▬▬▬ chapter nineteen

capítulo décimo noveno  ━━ antónimos 》

                    Quizá fuese una coincidencia, puede que incluso sea el resultado de todas sus acciones, mas Uriel era víctima de una especie de epifanía. Ese mismo escenario, esos mismos colores, la misma pregunta en su cabeza y el mismo sentimiento de desprecio y apreciación.

     Las persianas subidas, luces apagadas, la hora carmesí gobernaba. Una mujer frente a una ventana, rodeada de rojo como si fuese propio de sí, ambiente añejo, en épocas cercanas y lejanas a la vez.

     Ocaso... dulce y maldito ocaso. ¿Cómo eres capaz de protagonizar tanto? Era como el sonido de un disco que vuelve a repetir la misma canción de salón, teniendo todos sus elementos sin cambio. Nada en esa situación cambiaba, y eso comenzaba a alterar a la mujer.

     «¡Dios al cual aborrezco, dime la verdad de mi existencia!». Puede que Dios lo sepa, pero infantil lo negaría, o quizás él no tiene nada que ver.

     Uriel, absorta en tonos naranjas, rojizos y amarillos, tocó el marco de la ventana, inclinándose un poco en este, ignorando todo detalle que no fuese el cuadro natural.

     —¿Está pensando en saltar, señorita?

     La mujer sonrió, cerrando sus ojos con sosiego. Si esa situación era un disco que repite su misma melodía, entonces la presencia de Dazai no podía quedar en ausencia.

     —Para su desdicha, no —respondió sonriente, mirando a Dazai.

     Oficina silenciosa, miembros repartidos, soledad conveniente. El tiempo envuelto en alas que se tornan en otros colores, almacenando tensión y palabras que resisten ser emitidas.

     Uriel fijó el horizonte, sintiendo la incertidumbre de cada acción del impredecible hombre que le hacía compañía.

     —Señor Osamu. —Su nombre fue pronunciado con delicadeza, como al recordar un objeto lejano que en su momento fue importante—. Tengo una pregunta para usted.

     El hombre movió su cuello para observarla, haciendo una expresión de la ingenuidad y duda tan propias de la máscara que tiene por carne.

     —Adelante, señorita.

     Un vacío abrumador, representando ese suspenso barato, pero bien logrado, fue lo que obtuvo momentáneamente.

     Uriel tenía muchas cosas que quería preguntarle, deseosa de recibir esa sinceridad disfrazada en sus respuestas, mas las puertas para cada una se abrían de forma lenta. La que tuvo la suerte de ser abierta esta vez, es una a la que, quizá, haya dedicado mucho tiempo por su significado tan ambiguo.

     —Usted tiene un aire peculiar, el cual creo que puede darme la respuesta que nunca he sido capaz de encontrar. Confío en su percepción en este arte tan bizarro, porque alguien como usted debe entenderlo —musitó como premisa, volviendo a pausar—. Dígame, ¿cuál es el antónimo del ocaso?

     Osamu pensó en la pregunta, familiarizado de una forma u otra con ese juego de significados ambiguos. Observó el escenario al cual debía buscar un antónimo, pasando a los azulados ojos ajenos que mostrábanse sedientos por conocimiento.

     Naranja y azul. El fin del día y el inicio del mismo. La impureza y la pureza. La apertura de la oscuridad y la clausura de esta.

     Ese azul era un incordio; un alba que nunca dio paso al día y sometió a las tinieblas, negándose a desaparecer de su intenso dominio. Le pareció divertido que el antónimo por el que preguntaba, no estaba tan lejos.

     —Si tuviese que señalar algo, el antónimo de ocaso serían sus ojos —respondió simple, acomodándose en una pose despreocupada—. Es hasta enfermizo el contraste que se nota. No están hechos para estar en un mismo marco.

     La mujer mostró cierta sopresa por ser parte de la respuesta, mas no pudo objetar nada, porque cuando lo pensaba, se daba cuenta de cada cosa tan distinta que había. Ella no fue lo que planeó, en su lugar, fue todo lo contrario, y sus ojos parecían ser una marca que lo demostraba. Sin embargo, más que estar triste por el hecho, parecía a gusto.

     Inevitablemente, lo que Osamu dijo le sacó una sonrisa. Esa fue la segunda que él la pudo ver de ese modo: sus dientes se asomaban, mientras que una sutil carcajada brotaba con sinceridad desde su garganta. Una sonrisa abierta, inusual y quizá significativa.

     Estaba satisfecha con esa respuesta.

     —No veo nada para contrarrestarle, Osamu. Es una muy bueno en esto, debo admitir —halagó, dejando que ese gesto predominando en sus belfos—. Muchas gracias.

      —Está agradeciendo por cosas muy extrañas. ¿Acaso no es mi sinceridad lo que buscaba desde el principio?

     —¿Su sinceridad es algo que se puede esperar? —refutó, observando sus encantadores y filosos ojos castaños.

     —Puede que sí —habló con cierta sorna en su tono—. ¿Y la de usted?

     Uriel lo vio con una sonrisa, inclinando un poco su cuello por la duda que le generó.

     —Por supuesto —respondió con simpleza—. Después de todo lo que ha ocurrido, ¿sigue dudando?

      El hombre alzó sus hombros, compartiendo miradas en ese movimiento, llenando de emoción y angustia el corazón femenino. Cada vez que lo veía a los ojos, era la misma sensación; algo tan íntimo y profundo que no podía dejar de mirar. Era una súplica pequeña, acallada por el peso de otras emociones que predominaban y aplastaban las demás; un deseo mínimo que llamaba su imprudencia.

     «La imprudencia del hombre es la que le empuja al precipicio». Uriel buscaba alumbrar una parte de lo que había al final del mismo.

     —Su sola presencia me hace querer ser honesta —confesó tras largos segundos, retomando el tema—. No solo con usted, sino también conmigo misma. Sus ojos me piden ayuda, Osamu; no puedo ignorar la forma tan hermosa en la que destellan súplicas.

     Los comentarios de la sueca siempre parecían desmedidos en cuanto a sensibilidad y honestidad, pero era así como en verdad le gustaba comunicar su pensar. No eran dichos con intenciones de lastimar, sino de hacer conocer. Por desgracia, era tan directo, crudo e invasivo, que llegaba a provocar incomodidad.

     —¿No se cansará de insistir? —Su voz salió calmada, pareciendo acostumbrado a eso que tanto le estaba ahogando.

     —Mientras sus ojos se encuentren con los míos, seguiré con mi necedad... Si usted tan solo pudiese ver esos mensajes que transmiten, puede que comprenda mi deseo.

     Uriel percibió como Dazai se alejaba de su lado en silencio, asumiendo que sus palabras habían hecho peso en su cabeza.

     —Lo veré pronto, señor Osamu.

     Ese tono tan bajo y sutil, acompañado de una amable sonrisa a juego con el reflejo de sus ojos. Conocía esa secuencia de gestos y lo que llegaba a representar.

     —Feliz tarde, señorita.


            Ese «hasta pronto» que pronunció la extranjera, no fue tan pronto como hubiese esperado. La mujer se halló atareada por el trabajo que le asignó su jefe, estando de un lado a otro, consultando vuelos, asignando citas y llenando informes. Por el lado de Dazai, él solo desapareció de la agencia sin decir nada.

     Era una peculiar coincidencia.

     A diferencia de Osamu, Laleh, tras mucho trabajo, volvió a integrarse a la agencia el día jueves, apenada con Kunikida por presentarse a finales de semana.

     Llegado el día viernes, la jornada de esa semana había llegado a su fin. La mujer transitaba hacia el apartamento, esperando un merecido reposo después de tan arduos días de trabajo.

     A medida que se alejaba de la agencia, las luces de Yokohama resplandecían por el comienzo del crepúsculo. No detuvo su andar, tampoco se preocupó; las calles aún eran lo bastante transitadas a pesar de que la tarde llegara a su fin.

     No obstante, se vio en la necesidad de parar cuando escuchó su nombre. Volteó curiosa, encontrándose a Dazai agitando su mano en el semáforo que debía cruzar.

     —Señor Dazai, no esperaba encontrarlo por aquí a estas horas —comentó al acercarse lo suficiente—. Es bueno verlo.

     —Distinguí su encanto extranjero a lo lejos, fue inevitable.

     Él sonrió, moviéndose de sitio, dando señal para que se apartaran del semáforo. En cada movimiento, era seguido por los ojos de Uriel.

     —Acaba de salir de la agencia, ¿verdad? —preguntó, caminando sin rumbo aparente.

     —Así es —afirmó—. No lo he visto en la oficina, se me hace raro encontrarlo por aquí. ¿Puedo preguntar por qué se ha ausentado?

     —Estaba resolviendo unos detalles importantes.

     —Oh... Espero que los haya resuelto.

     Ella sonrió amable, lo cual fue atrapado por los orbes castaños que giraron oportunamente hacia ella. Osamu aprovechó ese instante en el que no era visto para detallar su perfil, enfocándose en el opaco zafiro. Ese azul tenía respuestas y saberes que quizás no querría escuchar; habían cosas inconclusas, para las cuales tomó una decisión, una que lo favorecía.

      Esa vez, tomaría dudoso y cohibido las palabras del pasado.

      —Señorita Uriel, ¿se dirige a un lugar en especial? —habló una vez más, provocando que ella lo mirara a los ojos.

     —No. Me dirigía a casa.

     Y tras un buen silencio, Dazai pronunció:

     —¿Está disponible?

      La sueca entreabrió sus labios, expandiendo sus ojos debido al asombro. De todas las cosas que pudo esperar, no se imaginó aquello. Inevitablemente, esa señal de agrado es que siempre repetía, coloreó sus labios.

     —Estoy disponible, Osamu.

     —Entonces, sígame esta noche.

     El tono empleado, el reflejo muerto de sus ojos y la posición de sus belfos al callar, le provocó un escalofrío abrumador, que pronto pasó a convertirse en una repentina y necesitada seriedad.

«El Seol y el Abadón nunca se sacian; tampoco se sacian los ojos del hombre».

Proverbios 27:20


¡ actualización por el
cumpleaños de Dazai !

un capítulo algo complicadito,
pero que a su vez me gustó
bastante al momento de
escribir. espero haya quedado
bien, sjsjsjs.

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