo la mirada piadosa de un ser divino.
—Señorita, después de tantos pasajes, ¿me cree capaz de decir que somos meros desconocidos?
Ella, usando su indistinguible veracidad, esbozaría una sonrisa antes de pronunciar:
—Lo veo capaz.
El varón hizo una expresión de dolencia dramática, sin ser exagerada como las que usualmente haría, porque aquello rompería significativamente su siguiente línea. Pero por mientras, Laleh rio por lo bajo, golpeando leve el vaso del frappé antes de beber de este, tomando una breve pausa.
—Pero tiene razón —continuó el hombre de vendajes, haciendo que los celestinos ojos volviesen a posarse sobre él.
Uriel apartó una vez más la bebida, repitiendo en su mente lo que él había dicho. Era todo un logro esas palabras, por muy insignificantes que pareciesen. Esas sencillas y cortas tres palabras eran algo que resguardaban un mayor significado: le estaba dando la razón a un hecho personal, lo que implicaba haber admitido algo, y más impresionante aún, lo había expresado en voz alta.
¿Cómo podía explicarlo? Era impresionante viese por donde se viese. Alguien como Osamu, que solía evitar cualquier tipo de afirmación directa, yéndose por las ramas y usando su encanto para desviar con maestría cualquier tema, admitir algún asunto personal, sin recibir algo a cambio, era inesperado.
Uriel se sintió satisfecha; satisfecha con su progreso, satisfecha con él, satisfecha con cada detalle relacionado, sabiendo valorar muy bien el esfuerzo de su corta y disimulada sinceridad.
—Me alegro de que así lo vea —contestó en un susurro honesto, dibujando entre sus fauces, una ligera sonrisa, una que estaba dedicada a él y a su accionar.
Y Dazai, inacostumbrado a recibir reconocimiento y valoración por las migajas de su verdadero ser, desvió con su habitual bufonería el rumbo, alejándose de todo atisbo que lo señalara como humano.
—Se alegra por cosas extrañas.
Ya era cierta costumbre de él señalarle lo peculiar que se le hacían ciertas cosas referentes a ella, algo que parecía ser más humorístico para la mujer que ofensivo. No se lo tomaba a mal, pues ella misma reconocía las diversas peculiaridades que poseía, mostrándolas con cierto orgullo y sin pena.
—He de acostumbrarme a ellas, ¿verdad? A este punto, usted no va a dejarme —supuso, haciendo asentir a la extranjera sin escrúpulos. Él solo negó con tranquilidad—. Entonces déjeme decirle que va a seguir perdiendo el tiempo al insistir tanto.
Laleh lo vio con gracia, porque en ningún momento esperó palabras dulces al respecto.
—Asegura usted —debatió, apoyando su rostro en una de sus manos—. Yo no lo veo así, Osamu.
—La salvación que usted quiere darme no existe para mí. Será un limbo infinito que usted recorrerá conmigo, donde no obtendrá lo que busca —sentenció, mirando la madera de la barra—. ¿Está dispuesta a seguir ese círculo vicioso en el que nos metimos?
—Más que dispuesta.
No tuvo que detenerse a pensarlo ningún instante. No iba desaprovechar esas importantes vivencias como si nada, por respeto a su propia ambición y hacia él.
Él sonrió, tomando nuevamente la taza, cuya temperatura había disminuido, bebiendo el tibio líquido negruzco, dando por terminada esa conversación, sin detenerse a escuchar alguna cosa más. Uriel, conocedora de ello, se tomó una vez más la oportunidad de verlo, apreciando su facción tan tranquila y jovial, fresca en cada aspecto que se pudiese detallar, como si nada hubiese pasado antes, pareciendo tan libre del tema. Nada de él estaba tenso, tampoco podía destacar algún fruncimiento de ceño o labios, simplemente no había nada más que un aspecto natural y agraciado.
Inevitablemente, recayó en lo mucho que observaba a Dazai, y a pesar de las tantas veces que pasaban, siempre se entretenía haciéndolo. Cada facción de él parecía albergar misterio y encanto, lo sabía, pero, como alguna vez escuchó de los labios del hombre: un buen libro merece ser leído varias veces.
A Uriel le gustaba ver a Osamu.
—Es impresionante su habilidad para parecer despreocupado ante varias cosas.
El hombre de vendas la miró de reojo, dibujando sobre sus labios esa sonrisa juguetona que siempre enmarcaba a la perfección en su rostro.
—¡Muchas gracias, señorita! —exclamó, bajando la taza hasta reposarla sobre la madera—. Aunque no crea que estoy despreocupado por la paga. ¡Usted y yo tenemos un trato! Que no se le olvide.
La sueca rio por lo bajo, desviando su mirada al frappé que aún no acababa, apreciando el mismo con restos de una sonrisa decorando sus labios.
—No rompo con mi palabra, señor Osamu.
Sin más, el transcurso del tiempo pasó, dejándolos libres del foco protagónico de esa tarde, esperando el momento el momento en el que sus caminos vuelvan a encontrarse.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀
⠀⠀⠀⠀⠀⠀Para este capítulo tengo el placer de mostrarles una pequeña cosita; un dibujito de Uriel. Fue un detalle muy lindo de una lectora, uno que en verdad nunca pensé en recibir y lo agradezco con todo el corazón.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀¿Verdad que es bellísimo?
⠀⠀⠀⠀En verdad muchas gracias a Chuy-chan por el bellísimo detalle <3
⠀⠀⠀⠀⠀⠀Sin más que decir, ¡feliz viernes!
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