▬▬▬ chapter seven

capítulo séptimo ━━ sin otro sentido 》

                    En la oficina, el sonido de papeles ser movidos decoraban el ambiente. En el escritorio de la mujer de ascendencia sueca, se hallaban una serie de documentos que Kunikida le había dejado. Eran archivos de diversos casos que debían ser reorganizados por fecha en sus respectivas carpetas. Se tomaba las cosas con absoluta calma, tomándose el tiempo necesario para realizar la tarea y obtener resultados que le agradaran al hombre de lentes.

     Laleh desconocía qué ejercía en la agencia. Era como una herramienta suplementaria que iba justo a dónde la necesitaran; a veces realizaba casos cercanos a la agencia, otras ayudaba en la enfermería y algunas en la administración —justo como en ese momento—. Incluso intentaron colocarla una vez más como acompañante de Ranpo, mas esto acabó resultando como en sus primeras semanas de trabajo: extraviándose y llegando tarde. No le importaba mucho, pero debía admitir que muchas veces se sentía perdida cuando debía esperar a Doppo para que les avisase de lo que debía hacer durante ese día.

     Acomodó una de las últimas carpetas que tenía, dejando aún más espacio para trabajar.

     Incluso en ese momento estaba esperando al rubio, pues este le había avisado en la mañana que tenía un trabajo para ella. No le había dado especificaciones al respecto, así que llamaba su atención, mas no la necesaria como para distraerse de su labor. Muchas veces sentía pena por el estrés que se llevaba Kunikida cuando los deberes no salían bajo su ideal, por lo que se esforzaba en ser una ayuda para él y aliviar eso.

     Tan absorta estaba en las fechas, nombres y carpetas que, al momento de tener un cambio de iluminación, no se dio cuenta del todo.

   —Señorita Uriel.

     Ante el llamado, sí se percató de la presencia de aquella tranquila y autoritaria voz. Giró la silla para poder ver al hombre que se mantenía de pie a su lado.

     —Adelante, señor Kunikida, ¿qué sucede?

     Doppo, sin mencionar por ese momento el porqué de haberla llamado, miró su escritorio, asegurándose que de verdad estaba realizando su trabajo en vez de postergarlo y por ende, acumularlo. En cierta parte, se aliviaba que estuviese siendo productiva y aprovechando la libertad que les da Fukuzawa. 

   —Vengo por el caso de esta mañana. En su expediente se señala que es especializada en interrogatorios. Capturamos un sujeto que provee información a un grupo pequeño que últimamente está causando revueltos; pensaba que era una oportunidad perfecta para tener en cuenta su habilidad.—Ajustando sus lentes, dio por finalizada la información.

     Uriel asintió, a lo él dio un paso hacia atrás, permitiéndole el espacio necesario para se levantara.

     Antes de proceder, acomodó su escritorio, guardando lo que no había acabado en la carpeta que estaba antes.

   —Con lo de ordenar los últimos casos. Solo me quedan dos carpetas. Cuando vuelva y las acabe, ¿se las dejo en su escritorio? —preguntó, mirando al hombre en su andada por las oficinas.

   —Por favor.

     No vociferó nada más, solo se dispuso a seguir a Kunikida hasta la sala donde retenían al hombre. Nunca había ido a esa sala, pero ahora sabía que se hallaba en la puerta que estaba al lado de la recepción cuando Doppo le hizo espacio para que entrara primero. Una vez adentro, divisó a Dazai, paciente por la llegada de su compañero, manteniendo su vista fija en el hombre al cual le tocaba interrogar. El rubio cerró la puerta a sus espaldas, dirigiéndose a un lado de Dazai.

   —Todo suyo —avisó el rubio, sacando su libreta para anotar cualquier información.

     La sueca frunció el ceño por lo bruscas que le parecieron sus palabras, pero eran pequeñeces que ella misma se estableció, así que no le dio muchas vueltas, porque tampoco era lo peor que había podido oír.

     Se sentó con calma en frente de la mesa, manteniendo contacto visual con el apresado, analizándolo como primera acción, revisando futuras palabras y movimientos.

   —Me disculpo si lo han tratado con hostilidad —habló con sosiego, posando sus manos sobre la fría mesa, leyendo el expediente que le tenían—. Takeshi... Un placer conocerlo, mi nombre es Uriel, quien se encargará de su interrogatorio. Para hacer las cosas más amenas, me gustaría pedirle colaboración, ¿sí?

     La paciencia con la que hablaba Uriel le daba inquietud al hombre, pues sabía que no podía ser tan agradable. Si tenía alguna oportunidad de librarse de esa, era manteniendo la boca cerrada.

     Lástima que el fuego de Uriel estaba preparado para iluminarlo.

   —Según he entendido, usted es miembro de una organización nueva de criminales bajos. ¿Podría contarme sus vivencias en el lugar? —preguntó, mirando los caracteres del papel, sin importarle esa risa que le soltó.

     No le sorprendía, pues la esperaba, tenía la suficiente experiencia como para saberlo.

   —¿Crees que te lo diré así como así?

   —En efecto. Ladras en un intento de verte intimidante, cuando en realidad tienes miedo de lo que pueda suceder aquí. Buscas una manera de salir, mas temo decir que no hay salida alguna —Uriel habló de una manera segura y tranquila, sin darle la cara por seguir leyendo los papeles—. Tengo métodos más fáciles para hacerte hablar, pero hasta un criminal como tú necesita una oportunidad para confesar sus pecados e implorar salvación. Puedo darte una ayuda, si la aceptas, tendrás un futuro sin crímenes.

     El hombre rio, sin hacer mucho escándalo, pero con clara burla hacía ella. Lo miró a los ojos por unos cuantos segundos, mostrando una suave sonrisa. Él le temía, pero su orgullo humano le impedía ceder.

   —Responda, por favor.

   —No necesito compasión barata. ¿Esto es realmente un interrogatorio o una misa?

      Sus orbes se contrajeron al momento de sonreír de manera baja, soltando un suspiro de decepción. Sin embargo, eso no eliminó la calma que predominaba en su rostro. Takeshi estaba aliviado por su actitud, lo leía, pero también nervioso.

     Ah, las emociones humanas son tan latentes cuando los nervios se presentan. Parecen recordar más cosas de manera inconsciente y alborotar sus sentidos para prepararse.

     Takeshi, cuando volvió a verla, cayó en la tentación de examinar el azul tan profundo que tenían los ojos de Uriel.

   —Es una lástima... A Rukoshi le gustaría que usted tuviese una oportunidad.

     Los detectives miraron con curiosidad a la sueca por agregar un nombre que ninguno de ellos le habían dado. Cuando ambos vieron al apresado, notaron una clara alteración en su porte.

   —¡¿Cómo sabes quién es?!

   —Lo estoy viendo justo ahora —confesó, sonriendo—. Lo mataste tú y aún así él me dice que quiere tu salvación. Era un buen amigo, un muy buen amigo, pero rechazas su buena forma de ser... Ahora, debe responder.

   —No... ¡Rukoshi no puede estar aquí!

   —"Siempre has sido un descuidado". Creo que es suficiente prueba.

     Takeshi abrió sus ojos, comenzando a exhalar con rapidez, temblando de espanto. Osamu lo observó, intentando comprender la filosa habilidad de la extranjera. ¿Qué era eso? ¿Por qué hablaba sobre alguien fallecido como si estuviese ahí? ¿Qué provocaba la habilidad de esa mujer?

     El castaño pudo ver que el hombre parecía no poder hablar, jadeaba con fuerza y se retorcía un poco, todo eso sin dejar de ver los ojos de la única mujer en la habitación.

   —Fui..., ah... Fui uno de los primeros en reclutar; me conocían por mis variados crímenes y estadía en una pandilla, por lo que fui utilizado para dar información y traer a más personas —inició, tembloroso, incapaz de disminuir el tono de su voz, mucho menos dejar de vocalizar—. Hemos secuestrado algunos cancilleres y recaderos de la Port mafia para traer conflictos en la ciudad. —Se sintió más aliviado cuando acabó, respirando con normalidad—. Eso es todo, no he participado en más movimientos.

   —No eres más que una herramienta con experiencia. Qué triste. —Suspiró, observando sonriente la mirada de pavor que el desconocido le brindaba—. Para dar justicia, te pido que digas cada punto de reunión, contratistas, sitios principales de operación y los nombres de cada integrante que recuerdes. —El hombre vio con temor a la mujer, quien se inclinó un poco para poder pronunciar—: Vamos, habla. Rukoshi te está mirando, Takeshi.

   Esas sensaciones volvieron. No lo soportaba. Los pocos espasmos ocasionados al intentar oponerse a la fuerza invisible lo agotaban.

     A diferencia de la vez anterior, lo solicitado fue pronunciado con obediencia en pocos segundos. Había cedido a la fuerte confusión. Era patético.

     Uriel miró a Doppo, quien había sido el encargado de anotar la muy específicas información en su libreta palabra por palabra.

   —¿Es suficiente o requieren algo más de él? —cuestionó, levantándose para posicionarse detrás de Takeshi, palmeando su cabeza.

  —Más que suficiente. Dazai y yo nos encargaremos del resto. Puede volver a la oficina a terminar su trabajo, además, me serviría un informe de lo que sepa de este hombre en mi escritorio.

     Ella movió un «perfecto», asintiendo a la par. Retiró el contacto ejercido en la cabellera del informante, quien, en una muestra de duda, desespero, temor y esperanza, exclamó su nombre. Uriel se detuvo paciente y le miró.

   —Rukoshi... ¿Él me odia? —preguntó con cierta esperanza por las palabras tan seguras y frívolas que le había dado la fémina.

     Los muertos parecían tener mucha más influencia que los vivos, debido a eso, el que a palabras de Uriel tuviese que confesar bajo la voluntad de un fallecido, lo hacía sentir como un ignorante. Ese sentimiento podía ser el impulso divino de un ángel de la muerte, que conocedor de las almas muertas buscaba una para el tormento. Uno de sus primeros asesinatos, fue el de su mejor amigo, a quien había arrastrado a ese mundo. Le disparó por los nervios al momento de verlo aparecer en la bodega de su primer gran asalto. Uriel suspiró, pues al parecer ese día le había dado por suspirar. Él quería poder, porque es lo anhelado por cada ser humano; él era uno, por lo que su mente ignorante le dio a entender que podía llegar a algo si jugaba a ser la marioneta sucia de otros.

     Una pena.

   —Tras pagar tus crímenes y alimentar tu alma de remordimiento, hallarás la paz y el perdón de tu amigo. De lo contrario, cada uno de tus sufrimientos pasados seguirá latente, recordando lo que le has hecho —contestó, brindándole una última vista para encaminarse a la puerta, dándole la espalda.

     Takeshi fue roto en ese momento. Aprovechado por su debilidad y dejado ser iluminado con presunta divinidad. Ahora creía en las palabras de una mujer que, en tan solo unos minutos, destrozó todo lo que había construido con palabras y miradas. Uriel lo sabía, criminales bajos era una de sus más grandes excelencias para su misericordia.

     El criminal no era el único que había hallado una forma de pensar en esa habitación. Osamu no veía salvación como el pobre diablo que atraparon; él veía un demonio sonriente que peligrosamente soltaba sus palabras venenosas de manera disfrazada.

     Mientras que el apresado descubrió la luz de un ángel, él comenzó a ver la oscuridad de este.

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