▬▬▬ chapter thirty one

capítulo trigésimo primero ━━ hasta el día selecto 》

⠀⠀⠀⠀⠀Los días de ocio llegaron a su fin. Pasado unos días llenos de una mezcla de relajación y comodidad, Uriel retomó las pausadas actividades en la agencia armada de detectives. Visualizar el edificio rojizo le transmitía una sensación de calma. El olor a granos de café se filtraba por las escaleras que llevaban al primer piso de la agencia. Al llegar, nada parecía haber cambiado; los trabajadores mantenían su ritmo, ese al que tanto se adaptó al trabajar un buen tiempo en aquel lugar.

     Uriel sonrió. De cierta forma la agencia se había convertido en un lugar que permanecería en su corazón. Su extensa visita a Japón no era nada si no incluía a la Agencia Armada de Detectives. La agencia era parte protagónica de su viaje, un sitio común al que ir y pasar el rato, haciéndola sentir menos perdida, guiarla en el conocimiento del lugar extranjero a su conocimiento y manteniéndola alejada de la extrañeza de no tener algo familiar a su alrededor. Apreciaba mucho lo que ese organismo ha simbolizado a lo largo de su estadía.

     —¡Uriel!

     La voz infantil y animada de Kenji fue la primera en recibirla. El muchacho la miró amistosamente, manteniendo una sonrisa amplia en su expresión. Él no podía hacer sus habituales gestos debido a las limitaciones que tenían sus manos. Pesadas cajas yacían sostenidas con firmeza en sus palmas, entorpeciendo un poco su andar al tratar de mantener todas en equilibrio. La dama extranjera sonrió, regresándole la atención al chico.

     —Hola, Kenji. ¿Has estado bien? —preguntó, acercándose a él hasta mantener una distancia prudente para no estorbarle.

    —Bastante bien. ¿Qué hay de ti? No te he visto desde hace semanas.

     —He estado ocupada, pero, pese a eso, he estado bien —contestó con calma, mirándole las manos al menor—. ¿No es eso muy pesado para ti?

     —¡Para nada! —contestó tras sacudir la cabeza—. Está perfectamente equilibrado y liviano para mí. —De esa forma, para probar su punto, él alzó las cajas con sus manos, subiéndolas y bajándolas con dominio—. ¿Lo ve? Está todo bien.

     La mujer asintió, admirando la habilidad de hacer ver fácil un trabajo como ese pese a ser un muchacho tan pequeño. A veces le parecía curioso cómo la agencia podía tener miembros tan jóvenes entre sus filas. Atsushi y Kenji eran chiquillos en pleno desarrollo que ya encaraban situaciones a las que ella misma palidece. «Son de materia distinta» suponía. No era nativa y desconocía un montón sobre la crianza japonesa, pero, sin duda, estaba segura que ningún chico sueco hallaría las agallas para hacer lo mismo. Por supuesto, estaba generalizando. Quizá no todos los jóvenes japoneses fueran así, mas curioso le era cómo había dos de ellos en la agencia.

     —Debo dejarla, Uriel. Kunikida quiere terminar esto hoy, así que tengo que hacerlo rápido.

     —Está bien, Kenji. Suerte con lo que tengas que hacer.

     Miyazawa asintió con la cabeza, sonriendo antes de seguir su camino para terminar su labor satisfactoriamente. La mujer lo miró irse, sabiendo que era su momento ideal para encontrar a Kunikida para que la organizara en medio de su muy estricta y detallada agenda. No le gustaba hacerlo esperar, por lo que no tardó en acabar de subir las escaleras que llevaban a la oficina..., mas la ausencia que tuvo su persona durante largos días le pasó cierta factura. Arriba se encontró con Rampo y Yosano por pura casualidad, a quienes saludó con humor tras ese período sin comunicarse, ocupando algo del tiempo disponible para actualizarse un poco. No creía que la falta de su presencia fuera tan significativa.

     Ellos no fueron los únicos que también estuvieron sus actividades para encontrarse con ella e intercambiar un par de palabras. Cuando Yosano y Rampo tenían planes de seguir con lo suyo, Atsushi la había cazado para tener su “momento de caridad”. Había sido un poco gracioso para ella, pues el menor se acercó en el momento oportuno, saludándola con un sutil «señorita Uriel, me alegro de poder verla». La carismática forma en la que él hablaba conmovía su humor y la hacía sonreír con suavidad.

     —Ah, Atsushi, también me es gustoso verte.

⠀⠀Sus ojos celestinos conmutaban una conexión visual con la preciosa heterocromía del chiquillo, notando en la exótica combinación de sus iris cierto ánimo indescriptible para ella en ese momento en el que no estaba haciendo uso de su habilidad.

     —¿Se encuentra mejor? El señor Dazai me dijo que usted ha estado muy ocupada.

⠀⠀—¿Dazai te dijo? —La primera reacción de la extranjera fue reír un poco, alzando las cejas con cierta impresión por la confesión dicha.

⠀⠀—Le pregunté un par de veces por usted —admitió penoso, pensando que estaba exponiéndose. Él desvió la mirada por un momento—. Me dijo que tenía mucho trabajo, pero que usted estaba bien. Dijo que la ha visitado seguido porque la ayudaba.

⠀⠀Las pupilas de la sueca se agitaron, disminuyendo su tamaño al escuchar las palabras de Atsushi. ¿Qué se supone que iba a decir exactamente cuando aquel hombre había dicho algo tan descuidado como eso?

⠀⠀⠀⠀⠀No le quedó mayor opción que asentir con la cabeza, encogiéndose de hombros mientras trataba de erradicar lo desconcertante de su sentir en su voz.

⠀⠀—Oh..., sí. Pude manejar estar bien con todo el trabajo. Gracias por preocuparte. —Al final tomó la decisión de omitir ese detalle y retomar la pregunta que potenció ese pequeño desvío.

     El joven tigre hizo un gesto de alivio como si hubiera existido en él el temor de que su mentor estuviera mintiéndole con eso, aunque, de ser así, no sería nada nuevo. Las veces que el albino ha quedado embaucado por el detective de vendas hacían una cantidad que resultaba ser irrisoria y lamentable. Varias veces se preguntaba cómo Osamu hallaba nuevas formas para hacerlo caer en sus redes, así como también se preguntaba cómo Atsushi no acababa de captar las potenciales estafas de su superior, aunque no lo podía culpar, él debía confiar en Dazai.

⠀⠀Tras su gesto, el muchacho pareció recordar algo que tenía pendiente; sus ojos se iluminaron y una sonrisa se extendió por sus labios.

⠀⠀—¿Está ocupada? Quería mostrarle algo.

⠀⠀La mujer, ya recuperada, alzó una ceja y lo miró con curiosidad. Los ojos heterocromáticos del muchacho solo reflejaban la aspiración de un buen recibimiento de parte de ella, haciendo demasiado énfasis me querer involucrarla en ello.

⠀⠀—Por supuesto. Voy contigo.

⠀⠀Atsushi se movió, confiando en que ella lo seguiría. El recorrido fue realmente corto. La oficina de la agencia no era particular en tamaño, por lo que solo constó de cruzar su espacio para llegar a la conocida área del sofá cerrado en un pequeño cubículo. Allí aguardaba una niña que vestía de forma tradicional; su kimono —apostaba que era un kimono, pues aún seguía con la confusión de su distinción con un yukata— era de un rojo carmín intenso, mientras que el obi —recordó cómo se llamaba— era de un color amarillento que iba a la par de su vestimenta, creando un contraste con la tonalidad de sus ojos y cabello.

⠀⠀—Señorita Uriel, ella es Kyouka. Se unió a la agencia cuando estaba ausente —presentó, pasando a ver a la muchachita, quien se había levantado del sofá por cortesía, revelando su pequeña altura que se diferenciaba con la alta figura de la mujer. Los ojos de la chiquilla la miraban con suma curiosidad—. Kyouka, ella es la señorita Uriel.

⠀⠀La dama extranjera sonrió amistosamente, alzando su mano para agitarla en un saludo, pues así fue como se había presentado con los más pequeños de la agencia; no obstante, presenció a la joven inclinarse hacia adelante en esa pronunciada reverencia que tanto caracterizaba a los japoneses. Uriel bajó la mano, inclinando tan solo un poco la cabeza. Si Dazai estuviera viendo, juraría que ya lo habría escuchado reírse de ella en su habitual forma jocosa y encantadora.

⠀⠀—Es un gusto conocerla... ¿Urieru?

⠀⠀Laleh rio suavemente, acostumbrada a la confusión y complicación inicial que generaba su nombre en la pronunciación nipona. Además, le causaba particular gracia debido al tono estoico y casi robótico que poseía la pequeña.

⠀⠀—Uriel —le corrigió y recordó con sencillez al ver su necesidad de un pequeño empujón—. El placer es todo mío, Kyouka. Es un poco tarde, pero bienvenida a la agencia. Espero tengas una buena estadía.

⠀⠀—Muchas gracias, señorita... Urieru.

⠀⠀Uriel alzó la comisura de sus labios con humor. Siempre era divertido escuchar a algún japonés tratar de pronunciar por primera vez su nombre; era una experiencia indescriptible tener que ver sus ganas de dar una pronunciación mucho más asertiva.

⠀⠀Atsushi, quien había silenciado para dejarlas interactuar solas, convirtiéndose en un espectador del encuentro que él mismo había planeado, ocupó lugar una vez más en la charla.

⠀⠀—¿Lo ves? Te dije que era amistosa.

⠀⠀El comentario de Atsushi parecía un consuelo para la menor. Naturalmente, Uriel sintió curiosidad por ella y su relación con la agencia. Tal y como pensaba con anterioridad, las edades con las que se unían estos chicos le parecía surrealista. Kyouka estaba lejos de no causarle intriga; era muy pequeña, mas algo en ella le parecía más extraño de lo que la mayoría de miembros le causaba..., exceptuando por Osamu, por supuesto. Su estoicismo y falta de fluidez llamó su atención. Parecía ser una mezcla, a primera vista, de timidez, inexperiencia e ingenuidad. De tal modo, para Uriel fue inevitable ceder a ese impulso interno y usar su habilidad en medio del mutismo. Sus ojos azules buscaron los de la menor, encontrándolos tan honestos cuales dos cristales que permitían la vista a una realidad más, una sinceridad que solo ella podía hallar. Un pequeño vistazo nunca lastimaba...

⠀⠀El rostro de Uriel enserió un instante. No pronunció nada; en su lugar, anuló su habilidad. «Pobre criatura» pensó para sí, reflejando tristeza empática en sus ciegos orbes. No tenía ninguna idea de qué clase de suceso podía afligir a esa pobre niña, pero sin duda, no lo merecía. “Los niños nunca deberían sufrir” era un comentario con el que Uriel no podía estar más de acuerdo.

⠀⠀Ante eso, en su desconocimiento sobre todo lo que se resguardaba en la oficina, pensó una vez más en los raros perfiles que la agencia mantenía en sus detectives activos. La agencia, por sí sola, le parecía un organismo tan fuera de lo común que a veces le parecía inquietante. Atribuía ese sentimiento al cúmulo de usuarios de habilidad conviviendo cercanamente unos con otros. Laleh nunca había estado rodeada de tantos dotados como ella, el contraste que presentaba le hacía ruido con su acostumbrado trato con los organismos donde la gente común era prioridad. No se quejaba, le gustaba esa gran diferencia que este ambiente laboral brindaba. La libertad tan desmesurada que dejaba el señor Fukuzawa causaba impresión, pero eso no hacía decaer la productividad que mantenían. Trabajar allí durante esos meses no representaba alguna disconformidad mayor para ella. Compañeros agradables, un encargado responsable y un jefe serio, pero agradable al trato. Si por azares del destino debía quedarse allí, no se quejaría en lo absoluto. Aunque, claro, eso lo decía su ignorancia sobre los duros eventos que más adelante azotarían la agencia.

⠀⠀Uriel miró a ambos niños, sonriendo con sutileza, encontrándolos tan pequeños y llenos de vida. La mujer no era mayor a los extremos, sus años de distancia abarcaban una década y poco más, pero tenía esa costumbre de ver con suma simpatía a jóvenes almas en medio de la inestabilidad de la adolescencia.

⠀⠀—Ustedes dos me toman en mal momento, sin duda —comentó, suspirando con cierta decepción por ese asunto, recibiendo de inmediato la atención de los ojitos de ambos chiquillos—. Hoy no me puedo escapar un rato para darles algo. Aparte, mi dinero de este día ya está comprometido para otro propósito.

⠀⠀El joven tigre fue el que respondió, llevando ambas palmas al frente, sacudiéndolas en negación, teniendo una mezcla de nervios y vergüenza, haciéndola sentir una oleada de humor. Parecía que estaba temiendo por sus tendencias de querer regalarles un gusto.

⠀⠀—¡No hace falta! No tenía esa intención cuando le presenté a Kyouka —aclaró, enderezándose tras suspirar—. Usted es tan amable que pensé que sería agradable para ella. No es necesario que nos invite algo.

⠀⠀Uriel abrió sus labios para contestarle, mas pronto se detuvo al ver a Kyouka tomar la iniciativa.

⠀⠀—Pero yo sí quería... —Su voz seria mezclada con ese tono de desilusión traicionaron a Atsushi.

⠀⠀La mujer mayor rio con humor, soltando pequeñas carcajadas que solo provocaba que las mejillas del muchacho se tiñeran de un natural colorete.

⠀⠀—Ya, ya. No se preocupen —dijo tras dejar de reír—. Los voy a invitar en otra ocasión. ¿Tú qué quieres, Kyouka?

⠀⠀La jovencita, desprovista de la vergüenza que invadía al albino, contestó con cierto ánimo que se reflejaban en sus ojos azules: «crepes, por favor».

⠀⠀—Crepes serán, entonces.

⠀⠀Una vez dicha la sentencia, Atsushi bajó la mirada, suspirando con pesadez antes de apretar sus labios con resignación. Laleh carcajeó de nuevo, negando un poco con la cabeza; parecía un niño que había perdido una discusión. Lo siguiente que sintió el chico tigre fue la palma de la mayor reposar sobre su frente, sacudiendo sus blanquecinos cabellos, desordenándolos más de lo habitual.

⠀⠀—Deja de preocuparte tanto.

⠀⠀La heterocromática mirada del menor se encuentra con el alba infinito de la extranjera. La desacostumbre a un toque tan cálido en su frente no le dejaba procesar muy bien del todo el gesto. Al final, ella lo vio asentir con cuidado y en silencio.

⠀⠀—Muy bien —inició, retirando la mano, anulando el contacto—. Nuevamente, es un placer, Kyouka. Kunikida debe estarme esperando desde hace rato. No es bueno hacerlo esperar.

⠀⠀Ninguno de los dos protestó. En su lugar, asintieron y emitieron pocas palabras que encaminaban al fin de la conversación, dejando ese espacio de anhelo por poder reunirse de nuevo y dialogar una vez más.

⠀⠀Sí, definitivamente se alegraba de volver a la agencia.


⠀⠀Kunikida la había recibido con cierto alivio y profesionalidad. Tras amistosas preguntas, el hombre rubio explicó la nueva labor que se le asignaría a la mujer. No era nada nuevo, Doppo solía tener necesidades específicas. Si algo lo caracterizaba, era su organización envidiable, empero, al tener que mantener también la de toda la oficina, muchas veces requería ayuda extra para un mayor rendimiento. Puede que ese sea un comentario que ya lo ha pensado más de una vez, pero, sin duda, Kunikida siempre le causaba absoluta impresión. No era nada nuevo, su trabajo era asistir al ocupado rubio.

⠀⠀Su día constó de hacer eso, llenar su agenda, hacerle resúmenes de casos y otros oficios que llegaban a la agencia. Si era sincera, le había costado lo suyo hacer cosas tan simples, lo cual le recordaba a sus primeras semanas. Estar tan inmersa en el trabajo en su lengua natal le había dejado ciertas trabas al intentarlo en japonés. No obstante, no era nada grave; la otra práctica le haría acomodar las imperfecciones que aún mantenía. A veces era complicado ser extranjera.

⠀⠀Para la hora del ocaso, Uriel yacía acomodando sus cosas para retirarse a su apartamento provisional, anhelando el descanso y la oportunidad de procesar el día con mayor tranquilidad y confort. Se tomaba su tiempo en acomodar sus cosas; los años le habían dejado la experiencia de que tener un bolso acomodado resultaba ser la cosa más útil y práctica en muchas ocasiones. De joven solía lanzar las cosas despreocupadamente dentro de su bolso; «tengo que hacer otras cosas» pensaba, pero luego todo se me complicaba cuando, por cualquier situación cotidiana, debía buscar o guardar algún elemento inesperado.

⠀⠀Uriel estaba absorta en lo suyo, sin prestar demasiada atención a lo que ocurría a su alrededor. Por ello, no se percató de las masculinas pasadas que se acercaban a ella desde atrás.

⠀⠀—Señorita, parece que ya ha salido de sus atosigantes labores. —La voz masculina del hombre de vendas retumbó en su oreja derecha.

⠀⠀La reacciones de Uriel constó de un jadeo que escapó rebelde de sus labios, acompañado de un leve escalofrío que alteró sus nervios de forma ciertamente atractiva y gustosa. La mujer pasó a mirar al varón, dando media vuelta, dejando que su espalda baja se apoyara en el borde del escritorio. En ese cambio de posición, sus ojos podían ver la figura superior de Osamu; su cuerpo se mostraba relajado, manteniéndose a una distancia prudente, pero lo suficiente cerca como para apreciar a la perfección los rasgos ajenos gracias a su altura similar. Ella no halló refugio de su sentir, acabando por sonreír.

⠀⠀—Por lo que ve, sí —contestó con simpleza, encogiendo sus hombros en un gesto tranquilo; sin embargo, el hombre podía declarar que había algo extra escondido en ese comportamiento que rozaba lo ladino. La dama desvió la mirada, echando un vistazo por el cuerpo de Dazai y guardó silencio, apreciando la cercanía. Osamu pudo confirmar que esa intuición de que había algo más era verídica—. Así que, Dazai, ha estado siendo un muy buen samaritano al ayudarme, ¿no?

⠀⠀El japonés abrió sus ojos debido a la pequeña sorpresa que le produjo escucharla, alzando sus manos con culpabilidad mientras bajaba la cabeza, casi como si se estuviera entregando.

⠀⠀—Culpable de todos los cargos, señorita oficial —declaró, gestionando en sus labios una sonrisa infantil, llena de falsa inocencia que solo ponía adornos sobre la compleja máscara que componía su rostro. No mucho después, suspiró derrotado—. Atsushi es un pésimo cómplice. Me delató cuando le dije que no lo hiciera. Voy a vengarme tras mi condena.

⠀⠀Uriel rio con gracia, negando con la cabeza. El escenario creado por el varón le parecía, cuanto menos, interesante. Sus capacidades imaginativas eran una peculiaridad digna de apreciar, por no olvidar el flameante entretenimiento que causaba ver hasta dónde podía llegar con sus fascinantes juegos.

⠀⠀—No le eches la culpa a Atsushi, delincuente. ¿Quién te manda a mentir? —Le siguió el juego, actuando con una increíble seriedad en el tema—. ¿Le ha gustado su mentira de estarme ayudando? Entonces su condena será ayudarme... Osamu, ¿qué tan bueno es haciendo las labores del hogar?

⠀⠀La sonrisa del castaño desapareció a una velocidad envidiable, transformándose en una mueca llena de cierto pavor indescriptible ante la idea de hacer las tareas domésticas. No era solo su sentencia lo que le causaba a él cierto desamparo, por supuesto que no solo se podía quedar en eso; él sabía muy bien que, eventualmente, ella lo iba a obligar si se lo proponía. ¡Él estaba seguro de eso! Ella había manipulado alguna de sus visitas de tal forma que él había acabado colaborando con ciertas actividades.

     —Juega muy rudo conmigo, oficial —exclamó lastimero, retrocediendo un par de pasos, anulando con ello la marcada cercanía.

     La dama se cruzó de brazos, sonriendo de forma ligera, llena de cierta burla.

     —¿Es así? Lo siento, pero usted juega tan apasionado que me es imposible no querer igualarlo.

⠀⠀—Me halaga y preocupa —añadió, alzando sus manos, haciendo pequeños movimientos en son de paz—. Pero, entiéndame. Atsushi no dejaba de preguntarme por usted. ¡A mí! No podía contestar sin poner en riesgo mi perfecto escape del trabajo, así que decoré un poco las cosas. No puede negar que al menos la he ayudado con su entretenimiento.

⠀⠀Dazai le guiñó el ojo, dándole la vuelta al asunto para hallar un punto que se inclinara, aunque sea un poco, a su favor. Con tan ideada excusa, la mujer no pudo encontrar negación viable, pues, pese a lo descarado que eran él y su mentira, tenía razón.

⠀⠀—Usted definitivamente no ve límites —dijo con cierta sorna—. ¿Se ha apiadado de Atsushi, entonces?

⠀⠀—Hum —canturreó suave—, puede verlo de esa forma. Me apiadé del preocupado Atsushi y le di respuestas sobre su paradero ya que al pobre le avergonzaba escribirle.

⠀⠀Uriel podía imaginar a la perfección al joven albino mirando su contacto, debatiendo contra su propia pena para recoger el valor necesario para mandar un corto mensaje de saludo. En ese sentido, el muchacho era predecible y eso favorecía mucho a Dazai.

⠀⠀—Atsushi, como siempre, es un joven demasiado bueno como para tenerlo a usted como mentor. Adivino, la parte en la que se apiadó fue después de burlarse de él, ¿no es así?

⠀⠀—Me conoce, señorita —confesó, cediendo de nuevo para la sorpresa de la mujer—. Sabe que no puedo dejar pasar la oportunidad.

⠀⠀Una sonrisa floreció de los labios de ambos adultos. La costumbre hacia este tipo de interacciones se había plantado en lo más profundo de ellos, tratando de iniciar el proceso de germinación. La mujer sacudió la cabeza, obligándose a sí misma a darle la espalda para terminar de arreglar sus pertenencias.

⠀⠀—Ya que estamos, ¿de dónde salió la joven Kyouka?

⠀⠀Su pregunta tenía un mínimo hilo de conexión con el tema de antes, pero la curiosidad sobre el tema se iba más allá y lo enlazaba con maestría. 

⠀⠀—Al igual que Atsushi, es una usuaria de habilidad que se vio involucrada en cierto caso cuando usted no estuvo. La agencia estaba patas arriba durante esos días.

⠀⠀Uriel asintió, sabiendo que él debía estar observándola pese a que ella no lo hiciera. Procesó lo dicho, hallando interesante la integración tan rápida. En algún momento se enteraría por completo de todo el contexto que envolvía el caso. Parte del motivo por el cual Dazai no le había dicho la mentira que había establecido Fukuzawa se debía a eso; esa mujer, dependiendo de lo que le ponga a hacer Kunikida, tendría acceso al expediente legítimo. Aunque, incluso si no lo tuviera, conocía de primera mano el mal hábito de la extranjera. Él ya tenía previsto que ella indagaría por pura costumbre en los ojos de la menor; empero, al encontrarse con el tormento de su mente, Uriel comenzaría a sumergirse hasta que, en algún momento, descubriría la verdad.

⠀⠀Dazai no era tonto bajo ningún aspecto. Por mucho que haya desarrollado una especie de vínculo más confortante, Uriel seguía siendo alguien “infiltrada”, puesta ahí por razones gubernamentales, mas no veía el límite de hasta dónde llegaba su conexión. Uriel no diría nada, pues, de lo contrario, habría hecho algo en todos esos meses que estuvo ahí al saber muy bien el contexto del caso y la condición de Atsushi como criminal de bajo estándar por los daños causados por el tigre. Sin embargo, desconocía qué pasaría si le hubiera mentido... Y, si era honesto, prefería no hacerlo. Deberle explicaciones a esa mujer no formaba parte de sus cómodos objetivos.

⠀⠀Uriel colgó su bolso sobre su hombro, disponiendo de, finalmente, abandonar la oficina y establecerse en la residencia para descansar. Antes de dirigir su mirada al hombre, miró a través de la ventana, encontrando el cielo en el punto cúspide del ocaso; los colores ya no eran naranjas predominantes, en su lugar, una muestra de color complementario llenaba cada tramo del cielo de Yokohama. El violeta se mostraba dominante sobre los últimos tramos de la diurna acuarela anaranjada. Sonrió por la belleza del cuadro.

⠀⠀—Gusto en verlo hoy, Osamu.

⠀⠀Ella dijo en tono de despedida, comenzando con pequeños pasos que cortaban los retazos de la cercanía que habían estado compartiendo; empero, eso no fue una señal de detenimiento para el hombre de vendas.

⠀⠀—No sea tan fría —quejó a sus espaldas, bajando con ella las escaleras del edificio.

⠀⠀—Hm... Siento como si un perro callejero me estuviera siguiendo —canturreó un poco, denotando un tono coqueto que derivaba de la más pura sorna. Parecía que había aprendido demasiado bien de él.

⠀⠀Dazai parpadeó un par de veces, visiblemente contagiado por el brote humorístico que hizo florecer la sueca. Se adelantó unos cuántos pasos, al punto en el que llegó a asustarla con la idea de que pisaría mal y saldría rodando cuesta abajo por las escaleras.

⠀⠀—Me duele, señorita. —Una nueva queja fue dicha, haciendo reír a la extranjera—. Tráteme con cuidado, puedo romperme —añadió, tomando a la dama de los hombros, balanceándose en los últimos escalones previos al descanso.

⠀⠀Uriel rio, sin entender muy bien qué clase de juego había escogido el varón en esta ocasión. Tampoco es que pudiera preguntarle, pues en medio de sus ligeras carcajadas, se aferró a los antebrazos vendados de Osamu, concentrándose en no caerse. Sus dedos hallaron sitio al palpar los patrones circulares creados por la ligera tela del vendaje; había creado contacto con Osamu previamente, pero de todas ellas, según recordaba, la yema de sus dedos nunca había encarado de tal forma la superficie cubierta a un punto en el que podía rozar su piel escondida entre los mínimos espacios que se formaban.

⠀⠀Era, cuanto menos, un pensamiento que azotó la cabeza de Uriel.

⠀⠀Breves segundos después, ella tomó una pausa, separándose de él, no sin antes mirar los antebrazos del varón.

⠀⠀—Le está dando muchas vueltas a lo que sea que quiera pedirme.

⠀⠀Si él en algún momento había planeado abrir sus labios para soltar más palabrería calculada con dicha, sus planes se arruinaron por la interrupción de la sueca, quien lo miraba con una ceja alzada. Sus manos, entre tanto, abrieron la puerta que daba a la calle, permitiéndole a él salir primero. El castaño salió, reconociendo ese tipo de gestos en la extranjera; por detalles como esos, se podía notar la procedencia ajena de la mujer. Si fuera una japonesa promedio —y no una excepción como las señoritas con habilidad de la agencia—, ella no hubiera movido ni un dedo por facilitar las cosas, todo bajo la excusa de que ella era mujer y, para rematar, mayor que él.

⠀⠀—Me ofende su falta de sutileza —alegó Osamu tras cruzar la puerta, afrontando el bullicio de la calle. Ambos conmutaron contacto visual por un largo instante al cerrar la puerta—. Yo solo quería saber si está disponible.

⠀⠀Uriel sonrió, dejando que sus dientes se asomaran un poco. Las ganas de suspirar y negar con la cabeza parecían irresistibles, siendo difícil de aguantar por mucho tiempo, pues, aunque sintiera algo contradictorio dentro de ella, debía negar su presuntuosa pregunta. Antes de que él siquiera tuviera la oportunidad de mover sus labios para pronunciar el primer fonema de sus protestas, ella se le adelantó.

⠀⠀—El viernes. —Aquello fue el inicio selecto y preciso de su mensaje—. El viernes por la noche puede tomarse el atrevimiento de invadir el apartamento.

⠀⠀Dazai alzó las cejas, curioso de la determinación de la mujer en su respuesta. Sus celestinos ojos azules eran un espejo sincero que combinaban a la perfección con lo que decía. El japonés no evitó prolongar su silencio por unos segundos más, pues en su cabeza aquella inefable imagen que tanto lo perseguía se proyectó una vez más. El cordero acorralando a la bestia bajo el juicio de un ángel. Odiaba su significado, pero él había sido el iluso soñador que lo permitió.

⠀⠀Al ver que ella no iba a agregar nada más, terminó por encogerse de hombros. Sonrió, cerrando sus párpados para escapar de los sedientos ojos azules que tanto lo acechaban. De esa forma, lucía tan galante y despreocupado, como si su mente encontrara un descanso.

⠀⠀—Nos vemos el viernes, Uriel.

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