▬▬▬ chapter thirteen
《 capítulo décimo tercero ━━ necedad 》
En el mueble decorativo de la estancia, la hora se marcaba en rojo en el reloj digital: la una y trece minutos de la tarde. Uriel yacía recostada en el sofá, suspirando con cierto cansancio por hallarse aburrida, meneando los ya circulares trozos de hielo que se hallaban en su bebida, creando un tintineo consecutivo. Ese día, decidió dejar a un lado su acostumbrado café, prefiriendo hacerse una limonada, sintiéndose veraniega después de mucho tiempo.
Con mucha pereza, acabó tras minutos la bebida, dedicándose a morder el hielo que quedaba, como una pequeña costumbre que desde pequeña hacía. Siempre decía que el agua congelada sabía distinto, aunque sea lo mismo, quizás era por las sensaciones que le daban al momento, y si se ponía a indagar en ello, cuestionaba si seguía con el mismo pensar.
Su mirada pasó con lentitud hacia el reloj, viendo que ya era la una y media. Quedó pensativa un momento, levantándose de la acolchonada superficie, pasando por la cocina momentáneamente para dejar el vaso en su lugar al lavarlo. Una vez estuvo en la habitación que ocupaba, abrió el armario, observando con atención su ropa. Siendo honesta, ni siquiera tuvo que ver por la ventana para adivinar el clima que hacía, pues su piel recibía los rayos del sol. La verdad era que no tenía muchas opciones, y no era porque careciera de conjuntos, sino que no tenía adecuados para el día. Sin duda, el clima de Yokohama no era acorde a sus prendas comunes, así que todo se veía limitado.
Al final, tomó una falda color crema, junto con una blusa sin mangas de un tono negruzco bastante opaco. Se suponía que para complementar debía usar un blazer gris claro, pero lo que colaba afuera no le agradaba para usarlo. Si era sincera, se le había hecho algo extraño el sentir sus hombros expuestos; hacía tiempo que había usado eso de ese modo, en Italia, para ser específicos, donde el verano estaba a punto de matarla y eso que solo fueron dos semanas. Aunque, si veía el lado positivo, nunca disfrutó tan seguido del helado.
Su disquisición fue apartada al caer una vez más en la hora, teniendo en cuenta que, si se tardaba más, llegaría tarde. Movida por esa razón, tomó todas las cosas que le eran necesarias y que llevaba a diario..., como el hierro negruzco.
Dos semanas habían pasado desde lo ocurrido. Uriel había pausado las salidas por unos días, intentando calmarse por haber hecho una acción desmesurada como esa, sintiendo el picor del arrepentimiento seguirle para molestarla. Se había disculpado varias veces con Osamu, aunque este le quitara peso a sus acciones, como si estuviese acostumbrado a eso. Quizás, esa era la paga por lo sucedido en el camposanto, cuando su cuerpo fue empujado contra la hierba y las manos ajenas abrazaron con recelo su cuello.
Si se ponía a pensar, ambos habían sentido la muerte en las manos del otro, siendo una dinámica tan perturbadora para su santidad y los ideales suicidas de Dazai. Incluso en ese momento se estaban llevando al límite del otro, deseosos de saciar sus objetivos y obtener victoria en ese campo bélico. Jamás dudó de la capacidad ingeniosa del castaño, siempre lo reconoció como un reto, aunque así era con todo aquel que pasaba por sus manos, solo que Osamu llevaba algo distintivo. Él era en verdad difícil, al punto de ser capaz de que Uriel se sintiese dudosa con la acción que tantas veces ha realizado. Siendo así, incluso, que por primera vez, desde que juró en nombre de la flor ajena servir, la hizo cuestionarse qué estaba buscando.
¿Qué buscaba de él? ¿Cuáles eran sus objetivos? Las respuestas se volvieron difusas, pero seguían siendo lo suficiente visibles como para mantener firmeza y no decaer en medio de sus intenciones. Podía con ello, podía con todos.
Entre pensares y preocupaciones que ella solía cargar, prestó más atención al lugar, siendo una calle transcurrida en la cual había quedado con el hombre de peculiares vendajes. Miró la hora, siendo ya cuatro para las dos. Trató de ver si entre las ocupadas personas era capaz de encontrarlo, fallando en el intento.
Acabó esperando un poco, sin indagar en su cabeza por mientras; en su lugar, prefería hacer cuentas de cuánto dinero había traído para llevar unas cuantas cosas cuando estuviese de regreso.
—¡Buenas, señorita Uriel! —La voz de Dazai se impregnó en el ambiente, llamando la atención de la sueca.
Lo había visto llegar, así que sonrió sin preocupaciones al reconocerlo de inmediato. Ajustó el bolso que acostumbraba a cargar, haciendo más cómodo el hecho de cargarlo. Saludó con la mano, ya que los saludos comunes verbales no se le daban bien pese a considerarse una buena comunicadora; siempre los veía mecánicos y fuera de sensación. Posterior a eso, Dazai realizó un movimiento de torso, indicando que iniciaría la salida hacia un nuevo destino.
—Señorita Uriel, he notado que solo viste colores como negro y blanco, o en su caso colores que se le asemejen —inició tema, girando su rostro un poco para verla—. ¿Es una moda acaso? ¡Yo soy un experto en modas!
Era costumbre, era un toque que no se podía evitar tratándose de él; Uriel siempre reía en los encuentros que llevaba con Osamu.
—Estética tal vez, moda no —contestó, sonriendo con parsimonia—. Mi piel es demasiado pálida como para usar solo colores claros, debo contrastar con algo oscuro... Tanta claridad en mí no se ve bien, ¿sabe?
Su respuesta no era una explicación para el uso de esos colores, porque ni ella misma sabía; fácilmente podía combinar varios colores oscuros que no fuesen negro o azul marino, quizás esto solo era una elección peculiar, tenía ropa de más colores, siendo preferible de tonalidades oscuras o vívidas, mientras que de tonalidad clara tenía muy poca cosa.
—¿No se está fijando mucho en mi ropa por estos momentos? —retomó, sonriéndole de forma ligera, con cierto aire de broma que estas atraían.
—Pero si usted es quien se quedó mirando mi atuendo la última vez, señorita Uriel.
La presión de sus propios labios silenció la carcajada que rozó en su garganta. Pronunció con aires cómicos bien contagiados un «mis disculpas», serenando el aire de la caminata. No obstante, siendo simultáneo a eso, se sintió mal al recordar ese suceso...
No había sido su intención...
La sueca miraba con atención las calles, ya más acostumbrada ante los meses que ha estado en Japón. Estaban pasando por una zona comercial, por lo que como turista reprimida se vio atraída por las vitrinas de las diversas tiendas. Aunque, solo las veía como comparación, como siempre se hace al estar en un lugar nuevo. Las tiendas de su país era un tanto distintas y ver esa diferencia se le hacía fascinante.
—Señorita Uriel, ¿le sucede algo?
Osamu parecía estar al tanto de todo, no le extrañaba, llegando hasta el punto de notar cómo intentaba coordinar sus movimientos con los de él. Se sintió expuesta, pero no era nada que le diese vergüenza, pues como tal la pena por admitir o hablar se había extinguido con el fuego hace mucho.
Uriel miró a Dazai, sonriendo con calma mientras negaba. Le respondería, porque no serviría nada negar que lo estaba usando para esconderse del sol cuando ya se había dado cuenta.
—No es nada. El sol me atosiga bastante y no me gusta cómo se siente..., me marea. Me siento mal cuando me impacta directamente.
Él soltó una pequeña risa, mirando con cierta incredulidad a la mujer de cabellos negruzcos.
—Si tanto le molesta, ¿por qué no se puso un saco encima? Así evitaría que los malignos rayos del sol toquen su delicada piel.
Entonces, Uriel sintió las manos de su acompañante rozar sus brazos, desde los hombros hasta los codos, comprobando la temperatura y el tono aún más pálido que eran dados por el sol. La mujer lo observó expectante, dejando su andar, a lo que él también se detuvo. Su azulina mirada dejó de ver las facciones masculinas y pasaron a donde estaban sus manos antes.
—La temperatura de esta ciudad no va con mi naturaleza fría.
Dicho eso, retomó andar, como si supiese a dónde iban. Osamu, por otro lado, reconoció de inmediato su mirar, pareciéndole tan contrario a su gesto amable, mas estaba acostumbrado a ese tipo de contradicciones en su ser tratándose de ella. ¿Era a propósito esas miradas? No lo sabía, pero las consideraba atrayentes de alguna forma.
El recorrido no pareció ser tan extenso como la vez anterior y para sorpresa de Uriel, el destino no entraba en lo que, por conclusiones previas, había pensado. Gracias a eso, la sueca sintió cierto deje de desánimo en ese momento.
«¿Se ha dado cuenta?». Siendo honesta, no era sorprendente que lo haya hecho, siendo así, que incluso esperaba que lo hiciera, pero, muy en el fondo, saliendo de toda realidad, esperaba que no fuese así, anhelando que ese inefable y azaroso lazo se mantuviese enredándolos. ¿Por qué eran así? ¿Por qué pensaba así? ¿Por qué todo parecía enfocarse en ese lazo?
Acalló un suspiro, pero no por la sospecha de que Osamu ya se haya dado cuenta de su verdadero motivo, sino por su propia culpa. No evitó sonreír por un pequeño segundo, avanzando con serenidad y sintiendo la presencia del hombre justo detrás.
Por puro compromiso, se detuvo a ver con atención el lugar, detallando el color verdoso de las plantas, el bullicio de niños al corretear, los vivos colores provenientes de los juguetes de los mismos y la textura de las piedras que eran parte de la fuente. Quiso reír. Definitivamente se había dado cuenta, pero no le prestaría mucha atención, porque de algún modo u otro, ya no quedaba más para ocultarlo.
—Vívido sitio, señor Dazai. ¿Ya no estamos probando suicidarnos? —cuestionó en son de diversión, volteando a verlo.
Divisó en su rostro una sonrisa bellaca, junto con sus cejas arqueadas sin mucha exageración, además de sus manos descansando en los bolsillos de su saco. Aprovechó la nueva vista, pasando a admirar justo por donde había pasado segundos antes. El lugar era bonito, pero teniendo en el pequeño cuadro a Osamu le daba su toque peculiar.
—Señorita Uriel, ¿acaso cree que siempre tengo el suicidio en mente? —Su pregunta salió con aires dramatizados, negando con su cabeza mientras se acercaba—. ¿Sabe? Dicen que cada tres de veinte personas que recorren este tipo de sitios tiene, tendencia suicida y buscan un acompañante... ¡Por lo que no se equivoca si cree en eso!
La mujer sonrió, agraciada, negando del mismo modo en el que él lo hizo antes. Estaba a punto de decirle que no pensaba en ello, mas el comentario que agregó lo convirtió en algo innecesario, haciéndola desbordar de aquel radiante y enervante buen humor.
—Pero, señorita Uriel, ¿acaso escuché bien y lo ha dicho en plural? ¿Podría ser que...? ¡Oh! ¡Me llena de tanto gozo que comience a pensar igual que yo!
Las personas que pasaron alrededor del varón miraron con curiosidad su dramático acto, aunque luego se vieron atraídos por la carcajada de la mujer que le acompañaba. Uriel reía, tapando sus labios con una mano, pero dejando notorio el que de verdad le había causado gracia lo dicho.
—Señor Dazai, si ha sido usted el que me quiso arrastrar con usted en su búsqueda —contestó, continuando su camino por el pequeño camino de piedras.
—Es una pena. Ya me había ilusionado.
Ella sonrió leve, tomando asiento en la primera banca que había visto en el desvío de piedras. Detalló esa nueva parte del lugar, siendo agradable a su vista. Los arbustos se veían bastante lindos y cuidados, al igual que las diversas flores que emergían de la grama de más allá. Siendo inevitable, bajó la mirada, reorganizando y dando nuevos significados a ciertas cosas que tenía por esos últimos días en su mente.
Queriendo estar más en calma, respiró de forma pausada, sintiendo un pequeño viento pasar entre ella y quien permanecía sentado a su lado. «Todo puede llegar a ser tan delicado», pensó, abriendo sus ojos para ver sus manos reposando en la tela de su falda.
—¿Qué busca usted de una organización como la agencia, señor Osamu? —soltó, siguiendo con la mirada a un pequeñín que corría tras otros, al parecer jugando—. Por alguna razón ha decidido quedarse. Por lo que ha dicho y he visto, sé que debe agradarle la agencia de una forma u otra.
Él la observó, tratando de dar motivo a sus palabras. Detalló su rostro, afable y tranquilo; sus ojos celestinos perdidos en sus manos, siguiendo el movimiento de sus dedos al acariciar la piel cercana; sus labios alzados en una disimulada y sutil sonrisa. Todo quedaba a una misma pregunta: ¿qué significaba eso?
Al momento de iniciar respuesta a su comentario, ella lo miró de reojo, relajando sus hombros y respirando suave antes de hacer notar más esa sonrisa. El mensaje había sido bastante claro, le había dicho un "no responda" con esos gestos, siendo muy bien recibido.
Uriel parecía no tener planes de alzar la voz por los momentos, cosa que le pareció llamativo. Siempre se dio cuenta de que ella buscaba hablar de cualquier tema que variara en el ambiente, porque eso fue justo lo que propuso, platicar un rato. Si bien cuando dijo que podía decir que no a esa parte esencial de lo que había sido un juego tonto, nunca lo hizo, porque fue sincera con su petición y lo había mantenido así.
Su silencio, por esos instantes, no era incómodo, sino ajeno. Los silencios se veían alzados en sus juntas, pero estos jamás fueron causantes de desacomodo, además, estaba seguro que ella también podía notarlos así, por lo que ya era un tema ajeno a la perspectiva, siendo una realidad; no obstante, este silencio lo llevaba a otra situación... No era desagradable, pero tampoco entraba en lo que ellos tenían como común. Agradable de una forma angustiante y tranquilo de manera liviana. Entonces, teniendo unas descripciones tan extrañas de la situación, pensó en cómo Uriel, cambiando algo tan mínimo y sin relevancia, podía provocar un flujo distinto.
Lo mejor del caso, es que ella sabía qué hacía, pese a no querer hacerlo realmente. Era consciente del porqué, pues, ¿qué pasaba cuando una de dos personas perceptivas comenzaba a manifestar cambios en su lenguaje corporal? Ella ya había experimentado eso las veces que actuó por impulso frente al castaño. Quizás Osamu ya lo sabía y solo fingía no tenerlo en mente, también podía ser que en verdad se esté pensando la situación; ella no lo sabía, aunque pudiese saberlo.
Para Uriel, al momento de percibir esa sensación peculiar, se le hizo extraordinario. Había sido hipnotizante, todas las veces habían sido así, pero una vez comenzó a darse cuenta de los orígenes de este, comenzó a entender cómo era el ciclo de su relación.
Puede que el arrepentimiento le hubiese dejado una marca de culpa, pero el que haya ocurrido le hizo pensar de otra forma todos esos encuentros, dando como resultado el plantear las cosas con una perspectiva que ni en sus reflexiones diarias hubiese podido encontrar.
—Osamu. —Su nombre salió apacible, aunque el aludido pareció notar otro tono detrás—. Si yo le preguntara qué piensa usted de mí, ¿podría contestarme con toda la sinceridad que pueda dar su colección de verdades y mentiras?
Su cabello negro cayó por detrás de sus hombros cuando giró su cabeza hacia él, iniciando ese mortífero y temeroso contacto visual. Una vez más, la duda de los significados de sus acciones apareció. Era una pregunta diferente, con una intención diferente y que debía recibir una respuesta diferente; después de todo, Uriel estaba cayendo en un tema más directo, dejando las ramas por las que ambos habían estado andando en busca del fruto del saber.
—Por supuesto.
Ella sonrió, enfrascada en una forma de ser igual, pero con un deje distintivo.
—Me alegra que pueda ser así.
Osamu asintió, perdiendo por al menos un segundo su otra forma de ser. Aquello pareció ser aliviador para ella, pues cerró sus ojos, quebrando todo rastro de inquietud pese a que no se viese.
Tras unos segundos, la mujer se levantó, quedándose en frente de él, extendiendo su mano con suma gracia.
—Espero su pregunta —murmuró en calma, lo suficiente alto para que escuchara entre todo el bullicio que se ausentó por unos minutos.
Dazai se levantó, quedando a su misma altura, mirando de frente sus celestinos ojos. Verla de frente le hizo querer soltar su pregunta con mayor ansia, siendo el brillo de sus luceros el incentivo ideal para que lo hiciera.
—Muy amable de su parte concederme la palabra —musitó, sin moverse de su posición—. Quisiera saber, señorita, algo sobre su creencia..., ¿usted es realmente devota?
Laleh lo miró con calma, pero habiendo demostrado ese movimiento en sus ojos. No dijo nada, tan solo tomó la mano del castaño y lo motivó a recorrer el resto de la plaza, sin apuro alguno.
—¿Puedo preguntarle por qué cree eso antes de responder? —musitó, diferenciando ese encuentro más de lo que ya lo había hecho.
—Sin problemas. —Sonrió—. La verdad es que he notado algo peculiar, señorita Uriel... Algo que no me parecía parte de lo que puedo llamar devoción.
La sueca asintió, sonriendo, demostrando cierta felicidad y placer en escuchar su motivo. Era lo que esperaba. Podía decir que no se sentía decepcionada.
—Entiendo. Ahora, por responder mi pregunta, creo que debería darle su recompensa, ¿no? —Si bien no lo decía con fines de burla, no evitó aguantar una pequeña risa—. Devoción... Verá, Dazai, las personas devotas suelen sentir un amor hacia su dios de una manera u otra, sintiéndose en paz con ellos mismos y creyendo cual ciego en el todopoderoso para que los bendiga —contó, soltando la mano del castaño para tocar la cadena de su cuello. El agente, por su parte, seguía sus movimientos y atendía a cada frase que soltaba—. En efecto, Osamu, yo no soy devota... No puedo serlo.
Lo sabía. Era lo bastante obvio cuando se miraba desde el lado que podía representar esa mujer. Comúnmente, alguien que tuviese una devoción tan enfermiza para tener complejo de ser divino, debía mencionar en alguno de sus frases comunes algo referente a Dios, nunca la escuchó decir algo al respecto. También ocuparía gran parte de sus domingos en misa, pero no, ahí estaba Uriel, en una plaza un día domingo, acompañando a un pecador sin juzgarlo por no creer en un dios. De manera sencilla, los comportamientos de alguien que tiene complejo de mesías no estaban en ella.
Laleh nunca dio paso a una creencia, y si se atrevía a decir, aquella vez que la vio rezando, no era más que una fachada en la que solo estaba hablando consigo misma. Absurdo, pero juró haber sentido ese toque de soberbia en su expresión.
—Me lo temía... Además, puedo decir que tampoco se esfuerza en ocultar ese hecho, ¿no? —Ella sonrió, llevando su dedo índice a sus labios por pocos instantes, dejando a libre interpretación la pregunta del castaño.
Una vez más, Uriel admiró la plaza, disfrutando del aire tranquilo de esa tarde, siguiendo con la mirada a los infantes que correteaban de un lado a otro, gozando de su fin de semana libre de posibles tareas por ese día. Sonrió, acomodando un mechón de su cabello.
—Un placer haber venido con usted, señor Dazai —murmuró, mirando de frente al varón, mostrándose con cierto buen humor con el que siempre iniciaba cada salida.
—¿Se va sola en esta ocasión? —Él ladeó su cabeza, en un gesto despreocupado y aniñado, bajándole peso a la situación anterior.
Dazai, por cuestiones obvias, solía acompañar a Uriel hacia el lugar donde habían partido o en algún otro punto que fuese de más fácil acceso.
—Oh, sí. Debo comprar unas cuantas cosas antes de volver —soltó, volteándose una vez más a los niños juguetones—. Muy amable de su parte el preocuparse.
Uriel apreció el rostro del varón por última vez durante esa tarde, agitando su mano con suavidad al alejarse unos cuantos pasos de su persona como segunda muestra de despedida, siendo respondida con ánimo. No evitó sonreírle, continuando con su caminata hasta salir de la plaza.
Ah, llegaban a ser buenos momentos.
Siendo las cuatro y cuarenta de la tarde, Uriel se paseaba por las tiendas, sosteniendo en su mano izquierda una bolsa no muy pesada de lo poco que había alcanzado a comprar. La ciudad de Yokohama se le hacía tan vívida, que no evitaba mirar por todos lados en esa oportunidad. Ciertamente, no salía a comprar mucho pese a sus meses en Yokohama, sino que hacía un mercado completo cuando le tocaba.
Sus zapatos resonaban por la acera, en conjunto con los del resto de personas que pasaban de un lado a otro, teniendo diferentes sonidos dependiendo del calzado. Suspiró leve, sin saber a qué tienda ir, pues aún no se acostumbraba a cuáles debía entrar para comprar cosas, así que se concentraba en el sonido de su calzado y en los locales.
En uno de sus movimientos, divisó más adelante una cabellera blanca con un corte tan peculiar que creía reconocer. Con el entusiasmo de pensar que podía ser Atsushi, adelantó su paso, confirmando cuando tuvo más cercanía que era el joven Nakajima.
—Atsushi, qué bueno verte.
Por el acento que poseía la mujer, el albino supo reconocer quién era. Detuvo su paso, alzando la mirada para encontrar los claros ojos de la extranjera.
—Señorita Uriel, también es bueno verla —musitó, sonriendo amable por su presencia—. ¿Qué está haciendo por aquí?
—Estoy comprando un par de cosas. —Alzó la bolsa que cargaba encima—. Vi este sitio bastante agradable para hacer compras, pero en realidad no sé qué tipo de tiendas hay. ¿Y tú?
—Oh, ¿está de compras? Yo podría ayudarla si tiene problemas, solo estaba paseando por aquí, así que no tengo problemas. ¡Aunque claro! Si usted me lo permite.
La sueca suprimió una pequeña carcajada al ver el nerviosismo del portador del tigre. No quería crearle más nervios, así que, sutilmente escogió sus palabras.
—Me serías de mucha ayuda. Gracias por ofrecerte.
Atsushi negó, moviendo sus manos para bajarle peso a su colaboración.
Uriel retomó su caminata, siendo seguida por el adolescente. Si era honesta, muy en el fondo, escondido de sus características inquebrantables, se hallaba la vergüenza de perderse si era ella quien guiaba por completo la salida. Perderse sola y caminar de más no era inconveniente, pero le preocupaba arrastrar al japonés. A veces podía llegar a ser muy preocupada por ese tipo de detalles.
—¿Qué es lo que va a comprar? —habló, alzando su mirar para alcanzar el rostro femenino.
—Muchísimas cosas: carne, pollo, brochetas de cangrejo, leche, frutas, cereales, vegetales, galletas, harina, harina de trigo, café y café mezclado, yogurt, huevos, mantequilla, chocolate, queso, pan, jamón... La lista es larga.
—¿Y cómo planeaba llevar todo eso?
—Oh. —Se quedó callada por unos segundos, dándose cuenta de su descuido—. No me había dado cuenta de lo larga que era. —Sin más, acabó riendo por su accidente—. Salí con otra cosa en la mente. No puedo pensar en todo, por mucho que quisiera.
El menor la vio con humor, pues era el primer descuido que alcanzaba a notar de la mujer de cabellos negros.
Al cabo de un rato, habían ingresado a una tienda para comprar los lácteos y cereales. Uriel veía las marcas y los precios, teniendo ya una idea de las variantes que había comenzado a consumir en el país. Tras sacar una cuenta con la calculadora, tomó la caja de cereal que más le había convencido.
—Señorita Uriel, ¿en verdad va a pagar por eso? —susurró el albino, llamando su atención—. Es demasiado caro.
—¿Tú crees? En la conversión a dólares no se ve tan caro.
Ese era uno de los mayores problemas que tenía con ir al extranjero: la moneda. Las coronas suecas valían menos que los dólares pero más que los yenes, así que a veces —cuando no recordaba el precio estimado en dólares de cierta cantidad de yenes— sacaba cuentas y se guiaba por el precio en dólares. Suecia, al ser un país caro, estaba acostumbrada a esos precios, y ver un precio relativamente menor en otro, no le parecía una gran diferencia.
Al final, Atsushi también la ayudó con los precios. Cada vez agradecía más la ayuda de Atsushi.
A las seis y tantos minutos, habían finalizado las compras. Uriel se aseguró en demasía por la comodidad de Atsushi, siendo así que estaba al pendiente de si tenía algún pensamiento de cansancio.
—Si quieres te invito a comer, Atsushi —comentó, visualizando un puesto de comida cercano a ellos.
—No se preocupe, Señorita Uriel.
—Venga. Tómalo como una muestra de agradecimiento por tu generosa ayuda. —Sonrió, señalando las bolsas que cargaba—. Además, no me sentaría bien que te fueras con el estómago vacío... ¿Qué dices?
Nakajima se mostró dubitativo, pero al final acabó aceptando con una apacible sonrisa decorando sus labios.
Cuando el crepúsculo ya había caído, Atsushi acompañó con insistencia a Uriel hacia la residencia. Era un edificio que la mayoría del tiempo estaba vacío o con poca gente habitando, pues era reservado para situaciones políticas como la suya u otras cosas similares.
La sueca lo invitó a pasar, revelando el muy bien acomodado apartamento en el que se quedaba la mujer. Laleh comenzó a dejar las bolsas que cargaba encima de la barra, sacando cada producto de estas. El japonés, sintiendo el horrible frío del lugar, las dejó en el mismo sitio.
Uriel miró a Atsushi, leyendo sin problemas que le afectaba el cambio de clima que había en la casa. Rápidamente se acercó a la mesa de la sala de estar, apagando el aire que ambientaba a su gusto.
—Siento si te ha molestado el frío —comentó, mirándolo con cierta pena—. Prepararé chocolate, ¿quieres?
El muchacho asintió, a lo que Uriel sonrió con suavidad para dejar la barra y comenzar a preparar las cosas para lo ofrecido. Posterior a eso, organizó todo en los estantes y en la nevera.
—Puedes sentarte. Por algún lado del sofá debe estar el control del televisor, úsalo si gustas —ofreció, dándole la espalda para guardar las bolsas en un cajón—. Iré en un rato.
Atsushi, incapaz de abusar de su hospitalidad, solo tomó asiento en donde ella le había especificado. Estaba curioso, pues sus ojos se paseaban de un lado a otro por aquella sala, quizás tratando de entretenerse o por mero gusto de ver el lugar.
Al cabo de un rato, Uriel llegó con tazas humeantes de chocolate. Extendió una al muchacho, quien la aceptó con sumo cuidado para no quemarse.
—Es un poco tarde como para que te vayas solo. Los problemas con la mafia siguen latentes con respecto a ti —murmuró, dándole una probada a su bebida—. Puedes quedarte aquí. Hay una habitación extra... Ah, lamento haber consumido tu tiempo.
—No se preocupe, señorita Uriel. Puedo regresar a casa solo.
—Ni hablar —sentenció, mirando al adolescente—. La mafia es quien gobierna en la noche, ¿qué clase de mujer responsable sería si te dejara ir solo por estas horas?
Atsushi bajó la mirada, dubitativo, pues le daba vergüenza quedarse a dormir. Miró su reflejo en el chocolate y suspiró, dándole la razón. Después podía causar problemas si algo le pasaba y no quería hacer eso.
Uriel sonrió apacible, retomando su bebida con calma.
—Esta casa vino con batas y otras cosas nuevas. Puedes usarlas para dormir, así puedo lavar tu ropa y dejarla secando para mañana —ofreció solución.
El albino miró a la mujer con cierta vergüenza, pues su hospitalidad llegaba a ser demasiada para el no acostumbrado muchacho.
—¡Yo puedo hacerlo! Usted no debe, hm, esforzarse en eso. —La voz de Atsushi disminuyó a medida de sus palabras, haciendo sonreír con gusto a sueca.
—Está bien, está bien —Rio suave, degustando nuevamente el chocolate—. Allá está el baño —señaló—. Úsalo sin vergüenzas, siéntete como en casa.
—Muchísimas gracias.
Laleh sonrió, dejando fluir la conversación, dedicándose a disfrutar del delicioso chocolate que había comprado.
Al cabo de un rato, Atsushi pidió usar el baño, a lo que ella asintió con una sonrisa, agregando que si quería usara todo los productos del baño.
Uriel, lavando las tazas sucias, soltó un suspiro pequeño al verse en solitario. Sonreía con cierto pesar, pues finalmente estaba pensando en los sucesos de esa tarde. Dazai y ella..., parecía menos complicado de lo que era, aún más al haber sido descubierta. Debía comenzar a trazar un nuevo rumbo, tratando de alcanzar el nivel al que habían llegado.
Era tan... peculiar. No quería tomar la única medida que le aseguraría un avance excepcional. Le faltaban ganas para eso, y con solo ese pensamiento, se quedaba sin ánimos. Era una necia por poseer ese querer, lo sabía, pero no le molestaba ser una necia en sus pensamientos, porque aceptaba, con su propia impresión, lo que eso provocaba.
No quería acabar así.
Por eso mismo, las noches anteriores e incluso en ese mismo momento, se había puesto a pensar con esmero el cómo era la relación que Dazai y ella mantenían. Todo era tan arcano y fuera de lo común, que no podía dejar de tener ese peligroso pensamiento que resurgía en su interior.
Cada gesto le otorgaba algo nuevo, cada día una nueva pregunta y cada encuentro mayor interés. Definitivamente, él era un reto... Uno que ya se le había escapado de sus manos y colapsó en un error.
¿Podía siquiera considerar que tendría que dejar atrás ciertas cosas para llegar más lejos? Esa parecía la forma en la que avanzaba con eficacia. Fuera de los límites, encontrándose con el arrepentimiento o con la angustia. Instintivamente, tocó su cuello, justo en el centro, sintiendo cierto hormigueo.
«Es como poder ver en la neblina», pensó. Una sensación que pocas veces había sentido. Por su propia divagación, alzó la cabeza, sonriendo con humor y verdadero sentimiento de emoción.
Para cuando Atsushi acabó, tras casi una hora de bañarse y lavar su ropa, Uriel se hallaba sentada en el sofá, leyendo unos papeles, con una taza de café a su lado.
—Señorita Uriel —llamó, acercándose a ella para sentarse a su lado—. ¿Está ocupada?
—No, solo estoy revisando unos papeles que mi jefe quiere que presente en la documentación. No es nada —explicó, dejando los dichos sobre la pequeña mesa que tenía en frente—. ¿Sucede algo, Atsushi?
El portador del tigre bajó la mirada, viendo sus manos. Quería aprovechar la situación para hablar con ella, pues le inspiraba confianza para buscar su ayuda.
—Usted ha sido realmente amable conmigo desde que llegué. Lo agradezco mucho —inició, evadiendo la pregunta—. Yo... He tenido muchos problemas desde que llegué a la agencia. Temo no estar a la altura, no tengo la confianza para ayudar. Todos han sido tan amables conmigo que quiero agradecerles haciendo un buen trabajo, pero esta habilidad es tan inútil. Todos tienen habilidades geniales que pueden ayudar a la agencia, incluso usted.
Cuando Atsushi calló, Uriel se acomodó en el sofá, girando leve para encontrarse de frente al joven. Sus ojos denotaban tristeza. Podía sentir ese arrepentimiento y falta de confianza en sí mismo como usuario de habilidad.
—Atsushi, ¿qué sentiste cuándo te enteraste que tenías una habilidad? —preguntó, mostrando una mirada apacible.
—¿Qué sentí? —murmuró para sí mismo, pensando en su respuesta—. Miedo, confusión. No sabía qué sería de mí sabiendo eso.
—¿Y qué pensaste de tu habilidad?
—Pensé que era lo peor que me pudo haber pasado. Que todos mis problemas habían sido culpa de mi habilidad —contestó, recogiendo los dedos de sus manos, apretándolas un poco por la pena.
Uriel miró el rostro de Atsushi, leyendo sus emociones a través de su expresión. Sintió empatía por el adolescente, pues eran descripciones tan sensitivas que la transportaban a su pasado.
—Es normal sentir miedo, después de todo, el hecho de tener una habilidad significa que estás siendo fuera de lo común. Es algo confuso. Una etapa de cambios tan radicales en poco tiempo. —Atsushi la mirada atento, esperando consejo y apoyo de su parte—. Tu habilidad es algo que representa cambios, y esos cambios buscan aceptación. No puedes vivir lamentándote de tu habilidad, porque es parte de lo que eres, es parte de ti.
Uriel sonrió suave, observando el rostro esperanzado que le daba el albino. Tomó silencio por un momento, sintiendo los grandes momentos en sus vivencias que comenzaron a partir de que sus ojos comenzaron a ser así. Ese día, el diecisiete de agosto, hace trece años, cuando usó su habilidad por accidente en su madre.
—Atsushi, debes saber que tener una habilidad significa que ya no serás una persona promedio. Tus problemas a veces serán distintos a los demás, porque ya no eres como los demás. Todos los usuarios de habilidad somos víctimas de cambios impensables. A partir de que nosotros u otra persona se entera de nuestro talento, dejamos de ser considerados normales por romper con lo natural —alegó, silenciando un segundo para tomar las manos del muchacho en señal de apoyo—. Deja de pensar que eres una persona común, porque no lo eres, eres un usuario de habilidad. Aceptar tu poder es aceptar las grandes cosas que puedes hacer. Sé que lograrás admirar lo hermoso que puede llegar a ser tener una, pese a los problemas que te cause.
El muchacho, más aliviado de poder recibir palabras de alivio de alguien que también debió haber pasado por lo mismo, sonrió.
—Gracias por el apoyo, señorita Uriel.
—No me agradezcas. Estaré para ayudarte cada que lo necesites —confesó, soltando sus manos para dejarlas otra vez en su regazo, agregando una última confesión—: Eres un chico bastante admirable, Atsushi.
El menor la observó con cierta conmoción, sin haber esperado palabras tan apacibles de su parte. A Uriel le causó ternura su mirada, pues solo era un niño que estaba afrontando lo mejor que podía los duros cambios. Sintiéndose en su misma emoción, acarició su hombro para darle más apoyo, estando feliz que hubiese acudido a su ayuda.
En ese momento, deseó lo mejor para el joven que comenzaría un nuevo camino en su vida.
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