▬▬▬ chapter twenty three
《 capítulo vigésimo tercero ━━ Consideración 》
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀En la comodidad de una de las sillas de la oficina, el hombre de vendas gastaba todas sus energías en holgazanear. No sabía muy bien cuánto tiempo llevaba allí echado, pero sentía los músculos de su espalda fundirse en el acolchado respaldo del asiento.
La tarde para él era sosa, demostrándolo con el nulo movimiento físico que ejercía. Aunque, a pesar de que su cuerpo no estuviese haciendo nada, su mente era un caso distinto; Dazai estaba pensativo.
Una situación ya vista, solo que algo diferente, ¿verdad?
¡Por supuesto! No había por qué dudar; la mujer extranjera volvía a tomar posesión de su cabeza. Aquello parecía ser inevitable, habían superado un punto en el que él no podía solo ignorar los hechos que ambos transicionaron. Incluso ese detalle se le había escapado de las manos.
Osamu observó de reojo a Uriel, quien ocupaba el sofá en compañía del joven tigre, seguramente practicando sueco. Podía escuchar a lo lejos el tono de su voz como un murmullo perdido, uno tan suave y tranquilo que podía causarle impaciencia. El tan solo verla de esa manera, tan amena y cándida, lo empujaba a tomar la decisión que provocaba su ensimismamiento.
Rápido Osamu, el tiempo que tanto apreciará se agota.
Dazai dejó su visión en sus muñecas vendadas, reflejando en sus orbes avellanas ciertas emociones provocadas por sus recuerdos; emociones que, si fuesen vistas por Uriel, serían consideradas una maravillosa pieza de arte, entrando fácilmente en su concepto bizarro de belleza. Entonces, él acarició uno de sus antebrazos, arrugando la tela que lo cubría, pero sin dejar ver la piel que tanto escondía. Fue una caricia inicial motivada por los añejos momentos de un ayer, como un permiso silente antes de deslizar su pulgar con ritmo moroso por toda la longitud, dejando un camino de arrugas a su paso, ejerciendo presión cuando se preguntó a sí mismo si valía la pena arriesgarse tanto.
¿Qué estaba considerando Dazai? Fácil es decir que estaba considerando aceptar la compañía de Uriel. Era un paso importante; un paso que podría llevarlo a la ruina. ¿En verdad era capaz de hacerlo?
Capaz... Para poder ser capaz debía dejar el miedo atrás, pero, ¿a qué le tenía miedo Osamu? ¿A Uriel? ¿Al pasado? ¿Al futuro? ¿Siquiera tenía algún miedo?
Miedo... Dazai era indigno de ser humano, en él no podían existir emociones de esa índole, porque eso lo hacía perder su gracia y esencia; lo convertiría en una persona y eso hacía que su cuerpo se estremeciera.
¿Podría ser que le tuviese miedo a los seres humanos...? Relacionarse con ellos fuera de sus máscaras, dejando atrás los prejuicios, le provocaba un pavor inimaginable. Las relaciones humanas y él no iban de la mano, y el hecho de que alguien propusiera mantener una relación con su persona era aterrador. Era natural sentirse así. ¿Qué iba a hacer si esa mujer preguntaba por cosas que lo hacían quedar expuesto? Oh, si ella se atrevía a preguntar por ello, Dazai Osamu dejaría de existir en aquel entonces, convirtiéndose en un ser aún más inefable de lo que ya era.
Es por eso que retomaba ese pensamiento más seguido de lo que en verdad aparentaba, cuestionándose si podía valer la pena, provocando que recuerdos que alguna vez le hicieron sentir calidez, se transmitieran de nuevo en él, con el afán de querer revivir mediante Uriel; mas eso sería imposible. Ella no lograría recrear la misma profundidad de esos antiguos sentires, porque Dazai no lo permitiría.
No obstante, como indigno de ser humano que era, él no reconocía esos pensamientos que asaltaban su cabeza bajo el término «miedo». Dazai nunca sería capaz de reconocer las emociones incomprendidas o no queridas en su ser, tan solo las taparía para no darles atención, a pesar de que el cordero de su mente insistiera en recordarle que permanecían allí.
¿Por qué cada vez el enfermizo cuadro parecía tomar más fuerza en él? Un cordero acorralando a la bestia, mientras que los ojos del angelical ser seguía sus movimientos como un humilde espectador. Ya se estaba cansando de esa escena y el trasfondo de la misma.
Llevó su visión de nuevo al sofá, enfocándose en la mujer que tantos pensamientos había despertado. Se fijó en el movimiento de sus labios al pronunciar con lentitud las palabras que le enseñaba a Atsushi; el cómo sus manos gesticulaban, en busca de darle mayor profundidad a su enseñanza; el cómo manejaba sus expresiones a medida que hablaba. Viéndola de ese modo, hablando con otra persona de la misma forma en la que mostraba ante él, se preguntó si en verdad era así de sincera, pero se negaba a dudar de las mentiras que él juraba que ella decía.
Uriel Laleh, para Dazai Osamu, era una mujer inefable.
No era capaz de entender nada referente a ella, ni siquiera la posición que él empleaba en aquel juego mantenido por ella. Todo era tan distinto, pero a su vez, mantenía un grado de igualdad a lo que él conocía.
Definitivamente, ver esos luceros azules que no denotaban brillo, resultaba una embriagadora desesperanza.
Dazai suspiró, retirando los mechones castaños de cabello que obstruían su vista, observando con desgano la blanquecina piel que dejó al descubierto, la cual no tardó en volver a cubrir con sus vendajes. Ya no debía perder tiempo en pensamientos que no lo llevarían a nada. Decidiría todo sobre la marcha según las condiciones como acostumbró a hacer, sin la necesidad de atormentarse de esa forma.
Incluso si había divagado un largo rato en su cabeza, la sensación sosa de esa tarde no había desaparecido, impulsando su deseo de entretenimiento. Con una idea fija en su mente, Osamu se levantó con estrépito y dramatismo, empujando la silla hacia atrás por el movimiento, dejando un sonido chirriante en el camino y obteniendo sobre él los ojos del par al que pronto se uniría.
Las reacciones de ambos fueron memorables y entretenidas para el dramático hombre: Atsushi se crispó en su lugar, enderezando su espalda mientras que sus manos se movían igual de temblorosas que sus ojos, mientras que Uriel apretó el cuaderno que tenía en sus manos en un fuerte impulso, arrugando algunas hojas.
—¡Señorita Uriel! ¡Atsushi! ¿Puedo unirme a ustedes? —cuestionó al estar en una distancia corta, sonriendo jocoso, fingiendo inocencia con sus encantadores gestos.
La dama extranjera ladeó su rostro, sonriendo con cierta extrañeza por su repentino interés, mas no hubo objeciones de su parte al respecto.
—Adelante, señor Osamu —musitó, señalando el sillón de enfrente—. Puedo enseñarle un par de palabras en sueco.
El castaño se dejó caer en la cómoda superficie, manteniendo sus ojos en los de la sueca, con esa sonrisilla burlesca sobre sus labios.
—Estoy listo para jugar a la escuela, profesora Uriel. ¿O quizá debería llamarla miss? ¿Maestra tal vez?
—Cualquiera está bien —contestó con restos de una risilla nasal en su tono—. Pero siendo así, le diría que tiene mi clase perdida por llegar a estas alturas del curso —burló con cierta astucia, pasando a prestarle atención al albino—. Atsushi, ¿te molesta volver a practicar saludos y conversaciones iniciales?
—¡No se atrasen por mi presencia! —interrumpió Dazai, inclinándose hacia adelante, acaparando de nuevo la atención—. Las presentaciones y esas cosas son aburridas, ¡pasemos a lo entretenido!
—Qué colaborador —murmuró—. Por cierto, es un placer verlo esta tarde.
Osamu pestañeó, sin saber qué le había dicho y sin tener alguna idea que le guiase a adivinar. Ese tono juguetón en Uriel podía darle a entender un abanico diverso de posibilidades, las cuales se resumían en que se estaba burlando de él de un modo u otro. No tuvo que esperar mucho para confirmarlo, pues la mujer rio con gracia, callando su risa al sellar sus labios.
—Dice que es un placer verlo esta tarde —auxilió el joven tigre, permitiéndose tomar la palabra después de unos largos segundos en silencio.
—Excelente, Atsushi.
El muchacho sonrió apenado, bajando los hombros, intentando no destacar tanto pese a sentirse algo orgulloso de su entendimiento y mejoría. El castaño, por otra parte, fijó a su subordinado como objetivo.
—¡Miss Uriel, miss Uriel! —llamó en un tono infantil demasiado propio de él—. Quizás una demostración me ponga al día —solicitó con doble intención, esbozando una sonrisa maliciosa para el menor.
Nakajima tragó en seco con nerviosismo. Las únicas dos veces que había hablado en sueco frente a Dazai, acabaron en burlas. ¡Y ni siquiera habían sido una conversación! Tan solo fueron pequeñas frases puntuales. El menor observó a Uriel, pidiendo clemencia, pero en su lugar, obtuvo una ligera sonrisa y una palmada suave en su hombro.
—Anda, repitamos un poco. Es solo un pequeño repaso de lo que ya sabes.
La fémina era conocedora de la necesidad de Dazai sobre hacer comedia con el pobre muchacho, pero intentó con sus palabras tranquilizarlo, fomentar su confianza con palabras sencillas y, muy importante, reales.
Atsushi meditó un poco antes de asentir, cogiendo seguridad para comenzar por su propia iniciativa a comunicarse en el idioma natal de la extranjera, usando toda su capacidad para recordar el vocabulario que se le había enseñado. En ese transcurso, el hombre los observaba gesticular, prediciendo lo que decían debido al tono de voz que empleaban, siendo incapaz de comprender.
—¡Me has sorprendido, Atsushi! Resulta que el sueco no se te da tan mal —habló una vez ambos dejaron de emitir sonido.
El adolescente se llenó de la ilusión de haberlo hecho lo suficientemente bien como para quitarle a su mentor la idea de que lo haría terrible de la cabeza. Se sintió algo orgulloso de ese logro.
—Atsushi ha aprendido bastante desde entonces —complementó la fémina, observando a Dazai con agudeza—. Aunque, señor Osamu, ¿la demostración le ha servido de algo?
—No es justo, señorita Uriel. Usted juega muy rudo conmigo.
Ella alzó las cejas, denotando cierta incredulidad por lo dicho. Sabía de primera mano que era imposible saber qué podía esperar de la mano de Dazai, mas había ocasiones que aún la tomaban fuera de sí.
—Solo sigo con lo que usted dijo —defendió, escudándose con su previa petición, entrelazando sus propios dedos—, pero puede que baje el nivel si así lo prefiere.
El castaño la observó con gracia; estaba seguro que ella debía conocer las intenciones humorísticas de sus palabras, que aquello no era solo un sinsentido que se impulsaba a cometer para su entretenimiento y poco más, pero aún así, ella le contestaba con seriedad como si no supiese sus motivos. Anteriormente pensaba que desprestigiaba sus bufonadas, haciéndolas ver transparentes y falsas, pero en momentos como ese, ya no sabía si trataba de resaltarlas, de darle el gusto o seguía degradándolas a su manera.
—Se lo agradecería, miss —respondió sonriente, lleno de bellaquería. Apoyó su espalda con drama en la colcha del respaldo, realizando un fuerte suspiro—. Ah, definitivamente el sueco no se me da para nada... Apenas y soy capaz de decir una cosa sin titubear.
Tanto Uriel como Atsushi se mostraron interesados en dicha cosa. Dazai sonrió con cierta arrogancia, inclinándose una vez más, acompañando su acción con divertido tarareo.
—¿Puedo saber cuál es esa cosa? —preguntó Uriel, apreciando la sonrisa ajena.
—¡Por supuesto! —exclamó—. Solo tengo una pequeña condición: deme su mano.
—¿Para qué requiere mi mano? —interrogó con duda, pero manteniéndose curiosa.
—¡Para entrar en papel! Necesito inspiración, señorita —excusó divertido—. Prometo sorprenderla.
Una promesa que incluía sorpresa. Si él lo decía con esa confianza, era porque en definitiva iba a hacerlo. Uriel rio por lo bajo, cediendo su mano al gentil contacto de Dazai, quien no tardó en resguardarla entre la calidez de sus dos manos, acariciando el dorso con el índice de una de ellas. La mujer lo miró expectante, mientras él colocaba la sonrisa más encantadora que su abanico de gestos tenía disponible tras carraspear un poco la garganta, creando cierta anticipación.
—Usted, dulce dama que se postra ante mí rebosando de belleza, iluminando mi pobre ser con sus sutiles encantos, dejándome encandilado con sus dotes, ¿tiene la bondad de cumplir el sueño de este hombre? Es mi anhelo acabar mi vida acompañado de una hermosa dama como usted en una tarde de junio, donde abrazados encontremos la calidez de una amorosa muerte. ¿Qué dice? ¿Aceptaría cometer suicidio doble conmigo, flor de loto?
Uriel expandió sus azulinos ojos con sorpresa. Reconocía esas palabras, pues en un principio esas habían salido de sus labios por petición de Dazai el día en el que pactaron sus salidas, pensando que solo lo pidió para comparar ambos idiomas u otro motivo, pero jamás imaginó escucharlas en ese momento. No sabía por qué sorprenderse más, si por el hecho de que las recordara o la increíble pronunciación con las que las dijo; solo habían rastros de ciertas imperfecciones, mas no eran tan destacables como para estropear el resultado final.
—¿Qué le dijo, señorita Uriel? —cuestionó el joven tigre, quien apenas pudo entender palabras como «dama», «usted», «hombre», «hermosa», «vida», «tarde» y «junio».
—Es una propuesta de suicidio —contestó tras unos segundos, sin despegar sus ojos de los de Osamu. Inevitablemente, esbozó una ligera sonrisa—. Estoy impresionada. No lo esperaba en lo absoluto.
Atsushi sintió pesadez al escuchar la respuesta que recibió, diciéndose a sí mismo que debió imaginar algo así de parte de su mentor. Dazai, por su lado, dejó ir el contacto, enderezándose para mirarla juguetón.
—Dije que iba a sorprenderla.
—Y lo ha hecho bastante bien. A tal punto en el que soy capaz de creer que si le traduzco todo un diccionario en sueco, usted aprendería ridículamente rápido —musitó, cerrando sus ojos—. Aunque, fuera de eso, creí haberle dicho una vez que no me volviese a decir de aquel modo.
Dazai solo se pudo encoger de hombros, restándole importancia a ese minúsculo detalle que no le afectaba en lo más mínimo.
—Mi error.
Uriel negó leve, ahogando una risa, dejando el tema hasta ahí.
—Bueno, lo voy dejando por aquí —anunció, dedicándole una mirada a Atsushi—. Otro día en el que no esté ocupada te sigo enseñando, ¿de acuerdo?
Nakajima asintió, sabiendo que por las altas horas de la tarde que eran, ya debía irse. El muchacho se despidió de la sueca y de su mentor, levantándose antes para recoger las pocas cosas que llevaba e irse.
Uriel observó a Dazai mientras se colocaba de pie, alzando su mano en señal de despedida después de alisar su falda.
—Apenas me uno —quejó con tono divertido, mirando a la dama extranjera con clara mofa.
La dama le dedicó una mirada mientras recogía con pereza sus cosas, riendo de manera baja y suave, muy característico de ella.
—Su culpa por llegar tarde —acusó, usando aún el pretexto de su pequeño teatro. Desvió su mirada por un momento, tratando de verificar si todo estaba en orden para partir—. Aunque no se preocupe, aún quedan días para usted.
Sus burlas llegaban a ser tan agudas a veces, siendo bien recibidas en el de hebras castañas. No podía quitarle razón a lo dicho. Aún quedaba tiempo por delante para continuar en ese conjunto de peculiares encuentros que su vida le estaba dando.
—Lo tomaré en cuenta, miss. —Resaltó lo último, riendo más para sí mismo—. La veré en otra ocasión.
⠀⠀⠀⠀⠀⠀Aún quedaban largos ocasos para ambos..., ¿no?
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