Capítulo 2

Después de tres meses descansando, conseguí recuperar las fuerzas y mover mi cuerpo. Conseguí levantarme, salí de la habitación y me adentré en el comedor.

Allí me recibió la familia que hizo posible mi recuperación: Rosie, la mujer de la casa, Lark, su marido, y John, el hijo de ambos. La pareja se parecía por lo ancianos que eran. Me senté en una de las sillas y los miré fijamente a cada uno. El más joven de los tres era John, un humano de pelo un poco largo castaño y rizado, con un rostro infantil e inocente. Teníamos la ropa igual, formada por una camiseta vieja marrón con un pantalón (el cual a mí no me llegaba a los tobillos apenas) casi del mismo color con parches y roturas. Por lo que vi, supuse que tendría menos edad humana que yo, ya que tampoco recuerdo mi edad. Muchas veces, cuando seguía en proceso de descanso, él se quedaba a mi lado mientras descansaba y me contaba historias de algunas criaturas, leyendas e información sobre ellas. Me miró con curiosidad y juntó sus manos.
En un vaso amplio, pude ver mi aspecto. ¿Yo era así?

—Oye... —llamó mi atención—. Todavía no sé cómo te llamas.

—Es verdad —dijo su padre (o se suponía)—, has estado bastante tiempo aquí y no sabemos nada de ti.

La mujer, Rosie, se levantó y dirigió a la cocina mientras los otros miembros me interrogaban. Miré hacia abajo y, finalmente, comencé a hablar.

—Yo... No recuerdo nada —dije de manera forzada. Mi voz era grave para ser mujer.

Rosie apareció con los platos de la comida y, al oírme, se quedó mirándome sorprendida. Soltó los platos en la mesa y se sentó.

—Si ya puedes hablar...

—Rosie —dijo su marido—, le estábamos preguntando su nombre, pero dice que no lo sabe.

—Mmm... Tendremos que ponerle un nombre ya que es uno más de la familia.

—¿Es como mi hermana mayor? —preguntó el pequeño.

Su madre asintió alegremente.

Hermana... ¿Qué era eso?

Yo les miraba como si no supiera nada de lo que decían. Los tres pensaron en silencio un nuevo nombre para mí. Rosie levantó el dedo que tenía apoyado en la cara y sonrió satisfecha.

—El nombre que me gustaría sería Melinda, que es el nombre de mi difunta madre.

—A mí me gusta Clarie —dijo John.

—Yo creo que Lila es bonito. ¿Qué te parecen esos nombres?

—Dark —dije.

—¿Dark te gusta? —preguntó Rosie—. Es un poco feo y triste... ¿No crees?

Hice una mueca y encogí los hombros. John saltó de su asiento y casi dejó caer la mesa con lo que tenía encima.

—¡John! —exclamó su padre.

—Perdón, es que ya tengo un nombre para ella.

Todos desviamos la mirada hacia él.

—Ella se llamará Darkia.

—¿Darkia? —preguntó Lark—. Me suena a mascota.

—¿Qué dices? Es un nombre muy bonito y femenino. ¿Te gusta? —se dirigió hacia mí.

Afirmé con la cabeza y le sonreí. John aplaudió y empezamos a comer.

Darkia... Sonaba raro, pero me gustaba aquel nombre. Por entonces, me di cuenta de que ya no volvería ser un ángel, sería tratada como una humana.

Al terminar, me levanté y me fui al cuarto, pero cuando estaba abriendo la puerta, alguien me agarró de un brazo. Me giré para saber de quién se trataba y vi al joven humano.

—¿Adónde vas? —me preguntó.

—Pensaba entrar... —respondí.

—¿Por qué no te vienes conmigo a un sitio? Es mi sitio secreto y seguro que lo vamos a pasar bien los dos juntos. Llevas todo el día ahí metida, y ya que somos hermanos... —suplicó con sus oscuros ojos, sintiendo un poco de pena si me negaba.

Acepté sin queja y salí por primera vez de aquella casa desde mi llegada. Nunca había ido al exterior. ya que había estado recuperándome. Todo lo que veía era nuevo. La gente, las casas... Era muy diferente. Tenía una visión borrosa del aspecto del cielo, el cual no era comparable con el ambiente tan familiar. El chico me explicó cosas interesantes sobre los humanos, como sus costumbres.

También me dijo que él era de otro pueblo, pero hubo una catástrofe una catástrofe un tanto extraña. Dijo que vio gente con alas cayendo del cielo y en la huida, perdió a su hermana, de quién no contó demasiado.

¿Él estuvo en la caída de los ángeles y vio a los demonios? Por lo que me contó, fue un alivio que lograran escaparse.

Tras volver a desviarme con mis pensamientos en el paseo, John me cogió de la mano y empezó a correr.

—¡Espera! ¿Dónde vamos? —Pregunté siendo arrastrada por el niño. Era tan alta que John no llegaba a mi cadera, pero aún así, no podía evitar seguirle.

—Ahora lo verás —contestó con una risita cuando ya no estábamos en el pueblo.

Le seguí, y cuando paró, nos encontrábamos lejos del pueblo.
Estábamos en un campo verde, con árboles altos florecidos y matorrales abundantes llenos de frutos y animales que se alimentaban de ellos.

Aquel lugar era algo maravilloso y hermoso pues, para mí, ningún sitio sería tan hermoso como aquél. Él se tendió en el césped y continué contemplando lo que estaba a mi alrededor. Volví a ver en un charco mi reflejo, viendo con más claridad mi aspecto. Era un ser alto de pelo castaño claro que llegaba por los hombros, piel muy blanca, ojos marrones claros y cuerpo muy delgado. A diferencia de los humanos, mi altura era muy exagerada.
John me invitó a sentarme con él.

Hice lo que me pidió y con uno de mis dedos me rasqué la nariz inquieta por lo que pasaba. El lugar era calmado y podía dormirme allí sin preocuparme. Respiraba un aire limpio y resfrescante a la vez. Toqué el césped y algunas flores cercanas, notando una textura nueva. Toda la Tierra era un misterio para mí, y de aquello otro recuerdo apareció. Para los ángeles, los humanos eran seres despreciables que no merecían su respeto por haber sido expulsados del lugar que les concedió el Creador. ¿Quién era ese tal Creador? ¿El dios que creó a los ángeles, el cielo, los humanos y la Tierra? Tenía demasiadas preguntas y esperaba que algún día fueran respondidas.
De repente, una criatura extraña se apoyo en mi dedo cuando lo retiré de la flora.

—Eso es una mariposa —se acercó John sonriente—. Es bonita, ¿verdad? —asentí. —Una pregunta, ¿de dónde vienes?

Levanté la mirada hacia él y dejé que la tierna mariposa se marchara.

—No... Lo sé. De algún lugar... No lo recuerdo.

—¿Nada de nada? Según mi madre, puede que te hayas dado un golpe en la cabeza. Eres un poco extraña, porque nadie había visto a alguien de tal altura y tan delgada. Cuando llegaste, estabas muy débil, y creímos que no ibas a curarte nunca. Ese día que viniste, era casi de noche y alguien llamó a la puerta. Mamá abrió, te vio y avisó a papá. Ellos te llevaron a la cama y me dijeron que comprobase quién había llamado a aquellas horas. Cuando salí a mirar, no había nadie. No sabía cómo ni quién te había llevado allí. Yo pienso que vienes del cielo, pues le pedí que me trajeran a alguien con quién hablar y contarle mis cosas.

Seguimos hablando sobre las historias inventadas que tanto le gustaban a él.

Yo me mantuve en silencio escuchando las dulces palabras de aquella criatura. Como imaginaba, él conocía la presencia de los ángeles y los demonios, pero no entendía el porqué. 

Cuando volvimos a casa, el cielo estaba de un color extraño, como anaranjado y cada vez se veía más oscuro. John me explicó que era el
atardecer, cuando la noche iba a aparecer.

—Ojalá lo viese de nuevo —murmuré sin dejar de mirar esa preciosidad.

—Lo veremos, juntos, ¿vale? Mañana también saldrá el atardecer, ¿quieres verlo conmigo?

Asentí con una sonrisa.

—¿Me lo prometes? —Preguntó formando un puño sin dejar de levantar su dedo meñique.

—Te lo prometo —al decir esto, agarró con su dedo más diminuto el mío y pronunció unas palabras de juramento.

En ese momento, volví a ver una visión. Vi a un chico mucho más mayor que John, pero no lograba ver su cara. Hablaba conmigo, escuchando unas palabras:

" —¿Me prometes que estaremos juntos? —Dije al desconocido.
—Te lo prometo —respondió haciendo el mismo gesto que ya había presenciado".

¿Qué pasó con aquella promesa que hice en el pasado?

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