▬▬▬ chapter fourteen
《 capítulo décimo cuarto ━━ La especialidad del ángel apócrifo 》
Por la mañana, cuando el sonido matutino se combinaba con el aire frío, el muchacho de aspectos felinos se vio despierto. Desorientado, entreabrió sus ojos, sintiendo esa pesadez de querer seguir durmiendo, al punto de apenas ver con nitidez el techo. Era inevitable no sentirse de tal modo. El ambiente era tan apacible, pues con las cortinas cerradas había una oscuridad agradable; el aire acondicionado en una temperatura moderada le daba el gusto de estar acobijado por completo, gozando del grosor de la cobija; además, la calidad del colchón y las almohadas eran irresistibles.
Atsushi nunca había dormido de forma tan placentera en su vida. Muy diferente a las viejas y chirriantes camas del orfanato, donde uno que otro resorte atentaba contra sus costillas y el sonido por cada mínimo movimiento impedía un sueño plácido. También era diferente a dormir en el futón del apartamento que le otorgó la agencia, que es mucho más cómodo que esas viejas y para nada queridas camas. ¡El futón era una maravilla a comparación! Pero no era igual a un colchón de esa gama.
Puede que incluso sea una tontería, pero el portador del tigre juró haberse recostado sobre pomposas nubes.
De manera inevitable, miró a un lado, donde recordó haber visto un reloj digital la noche anterior, el cual marcaba ahora las seis y cuarenta de la mañana. Para su mala suerte, no podía volver a dormir, teniendo cierto temor a llegar tarde y ser reprendido por Kunikida, pero tampoco deseaba levantarse. La opción más viable, era cerrar sus ojos, disfrutando de la comodidad y esperando no quedar dormido.
Sin embargo, no pudo darse el lujo de gozar de aquella decisión al tener en cuenta el sonido que lo había despertado hace un minuto. Se despertó al escuchar cosas en la cocina ser removidas, intuyendo que era la mujer que ahí residía. En su mente llegó a preguntarse si Uriel solía levantarse tan temprano, ya que, si se concentraba lo suficiente, era capaz de escuchar cómo un sartén era movido constantemente. Gracias a eso, recordó la conversación que tuvo con Uriel antes, admitiendo cuan sorprendente eran sus sentidos ahora; no obstante, ese desvarío se esfumó al por fin verse despierto, sintiéndose apenado por lo desconsiderado que estaba siendo. Uriel estaba siendo muy amable en dejarlo quedarse y no estaba dando ni la más mínima ayuda. Si bien era un invitado, sentía pena por abusar de su hospitalidad.
Sin tardar mucho, enredándose en la cobija por sus rápidos movimientos, salió de la cama para tomarse el tiempo de arreglarla, tratando de imitar el orden en el que la había encontrado antes de descansar allí. Del mismo modo, trató de acomodar sus desordenados cabellos antes de abrir la puerta y salir.
Estando afuera, lo primero que sintió fue el olor provenir de la cocina, creando un cosquilleo en su nariz por el aroma; tras acercarse un poco, atrás de la barra, veía la espalda de Uriel, removiendo con cautela algo que no alcanzaba a ver.
—Buenos días, señorita Uriel —murmuró, sintiendo cierta timidez al ser primerizo en ese tipo de situaciones.
La sueca volteó a mirarlo, alzando la comisura de sus labios en una suave sonrisa, dejando la paleta de madera de lado para voltearse por completo y prestarle atención al muchacho.
—Buenos días, Atsushi. ¿Dormiste bien?
Quizás no se había dado cuenta, pero había hablado en su idioma natal, desconcertando por un momento al albino, aunque agradecía poder entender lo que había dicho.
—Sí, dormí bastante bien... Muchas gracias.
Atsushi sonrió con cierto gusto, pues la mujer podía a llegar transmitir tanto carisma incluso durante las mañanas, siendo bastante contagioso de algún modo.
—Señorita Uriel, ¿puedo ayudarla en algo? No quisiera que usted se encargara de todo cuando pueda ayudarla.
Uriel, sintiendo un sutil cosquilleo en su garganta al reprimir una ligera risa por su preocupación por ayudarle, negó con la cabeza, indicándole luego que tomara asiento en una de las sillas de la barra. No necesitaba ayuda pese a que cocinar no fuese una de sus actividades favoritas, pero agradecía bastante el gesto de querer hacerlo.
Volteó a ver una vez más a lo que hacía, viendo la comida que estaba preparando, dubitativa.
—Quizás sí me puedas ayudar en una pequeña cosa —comentó, llamando la mirada curiosa del albino—. ¿Tienes alguna preferencia con la comida? ¿Algo que no te guste? ¿Alergias?
—Para nada. Cualquier cosa esta bien para mí... ¡Quiero decir! No debe preocuparse por eso.
—Perfecto. Entonces espero que sea suficiente, aunque si quedas con hambre, puedes decirme sin pena.
El portador del tigre se encogió en el asiento, desviando su mirar hacia el picadero. Encima habían variados frutos rojos, leche, yogurt, queso, jamón, cereal, un frasco de lo que creía que era mermelada, mantequilla, pan y café. Desconocía qué era lo que iba a preparar, pero con todos los productos que se hallaban en la mesa podía decir que sí, por lo que asintió a lo que había dicho. Uriel, tras sonreír, le sirvió un vaso con agua a su invitado.
Para ese momento, tras agradecer el gesto, cayó en un detalle que lo puso ligeramente nervioso; quizás Uriel prepararía un desayuno común de su tierra. Nunca había probado algo de ese estilo, temía que no le gustase y quedara mal frente a la sueca.
Antes de que se diese cuenta, el vaso ya estaba vacío. Observó como la mujer se encargaba de revolver los frutos ya cortados sobre el yogurt y cereal, vertiendo un poco de leche en el proceso. A su lado, puestos en dos platos, veía rodajas de pan con varios de los comestibles que vio distribuidos, agregando que veía pimentón salteado encima de estos.
Uriel ya había acabado de cocinar, por ende, se hallaba acomodando todo en los platos y tazones. Hasta llevarlos a la barra, colocando el del muchacho justo frente a él.
—No es lo más elaborado del mundo, puedo decir, pero espero que te guste. Puedes agregarle mermelada a lo que gustes. Incluso al muesli, que es esto que tiene frutas y cereales —aclaró, dejando el sartén en el fregadero—. ¿Quieres café o jugo de manzana?
—Jugo está bien para mí, señorita Uriel.
Finalmente, ya teniendo todo en la mesa, agradeció por la comida y bajo la expectante mirada de la mujer, dio el primer bocado a una de las rodajas. La verdad era que, tal y como dijo, no era lo más elaborado del mundo, pero el sabor en el pan era diferente pues al parecer lo había metido al horno agregándole otra cosa. En su interior, Atsushi se relajó al saber que no era tan diferente como lo esperaba, aunque sí percibía el contraste de sabores.
Los minutos en silencio, escuchando solo el sonido lejano al apartamento y la cerámica de los platos al impactar con algo, pasaron bastante rápidos. Ambos ya iban en la última parte del desayuno, lo cual era el muesli. Favorito de Atsushi durante esa mañana, pues una vez probó el sabor dulce y mezclado con la amargura que dejaba uno de los frutos junto con los cereales, quiso continuar con este.
—A las ocho deberíamos estar saliendo hacia la agencia —comentó la sueca, degustando su tercera taza de café mezclado con chocolate en el desayuno—. Pensé que podías tomarte una ducha nuevamente, ¿sabes?
El menor la miró con cierto bochorno tintando sus mejillas, sintiéndose más aliviado cuando la vio sonreír amena. Era demasiada amabilidad con su persona, cosa que agradecía con vehemencia.
—Lo haré... Gracias, señorita Uriel.
La puerta de la oficina fue abierta, dejando pasar a los dos miembros más recientes de la agencia. Uriel saludó con cortesía a Kunikida, quien era el más cercano y con quien siempre debía hablar primero para que él distribuyera su trabajo ese día. Cosas sencillas; uno que otro caso que no la alejara mucho de la zona; revisión de casos o peticiones para la agencia; resúmenes de casos y ayudar a Kunikida a organizar las carpetas o los propios papeles que él desordenaba, ahorrándole el hacerlo.
—¡¿Pero qué es eso que huele así?! ¡¿Atsuhi?!
La voz de Osamu le sacó de la pequeña revisión de sus tareas diarias, pues no esperaba escucharlo tan temprano en la agencia. Volteó a mirar, encontrando a Atsushi junto al hombre de vendas, quien se tapaba la nariz con bastante exageración.
—¡¿Desde cuándo vas al spa para oler de ese modo?! ¡Ah! ¡Mi nariz sufrirá una severa alergia!
Uriel sonrió con calma al oírlo, ocultando cierta emoción y una pizca de lamento en ese gesto. Miró una vez más al hombre vendado, acomodando el mechón de cabello que inoportuno había obstruido su visión por el movimiento que realizó, siendo el pase justo para dejar la oficina y acompañar a Kunikida con un excelente humor.
Antes de lo pensado, entre pensamientos y ciertos suspiros cargados de enigma, las horas laborales habían pasado hasta dar a las cinco de la tarde. Los tonos naranjos se asomaban por el cielo de Yokohama, manteniendo una iluminación tenue en la oficina, cuyos miembros aún no habían decidido encender las luces. Uriel se dedicaba a observar desde la ventana, paciente, recorriendo con sus azules ojos los edificios de en frente.
En silencio, sintió como alguien se colocaba justo detrás de ella. Volteó leve la cara, observando al hombre castaño que miraba lo mismo que antes estaba viendo. Sonrió, sosteniendo con más firmeza el bolso que recargaba sobre su hombro.
—¿Nos vamos? —habló él, sonriendo carismático, ganándose el asentir de la mujer.
Uriel miró una vez más por la ventana, perdiéndose en ese pequeño segundo. Ocaso... ¿cuál podía ser el antónimo del ocaso? ¿Qué podía ser eso que contrastara en su totalidad con la belleza carmín que marcaba el comienzo del fin del día?
Ella no podía encontrar la respuesta, y no era porque no apreciara el arte de los contrastes irónicos que podía presentar la trágica y cómica vida, sino porque en sus indagaciones no era capaz de hallar algo semejante. En su mente no había esa respuesta, en las personas comunes tampoco, solo quienes pudiesen ver más allá de un juego de simples sátiras sin importancia le daría lo que anhelaba.
Ocaso... Oh, sutil y amargo ocaso. Es una admiración tan atrayente y repelente a su vez.
Sonrió vaga, dejando la ventana para seguir a Dazai por todo el camino, enfocándose ahora en eso, el camino.
Para Osamu, a medida que pasaban las calles en su larga caminata, no fue mucho desafío el notar que Uriel estaba pensativa. Mas ese pensar no retomaba desde el final de su jornada laboral, sino desde la mañana con una demostración más latente.
¿Qué clase de inefables pensamientos podía ocultar alguien que invadía los ajenos? Era una ironía tan grande, que carcajearse de ello parecía inevitable.
Volviendo con la sueca, ella no parecía muy conforte con hablar por esa ocasión, sino que prefería ir con una sonrisa baja, caminando a su lado sin voltear a mirarle en ningún instante, cortando comunicación previa. Estaba rara, lo debía volver a decir, aunque sabía que rara no era la mejor forma de describirla pues realmente nunca la llegó a conocer como para asegurar tal cosa, pero se entendía a qué se refería.
Sin embargo, quizás esa sonrisa era la misma que la suya.
Osamu había pensado en algo que lo hizo sonreír como en selectivas situaciones hacía. ¿Habría posibilidad de que fuese el mismo tipo de sonrisa? Si eso era así, que divertido se le hacía.
Tras las silenciosas calles, entre un avanzar cómodo, pero expectante, habían alcanzado el lugar que desarrollaría los sucesos de ese día a las seis y veinte, una hora con ciertos minutos de caminata.
Osamu, por primera vez en sus pocas y delicadas salidas, presentó el lugar, en busca de una demostración que le diese una respuesta concisa, siendo esta una dilatación en sus pupilas. Él no era como Uriel; entre sus grandes y diversas habilidades, no se hallaba tan desarrollada la de leer miradas, pero ahí estaba; por lo que pudo leer el sutil disgusto manchar su expresión.
Era otra prueba para su teoría ya afirmada.
Entonces, Uriel sonrió con parsimonia, observando el rostro del varón con detalle. No decía nada, pero sus ojos azules destilaban emoción.
Estaba curiosa, expectante. Lo había pensado en cuanto se comenzaron a acercar, pero aun así le impresionaba. En su rostro se reflejaba la sorpresa entre su sonrisa, teniendo los labios ligeramente abiertos por ello.
Ante sus azulejos ojos se alzaba una estructura religiosa. Una magnífica catedral por el tamaño que poseía.
Dazai la veía, detallando esa dilatación en sus ojos al ver la cruz que estaba en la punta de la edificación. Su mirada no mostraba devoción, tampoco pureza, sino una mezcla de nostalgia que se desprendía de su piel y se colaba en el espacio del japonés.
—Puedo preguntar, señor Dazai, ¿qué es lo que le gusta de este sitio?
Su pregunta fue calmada, demasiado a comparación de otras veces, al punto de sonar como una caricia pese a ser imposible.
—¿Qué puedo decirle? A mí no me agrada en lo más mínimo. Pero pensaba que a usted le gustaría el lugar. ¿Acaso no le gusta?
La escuchó reír baja, mientras acomodaba su cabello por la brisa que lo alborotaba.
El sagrado corazón de Yokohama, ese era el nombre que recibía el sitio. Uriel no evitó apreciar su estructura. Le parecía agradable a la vista. No iba a negarlo pese a que reconocía las intenciones de llevarla hacía ese sitio... Pero bien que podía ser un juego de dos.
Dazai le había revelado a propósito que ya no estaban yendo a lugares que él considerase de su agrado. Lo temía, pues esa plaza a la que habían ido un día antes no se parecía en lo más mínimo al resto.
Uriel jadeó, teniendo una pequeña emoción. Se adelantó al castaño, dejándolo atrás para comenzar a subir las escaleras que lucían pulcras.
El japonés, a sabiendas de lo que podía suceder, comenzó a seguirle. No sentía nada ante la idea de entrar a un sitio religioso, pues para él era tan mundano que ni era de importancia. ¿Se supone que debe arrepentirse por entrar a una iglesia sin creer en el Dios egoísta que los rige? ¡Para nada!
Uriel fue abatida por la iluminación amarillenta que se reflejaba en las prolijas paredes de la catedral. Miró el pasillo largo, donde estaban las butacas y al final un altar con alfombras rojizas que resaltaba a la vista. Parecía pequeño para ser una catedral, pero no era quien para juzgar el diseño y espacio en el que había sido construido.
De cierta forma, siguiendo con lo del tamaño, le recordaba a la iglesia cercana a su hogar, donde muchas veces se la pasó. El espacio público era reducido pese al imponente tamaño que poseía, aunque la de su ciudad natal tenía un orfanato.
Dazai esperaba en mutismo, siguiéndola en su recorrido por la iglesia. Sus pasos resonaban en un fuerte eco aunque no fuesen escandalosos; todo tipo de sonidos hacían eco de forma molesta, dando la sensación de que incluso el silencio hacía eco.
—¿Está buscando algo en particular? —preguntó, conectando miradas de forma breve con la mujer.
—¿Se supone que debo estar buscando algo? —Uriel le dio la espalda, continuando su caminata, viendo las imágenes sin rastros de sus sonrisas, manteniendo ojos serios al pasar—. Solo estoy admirando la decoración..., ¿quiere que busque y muestre algo para usted?
Su voz era un incordio, como todo lo que rodeaba en su visión; era tan suave y baja, que parecía ser un suspiro. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Qué demostraba al hablar de esa forma? Como si se arrepintiera de algo mientras se ahogaba en melancolía.
Ella sabía lo que hacía, estaba consciente, pero el hecho de que supiese ese detalle no le daba la respuesta del porqué de su actuar.
—¡Para nada! Soy un ignorante en todo esto. Ver sus ojos de allá para acá me hizo tener la idea.
Laleh se detuvo, mirándolo por sobre su hombro, y con una sonrisa de diversión decorando sus labios, pronunció:
—Mientes.
No esperó una respuesta cuando ya había retomado su andar hacia el altar.
No lo había visto a los ojos, entonces, ¿cómo sabía que había mentido? Desconocía el cómo funcionaba su habilidad en realidad, porque incluso si la había presenciado, no era algo concreto. Uriel cambiaba el método de su habilidad con sus palabras, engañando y ocultando su verdad, logrando una habilidosa mentira.
Solo debía lograr saber cómo pensaba.
Uriel, quien miraba el altar carmín, sosteniendo la madera donde debían apoyarse las manos cuando se arrodillaba a rezar, moviendo sus dedos se deslizaban por esta, disfrutando de la suavidad, estaba pensante. Al otro lado, había una imagen de San Antonio, haciéndola reír con ironía.
No quería alargar más las cosas. Ya Dazai la había revelado y ya no tenía sentido. Todo había acabado el día anterior.
—Señor Dazai —llamó cuando retomó su caminata por el otro lado del lugar—. ¿Le ha gustado traerme a este lugar?
El castaño la miró, encogiéndose de hombros por su pregunto, dándole un aire despreocupado a la perfección.
—No lo sé. Es a usted a la que he traído. ¿No deberías ser usted quien me de la respuesta?
La sueca ya había dado una vuelta por el espacio de la iglesia, dirigiéndose a la salida, sintiendo de nuevo la fuerte brisa apenas cruzó las puertas.
—No le estoy preguntando si me ha gustado venir. Le estoy preguntando si le gustó traerme —musitó, alzando sus labios en una sonrisa—. Pero, no importa por ahora. Si algo es de importancia ahora, es su pregunta.
El japonés cerró sus ojos y suspiró.
—Qué rápido ha sido. Eso es bueno —indagó, manteniendo su vista en el frente al sentir que ella lo miraba—. Ese día, en el cementerio, ¿por qué no me apuntó como lo hizo en el barrio mortero?
Ah, Uriel lo sabía, pero incluso así seguía con eso. Qué duro.
—En el cementerio..., sé que fue mi culpa en arrimarlo hasta eso, pero sabía que no iba a matarme. —Cerró sus ojos, recordando el momento justo en el que su cuerpo se balanceó hacia atrás y vio el rostro de Dazai—. Sus ojos me lo habían dicho. Usted no iba a hacerlo..., incluso puedo decir que no puede porque se niega a hacerlo.
Respiró, suspirando al momento de exhalar, pareciendo que aquello le había costado un gran trabajo en decirlo. Podía sentir nuevamente su pasmo al darse cuenta que sacó su arma, pues nunca tuvo la idea de mostrarla alguna vez en su estadía en Japón.
Los colores de la ciudad se volvían más oscuros, ambientando a la perfección la escena, siendo llamativo para la sueca.
—Ese día no saqué mi arma, pero creo que es obvio decir el porqué la saqué en el barrio mortero. No había visto a nadie, y al no saber quién era el presunto enemigo, al primer toque lo apunté sin dudar... —confesó, siendo más trasparente de lo que pensaba—. Me siento mal por ello, no debí haberle apuntado. Entré en nervios de inmediato. Me preocupó el hecho de que tal vez pude haberlo lastimado; sigo arrepintiéndome de eso. En verdad lo siento.
Laleh miró al suelo, flaqueando por esos segundos, mostrándose tan indefensa como ese día al saber que había arremetido contra un compañero. Aunque, bien sabido era que el karma siempre llega, ambos habían pagado por lo que causaron ese día. Uriel empujó a Osamu a su límite, mostrándolo indefenso por unos segundos; en el barrio mortero, Dazai la había arrimado a su límite y la hizo perder la postura.
Todo se le iba de las manos, y la sensación de vértigo se le hacía maravillosa.
—Le apunté por el hecho de que tenía miedo a los sucesos. Me vi presa en uno de los sentimientos más humanos que existen —añadió, mirando el semblante sin cambios de su compañero—. ¿Eso responde su pregunta por completo?
—En efecto, señorita Uriel.
—Fue una buena pregunta —admitió, sonriendo una vez más—. Volviendo a lo que le pregunté antes: qué considerado de su parte pensar en mí en nuestra última salida.
Osamu la observó, alzando sus cejas divertido, mostrando una sonrisa también.
—¿Entonces ya se ha acabado este ridículo juego? Esperaba algo más continúo.
—Solo los necios siguen un juego que ya no tiene gracia.
Ella miró hacia atrás, tomando en cuenta que ya habían tomado bastante distancia de la catedral. Dazai, por otro lado, la vio, buscando algo de referencia.
—¿Entonces se rinde? ¡Se lo dije, señorita!
Las hojas secas pasaban alrededor en un fino baile, cayendo sutiles en el suelo para volver a ser levantadas por el viento. Las cercanías de esa catedral estaban impresas en árboles; entre la sensación natural y el comentario de Dazai, Uriel se permitió sonreír con emoción.
—No me rindo... Tan solo admito mi derrota. Lo reconozco, ha sido más listo que yo. —En sus palabras no habían rastro de amargura por eso, incluso, sonaban con suave alegría—. Esperaba que me ganara, pero lo ha hecho incluso más pronto de lo que pensaba. Me ha tomado el truco, se dio cuenta que mi objetivo principal no era el hablar con usted, sino saber qué sentía usted en el lugar al que me llevase.
—¿Esperaba perder? ¿Tan poca fe tiene en sí misma? —preguntó con cierta gracia, pues se le hacía bastante irrisorio.
—Por el contrario, le tenía fe a usted —alegó, confundiendo al hombre—. Es un detective de la Agencia armada, su trabajo es descubrir la verdad de los casos. Es inteligente, asombroso, puedo decir. Incluso teniendo pocas pruebas con el caso del tigre, usted lo descubrió en un instante con solo escuchar a Atsushi.
Laleh sonrió, observando a Dazai, estando completamente tranquila, como las hojas que a su lado pasaban. Sincerarse parecía ser lo más esperado para esa tarde.
—Yo creí en su capacidad, creí en sus fortalezas y creí en su forma de pensar —musitó, deteniendo sus palabras de forma breve—. Osamu, yo creí en usted.
Dazai frunció el ceño, sin saber cómo atender a esa alegación. Giró su rostro, dispuesto a ver el de su compañera, pero esta se había movido hasta quedar en frente de él, deteniendo su paso.
El viento movió las ropas de ambos, llevándose futuras palabras para dejar silencio mientras este pasase. Laleh lo miró compasiva, sonriendo suave y con carisma.
—Me gustaría poder saber qué es lo que piensa al decir que confíe en usted..., pero sé que eso es imposible... Mas hay algo que sí puede responder, aunque no sea pronunciada —agregó, desviando su mirada de la ajena para infundir más confianza—. Si le pregunto si me considera en verdad un enemigo, ¿qué respondería?
Dazai miró el rostro femenino, detallando sus párpados cerrados con sosiego. ¿Realmente consideraba a Uriel una enemiga? Pese a tantas vivencias a lo largo de los meses de su estadía, no era capaz de descifrar las intenciones de esa mujer. Decía querer ayudarle, pero lo único que había hecho era atormentarle; no obstante, nunca alcanzó un nivel de hostilidad.
Osamu se estaba replanteando la idea, esta vez siendo guiado por las palabras de la sueca. ¿Aquel que con tanto afán se cruzó en su camino era un enemigo?
Él no le daría la respuesta, justo como ella había dicho.
—Mi propósito con todo esto no ha sido más que para conocer cómo se desarrolla en un ambiente de su gusto, cómo lo mira y cómo se expresa en este. Es una manera de conocerlo, de saber qué es lo que me puedo encontrar cuando extienda mi mano por completo hacia usted para brindar mi ayuda. —Uriel destilaba cierta exaltación al justificar sus actos, siendo de incordio para Osamu—. Sabía que me encontraría el otro lado de quién es usted al hacerlo sentir amenazado, porque sus pensamientos son lo único que le resguarda. Si yo le daba riesgos de perder eso de una forma que usted desconoce, entonces reaccionaría.
Dazai la miraba atento, sin dar voz a las preguntas que iban y venían por su cabeza. Gran parte de eso ya lo tenía claro, sin embargo, al agregarle el contexto de "querer ayudarlo", lo dejaba desconcertado, porque eso era una mentira.
Los seres humanos podían ser mentirosos, un ángel con emociones humanas también podría estar manchado de esa inmundicia.
—Debo confesar algo antes de que hable —avisó, alzando el rostro para reencontrar la tierra con el cielo en un intercambio de miradas—. Le prometí no usar mi habilidad cuando comenzamos esto; yo cumplo mis promesas, por lo que le puedo decir que no la usé. Sin embargo, he hecho trampa. —Una vez dicho eso, entrelazó sus propios dedos al sentirlos nerviosos—. No la usé en el momento, pero sí antes. ¿Sabe? Sus ojos dicen muchas cosas, tantas que en muchas ocasiones son incomprensibles para mí. A lo largo de estos meses, lo he observado y he leído. Sus emociones han hecho algo tan audaz, que me he visto bajo ese ambiente y he actuado sin pensarlo. Es tan abrumador, porque nunca lo había vivido, sentir cambios en otra persona igual de perceptiva en su lenguaje y actuar en referente es satisfactorio... emocionante. Todo eso me ha permitido tener una defensa para sus palabras.
Uriel se mantuvo en silencio, sonriendo leve al sentirse escuchada sin objeción, pues así lo había pedido inconscientemente cuando miró a Osamu, a lo que este solo atendía.
—Me gustaría demostrarle, además, que no he usado la especialidad de mi habilidad. Eso en todo caso de que piense de que cualquier cosa que pudo haberme dicho haya sido por la influencia de esta. —Al momento de hablar, cerró sus ojos, preparándose para dar uso a lo más temido e incómodo que podían causar sus muertos ojos azules—. Osamu Dazai, dígame, ¿qué es lo que anhela en su vida?
Osamu abrió sus ojos con estrépito al sentir una repentina falta de aire, comenzando a jadear un poco. Sus manos comenzaron a temblar cuando su mente proyectó la respuesta que no deseaba reconocer y mucho menos dar a saber. Su mirada no podía salir de los ojos de Uriel, quienes acusatorios le obligaban a sacar sus palabras. Era desagradable. Sentía un nudo en su garganta, palabras que estaban atoradas por los esfuerzos que hacía en no dejarlas salir.
Su habilidad era abrumadora, sentía que no podía ocultar nada y que en su verdadero y sombrío ser saldría en su respuesta. Eran órdenes, influencias tan fuertes que ni siquiera podía pensar en desobedecerla.
Tragó en seco, sintiendo esas emociones anteriores volver para atormentarlo.
Apenas pronunció el primer monosílabo en contra de su voluntad, sintió la mano de la sueca en su hombro, dejándolo libre de esa horrible sensación. Respiró profundo, reorganizando lo que esa pregunta había alterado y evitando que lo que prometió dejar atrás le siguiera en esos momentos.
—Es desagradable, ¿verdad? Sientes que te ahogas si no dices la verdad de lo que te soliciten. Es detestable..., ni siquiera a mí me gusta usarla pese a que sea el verdadero poder de estos ojos. Siento mucho hacerlo pasar por esto.
La mujer acarició apacible el hombro del varón, mirando su rostro, sin ser capaz de leer el significado de lo que entendía como miedo.
—¿Por qué hace todo esto?
Uriel suspiró por la primera pregunta que dijo Osamu para esas alturas. ¿Por qué quería ayudarlo? ¿Por qué llegaba a esos límites? Solo Dios sabe, los ángeles ciegos no son capaces de ver eso por completo.
—Quiero ayudarlo. Lo he visto, desde que habló conmigo por primera vez me di cuenta de que algo no estaba bien. Me siento en el deber de querer ayudarlo, debo ayudarlo. Sus ojos me lo piden, como una súplica —contestó, sin quitar ese contacto visual, cuyo significado parecía ser igual a los rododendros.
—Ni siquiera tiene un motivo, Uriel.
—Tiene razón, es solo un deseo —admitió, quitando su mano del hombro ajeno—. Siento mucho por haber fingido ser una amenaza. Mi deseo no es lastimarlo, sino todo lo contrario.
Uriel se alejó con sutileza de Dazai. Estaba tratando de ocupar ella los espacios para dialogar, pues se hacía una idea del cómo comenzaría a escabullirse este de la situación, eso no era lo que quería.
Quizá se estaba pasando de insistente, pero presionar de esa forma era su más viable opción.
—En verdad agradezco que haya cedido, a pesar de que se hacía ya una idea de lo que pudiese pasar. —Sonrió, acomodando de nuevo su cabello, el cual ya parecía camuflarse con la tonalidad que marcaba la hora.
El silencio entre ellos, por primera vez, se había hecho incómodo, incluso fatídico, asfixiando cualquier otra sensación. Ya no podían mantener más ese encuentro, ninguno de los dos estaba en condiciones para hacerlo, como si fuese la condena de todo lo que hicieron.
Uriel miró las sombras de los árboles, manteniendo sus ojos bajos, sin intenciones de hacer peor la experiencia de Osamu. Inspiró, cogiendo todo lo necesario para cortar de una vez esas agradables y extrañas salidas.
—Señor Dazai, ha sido un completo placer tener su compañía durante estas semanas. Ha sido una experiencia fascinante. Pero como ya dije, este juego termina aquí. —Sus palabras eran soltadas con delicadeza, temiendo de arruinar todo—. Feliz noche, Dazai. Espero pueda aceptar mis disculpas y agradecimiento.
Sus habilidades para mentir eran increíbles. A pesar de estar consternado, él formó una sonrisa, endulzó sus ojos con carisma y su cuerpo de relajo con el pasar de la brisa, formando una imagen tan relajada y distante que encantó a Uriel por su peculiaridad.
—Me ha servido para entretenerme un rato —alegó en un murmuro tranquilo, apreciando la figura de la sueca—. Le deseo una feliz noche también, señorita Uriel.
Voz melodiosa y llena de mentira, fingiendo humor cuando no lo tenía. Laleh terminó por asentir, dedicándole una última vista antes de darle la espalda y dejarlo.
Una vez llegó a la calle principal y tomó un taxi, dejó caer sus hombros, suspirando exhausta y llena de nostalgia. Ella lo había dicho: solo los niños necios jugaban juegos que ya no tenían gracia, queriendo proteger lo divertido que fue en su momento, negándose a quedar melancólicos por no tener ese sentimiento de nuevo.
«¿Hasta dónde más sobrepasará este avaricioso deseo?»
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top