▬▬▬ chapter twenty five

capítulo vigésimo quinto ━━ Avances 》

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Sin motivos o alguna anomalía que funcionara como excusa, ahí se hallaban dos individuos bastante destacables, saliendo a altas horas de la tarde sin rumbo aparente. Todo comenzó en un encuentro entre caminatas, acabando de nuevo en un paseo casual.

     —Entonces, Osamu, ¿está escapando de nuevo de sus responsabilidades? —cuestionó la dama extranjera con cierta sonrisa astuta sobre sus belfos, dedicándole su atención al hombre con la mirada.

     —No puede ser, ¿se ha terminado de volver adivina?

     —Ojalá ser adivina —contestó con simpleza, encogiéndose de hombros en un gesto despreocupado.

     Dazai negó con efusividad, haciendo una mueca exagerada de desagrado.

     —Ya es suficiente que tenga ese tipo de ojos —musitó, imaginando el posible martirio que podía ser esa combinación.

     —¿Qué? ¿Le incomodan mis ojos? —Dudó un poco, llevando un par de dedos a uno de sus párpados—. Puede tener la seguridad de que no tengo ningún problema de visión. Solo son así.

     —Precisamente el hecho de que parezcan ciegos hace que se vean raros. —Una sonrisa maliciosa surcó por sus labios, observando a la extranjera—. Pero si realmente es adivina, ese tipo de ojos le darán un bono para parecer bruja. ¡Piénselo! —exclamó abrazando los hombros de la mujer, atrayéndola a él mientras extendía su brazo libre al horizonte—. ¡La mujer ciega capaz de ver muertos y leer pensamientos! ¡Una idea maravillosa!

     La sueca rio con ganas, teniendo cierta incredulidad ante el pensamiento ridículo y fantasioso que él se armó, creyendo que era una mala broma.

     —¿Una ciega que ve muertos? —cuestionó con una sonrisa de humor.

     —¡Exacto! Es tan absurdo que conquistará a todo ingenuo de segunda. Solo hay que asegurarnos de que no noten que en realidad sus ojos sí tienen brillo. Además, ya la he visto realizar ese truquito sucio.

     —¿Y quién le aseguró que era un simple truco?

     Dazai calló durante un par de segundos. Estaba seguro de que eso no era parte de su habilidad, pero no estaba en la posición de querer comprobarlo de primera mano.

     —¡Eso no es lo importante! Acá lo que importa es el dinero que ganaremos.

     —¿Ganaremos? —musitó dando especial énfasis en el plural, mirando lo que alcanzaba de su rostro al estar casi mejilla con mejilla.

     —Ganaremos —reafirmó—, fui yo el de la maravillosa idea.

     Uriel negó con una risa nasal, separándose de él al verse tropezando un poco con él al caminar.

     —Sin duda, su creatividad y oportunismo no ven límites.

     El hombre lanzó una sonrisa inundada en bellaquería, una que solo él sabía dar con esa naturalidad y maestría. Uriel, inevitablemente, se dejó llevar por ese peligroso carisma.

     La mujer en verdad apreciaba la versatilidad de Dazai para hablar, pues a pesar de que pudiese ser una cruel actuación, la familiaridad con la que se desarrollaba en cada situación era exquisitamente embriagante. Era maravilloso.

     Uriel reparó en el camino, a sabiendas que una vez más iban a ciegas por las calles, siguiendo el flujo de gente mientras estaban sumergidos en su propio y peculiar mundo.

      —Señor Osamu, no estamos yendo a ningún lado, ¿verdad?

     —Pensé que lo sabía desde hace rato —comentó en cierto tono burlón, haciendo que Uriel sonriera un poco.

     —Ayer vi un lugar que llamó mi atención, ¿gusta acompañarme? —invitó con calma, girando hacia él para que el cielo y la tierra se conectaran a través de sus miradas.

     —Me encantaría, pero si requiere dinero, me temo que debo recurrir a sus angelicales servicios de nuevo.

     Dazai mostró con todo su descaro el vacío de sus bolsillos, rematando con una sonrisa de apariencia inocente al mirar a la dama extranjera, quien solo emitió una sutil risa nasal.

     —Pagaré yo, entonces. —Se condenó a sí misma y a su cartera una vez más.

     A Dazai parecía encontrarle gusto a caminar o quizá solo estaba muy acostumbrado. Laleh tampoco se quejaba de ello y a paso tranquilo lo llevó al lugar de su gusto entre conversaciones banales. El local donde se detuvo era discreto pese a los letreros.

     La dama señaló la puerta, dejando pasar al varón de primero antes de escuchar la puerta cerrarse detrás de sí. El local tenía una iluminación tenue, predominando los colores azules y violáceos, sin ser molestos o demasiado llamativos; poseía diversas mesas, cada una con una lámpara de luz amarilla que creaba un agradable contraste; así mismo, contaba con una enorme barra que era el centro de atención de todo, iluminada en la parte inferior con colores fríos y en la parte superior con colores cálidos. Estaba rodeada de bancos negros, mientras que atrás exponía una exquisita colección de cristal.

     Un lugar tranquilo, elegante y sin mucho ruido más allá de la música que sonaba acorde al ambiente. Era por completo del gusto de Uriel.

     Dazai, lejos de no hacer saber su impresión, silbó, colocando sus manos en su cintura.

     —Definitivamente usted es quién pagará —comentó, tratando de resaltar su posición como invitado.

     —Siento que estaré en la ruina. —Suspiró leve, notando cómo uno de los meseros se acercaba para atenderlos.

     —¿Por qué no tengo el presentimiento de que no solo se refiere al dinero? —Uriel sonrió leve, prefiriendo callar la respuesta.

     Ambos fueron direccionados por el mesero a una mesa discreta, donde se les ofreció la carta con las opciones de tragos y cócteles.

     —No es tan caro como pensé —habló Uriel tras analizar la colección de bebidas y sus respectivos precios, admirando el rostro de Dazai formar una mueca exagerada de incredulidad.

     —No tan caro, dice.

     —¿De verdad tiene un precio elevado? —preguntó con tono curioso—. Sacando cuentas, es lo que normalmente cuesta un servicio no tan elaborado en mi país. Este servicio se me hace bueno, de hecho.

     El japonés alzó una ceja ante lo dicho por la extranjera, notando su legítima ignorancia sobre los precios. En efecto, el servicio no era caro a niveles extravagantes, pero sí era un poco más de lo que un local de gama media solía costar.

     —¿Los suecos venden sus riñones o algo así?

     Uriel rio sutilmente.

     —No es mi caso en particular. —La dama se acomodó en su asiento, echándole un ojo a la carta—. ¿Ya tiene algo en mente?

     —Whiskey está bien para mí. —Se encogió de hombros, restándole importancia.

     —Un Bellini spritz y whiskey será.

     Dazai solo pudo silbar de nuevo al escuchar lo que iba a pedir.

     —Vaya gustos.

     —Gracias —murmuró con una sonrisa que incluso rozaba a ser altanera.

     Dazai fue quien se encargó de comunicar lo deseado al mesero, quien no tardó en tomar la orden y redirigirse a la barra para que lo preparen. Así, dado el pedido, se desatendieron de la espera y conversaron con tranquilidad.

     Tranquilidad, era incluso extraño ponerlo de esa forma tras todo lo ocurrido.

     —Esa bebida es un de Italia, ¿no es así? —inició el de cabellos castaños el tema, continuando con lo anterior.

     —La conoce, vaya —musitó con cierta sorpresa—. No se equivoca, es de Italia. La probé por primera vez cuando una compañera me invitó.

     —Ha ido a Italia. —No era una pregunta, era una afirmación de parte de él.

     —Dos semanas, sí. Nada tan extenso como mi estadía aquí en Japón.

     Uriel rememoró los días en los que visitó el país de la simbólica bota en su forma geográfica. Le pareció bonito, al menos en el sitio que había estado, pero recuerda con asco el calor infernal que azotó la ciudad durante ese verano. Podía sentirse enferma de incluso pensarlo.

     —Me sigue pareciendo más sorprendente el hecho de que usted haya sido invitada.

     Laleh rio con gracia, ocultando su rostro tras su mano por muy pocos segundos. Seguido a eso, el mesero llegó de manera conveniente a entregar los tragos, permitiendo que el silencio formara parte de ellos tras un suave choque de vasos.

     Los azulejos ojos, de vez en cuando, deslizaban su atención hacia la anatomía de su acompañante, enfocándose en sus manos al rodear el vaso, su cuello al pasar bebida y sus ojos avellanas que conectaban con los suyos al observarla. Ah, esos encantadores y coquetos ojos que se ahogaban en la desesperanza veíanse tan agradables con ese toque de comodidad.

     Qué encantador.

     Más que embriagarse con el alcohol, lo hacía con la belleza inefable que deslumbraban esos ojos avellanas.

     Uriel movió su visión a su propia bebida, notando la corta sonrisa que se le formó en los labios. Al final desvió la mirada, queriendo reír para sí misma por lo que estaba viendo. 

     —El mesero piensa que estoy ciega —contó al casi finalizar su bebida.

     El varón que la acompañaba la observó con humor, liberando una leve risita de burla que fue acompañada con un muy insolente «no me sorprende».

     —No deja de verme cada que puede. "¿Por qué tiene los ojos así?", "¿Es ciega?", "Qué miedo, siento que me está mirando", "Es la primera vez que veo a una ciega bebiendo" —citó todas aquellas cosas que había alcanzado a leer en el muchacho, mostrándose humorística con el asunto, haciendo que Dazai reprimiera, no muy exitosamente, una carcajada—. Son por las luces que no puede distinguir. Aunque es raro que se me quede viendo durante tanto. Carece de discreción.

     —Bajo la idea de que está ciega, lo necesita discreción porque no puede verlo.

     —Touché.

      La mujer no tuvo más que darle razón, estando lejos de ver con gracia el hecho de que pensara que estaba ciega. Osamu, como un muy buen colaborador, siguió burlándose un rato del hecho, aprovechando que podía sacar el tema de sus peculiares ojos ese día.

     —Asústelo.

     —Ya lo tenía planeado, Osamu.

    El japonés tan solo le brindó una sonrisa cómplice, encantado con tan maliciosa respuesta. ¡Por supuesto! Donde él pudiera bufonear sin duda sería un ambiente en el que su máscara pudiera brillar, incluso si era con la mujer que se la quería quitar.

     El mismo mesero volvió llevando la segunda ronda que pidieron con gracia en su balance, colocándolas con sutileza en la mesa. Osamu miró con burla cómo Uriel tanteaba la mesa de manera discreta, de tal forma que solo podía notarlo el mesero al estarla viendo atentamente. En el proceso, ella lo miraba con rostro apacible mientras fingía buscar su bebida, ignorando al chico.

     No había que dudar ni un segundo en que el trabajador se daría cuenta.

     —Oh, permítame.

    El muchacho estiró la mano para tratar de alcanzar la bebida y acercársela, mas Uriel lo tomó del antebrazo antes de que siquiera pudiera hacerlo. El pobre joven adulto sintió escalofríos por el repentino agarre.

     —Se lo agradezco, pero creo que soy capaz de ver en dónde está mi bebida. —Uriel giró a verlo, quien notó en un instante el tenue brillo de sus ojos, sintiéndose apenado.

     El mesero se disculpó con un tartamudeo estropeando su habla, retirándose con clara vergüenza por su poca elocuencia. Uriel rio cuando se fue, una risa grata y de verdad hecha con humor, mientras que Dazai acalló la suya al probar bebida.

     —Qué cruel. Justo cuando intentó ser amable —dijo con gracia—. ¿Ve lo que digo? La gente caería fácil. Un sitio con baja iluminación y listo.

     La mujer calmó su risa, dándole un sorbo a su bebida algo dulce para acabar con ella de una vez.

     —Fue divertido, pero no. No voy a hacerme pasar por ciega.

     —Sería un buen negocio.

     —Para usted, a mí, particularmente, no me agrada la idea.

     La conversación finalizó ahí cuando las copas volvieron a cruzarse en sus manos al beber. Concentrados en el alcohol y el breve silencio que mantenían se veían cómodos, degustando la frialdad líquida que consentía sus gargantas en un agradable cosquilleo amargado por la fermentación.

     —Señorita Uriel, ya que el tema de esta noche parecer girar en torno a sus ojos, ¿le molesta si le hago una pregunta al respecto?

     El tono coqueto y endulzado, palabras elocuentes y sofisticadas, disfrazando sus intenciones con burla fue lo que Uriel percibió de Osamu.

     —Tanto usted como yo sabemos que eso no le interesa en lo absoluto y aun así va a preguntar incluso si le digo que no, así que adelante.

     Osamu sonrió leve tras dar un trago. Una sonrisa descarada y atractiva que quedaba maravillosa en sus labios.

     —Su afilada lengua me lastima, ¿sabe? Pero ya que es tan amable de cederme permiso, procedo entonces. ¿Sus ojos siempre han sido así?

     Uriel arqueó una ceja, permitiendo que sus labios dibujaran un gesto informal sobre ellos, mostrando ligeramente la parte superior de sus dientes. Para ocultar la misma, se permitió llevarse a los labios algo de su bebida, colocando su atención en Dazai al finalizar, quien la observaba con paciencia, esperando su respuesta.

     —Antes debo decir que encuentro fascinación en su descaro. —El destinatario de esa frase tan solo rio por lo bajo, sin dejar de tener su visión clavada en ella—. No, mis ojos no fueron así, al menos hasta mis trece años. —Uriel tomó una pausa, mirando el reflejo de sus ojos en el líquido de su vaso—. Son así gracias a mi habilidad.

     —¿Una habilidad que ha dejado huella en su cuerpo?

     —No es muy común de ver, lo sé. —Una risa brotó de sus labios, aprovechando para humedecer una vez más su boca, gesto que Dazai imitó—. Y pensar que alguna vez quise ojos cómo estos, ignorante de que su belleza no estaba destinada a mí.

     Los oídos del atractivo hombre se endulzaron con esas palabras. Él admiró con gusto la expresión melancólica que decoraba de forma armónica el delicado rostro de la mujer sueca, creyendo que quizá ya le tomaba el paso a su concepto peculiar de belleza.

     Las palabras de Uriel se sentían como un imán que lo atraía, tentando su curiosidad como la luz de un farol a una pobre polilla... Aunque Dazai no era una polilla.

     —¿Algo que quiera compartir? —indagó un poco, luciendo despreocupado.

     —Oh, Osamu. Si estuviera motivada, le diría otra cosa.

     —¿Qué tipo de cosas?

     Dazai la miró con una ceja alzada, cuestionando en son de burla hacia dónde se dirigían sus palabras. La dama, por otro lado, lo miró a los ojos con cierta astucia antes de decir:

     —Ya le he dicho. No estoy en el lugar ni con la disposición para hacerlo.

     —¡Señorita! Sabía que era directa, pero no que pensara esas cosas.

     Laleh rio de forma vaga, encogiéndose de hombros sin alegar o refutar nada, tan solo disfrutaba de la mirada de sorpresa fingida que reposaba sobre sus facciones.

     Ella tomó un poco de silencio. Su rostro lucía tranquilo entre los vestigios de nostalgia que pintaban su propio ser. Sus dedos golpetearon la mesa en una secuencia sutil.

     —Mi abuela tenía los ojos así..., solo que un tanto diferentes —retomó el tema tras un enfriamiento, observando al detective beber un poco, aún teniendo sus ojos fijos en ella, denotando una migaja de interés—. A diferencia de los míos, los cuales parecen que han sido privados de luz, en ella se veían resplandecientes, hermosos y puros. El color claro de sus ojos resaltaba esos detalles.

     —¿Ella no parecía ciega?

     —Parecía que podía ver más que cualquier otra persona... Ver lo que el ojo normal no puede ver, si me lo pregunta. —Uriel sonrió con suavidad, dejándose llevar por una oleada de recuerdos de momentos de su infancia—. Les tenía algo de miedo, porque parecía que no había luz que sus profundos ojos pudieran reflejar, porque tenían su propia luz que los hacía brillantes. Además de que sentía que inspeccionaba todo de mí..., especialmente cuando estaban bajo el brillo del fuego o del sol. Eran las únicas luces que le daban algo de transparencia.

     Su abuela poseía ojos claros de tonalidad miel, profundos cual cielo naranjo, los cuales mostraban su verdadera belleza cuando el sol o el fuego alumbraban sobre ellos. En su niñez los comparaba con cristales puros, brillantes por sí mismos, como polvo de estrellas que relucían en su mirada.

     —Tengo estos ojos gracias a ella. A partir de un día de agosto, cuando me transmitió su habilidad.

     Dazai expandió sus ojos con ligereza, alzando por un breve instante sus cejas. Había estado en lo correcto cuando suspiró que no era causalidad la relación entre su nombre y su habilidad.

     Uriel calló finalmente, bebiendo lo último que quedaba en su vaso, solicitando otra ronda nueva poco después.

      —Veo que el alcohol le afloja la lengua —habló el de vendas una vez que el camarero dejó las nuevas bebidas, dejándoles una botella de whiskey que la dama había pedido.

     La imagen de Uriel se veía más relajada en ese instante, con un aire más informal que combinaban con esas sonrisas tan abiertas que estaba luciendo en ese momento.

     —No es el alcohol, se llama comodidad y confianza. —La propia voz de Uriel afianzaba sus palabras, pues se mantenían en el mismo tono que desde el inicio, sin alteraciones más allá de la ligera chispa provocada por la bebida—. Además, debo mantener su interés de alguna forma.

     Osamu parpadeó un par de veces, escuchando la acallada risa femenina que combinaba de forma amena el ambiente.

     —Hace muy bien su trabajo, entonces.

     —Ah, te lo agradezco. Hago lo que puedo.

     Él fue quien rio esta vez manteniendo su mirada avellana en ella.

     —Veo que le interesa mantener mi compañía.

     —No puedo evitarlo, Osamu.

     Esa noche se sentía diferente. El mirar sus ojos azulados —eclipsados y adornados por la iluminación del local— no parecía representar un problema, mostrándose más confiado ante ellos. El miedo de ser expuesto no había desaparecido, todo lo contrario, estaba más presente que nunca, susurrándole que dejara de hacerlo, que dejara de sumergirse en los peligrosos orbes de Uriel. Dazai estaba debatiendo consigo mismo al intentar ceder a una visión futura, motivándose vagamente con el pensamiento de que estaba en el buen camino de comprender palabras de antaño.

     Callando sus propias preocupaciones, enterrándolas en su cabeza hasta que su soledad lo abrazara, él estaba ahí, aprovechando de la noche que compartía con Uriel.

     Desconocedores eran de cuánto tiempo habían permanecido en el agradable bar. Las culpables de alargar su estadía fueron las discretas charlas entre ellos que nunca perdieron chispa, avivando su ánimo.

     Al momento de salir del establecimiento, la frialdad del crepúsculo los azotó, erizando sus pieles y enfriando sus acaloradas cabezas gracias a los leves efectos del alcohol. La calle no estaba vacía ya que era una zona de entretenimiento, pero fuera de esta, la cantidad de transeúntes era algo escasa. Todo se resumía al natural hecho de que era algo tarde.

     —Ah, aire fresco. Justo lo que necesito en estos momentos —musitó Uriel, inhalando el frío aire mientras afirmaba el agarre de una bolsa.

     —¿No tiene frío? —interrogó con despreocupación, siguiéndola de cerca.

     —Ni un poco. ¿Usted?

     —Tampoco.

     Dazai aguantaba bien el frío, estando acostumbrado a él desde edad temprana, pero parecía nulo estando junto a Uriel. Él dejaba pasar la brisa friolenta, de esas que parecían un soplo nevado, debido a la cantidad de prendas que cubrían su piel; sin embargo, Uriel no se inmutaba ante la sensación helada, pareciendo disfrutar de ellas pese a llevar una de sus largas faldas y sus simples blusas.

     A fin de cuentas, ella alegaba ser de naturaleza fría.

     —¿Piensa seguir bebiendo? —La voz del varón perforó el silencio, captando la atención se su acompañante.

     —Si lo dice por la botella, quién sabe. Todo depende.

     Uriel le dio la cara, sonriendo con cierta picardía que se disfrazaba entre la tranquilidad de sus facciones. Un gesto de naturaleza traviesa que pocas veces alcanzaría ver en ella. Osamu tan solo rio entre dientes, continuando con el camino que ella marcaba.

     Los autos transitaban con menor continuidad, mas aún quedaban rastros de personas por aquí y por allá, aunque pocas caminaban las mismas calles que ellos, al punto de que el eco de sus voces retumbara con cierto volumen, incluso si su tono fuese el mismo. Laleh había decidido caminar las pocas cuadras que faltaban para hallarse en donde se hospedaba, aprovechando la juguetona compañía de Dazai para colorear su trayecto con su satírica forma de ser.

     «Fue una buena decisión», fue lo que pensó ella cuando el animado recorrido se vio en su recta final al hallarse ambos en frente de la residencia. Los pasos naturalmente se volvieron un poco lentos al dirigirse hacia la puerta del departamento que se le asignó a la extranjera, pero tarde o temprano, llegaron a esta.

     —Ha sido una salida gratificante, Osamu —musitó la mujer, introduciendo la llave en la cerradura—. Muchas gracias por acompañarme.

     —Pero qué dice. ¿Cómo podía rehusarme si usted fue tan generosa de pagar por mí?

     Uriel rio, apoyándose en el marco de la puerta al haberla abierto hacía poco segundos atrás, dándose el lujo de conmutar miradas una vez más. Ella solo sonrió con ligereza, casi imperceptible, un simple levantamiento de la comisura de sus labios.

     —¿Sabe? Ya es algo tarde... Puede que incluso sea de madrugada, ninguno de los dos estuvimos al pendiente de eso. —Vagó un poco en un momento, pero pronto seguiría su propósito con palabras calmadas y directas, expresando con una naturalidad tan propia de sí misma una pequeña propuesta—. ¿No le gustaría pasar?

     Dazai expandió sus ojos de forma leve. Lo esperaba por las primeras palabras introductorias, pero continuaba siendo algo que generara cierta impresión.

     —¡Señorita Uriel! Esa es una invitación arriesgada. ¿Invitar a un hombre a su casa a estas horas de la noche? Quién lo vería de usted.

     Uriel ya daba por sentado que recibiría alguna burla de ello, al punto de aguardar por ella con gusto, encontrándole gracia.

     —¿Va a pasar o debo cerrarle la puerta?

     —No me deja con otra opción más que aceptar.

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