▬▬▬ chapter thirty
《 capítulo trigésimo ━━ polillas 》
⠀⠀⠀⠀⠀La noche era una víctima constante de muchas supersticiones y creencias mundanas que variaban según la cultura y el cada quien. Todo individuo poseía una visión personal al respecto, incluso Uriel tenía su visión y creencia sobre la noche, un elemento tan natural y anclado a la vida como lo era el día. Donde hay luz, hay sombra; una combinación primordial en cada pieza con alma, como el ying y el yang. Abrazar ambas partes era inteligente y necesario para la armonía o, al menos, eso era capaz de pensar la dama extranjera.
Las luces apagadas de todo el apartamento no indicaba que la luz no estaba presente. Le encantaría ser cual autor del romanticismo y poder decir que el resplandor tenue y ligero que bañaba la habitación con su encanto era gracias a la magnificencia de la luna, mas debía decepcionar a todos esos fieles adoradores de la noche y ser sincera; el verdadero causante de tanta iluminación eran las impresionantes luces de Yokohama que nunca dejaron de sorprenderla. La mujer se hallaba apoyada en el alféizar de la ventana de lo que figuraba ser su habitación. Observaba desde ahí las miles e innumerables luces del paisaje, pero, sobre todo, enfocándose en la redondez de la luna, divagando en ella de muchas formas distintas.
En su etapa de educación media llegó a leer —o escuchar, ni siquiera estaba segura— una frase cuyo autor y procedencia desconocía, mas era de esas que, por alguna extraña razón, se quedaba tatuada en su memoria. Según este pensamiento, aseguraba que en la luna aguardaban fragmentos del alma que de perdieron en busca de una respuesta. No le costaría creer eso, siempre existían las creencias sutiles y fantásticas que llenaban de color la vida.
Ver la luna era algo casi nostálgico e intrigante para ella. En esos mismos años juveniles en los que escuchó tantas supersticiones, se llegó a preguntar si siquiera la relajante luz de la luna podía otorgarle algo de reflejo a sus ojos casi carentes de brillo. Suspiraba agobiada en esas fechas, dejando partes de su alma adheridas al pobre satélite natural —si realmente se hacía con la creencia de tal frase—. Permanecía todo el tiempo cuestionando su persona mientras en su cabeza no dejaban de atormentarla un sinfín de cosas; por eso era tan nostálgico para ella, pues los recuerdos añejos de los años tras su primera década de vida regresaban en una reminiscencia y esas preguntas sin respuesta ansiaban tener una tras esos años de reposo.
No iba a ser una mentirosa y negar lo innegable, en ese tiempo solía tener una cantidad vasta de inseguridades sobre sus ojos y todo aquello relacionado a ellos. Pensar muchas cosas al respecto en ese tiempo era una costumbre del día a día. Odió sus ojos durante mucho y aprender a estar en paz con ellos fue un proceso que le costó tiempo y lágrimas. Aceptar tener una habilidad invasiva fue doloroso, peor aún cuando ni siquiera debía ser suya y trajo consigo una serie de enigmas. Cómo lograr querer algo que fue impuesto desde el inicio, sin duda, era una cuestión aterradora.
Uriel suspiró por lo bajo, acabando con una risa como un detonador del buen humor. Habían pasado buenos años desde esos crueles días llenos de duda que atacaban su corazón; años en los que vivió un abanico amplio de experiencias que le permitieron testear aquella habilidad y hacerla suya, bautizarla y darle marca de su existencia como individuo. Palabras sinceras le pertenecía a Uriel, la Uriel que ella misma protagonizaba y no la que suponía.
Uriel no era más que Uriel Laleh.
Uriel creyó rotundamente en que se debe conocer a sí mismo primero. Duró muchos años de adolescencia, sin saberlo, paseando y caminando sobre tablas inestables que constituían su ser, explorando y decayendo en el pozo espinoso de sus dudas hasta alcanzar ese terreno sólido e inamovible. Una vez allí, logrando estar en paz con quién era, permaneciendo imperturbable, se permitió explorar su punto ciego, aquel que había bloqueado de manera profunda, negándose a descubrir sus límites, atemorizada de lo que podría hallar. Naturalmente le temería, todas sus relaciones académicas se vieron condicionadas por las verdades ocultas que captaban sus ojos.
Para decirlo de forma sencilla, después de aquel cumpleaños, hacer amistades se convirtió en algo complejo y desalentador para ella. Al no saber muy bien cómo dejar de interpretar las famélicas figuras que los orbes de los demás le mostraban, llegó a ver cosas sobre ella que la afligieron profundamente. Lo principal era burlarse del cambio drástico que sufrieron sus ojos al deshacer el brillo humano en ellos, además de mencionar en sus cabezas la selectividad que había desarrollado con su entorno... Mas nada de eso importaba demasiado.
Lo que tenía el verdadero sustento fue después de hallarse en la comodidad de una identidad no difusa, cuando definir el único aspecto que faltaba de ella fue posible. Comenzó con unos cuántos compañeros de clase y avanzó lo suficiente como para entender el dominio de su habilidad y establecer procesos. Aún recordaba con plena consciencia a su primera compañera en este ámbito de “ayudar” por una necesidad superior, haciendo uso del poder que traían sus ojos. Más adelante, evolucionó a casos especiales como lo era el hermano menor de su buen amigo ministro hasta llegar a la mayor prueba que sus luceros han enfrentado: Osamu Dazai.
La dama extranjera bajó la mirada hacia el área de su clavícula; algunos mechones de cabello se extendían y descansaban allí, dejando entrever la cadena del relicario, el cual no había retirado aún pese a que suponía ser horas en las que ya debía estar en el inexacto campo onírico. Al ver el reloj digital podía definir que han pasado al menos dos horas desde que despidió y deseó buenas noches a Dazai, dejándolo dormir en la misma habitación de siempre. Sin embargo, el sueño no la había alcanzado, pues la velocidad de su pensamiento y reflexiones superaba con creces el merecido descanso.
No le causaba extrañeza que en ese espacio para la floja lluvia aflorara en su mente ese mar enigmático de cuestionamientos cada que el ilegible hombre japonés estaba cerca. Como polilla encandilada bailaba mareada alrededor del esplendor del foco que rutilaba con mayor intensidad para alimentar su gusto exótico e inexplicable. Se hallaba danzante, girando armoniosamente entre los resplandores que mimetizaban sus interacciones con ella. Cada palabra un brillo distinto que llamaba la atención; cada intercambio una embriaguez fotosensible que manifestaba recorridos de dopamina en su cuerpo que maniobraba sus nervios e hilaba el impulso de su reacción y, por ende, su accionar.
No rechazaba neciamente la procedencia de aquel sentimiento que removía sus entrañas en un cosquilleo alegre y embriagador. Negarlo era un sinsentido lleno de innecesaria inmadurez. Alguien tan conectada consigo misma no sería capaz de acallar los impulsos que se movían en su interior; era negar su naturaleza misma y resumirla a la nada.
Uriel aceptaba que le gustaba Osamu.
Hacerle ojos ciegos carecía de sentido. Le gustaba Dazai y eso era algo que no iba a poder negar tras haber quebrado tantas veces las bases en las que construía ese proceso que tantas veces había realizado en el pasado. Dazai no se adaptaba a su forma habitual y la superaba a grandes niveles incluso usando su habilidad, tal y como lo había esperado desde el primer instante en el que se encontró con esa inefable agonía que sus ojos figuraban en abstractas obras de belleza igual de inexplicables.
Señalar en qué parte del proceso se hallaba le era complejo, más cuando a mediados decidió dejarlo de lado y divertirse traviesamente de la experiencia que sus manos no eran capaces de acoplar. Estaba perdida en su propio laberinto, andando a ciegas y mediante intuiciones, sin gran parte de la ayuda tramposa que le hacía ver entre las paredes de la consciencia.
Aplicar sus métodos convencionales era, sencillamente, una pérdida irreparable para la magnitud de la experiencia. Era como encerrar en una habitación pequeña y carente de iluminación una magnífica pieza de arte; acapararlo en la jaula que delimitaban sus procesos le parecía aberrante. Más aún teniendo en cuenta el sentimiento que se había establecido. Mezclar ambas cosas le parecía una realidad tentativa que prometía jugar con sus nervios. Desarrollar algo más divertido, al menos para ella. Sonaba poético en cierta parte si lo pensaba de tal forma; purgar sus emociones en una exquisita catarsis.
Uriel suspiró suave, retirando sus brazos del alféizar, abandonando esa posición reflexiva. Salió de la habitación, queriendo beber agua pese a que en su boca se hallaba el regusto del café que había bebido hacía unas horas atrás incluso después de cepillarse los dientes. Lamentaba no poder beber café en ese instante, pues realmente sentía sed por el líquido energizante, además, en su percepción, hubiera combinado de forma sublime con el nostálgico sentir nocturno. Tentador era ceder, pero más tentador le era dormir un poco mejor y no tan activa... Ya consideraría beber té.
Al salir, empero, sus divagaciones sobre qué bebida caliente debía preparar se vieron evaporadas en un instante fugaz al hallar en su campo de visión al hombre japonés, posando en la sala como si él fuera una musa, aguardando allí para ser pintado y expresado por ella. Sus ojos encontraron un cuadro digno de ser enmarcado; Dazai permanecía allí, mirando por los ventanales, iluminado tan solo por la infinidad de destellos que venían de afuera, con su cabello siendo acariciado y movido por el viento, mientras que su rostro permanecía apacible mirando el horizonte, al menos antes de sentir sus pasos interrumpir su calma.
—Veo que usted tampoco puede dormir, Osamu.
—Señorita, usted había dicho que requería dormir. ¿Algo la atormentó?
El hombre se encogió de hombros, sonriendo con ligereza mientras se apoyaba en la pared cercana. La mujer se vio en la necesidad de imitar su gesto, impregnándolo con gracia al querer decirle que lo que podía representar dicho tormento no era más que otra cosa que él, mas calló y encontró humor en sus propios pensamientos y emociones.
—Fui perturbada por la creatividad nocturna. —Uriel no llegaba a mentir, pero sí disfrazaba verdades—. ¿Qué hay de usted? Dijo que quería disfrutar del cómodo ambiente de la habitación.
—Se me presentó la creatividad nocturna.
La dama extranjera negó con la cabeza. Algunas cosas no parecían cambiar después de tanto. Se acercó los pocos pasos que creaban la distancia, observando por las amplias ventanas otra perspectiva de la ciudad, siendo ambos absorbidos por la oscuridad del departamento. Silenció un momento, hallando consuelo en la cercanía del uno del otro en ese instante.
—Tenía planeado preparar té. ¿Gusta acompañarme?
El varón la miró una vez más, permitiéndole ver la belleza muerta de esos ojos avellanos, aquellos que contenían tanto y decían tan poco.
—Por supuesto, con algo he de entretenerme mientras estoy despierto —asintió, regresando de nuevo a las luces artificiales—. Espero aquí.
Los siguientes minutos son pacíficos. La extranjera colocó a calentar el agua, seleccionando tras un minuto de meditación el tipo de hoja que prepararía, decidiéndose rápido por la manzanilla, rezando que eso relajara su cuerpo y mente para permitir el descanso. Sus maniobras en la cocina eran el único ruido que podía ser rescatado entre la penumbra muda de la madrugada.
Tras endulzar el té con miel —pues odiaba el regusto que dejaba la azúcar refinada con la naturalidad de la hoja—, llevó ambas figuras de porcelana, sintiendo la agradable calidez contra sus palmas.
—Tenga —murmuró cortésmente, entregándole la taza al hombre taciturno.
Osamu recibió la bebida, agradeciendo con un tarareo amistoso, olfateando luego el aroma purificante que desprendía. Acto seguido, sopló un poco, dejando al vapor impactar contra su rostro, esperando que la temperatura bajara y fuera agradable al beber.
—Le agradezco... —opinó—. Huele bien, bastante concentrado —expresó la primera impresión causada por el aroma.
La sueca sonrió con soltura, apoyando la taza en el borde de la ventana, permitiendo que la brisa enfriara su té, reposando ahí, mirando el mar de luces, permaneciendo al lado del hombre.
—¿También sabe de té? —cuestionó asombrada, anotándolo en esa lista mental de las cosas que él parecía saber.
—Tan solo un poco. No soy un experto, tampoco dotado o interesado, pero creo distinguir entre mal té y buen té.
La mujer asintió, viéndole mucho más sentido a eso. Sabía muy bien que Osamu sabía muchísimas cosas, pero en algún momento llegaba a ser irrisorio coincidir demasiado.
—Me preocupó. Pensé que también conocería mucho al respecto y me arrebataría la oportunidad de explicarle algo.
El hombre tan solo rio irrisorio, mirando el perfil de la extranjera, en específico ese reflejo de vaga luz que decoraban sus azulinos ojos en ese instante; era tan débil e imperceptible que solo podía notarlo gracias a la proximidad.
—No se preocupe. Esta noche no puedo adelantarme a lo que me quiera decir.
La dama alzó la comisura de sus labios en un tranquilo gesto, callando entonces. En esos silenciosos segundos, ambos tomaron sus tazas, aprovechando que la temperatura había mermado con la ayuda de la brisa gélida de la madrugada. El sabor dulzón del té bajó por sus gargantas, mientras que el armónico aroma inundaba sus fosas nasales. Probaron y degustaron la infusión, hallando alivio por la calidez de cada gota.
La mujer tarareó suave, gustosa por el melifluo sabor, alejando la taza y colocándola sobre el borde de la ventana de nuevo.
—Bien, ¿qué le parece? —preguntó la dama a la espera de su opinión.
Dazai chasqueó su lengua un par de veces con criticidad, extendiendo más el proceso de decir lo que pensaba del té. Afiló la mirada, observando a la pobre taza con juicio.
—... Me gusta. Sabe elegir bolsas de té.
—No son simples sobres de té. Son hojas. Conseguí el puesto de una señora bastante mayor que vende sus cultivos de té.
La anécdota era de lo más curiosa. Pocas veces se permitía caminar de más a diario, mucho menos por sus últimos eventos laborales; empero, cada vez que se daba la oportunidad salía dichosa y esa fue una de ellas. El olor a incienso inundó sus fosas nasales, el cual provenía de un local muy pequeño, donde el tradicional letrero de madera exponía el nombre en una delicada caligrafía japonesa. Sus ojos azules se encontraron con los difusos de la anciana que permanecía en el mostrador sentada cómoda en la silla de ideal tamaño; en los que leyó con cierta complejidad su deseo por vender lo últimos lotes de té para irse a casa a descansar.
Tal imagen la conmovió lo suficiente como para acercarse. Tras muchas explicaciones de por medio, acabó haciendo un intercambio mercantil por las buenas hojas de té.
—Qué curioso. Cada vez parece más acostumbrada a Yokohama —burló, bebiendo un poco más.
La dama se encogió de hombros, teniendo que suspirar ante lo dicho, dándole algo de razón; después de tanto, debió aprender a moverse por esas calles con mayor confianza y precisión.
—Naturalmente debía tener esa autoridad.
La extranjera permaneció con calma, permitiendo que el silencio perforara entre ellos. La mente de la dama daba vueltas una y otra vez en un mismo pensamiento, el cual iba arraigado a un recuerdo en específico. Pese a estar viendo el ameno crepúsculo y a la gran luna redonda que gobernaba en el reino de las luces de Yokohama, su mente solo reproducía el concurrido ocaso, los niños sin rostro ir y venir de un lado a otro, lo verde de la naturaleza que pululaba a su alrededor, dándole un toque agradable. En esta versión que proyectaba su cabeza, ciertas palabras permanecían en un estado de reproducción constante, haciéndola girar alrededor del mismo, atormentándola.
—Señor Dazai —lo llamó, cerrando por un momento los ojos. Suspiró suave, recibiendo con agrado su tarareo en señal de atención—. Aquel día, en medio de nuestro juego, cuando me llevó desdeñosamente a una plaza, ¿recuerda qué pregunta le hice?
De hecho, dudaba mucho que él lo haya olvidado, sería inverosímil que alguien tan sagaz como él se olvidara de eso; le ofendería si llegase a ocurrir.
—Lo recuerdo. —Fue su única respuesta.
Aquel día le preguntó que, si en algún momento llegaba a preguntarle cuál era su opinión sobre ella, si sería capaz de responder de la forma más honesta que su conjunto difuso de verdades y mentiras podía ofrecer.
—Le pregunto entonces, ¿qué piensa usted de mí?
Dejó caer la pregunta, permaneciendo en silencio, sin buscar interferir en la respuesta, a la espera de una que intentara ser más verdad que falacia. Del mismo modo, desvió su mirada por completo de él, no queriendo que sus enigmáticos ojos alteraran con la contestación. En verdad quería saber la mayor sinceridad que él pudiera transmitirle. Por supuesto, si hacía uso de la verdadera especialidad de su habilidad, tendría el mayor exponente de sinceridad que alguna vez podría salir de los labios de Osamu, pero perdería toda su magia. Sería honesto, pero no voluntario. Extraer algo a la fuerza no sería algo mejor que quebrar una pieza de arte solo para tener un mínimo fragmento de su esencia.
El aire frío de la madrugada entraba por la ventana, impactando contra la piel que sus ropas dejaban expuestas. La dama se refugió del frío y de su espera al beber de la taza de té. Aún estaba lo suficiente caliente como para crear agradable vapor que impactara contra su rostro. El hombre, por su parte, colaboró en mantener el mutismo, hallándose con rostro pensativo y, a su vez, inefable. Imitó la acción de su acompañante, permitiendo que el sorbo de la dulce infusión le aliviara la lengua.
—Pensé que se le había olvidado, si soy honesto —murmuró por lo bajo en aquel usual tono despreocupado que solía adquirir—. Usted, señorita Uriel, es simplemente aberrante. Una figura tan extraña que me genera escalofríos. Un fantasma que acecha por mí... Sin embargo, en medio de las molestias que me causa, resulta que puede llegar a ser tratable.
Las personas que temen a otros seres humanos desean ver espectros de apariencia aún más horrible.
Uriel rio en ese preciso instante, una risa impregnada de humor y cierto agradecimiento. Su risa se perdió en el aire, justo como aquellas palabras que, probablemente, más nunca volvería a escuchar. No le importaba si había sido más sincero que mentiroso o viceversa; de forma simple, tan solo disfrutó de la repuesta.
—Gracias —murmuró, caso siendo capaz de escuchar su habitual comentario sobre las raras cosas que agradecía. Puede que fuera verdad, mas, en esta ocasión, sentía que agradecerle era importante—. De verdad lo aprecio.
Osamu negó, ya acostumbrado a las extrañas mañas de la extranjera, encogiéndose de hombros como si realmente eso no le hubiera afectado.
—No es para tanto; además, véalo como una forma de pagarle por su hospitalidad —burló, dando él el primer paso para verla al rostro, creando contacto visual, sonriendo con ese juego de por medio.
—Descarado de su parte, pero peor seré yo que voy a aceptarlo. —Su voz estaba plagada de cierta risa que se negaba a desaparecer de ella.
Uriel fue testigo de cómo el viento meneaba el cabello castaño del varón, quien comenzó a reír del mismo modo; lo hacía bajo y sutil, casi burlándose de ella. La imagen conmovía a la mujer en cada detalle que sus ciegos ojos azules captaban: la luz de la luna y la ciudad que iluminaban la derecha de su rostro mientras que la sombra de la casa oscurecían el perfil izquierdo. Una dualidad atrapante que encantaba su corazón, cual imagen poética cuya carga emocional dejaba un impacto profundo en el lector. Más conmovedor cuando sus muertos ojos de suave color mostraban cada figura latente, rápida, inefable y dolorosa para el alma.
Le gustaba Osamu Dazai y esa tan dicha belleza incomprendida que solo sus azules orbes eran capaces de apreciar en su ceguera, realzando su valor a niveles fuera del entendimiento común. En este escenario en el que solo estaban ellos dos, y por tal motivo, su propiedad le pertenecía exclusivamente a ambos tanto en intimidad como en existencia, Uriel reafirmaría su gusto por él bajo la luz de la madre luna.
⠀⠀⠀⠀⠀¡Buenas!
⠀⠀⠀⠀⠀He aquí la actualización del mes, esta vez con el cumpleaños del monino de Osamu 🤧✨
⠀⠀⠀⠀⠀Jamás habrá un día en el que yo no actualice por su cumpleaños. Simplemente lo tkm y lo merece. Pasé demasiados problemas para publicar y terminar. Las personitas en mi canal de difusión lo saben.
⠀⠀⠀⠀⠀Aquel que quiera entrar al canal es libre de unirse sin problema alguno. El link está en el comentario anclado a este párrafo y en mi perfil. ‹3
⠀⠀⠀⠀⠀¡En fin! Hasta otro viernes.
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