Capítulo 4

Recuperé la conciencia, sentía mi cuerpo inmovilizado. Abrí los ojos un poco, ya que me costaba bastante. Estaba de rodillas, con las muñecas encadenadas sobre la pared en una celda podrida.

Tiré de las cadenas para liberarme, pero me faltaban fuerzas para ello. Me quedé como estaba y miré hacia abajo, derrotada. Los hermosos campos, el atardecer y las historias de John... Habían desaparecido para siempre. Me había gustado conocerle más, pero me fue imposible. También logré ver ese último recuerdo confuso, era como si yo misma buscaba ayuda.

Alcé la mirada y pude ver en la celda frente a la mía unos demonios dentro. ¿Qué hacían ellos allí si eran demonios? No entendía nada, aparte de estar débil y confusa. Mi corazón latía lentamente y los segundos pasaban muy despacio.

Los dos vigilantes, quiénes me apresaron, se acercaron a mi celda y comenzaron a reírse. Ellos mataron a John y lo pagarían muy caro.

—¡Mirad! Es ese ángel de alas negras. Seguro que los tontos de los suyos le expulsarían de los cielos. Qué patético —dijo uno.

—Cuando lo vea el jefe nos dará una buena recompensa —sonrió el otro demonio. Sus rostros daban asco y tenía ganas de partirles la cara a ambos.

Ignoré el comentario y me di cuenta después de su importancia. No iba a permitir que me utilizaran como un objeto.

—Yo no soy un objeto. Ustedes matasteis a John... Hijos de p...

—¿Qué dices insolente? —se apoyó en la reja de la celda molesto.

—Vete al infierno —le respondí escupiendo en el suelo.

El demonio comenzó a reírse locamente. Mi furia empezaba a despertar. Hice un poco de fuerza para romper las cadenas. Oí como se agrietaban. Los demonios seguían como estaban.

—¡Mira cómo se enfada! Como continuemos así vamos a acabar mal —se burlaron, seguido de risas.

Cuanto más hablaban, más me cabreaba y más tiraba. Hasta que conseguí liberarme y ver la reacción de los guardias.

Los demonios retrocedieron aterrorizados. De una patada, abrí la puerta de la cárcel despegándola de su lugar.

Salí de la celda y noté el miedo que reflejaban. Caminé lentamente hacia ellos y sonreí con maldad. En el suelo encontré aquella espada con la que luché antes y les amenacé con ella.

—Tú... No eres un ángel normal...

—Yo no soy un ángel —dije seria—. Yo soy tu peor pesadilla...

Se miraron entre ellos extrañados.

—¿Ya no os reís? ¿O los grandullones tienen miedo?

Sus rostros volvieron a la normalidad nada más decir esto.

—¡No es verdad! ¡Los demonios no tenemos miedo a nada!

—Pues yo pienso que sí es verdad... ¡Venid a por mí, cobardes! —los desafié.

No tenía ninguna posibilidad de ganar a los dos, o sí... Uno de ellos vino primero a atacarme. Lanzó sus puños hacia mí, pero con mi agilidad los esquivé rápidamente. Después, contraatacó, pero fue en vano. Tuve la ocasión de darle el golpe de gracia y, con la espada, le corté la cabeza. El demonio decapitado cayó, y su cabeza rodó hasta el otro que todavía seguía vivo. Me giré hacia él y me acerqué poco a poco. Él se tiró al suelo y se arrastró hacia atrás. Pude ver el pánico en sus ojos.

—E-eres un mons-struo.

—Igual que todos vosotros.

—Te-e-n pie-dad de mí, ángel.

—No hay piedad para aquellos que me quitaron lo que más quería.

—Te-e lo daré to-to-do, pero no me mates, por favor.

—Tú no me puedas dar lo que me quitasteis.

Nada más decir esto, agarré la espalda y se la clavé en el cuello sin piedad, derramando la sangre del demonio al suelo.

—Ni tú ni nadie podéis devolverme lo que una vez tuve. Ahora John podrá dormir en paz.

Sin motivo alguno, la espada empezó a arder de una manera desconocida, sin estropearse. Mantuve la espada alta y la observé con curiosidad. Su fuego era abundante y oscuro.

—Es la legendaria Revage —dijo una voz que procedía de la celda que estaba delante de mí cuando seguía presa.

Me dirigí hacia allí y me situé enfrente de la puerta.

—Esa espada arde cuando nota el odio y la venganza de un ser —continuó y se acercó a la puerta, mirándome—. Tu eres un ser muy raro y noto el odio en tu rostro.
La voz que me habló era uno de los demonios encarcelados. Busqué la llave que abría la puerta, la cogí, la introduje, y entré.

—¿Qué hacéis aquí dentro siendo demonios? —pregunté.

Ninguno de ellos contestó, pero uno se levantó. Tenía cuerpo de mujer y era la que me había hablado antes sobre la espada. Caminó hacia mí y me observó fijamente. Era una diablesa muy distinta a lo que ya había visto. Tenía el cuerpo muy femenino, de piel rojiza y rocosa, con una gran melena negra que alcanzaba sus tobillos y unos ojos verdes chillones. Vestía un vestido muy ajustado y corto que complementaba con su pelo. A su espalda, colgaba dos pequeñas alas sin plumas y rasgadas por la parte de abajo, sin definir un color alguno para ellas.

—¿Qué es lo que te ocurrió para volverte oscura? Pensaba que los ángeles caídos ya no existían aquí.

Desvié la mirada y no quise responder.

—Veo dolor, sufrimiento, desesperación. ¿No serás al que rescaté y llevé a un pueblo cercano?
Me quedé sorprendida. ¿Un demonio? ¿Salvarme? Imposible. Pero...

"¿Eres tú, quién nos salvará de todo este caos? Cuando un ángel cae, uno caído renacerá".

—No es verdad —negué tras oír ese pensamiento.

—Sí que lo es. Eres un ángel que sufrió una trasformación, creía que eras humana. Si te hubieran visto los otros vigilantes, estarías muerta.

—¡Contesta a mi pregunta! —grité enfurecida.

Suspiró y se sentó en el sucio suelo.

—Al rescatarte, uno de los demonios le contó al jefe que había cogido algo y me había marchado. Me hicieron un interrogatorio y me castigaron por no creerme.

—¿Qué les dijiste?

—Había salvado a una humana y creyeron que había salvado a un ángel. Me declararon culpable por traición y aquí estoy. Los demonios son crueles y malvados.

¿Un demonio con compasión? No podía creerlo y mi corazón pedía venganza. Me di la vuelta y salí de su celda. El demonio se levantó y comenzó a seguirme.

—¡Espera! ¿Adónde vas?

Esas palabras me recordaron a él cuando me invitó a su escondite secreto.

—A ninguna parte.

—Ellos también me quitaron lo que más quería. Déjeme que vaya con usted, por favor —se arrodilló a mis pies, suplicando.

—¿Y de qué me sirves?

—Sé que ellos mataron a los ángeles y a tus humanos. Yo te puedo guiar hasta el gran jefe y así tener vuestra venganza.

Le miré y vi algo en el demonio que nunca había visto. ¿Era un demonio que traicionaba a los suyos para ayudarme? Me salvó la vida y le debía una.

—Está bien, pero no molestes.

—No seré una molestia. Tened esto como un favor por liberarme de la prisión. Muchas gracias.

Le seré su guía al mundo de los demonios y lucharé a su lado.
Afirmé con la cabeza y le pedí que se levantara y comenzáramos el viaje.
Salimos de aquel apestoso lugar y desplegué mis alas. Todavía no me había acostumbrado a ellas, eran grandes y de plumaje abundante. Pesaban bastante, pero eran muy cómodas en la espalda. Comencé a volar y mi desconocida compañera hizo lo mismo.

" —... ¿Te gustaría ser mi amigo? No tengo ninguno...
—Yo tampoco tengo...
—Entonces, ¡seremos amigos".




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