▬▬▬ chapter thirty two
《 capítulo trigésimo segundo ━━ la anhelada catarsis de aquellos indignos 》
⠀⠀⠀⠀⠀El flujo del tiempo era, cuanto menos, un objeto de reflexión inefable. Saber cómo funcionaba era algo que escapaba de la comprensión de los seres humanos. Puede que la ciencia explicara con precisión cómo se desarrollaba en cuestión de horas, minutos y segundos, pero nunca tomaban en cuenta la percepción emocional que poseía cada individuo. El aburrimiento y la ansiedad retrasaban el flujo del tiempo; felicidad y exaltación, por el contrario, lo aceleraban. Cualquier persona que se haya puesto a reflexionar sobre las nimias de la vida en algún momento libre sabía de esa extraña condición; empero, al verse como protagonista de una situación así, todo conocimiento previo desaparecía casi como por arte de magia y lo mantenía preso de las manos del tiempo.
⠀⠀Uriel estaba en esa situación. Se sentía como un ratoncillo que se paseaba por las manos de Chronos. La semana ha consistido en esa dinámica de añorar por la llegada del día acordado. Al comenzar la mañana, todo se sentía mucho más lento, como si la espera la carcomiera por dentro; no obstante, al llegar de nuevo al crepúsculo, notaba las horas que habían pasado entre tantos pensamientos, mientras que, al despertar, la cuenta regresiva disminuye. El ciclo se repitió hasta que el conteo dejó de ser de días y pasó a ser simples horas.
⠀⠀Al estar en la agencia, se distraía con las asignaciones y los dos adolescentes que se estaban enganchando a su manga en ese momento. En todo el transcurso lento y agonizante del día final, no se había topado con Osamu, lo cual, de cierta forma, le transmitía algo de tranquilidad. Prefería la idea de recibirlo antes de tener que ir directamente con él. ¿Puede que quizá él estuviera consciente de eso y se haya apiadado de ella? Quién sabe, pero, fuera lo que fuese, lo agradecía.
⠀⠀Uriel suspiró, mirando de vez en cuando la ventana, donde se veía reflejada la hora mediante los silenciosos cambios que sufría el cielo con el pasar de las horas. Había estado usando la ventana como su reloj natural, midiendo con ella las horas sin tener que ver el número preciso, para calmar su mente de la presencia inquietante de los minutos restantes. Una vez la ventana enmarcó la inconfundible imagen de tonos burdeos, la mujer supo que esa era su hora de retirarse a afrontar la situación que ella había dirigido.
⠀⠀Kunikida se despidió sin antes recordarle lo que debía hacer para la próxima vez que volviera. Atsushi también participó en el pequeño momento, siendo mucho más amistoso y relajado gracias al tipo de vínculo cercano que han estado manteniendo. Las tranquilas palabras que habitualmente escuchaba de Atsushi eran casi como si le deseara buena suerte, desconocedor —tal y como Uriel era— de cualquier cosa que ella pudiera planear.
⠀⠀Entre pasos rítmicos, desviaciones curiosas y una que otra compra sopesada, Uriel llegó al edificio residencial. Sus manos estaban cargadas de algunas bolsas plásticas, de esas que tenían tontos dibujitos de estilo japonés en el medio; cada movimiento hacía tintinear y vibrar el contenido en su interior. «Espero no arrepentirme» se dijo a sí misma al mirar de nuevo los objetos de su compra.
⠀⠀Al ingresar al apartamento, no encontró ningún elemento que se saliera del arreglo predeterminado del lugar. Si no fuera por ciertos detalles que ella había movido durante su estadía para asegurar una mayor comodidad, podría jurar que era idéntico a la primera vez que puso un pie en ese lugar. La verdad es que quedarse en tal sitio cayó por completa sorpresa, fue algo que jamás se planeó y se vieron en la obligación de adaptarse a los términos y aceptar… Del mismo modo ocurrió con la agencia. Lo bueno de tal espacio era que pocas veces se escuchaba bullicio, ya que ese era un edificio exclusivo para asuntos extranjeros. Suponía ser gubernamental, por eso muchas veces lo llamaba de tal forma, pero, ya que los grandes invitados preferían hospedarse en caros hoteles, su función se volvió un poco más abierta.
⠀⠀Uriel dejó las bolsas sobre la barra de la cocina, manteniendo dentro algunas cosas y sacando otras, rellenando poco a poco los espacios vacíos de su refrigerador o alacena. Ciertamente, este tipo de cosas le causaría una flojera infinita. Muchas veces ella preferiría dejar los productos un momento para centrarse en otros asuntos; empero, esta sería una de esas veces en las que las excepciones se presentaban, pues la facilidad con la que le otorgaba una distracción era más que apreciada en ese momento en el que la anticipación buscaba ser mermada.
⠀⠀Una vez terminada la tarea, cuando ya no había nada más que requería ser guardado o reorganizado, la dama extranjera asimiló su presente mientras permanecía a la espera. Para ese entonces, la oscuridad ya se había apoderado del cielo, deshaciéndose de los colores claros, teniendo como única fuente de brillo las pocas estrellas que se alcanzaban a ver gracias a la contaminación lumínica de Yokohama. La noche se hizo su espacio, anunciando que ya era la hora.
⠀⠀El intercomunicador quebró el mutismo del departamento, haciendo que, inevitablemente, su piel sufriera un escalofrío en su delicada columna artificial. Ella, ya cambiada de forma más cómoda y apropiada, contestó, atendiendo el calmado tono de voz de Osamu, quien pedía que le abran la puerta como ya le era costumbre. Tras unos cuántos botones pulsados, la puerta de seguridad de la residencia fue abierta para él. Los segundos a esperar fueron raudos, pronto ambos se hallaban frente al otro en el pasillo descubierto, con el frívolo viento nocturno arropándolos.
⠀⠀—Señorita Uriel, lamento si la hice esperar más de la cuenta.
⠀⠀La mujer apreció la figura del varón un momento, sin hallar algún elemento fuera de lo común en su porte. Si hubiera sido el caso, no estaría muy segura de cuál sería su reacción al respecto, pues, pese a que él es impredecible para ella en diferentes aspectos que no parecían tener límites, eso entraría en esa pequeña lista de cosas que daba por sentado que jamás esperaría.
⠀⠀—Esperar algo de usted no suele ser rentable, pero, al menos, llega lo suficientemente temprano para pedir algo como lo tenía previsto.
⠀⠀El varón frunció el ceño, haciendo una mueca de confusión, colocando sus manos en su cintura. No se veía ofendido; si no estaba jugando con drama, no se vería ofendido por algo que él mismo ha demostrado en más de una ocasión. En su lugar, parecía más interesado en la última cosa que la sueca mencionó.
⠀⠀—¿Pedir algo? Eso es demasiado amable de su parte, señorita… —Él le sonrió risueño, acercándose unos cuantos pasos hasta estar a la par de ella, a pocos pasos de entrar en el departamento como había hecho tantas veces—. Sepa que me encantan las cosas con cangrejo, ¿sería tan considerada, Uriel?
⠀⠀La dama rio por lo bajo, negando con la cabeza. La forma tan descarada en la que él canturreaba su nombre con el afán de persuadir era simplemente hilarante. Él sabía muy bien lo que hacía, casi como un ser mítico que conocía cómo hechizar cualquier tipo de criaturas para manipularlas a su gusto; un ser encantador cuyo arte para engatusar rozaban unos niveles de maestría que resultaban envidiables para cualquiera. Pensarlo no era descabellado, desviarse a ese tipo de ideas no era un hecho tan fuera de lo usual en un mundo en el que pululaban usuarios de habilidades que mimetizan los mitos que los antepasados de la humanidad crearon. Si existían situaciones tan increíbles originadas por dotados en la actualidad, ¿qué le impedía hacer tales conexiones fantasiosas y pensar en Osamu como un ser mítico de belleza abundante y peligrosa?
⠀⠀—Ya veré qué le consigo… Debe comportarse bien, ¿sabe?
⠀⠀El hombre tarareó con humor, asintiendo risueño al pedido de la mujer. El comportamiento adecuado resultaba ser algo que cruzaba líneas con la obediencia que a Osamu le encantaba quebrar; si Uriel lo pedía tan despreocupada, era porque sin duda ya se había hecho una con la rebeldía descarada con la que jugaba el hombre de peculiares vendajes. El castaño miró las manos de la dama, las cuales realizaron gestos que le indicaron que entrara. Él solo sonrió ladino, entrando con cortos y sutiles pasos, llenando de humor a Uriel. Si se lo preguntaban a ella, no era apropiado estar tanto tiempo afuera, irrumpiendo con la calma que siempre ha estado en el pasillo desde su llegada, incluso si eso no resultaba inconveniente ante la desolación del resto de departamentos del piso.
⠀⠀—Entonces quiere algo con cangrejo. Creo que puedo encontrar algo por ahí abierto a esta hora, en caso de no hacerlo, sabe que usted debe echarse la culpa —le dijo sin más, cerrando la puerta detrás de ella, guiando segundos después al hombre por la estancia hasta dejarlo en el conocido sofá para que esperara.
⠀⠀—Tan cruel. Ya está colocando el peso de la culpabilidad en mis hombros y apenas tengo menos de diez minutos de haber llegado. Me lastima, señorita.
⠀⠀Se quejó infantilmente, haciéndola reír. Uriel lo miró una última vez, teniendo esa jocosa despreocupación en sus extraños ojos azules antes de concentrarse en la pantalla de su móvil. El hombre la miró en esos momentos, detallando su rostro mientras ella no lo veía, tratando de extraer cualquier señal anómala en sus amenas facciones, mas solo se conseguía con su expresión apacible, manchada de un pequeño humor que él le ha contagiado a lo largo de esos meses de interacción juntos. Su forma de ser, pese a todos esos altos y bajos a los que se han sometido, no parecía haber cambiado, en su lugar, solo se veía adaptado al vínculo que han estado manteniendo. Él observó el cuello de Uriel, apenas siendo capaz de encontrar el resplandor de la cadena escondida bajo sus ropas, recordando la vez en la que sus manos intentaron reemplazar ese enigmático relicario en un momento de impulsividad, sintiendo su pulso acelerarse un poco bajo su agarre, su garganta contraerse contra sus palmas y la calidez de su aliento suspirado impactar contra su antebrazo. Habiendo cometido tal acto en sus inicios, parecía inverosímil creer que este era el presente que le era secuela a ese suceso. Estar allí, echado como todo un descarado lleno de ocio en su sofá, mirándola de una manera más cercana de lo que a él mismo le gustaría admitir, le parecía una realidad alejada de un principio común… No obstante, ¿cuándo ha habido algo común en la vida de Dazai Osamu?
⠀⠀—¿Por qué este viernes, señorita? —interrumpió el muy conocido silencio, sin dejar de seguir sus pequeños gestos con sus ojos avellana.
⠀⠀Uriel desvió un momento la mirada del dispositivo, dedicándole un poco de su atención con sus ojos azulados antes de retomar su labor. Se encogió de hombros y le hizo un pequeño gesto de espera mientras tecleaba unas cosas; parecía que había encontrado algo bueno.
⠀⠀—¿Le extraña que sea un viernes?
⠀⠀—Para nada. Pero debo decir que la conozco; tanta especificación no es tan usual en usted.
⠀⠀Uriel no pudo evitar darle la razón. En situaciones anteriores, ella no habría puesto mayores impedimentos al consolidar una reunión —si es que así podían llamarse— en el departamento; sus respuestas anteriores solo se quedaron en dos extremos: el no y el sí absolutos. Fue un capricho de su parte el postergar las cosas a una fecha específica. No mentiría diciendo que tuvo la idea desde el inicio, en su lugar, fue un impulso inevitable, de esos que tanto la caracterizaban. Estaba segura de que él le habría pedido meterse a la residencia de nuevo gracias a esa nueva rutina desarrollada por él, pero algo en ella no pareció aguantar la incertidumbre y no deseaba callar el tentativo pensamiento que floreció en su cabeza.
⠀⠀—Le voy a ser honesta, no lo pensé con antelación. Sin embargo, puedo decir que el viernes fue una buena elección. Es un día en el que abundan las promociones y el peso del tiempo restante para despertar temprano no llegará un sábado —argumentó con simpleza, haciendo un pequeño gesto con sus manos.
⠀⠀Dazai la miró de forma burlesca, dudando en creerle una falacia de esa clase; sin embargo, la forma en la que ella lo miraba, sin esconder o apartar la mirada, permitiéndole ver la vulnerabilidad de sus azulados ojos lo convencieron lo suficiente como para creer en ella. Él suspiró y se encogió de hombros, fingiendo demencia ante ese reconocimiento que ha estado haciendo desde hace varios días, incluso semanas. La escuchó reír por lo bajo, reprimiendo el sonido con sus labios sellados. Permaneció en silencio, reflexionando sobre las cosas que había acabado permitiéndole a esa mujer extranjera, cosas que nunca supuso querer dejar expuesto y terminaron en las cándidas manos de alguien ajeno a él en todo sentido de la palabra.
⠀⠀El arrepentimiento era algo por lo que nunca debía temer, pero lo que quedaba viviendo en su máscara de humanidad rogaba que no se arrepintiera de las elecciones que había hecho en los últimos meses.
⠀⠀Poco tiempo después, sintió la fría mano de Uriel sobre la suya, empujando sus dedos sobre los suyos en un pequeño gesto tranquilo. Ella le sonrió con soltura, retirando su mano tras unos cuantos segundos que se sintieron como una frívola eternidad. Cielo y tierra se encontraron en el momento preciso en el que intercambiaron miradas.
⠀⠀—Le toca ir a buscar la comida —dijo Uriel, sonriéndole burlonamente—. No me mire así. He sido yo quien la ha pedido y la ha pagado, además, también estoy colocando el lugar. No sea injusto, ¿sí?
⠀⠀El hombre bufó ante su sinvergüencería.
⠀⠀—Mire lo que le he hecho. Supongo que puedo decir que ha aprendido muy bien de mí.
⠀⠀—Seguirle sus juegos realmente resulta ser entretenido. No crea que usted fue quien me ha enseñado a ser así. Piense, en su lugar, que usted me ha permitido jugar así con usted.
⠀⠀Osamu tan solo negó con la cabeza, levantándose cual pereza mientras suspiraba lleno de cansancio. Le costaba asumir el peso de sus acciones tan vagas; escapar de todo lo que había hecho no era una consideración viable para él, tampoco una que corresponde a las pocas cosas que eran una parte única de él. Siendo arrastrado por sus acciones pasadas hasta ese momento, afrontó con una máscara floja lo que se le había dado en ese instante.
⠀⠀No tardó mucho, a decir verdad, tan solo recogió el pedido tras verificar y pronto se encontró de nuevo en el departamento en el que se ha estado sintiendo tan cómodo. Uriel lo esperaba con algunas cosas puestas en la barra de la cocina. Sus manos no demoraron en asaltar el contenido, sacando las bandejas de plástico reciclable que contenían todo lo que ella había pedido.
⠀⠀—Tenga, para que no me diga que no le he dado nada. —La mujer le extendió una de las bandejas que contenía croquetas de cangrejo.
⠀⠀Uriel miró en primer plano cómo los ojos de Dazai parecían de llenarse de una exaltación jocosa mientras degustaba el sabor del primer bocado de lo que especialmente se le había dado. Ella tan solo rio, terminando por acomodar todo en platos más decentes que los pequeños e incómodos envases.
⠀⠀—Señorita Uriel. —Dazai chilló un poco, alegrándose de sobremanera por haber sido mimado. Él se acomodó en su asiento, apoyando su codo sobre la mesa—. Sin embargo, ¿sabe qué falta? Olvidé pedirlo, pero si tan solo pudiera tener algo de sake esto hubiera sido más espléndido de lo que ya es.
⠀⠀Laleh tarareó suave, guardando las bolsas en las que vino todo lejos de la mesa, para que no la estorbaran en su anticipada cena. Tras pocos segundos, ella miró a Dazai, apoyándose en el picadero junto a la nevera.
⠀⠀—De hecho, señor Osamu, me he adelantado —confesó con simpleza, abriendo la puerta del refrigerador para enseñarle las botellas de sake que había adquirido—. Ahora, bien, no supe si esto se tomaba frío o a temperatura ambiente, así que la mitad la coloqué acá y la otra aparte. Usted parece un experto en esto, así que…, la tarea es toda suya. Enséñeme.
⠀⠀La expresión del japonés se convirtió en un poema indescriptible y hermoso, lleno de versos en rimas que se le escapaban de su sencilla compresión. Su mirada parecía suavizarse ante la escena frente a él, relajando sus hombros y enderezándose un poco mejor en su asiento para tener una mejor vista. Estaba más ameno en ese momento y ella no evitó percibir cada detalle. No tardó en imitar sus pasos, quitando su actitud de juego para apreciar en cada ángulo que se le era permitido esa pequeña sonrisa de calma que se había instalado en sus labios.
⠀⠀Lo veía claro en sus ojos. No podía escapar de ellos por muchos meses que estuviera en ese proceso. Era un mantra que rezaba por la agonía, repitiéndose una y otra vez en un bucle sin fin que solo la atraía, como si fuera ella quien debía responder ese llamado silencioso del alma…, no, como si ella fuera la única que podía verlo. Uriel recuerda con exactitud lo que ha visto una infinidad de veces; esas emociones tan complejas que se entierran profundamente en sus nervios y florecen la empatía más pura que un ser humano puede sentir por otro. Es un remolino atormentado e inverosímil, incapaz de convivir con el resto de emociones que se aglomeran a su alrededor para formar parte irremplazable de esa experiencia tan asfixiante que representaba tratar de ver en las profundidades del alma que se asomaban por las puertas que eran sus hermosos luceros castaños.
⠀⠀Uriel fue capaz de verlos en ese momento, fue capaz de ver ese arte incomprendido que atravesó su pecho hasta alojarse en la sensibilidad de su corazón, encantándola con su complejidad. Tristeza, melancolía, miedo, apatía, súplica, aberración…, pero, en esta ocasión, en medio del departamento, con todas las situaciones que afianzaron su vínculo, los ojos de Uriel tuvieron la dicha de recoger algo más entre ese torrente inagotable de pensamientos: comodidad.
⠀⠀La extranjera sonrió con cierto cariño en sus labios, encontrando hermosura en ese arte prohibido. Quería ayudarlo, quería aliviar la carga de sus hombros, quería sentirse finalmente como una persona capaz de perder y descontrolar lo que ha hecho durante tanto.
⠀⠀—Usted puede llegar a sorprenderme, Uriel. —La forma en la que últimamente se había acostumbrado a decir su nombre le parecía hipnotizante. No era su nombre con esos honoríficos que hacían que su pronunciación se convirtiera en una llena de humor palpable; en su lugar, se escuchaba en ese tono varonil, impecable, lleno de una seriedad que le indicaba que, en ese instante, no estaba jugando con ella. Era un acercamiento que sentía casi íntimo—. No sabe del sake, ¿no es así? Me encargaré de hacerle una buena experiencia con él.
⠀⠀La extranjera se sintió agradada por las confiadas palabras del hombre. De tal forma, ella sacó las dos botellas de sake que él le había indicado, además del par de pequeños vasitos que había comprado para la ocasión, dejándolos junto a la comida que reposaba en la mesa.
⠀⠀—Oh, se tomó la molestia de conseguir un par de ochoko. —El varón tomó una, mirándola con detenimiento, apreciando los detalles de la porcelana—. Bastante tradicional y de una calidad envidiable. ¿Dónde los compró?
⠀⠀—¿Recuerda la tienda de té que le mencioné? Le pregunté a la señora dónde podía comprar sake.
⠀⠀—Eso explica por qué son tan clásicas. Le preguntó a la persona adecuada.
⠀⠀De cierta forma se sintió halagada por su elección. Uriel lo miró preparar las cosas, abriendo la botella y manteniendo en posición las tazas ochoko.
⠀⠀—Como soy su invitado y, además, es usted mayor que yo, tengo que servirle —murmuró, tomando las manos de Uriel, guiándolas con maestría. La mano izquierda se la dejó posada sobre la mesa, manteniéndola allí con cuidado; la derecha se la dejó alzada, otorgándole la ochoko—. Sea buena y no levante la mano izquierda, tampoco me mueva la derecha, ¿sí?
⠀⠀Uriel sintió un escalofrío recorrer su espalda ante el toque sutil y delicado que Osamu ejercía sobre ella. Le contestó con un movimiento afirmativo de cabeza, estando quieta en todo el proceso por el que él la estaba guiando. Observó cómo Dazai le guiñaba el ojo, tomando la botella para servirle. El sonido tintineante que provocaba el líquido al caer dentro de la superficie hasta acabar rebosante conquistó el ambiente.
⠀⠀—Gracias…
⠀⠀—Ah, ah. Así no.
⠀⠀Él se dio palmaditas a sí mismo en la cabeza, transmitiendo así el mensaje exacto. Uriel rio suavemente, entendiendo el carácter tan ritual de los japoneses. Ella bajó un poco la cabeza en ese gesto respetuoso que tanto caracteriza a la nación del sol naciente. Luego, al alzar la mirada, obtiene de su parte un gesto que le permitía la degustación. No se vio en posición de opinar algo en contra, pues si bien pensaba que era de mala educación empezar sin él, la confianza con la que Dazai le otorgaba el honor le era suficiente.
⠀⠀Ella le dio un sorbo, sintiendo un escalofrío ante el ingreso de un sabor nuevo. Era extraño, espumoso y con un sabor de alcohol pronunciado, pero no exagerado. Se sentía como vino espumoso contra su lengua, pero el gusto que le dejaba era diferente. Suspiró y dejó la taza en la mesa.
⠀⠀—¿Le gustó? —preguntó el hombre, divirtiéndose en el proceso.
⠀⠀—No sabe mal. Reconozco que tiene su encanto.
⠀⠀—Es bueno que le guste, así puede ser mi turno. El procedimiento es el mismo que yo hice para usted, solo no debe dejarme tan rebosante la taza, pues usted es la que invita.
⠀⠀Uriel asintió, mirando en él la postura que la había hecho adoptar anteriormente. Fue cuidadosa al agarrar la botella para comenzar a llenar el ochoko con la bebida alcohólica. Se sintió divertida al ver cómo él bajó la cabeza en una señal de agradecimiento antes de comenzar a beber. Pocos segundos después, él dejó la taza sobre la mesa.
⠀⠀—Muy bien, Uriel. Ha pasado la primera parte —le dijo con una sonrisita, dando pequeños aplausos—. Si gusta más sake, ni se le ocurra agarrarlo por su cuenta. Se lo tengo que servir yo, así que no dude en interrumpirme.
⠀⠀—Créame que lo haré, Osamu.
⠀⠀La cena transcurrió tranquila, llena de conversaciones humorísticas. El espacio resultaba ser entrañable durante cada segundo de su reunión. Sus manos se alzaban de vez en cuando en una solicitud silenciosa para que se les sirviera más sake antes de seguir parloteando entre risillas sobre todo un poco, midiendo su tiempo por cada bocado que era consumido. Ambos parecían más que encantados con el sabor de la comida, el alcohol adentrándose en su sistema y la calma que propiciaba la compañía del otro en ese momento ameno lleno de confort.
⠀⠀—Osamu… —llamó su nombre con serenidad, saboreando cada sílaba que lo conformaba. Esperó paciente para recibir algún tipo de contestación, entreteniéndose entre tanto con la vista que tenía de él masticando su comida. No recibió una respuesta firme, en su lugar, recibió un tarareo suave, reflejo de su despreocupación—. Su demostración de sake es simplemente encantadora.
⠀⠀—¿Le parece así? —preguntó risueño después de tragar—. Podemos decir que tengo cierta experiencia bebiendo sake.
⠀⠀—Lo veo, al menos en mi inexperiencia —comentó, alzando su ochoko hacia él, quien de inmediato se puso manos a la obra en rellenar su pequeña taza. En medio de todas sus palabras banales, en sus cuerpos estaba repartido botella y media de la bebida, en búsqueda de vaciar la segunda. Degustó un poco antes de reposar de nuevo la taza en la mesa—. ¿Lo aprendió en el bar?
⠀⠀Osamu se quedó quieto un momento. Bebió un poco del licor, aclarando su garganta en un ruido no demasiado escandaloso. Al alzar la mirada, el hilarante azul de los ojos de Uriel lo esperaban cándidos, ansiosos por obtener lo que buscaban. En él estuvo el deseo de querer huir de su mirada, mas la repulsión natural que sentía hacia ellos no se apoderó de su cuerpo, y como si fuera alguna prueba personal, él mantuvo ese contacto visual.
⠀⠀—Debo decirle, señorita, que eso fue una mentira. —Los labios del japonés se curvaron en una sonrisa ligera, maquillando la cobardía y resguardando las emociones no deseadas, alejándolas de esos ojos azules—. Espero no le moleste.
⠀⠀Uriel lo miró con genuina sorpresa. Sus labios se entreabrieron y dejó en la superficie su ochoko. Sus expresiones se mezclaron un poco entre la confusión y la exaltación de la revelación. Ciertamente, ella jamás había puesto en duda ese tema; lo prometió y siguió su palabra hasta ese momento. Si Dazai le dijo que era así, ella no era nadie para negarlo, tampoco para refutarlo e interrogarlo. Uriel miró sus manos, aclarando sus pensamientos por unos cuántos segundos antes de sonreír.
⠀⠀—Para nada… Es, en cierta parte, decepcionante saber que he estado pensando en una mentira durante tanto, pero nada más —le contestó con honestidad—. Tampoco desconfío de usted.
⠀⠀El hombre parpadeó un par de veces, admirando desde la cercanía el semblante relajado de la mujer extranjera. ¿Podría ser cierto que en verdad no le molestaría nada? El querer creerle le predicaba al oído una fe incierta, instándolo a relajar sus defensas y dejar que ese camino difuso se iluminara para él. Ya había llegado demasiado lejos, pero en sus hombros aguardaban el peso de una conciencia fragmentada en miles de ideas opuestas entre sí.
⠀⠀—¿De verdad? ¿Nada de nada?
⠀⠀—Ni un poco. En su lugar, puedo entenderlo —contestó, tomando la botella para servirle otro poco al varón al ver su brazo alzado hacia ella—. Desconozco si lo ha entendido, pero quiero ayudar al usted de ahora, no al del pasado. Indagar en sus días previos sin duda sería interesante y colaborador, pero no es realmente lo que busco. —Uriel se tomó una pausa, mirando los preciosos ojos avellana del castaño—. Lo que busco conocer es al Osamu Dazai que está sentado frente a mí esta noche. Nada más.
⠀⠀El hombre la miró durante un largo momento, apretando su ochoko sin notarlo. Tras unos cuántos segundos de silencio filoso, él comenzó a reír, carcajeándose de forma modesta frente a ella, contagiándola de humor hacer que la risa brotara en ella también. Juntos rieron durante segundos que se sintieron largos y agotadores para sus pulmones. Se observaron mutuamente con vestigios de sonrisas bobas que eran sobras dejadas por su acto anterior.
⠀⠀—Es usted demasiado extraña, Uriel.
⠀⠀La extranjera no intentó responder a ello, solo lo halló como otro elemento que ejercía como la leña que avivaba su buen ánimo. Acostumbrados a ese tipo de respuesta, se enfocaron en acabar los últimos desórdenes de comida. Al final, solo quedó la reminiscencia de lo que alguna vez fue un pedido exquisito, dejando tan solo los platos vacíos, con manchas que eran testigo sobre lo que hacía minutos atrás habían estado sirviendo; el mismo destino compartían las botellas de sake. Las dos estaban secas, sin rastro de alguna gota en su interior, solo quedaba una tercera en la mesa, abierta y a pocos tragos de convertirse en un contenedor que estuvo en su gloria antes de caer en sus manos. Uriel se levantó y recogió casi todo, dejando únicamente el par de nuevas piezas de porcelana. Mientras lavaba, Osamu se mostró sorpresivamente colaborador al tirad en una bolsa las botellas inutilizadas, pero lo que le pareció más importante, fue su acercamiento de apoderarse del resto de botellas de sake que había comprado, llevándoselas hasta dejarlas en la mesa ratona frente al sofá; parecía que él había escogido su nuevo lugar.
⠀⠀Uriel, mientras lavaba los platos, se apoyaba más de lo debido en el borde del fregadero, sintiendo un hormigueo en sus manos al recibir el agua fría de la llave caer sobre ellas, creando un contraste con la temperatura que se había mantenido durante esa prolongada cena. Así mismo, en sus pies sentía el familiar cosquilleo consecuente del largo rato de haber estado sentada, sumándose a eso la presencia del alcohol. Recordó las experiencias que le habían confirmado que beber de pie era mucho menos rápido que beber sentado. Sonrió con humor, tarareando al terminar. Al girar, Osamu estaba ya sin abrigo, con algunos botones de su habitual chaleco desabrochados. Se acercó a él con pasos cortos hasta sentarse en uno de mi lados del sofá, dejando su cabeza caer cómoda hacia atrás.
⠀⠀—Fue una buena cena —murmuró con gracia, manteniendo su atención en su acompañante todo el tiempo.
⠀⠀—Debo admitirlo, lo fue. La mejor parte es que hubo mucho cangrejo. Usted sabe hacer milagros —mofó con carisma, mirando a la sueca con una sonrisa—. Le agradezco.
⠀⠀La sueca ladeó su cabeza, sintiendo el agradable estímulo debajo de su piel al escuchar esa corta y sencilla declaración. Respiró profundo, enderezándose para quedar de nuevo en esa similar altura que les permitía observarse sin inconvenientes de por medio.
⠀⠀—Un agradecimiento tan sincero como ese hace que valga la pena.
⠀⠀El japonés suspiró, encontrando sin remedio esa extraña costumbre que tenía ella de agradecer y apreciar cosas tan nimias para él; cosas que fácilmente el viento podría llevarse como cenizas danzantes en medio de la vereda. La existencia de todo eso era enclenque, inestable, tan frágil que pocas veces merecían tener un lugar privilegiado en la memoria. Quizá Uriel podía entender la preciosidad artística de lo efímero, y por ende, era capaz de apreciar eso que era fugaz a diferencia de él. Le costaba, sin duda. ¿Cómo se hallaba belleza en algo que solo vive por un respiro antes de perecer contra el tiempo? Gestos mínimos, acciones tan mundanas que pueden ser falsas, ¿qué sentido tenía apreciarlas? Puede que él fuera ignorante a esa línea de pensamiento, pero ella no lo parecía.
⠀⠀En silencio, él comenzó a abrir la cuarta botella.
⠀⠀—Uh, Osamu, ¿en este caso cómo sería? —ella preguntó, refiriéndose a su mano izquierda, la cual movía en un pequeño saludo para hacerla notar. Él se encogió de hombros, burlón.
⠀⠀—Mismo caso, solo tiene que tener su palma apoyada por completo en una superficie. Así. —Él tomó su mano, dejándola sobre él área acolchada—. O así. —Una vez más, él se hizo con el control de su extremidad, guiándola hasta dejarla apoyada sobre la piel de su muslo.
⠀⠀—Entiendo. Así estará bien.
⠀⠀Como complemento de su respuesta, Uriel alzó su mano hacia él, exigiendo de manera cortés ser la primera en obtener un trago de la botella recién abierta. Su ochoko no tardó en quedarse sin vacío alguno, permitiéndole ingerir otro poco más del alcohol tradicional de la tierra en la que era visitante. Luego, dejó la taza en la mesita ratona, procediendo a servirle también al hombre, compartiendo tragos.
⠀⠀—Le ha tomado el truco, señorita —comentó, manteniendo la taza en su mano.
⠀⠀—Qué le puedo decir. Teniendo un buen maestro conmigo las cosas no pueden complicarse tanto —replicó con un gesto algo orgulloso. De todas formas, no era ingenua y sabía que realmente solo estaba manteniéndose en ese nivel informal de la cata de sake. No era un trabajo excepcional en cuestión de complejidad y tradición demostrativa.
⠀⠀—Me halaga, señorita Uriel —canturreó, llevándose la mano al pecho en un gesto dramático—. Si en algún momento desea perfeccionar hasta el más mínimo detalle en nuestra tradición de beber sake, temo que eso tendría que ser una práctica que dependa por completo de su compromiso.
⠀⠀La mujer silenció un momento, bebiendo el contenido de su ochoko mientras suspiraba un poco. Mentiría si dijera que esas palabras no le generaban un ruido en su cabeza, esa señal de mal augurio que rezuma en sus oídos, permaneciendo allí con las claras intenciones. No era una palabra capaz de satisfacer algo en ella, sino todo lo contrario. Evocaba emociones llenas de disgusto, las cuales movían sus entrañas en una sensación desagradable y casi nauseabunda, arruinándole el gusto que le dejaba el alcohol al descender hasta su estómago, tratando de matar el revoloteo placentero que le provocaba la noche.
⠀⠀No deseaba escuchar nada de eso.
⠀⠀—Ugh. En ese caso, temo decirle que solo se quedará de esta forma.
⠀⠀Lo único que escapó de sus labios fue un sutil murmullo, uno suave, cansino… En ese mismo instante, ella alzó su mano hacia él en una clara señal de querer más. Sus párpados revoloteaban de manera vaga, manteniendo su visión concentrada en los movimientos de sus manos vendadas; el lugar en los que esos espirales blancos se cortan a mitad de sus manos; sus largos dedos envolviendo la figura cristalina, afianzando un agarre firme hasta alzarla y acercarla a su ochoko, inclinando hacia un lado el contenido hasta comenzar a llenar, repitiendo en sentido contrario.
⠀⠀—¿Sabe, Osamu? No soy buena para cuidar cosas que dependan de mí.
⠀⠀El hombre japonés le dirigió su atención, alzando una ceja, mostrándose juguetón mientras bebía en un largo trago el contenido que aguardaba en el ochoko. La mirada de Uriel imitaba a la de una fiera, encontrando fascinante el movimiento de su garganta vendada procesando el líquido, llevándolo hacia abajo, incapaz de despegarse de él, siguiendo cada tramo, cada pulsación.
⠀⠀—No lo hubiera adivinado de usted —respondió cortés, encogiéndose de hombros—. Usted suele ser tan apasionada al insistir en esas cosas extrañas suyas. Pensé que, quizá, sería un caso similar… —De los labios de él brotó una exhalación que simulaba ser de decepción, pero discrepaba mucho con las claras intenciones burlescas que estaban entonando esa forma de hablar de ensueño—. Hah… Es una pena. Hubiera creído en que sería capaz de sacarle talento. ¡Imagine! Una mujer ciega haciendo una demostración impecable de cata de sake.
⠀⠀Su tono de voz era bajo, grave y lento como el ronroneo de un felino exótico lleno de una peligrosidad coqueta, una advertencia de que iba a drenar su aliento hasta dejarla en asfixia. Había algo en cómo hablaba que alteraba los nervios de su dermis en oleadas que no resultaban molestas en lo absoluto. Este hombre tenía una habilidad innata de belleza; no podía estar tan mal como para pensar de ese modo, como para observar cada vez más y querer abarcar todo detalle nimio que sus ojos pudieran captar, sus oídos apreciar y sus manos rozar.
⠀⠀La lacerante tentación de esa idea se quedó fija en su cabeza.
⠀⠀—¿Sigue con eso? Ya le he dicho que no voy a hacerme pasar por ciega —se quejó, negando con la cabeza—. No, no. No me mire así. Usted puede hacer lo que quiera, pero, por favor, no me involucre en esos planes tan raros… Después dice que soy yo quien tiene ideas extrañas. ¿Le parece justo?
⠀⠀—No es para tanto, sigo sin poder ganarle a usted en cuestión de rareza, ¿sabe?
⠀⠀—No me diga. Sin duda solo usted es el que puede decir tales cosas y tratar de salir impune de ello.
⠀⠀Él negó con la cabeza, jugando a hacerse el tonto mientras vaciaba el ochoko en su boca. Poco después, extendió el vaso frente a ella, agitándolo unas cuantas veces de forma jocosa, exigiendo volver a ser atendido por la dama como todo un descarado. Ella suspiró, cogiendo lo que ya era el final de la quinta botella, iniciando a rellenar la taza.
⠀⠀El tiempo avanzaba sin aparente límite entre ambos. La conversación era suave, desprovista de un interés u objetivo único. Ambos hablaban de banalidades sin sentido, encontrando cada tanto una desviación nueva por la cual desviarse para iniciar una conversación renovada, exprimiendo hasta la última gota antes de seguir adelante. Palabras iban y venían, rellenando espacios de la memoria con el fin de crear nuevos recuerdos en el otro. Las botellas eran abiertas y dejadas a un lado, vaciando su contenido a un ritmo gradual. Sonrisas eran dadas y recibidas, acaparando la atención de la mirada del contrario, extrayendo cada rasgo que el momento arrojaba. El contacto visual permanece en la mayor parte del tiempo, consolándose con los reflejos que manifestaban, creando cambios únicos acordes a la situación en la que se hallaban.
⠀⠀El ritmo a su alrededor parecía ir lento, cuidadoso, dejando la sensación de algo ameno, perfecto para ellos que compartían una íntima comodidad en ese instante. El frío de la noche se filtraba por la estancia, golpeando a ambos, pero sin ser capaz de crear alguna incomodidad; la calidez del ambiente, el calor del alcohol y lo distraídas que estaban sus mentes con cada cosa que hacían eran capaces de mantener lejos la gelidez de la avanzada hora, siendo una parte externa a ellos, indigno de ingresar a esa esfera cuyo acceso estaba limitado tan solo para Osamu y Uriel, nadie más.
⠀⠀Avanzada la noche, los dos individuos de ese departamento sentían sus cuerpos libres de un peso habitual; sus cuerpos parecían más ligeros, más fáciles de llevar, casi como si fueran uno con el sofá que los acogía y mantenía cómodos. Uriel meneó su ochoko despreocupadamente, mirándolo con una sonrisa ladeada, casi traviesa y juguetona antes de beber lo poco que le quedaba. Bajó la mirada, dándole su atención al fondo vacío.
⠀⠀—Osamu —murmuró su nombre, saboreando cada sílaba que lo conformaba—. ¿Recuerda cuándo dijo que el alcohol me afloja la lengua?
⠀⠀—Lo recuerdo. —Su perezoso acompañante giró a verla, apoyando su codo en el respaldo del sofá, inclinándose en una posición cómoda y estable—. ¿Por qué? ¿Ya lo va a admitir y no lo negará como antes?
⠀⠀—No es eso —contestó entre risas pequeñas—. Yo no diría que me pone de humor para hablar de más, me pone más… Hm, ¿cómo decirlo? Impulsiva.
⠀⠀Osamu parpadeó un par de veces, tratando de hallarle un significado a esa palabra. Quizá era por algunos fallos en su vocabulario que no podía encontrar una palabra más precisa que «impulsiva». Interpretarlo lo llevaba a desviarse en distintos escenarios. Él la veía lo suficientemente impulsiva sin una pizca de alcohol encima cuando le hablaba, cuando lo tocaba de repente, incluso la selección de aquel día fue dado bajo un arranque de impulsividad. Entonces, de ese modo, le era complicado determinar a qué se refería en ese instante.
⠀⠀—¿Ah, sí? ¿Y cuál es la diferencia del día a día?
⠀⠀—Creo habérselo dicho antes, Osamu. No soy tan imprudente como piensa. —murmuró, haciendo una mueca con sus labios, dejando el ochoko sobre la mesa ratona. Ese hubiera sido un punto remarcable si estuvieran hablando de prudencia y no de impulsividad—. Es diferente… Es como eliminar los miramientos, llenarse de una valiente energía y hacer algo solo porque quiero.
⠀⠀El japonés la escuchó con atención, encontrando entretenido la forma tan segura en la que le estaba hablando. Ella lo hacía lento, sutil; un murmullo que sonaba sopesado, dicho con una sinceridad envidiable que solo podía salir de esa mujer.
⠀⠀—¿Y tiene algo en mente justo en este instante?
⠀⠀—Sí, lo tengo —contestó con simpleza—. ¿Usted me permitiría hacer lo que tengo en mente?
⠀⠀Él observó la mirada de Uriel. Esos ojos azulados, vacíos, con un reflejo mínimo de luz ínfimo, pero persistente. Ella esperaba su respuesta, pero no parecía estar interesada en recibir la que transmitía sus orbes café; en su lugar, parecía mucho más emocionada por una que fuera verbal.
⠀⠀—Ah, señorita. Me parece a mí que lo que le causa el alcohol sigue siendo volverla una charlatana —comentó humorístico; no obstante, sus palabras murieron a mitad de camino, sin dejarlo acabar con sus humorísticas intenciones, cuando Uriel creó un acercamiento al tomarlo de aquel pendiente que caía por su pecho.
⠀⠀—No, no. No juegue conmigo justo ahora al tratar de hacerme dar vueltas a su gusto —habló con firmeza, soltando un pequeño suspiro—. Lo único que necesito es un sí o un no. ¿Cuál escoge?
⠀⠀Osamu calló un instante, concentrándose en ella lo más que podía. Su manera de hablar, su agarre sobre él, su postura, su respiración, sus movimientos; solo con ese cúmulo de cosas podía decir con claridad que ella estaba en la plenitud de la consciencia, que no estaba actuando bajo la ceguera de la ignorancia y que estaba pensando demasiado bien en lo que hacía. Uriel no estaba ebria en lo absoluto, y, ciertamente, él tampoco.
⠀⠀—Si tanto insiste.
⠀⠀—Bien —De ella emergió un suspiro pequeño, uno que sonaba aliviado por haber recibido una respuesta afirmativa. Del mismo modo y tras un pequeño momento de silencio, sus labios se alzaron en una sonrisa culposa—. Espero no le moleste.
⠀⠀Osamu había previsto varios escenarios posibles. Sentir cómo era atraído hacia la mujer al ser halado por su collar, junto con la sensación de la suavidad de su palma acunar el lateral derecho de su rostro, agilizando una nueva forma para extinguir la distancia, le permitió confirmar lo que en un inicio había pensado, pero solo fue en el momento preciso en el que sus labios se juntaron que su hipótesis se hizo realidad.
⠀⠀Uriel lo estaba besando.
⠀⠀Sus labios se movían cuidadosos, invitándolo a seguirle el paso, a unirse a su movimiento y no separarse. Él no tenía la voluntad exacta para hacerlo, pues en él no había un deseo de rechazo. Sus vendadas manos hallaron rápidamente lugar en la anatomía femenina, posándose sobre su mejilla y en la parte trasera de su cuello, apoderándose de unos cuantos mechones de su cabello que se entrelazaron en sus dedos.
⠀⠀Uriel dejó de lado su collar, agarrándose del hombro de él, sintiendo poco a poco cómo el cambio de peso trabajaba sobre ellos en medio del ósculo compartido. El contacto no era precisamente desenfrenado, pero tenía una reacción catártica que estremecía sus sentidos y enloquecía sus nervios en corrientes impregnadas en dopamina. La sensación era aturdidora, capaz de bloquear los sentidos que no estuvieran involucrados a lo que estaban viviendo. La emocionalidad de ese instante arrastraba un historial de meses, una tensión constante que había creado nudos intensos que exclamaban por ser liberados de su punto máximo de estrés.
⠀⠀No fue sorpresa para ninguno de los dos que sus pechos se hincharan ante el profundo vacío. La naturaleza aclamaba por ellos y sus organismos requerían separar un poco, aunque sea un poco, para poder alcanzar la frescura del oxígeno y reparar la ausencia en sus pulmones. Sus labios se separaron jadeantes, húmedos del contacto del otro, rozando en esa pequeña cercanía de la que no se habían deshecho. Exhalación tras exhalación, sin separarse del otro, sintiendo el mareo en sus cabezas creado por otro agente que no era el alcohol.
⠀⠀Uriel entreabrió sus labios con las intenciones de vociferar el nombre ajeno, mas sus intenciones murieron ahogadas en su boca, incapaz de dejar salir el sonido completo. Sus labios fueron sellados de nuevo, presionados bajo el tacto agrietado de Osamu.
⠀⠀Sus manos ejercieron mayor agarre en el cuerpo ajeno, mostrándose presentes y conscientes en cada tramo que era conducido por esta unión. Pese a lo abrumador que llegaba a ser, ninguno se estaba perdiendo de los detalles sensoriales que caían benévolos; era imposible cegar la percepción de la humedad del contrario juntarse y entremezclarse, el hormigueo incesante en pómulos y las zonas afectadas por el contacto del otro, la agitación de sus respiraciones y el estupor de sus corazones.
⠀⠀Eran mortales incapaces de desprenderse de su condición humana, sumergidos en la extrema catarsis que el hado ocasionado por las acciones predecesoras había impuesto. Si la palabra para describir la intensidad desplegada en aquel departamento no era catarsis, entonces temido era la poca capacidad para catalogar el sumo crescendo de su marco liberal. ¿Acaso no era la purga de las pasiones el mayor referente de la fogosidad de sus besos? Entonces no había porqué discutir la presencia de una descomunal catarsis.
⠀⠀Chasquidos húmedos, exhalaciones agitadas y murmullos muertos en los labios del otro convergían de forma constante, repitiendo el mismo patrón una y otra vez hasta agotarse. Al separarse, el mundo a su alrededor lucía más desaliñado, mostrándose igual de revoltoso que sus pensamientos. Permanecieron jadeantes, dejando que el silencio los encerrara en su abrazo. Sus cuerpos estaban más desordenados que en un inicio, reflejándose igual en sus ropas. Estaban absortos, mirándose finalmente sin impulsos de eliminar la cercanía. No eran ilusos. Sabían muy bien que al hablar se quebraría el hechizo que los mantenía embelesados con el otro. arruinar la calma con la calamidad de las palabras debía ser considerado crimen, tanto Uriel como Osamu parecían estar de acuerdo con ello.
⠀⠀Las tazas ochoko posaron en la mesa, vacías, sin la calidez de estar siendo usadas, olvidadas allí como condena; la botella les hacía compañía, incapaz de acabar de cumplir su anhelo de verter su contenido. El sake dejó de ser el elemento primordial, sufriendo el desplazamiento de un interés mayor, uno más atractivo y destinado a suceder inevitablemente. No había cavidad para que hubiera otro estelar esa noche; ni el alcohol que corría por su organismo, ni el frío que apoyaba el estremecimiento de sus poros, ni el espectáculo lumínico de Yokohama, ni el cansancio que previamente había dejado peso en sus párpados. Todo eso era innecesario como las palabras mismas; elementos mundanos cuyo momento se extinguió para darles paso a ellos…
⠀⠀Y el sentimiento de inutilidad quedó persistente, afianzado y contundente cuando los protagonistas retomaron de nuevo.
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