009; NEEDLESS GUEST

–¿Qué hacés acá? –le pregunta Victoria a su papá después de encontrarlo en el vestíbulo del edificio, observando sus alrededores con las manos entrelazadas detrás de su espalda y una mueca.

–Ay, a ver. Dejame ver la muñeca –dice de inmediato apenas ve a su hija.

Hace ademán de agarrarle la mano para inspeccionar la tablilla, pero Victoria no se deja tocar. Germán, que está unos pasos más atrás, nota la tensión y decide dejarlos a solas, aprovechando ese momento para ir a hablar con Lionel sobre lo sucedido.

–Victoria, no seas maleducada –le dice Pedro a su hija.

–¿Quién te llamó? –pregunta ella sin más, nerviosa.

–¿Por qué importa eso?

–Porque sí.

Pedro se queda en silencio, mirándola fijo. Ella no da señales de ceder su posición, por lo que el hombre chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.

–Lionel, Victoria, tu entrenador. Me llamó y me dijo que te habías lesionado. Por suerte, porque si era por vos, yo no me enteraba –dice con desprecio.

Victoria se siente algo traicionada al escuchar esas palabras. Lionel Scaloni, la persona que viene volviéndola loca hace semanas, es la persona que llamó a su papá. No puede culparlo, no es como que él sabe que ella no se lleva bien con su padre, pero no sabe por qué Lionel sintió la necesidad de meterse en el asunto, si ella es una mujer adulta que puede cuidarse a sí misma. ¿Por qué llamarlo a su papá?

Se le hace un nudo en la garganta. 

–Ah –contesta simplemente.

–¿Cómo te lesionaste? –pregunta el hombre, alzando el mentón, altanero.

Victoria traga saliva. Le da miedo decir el por qué.

–Atajé mal.

Pedro frunce los labios. No es un movimiento mayor, podría no significar nada, pero Victoria se pasó la vida entera viendo nada más que esa expresión como para saber qué significa: sabe que retrata decepción, que es una mueca de desilusión absoluta.

–¿Te van a sacar la titularidad? –pregunta él

Sí, pa. Estoy bien, gracias.

–No sé. No creo –dice ella, tragándose los insultos que le quiere echar en cara.

–Vas a perder muchísimo entrenamiento.

–Ya lo sé.

–Ah, tengo el número de un fisioterapeuta muy bueno –recuerda Pedro de repente, tanteando sus bolsillos por su celular–. Te venís conmigo a casa y yo me encargo de conseguirte una cita. Vas a estar como nueva en unas semanas.

–No, no, dejá. Ya tengo fisio –dice ella rápidamente, ya que lo conoce al doctor de su padre y no tiene interés en ir a verlo.

–No seas tan terca. Mejor te llevo con un doctor de confianza, que sepa lo que hace –empieza él, tipeando algo en el teléfono.

Victoria se atreve a alzar una mano para cubrir la pantalla del celular de su papá, haciendo que Pedro levante la mirada hacia ella, confundido.

Vos no me vas a llevar a ningún lado. Yo me voy a encargar, y yo confío en estos doctores. Gracias, pero no me interesa que me pases el número de ningún fisioterapeuta, ya tengo el mío –dijo con la mayor calma posible.

–A ver, Victoria, te lesionaste pelotudeando. Hoy ni siquiera es día de entrenamiento, seguro fueron esas compañeras tuyas. Fuiste descuidada y tus entrenadores no te supervisaron, y...

–Papá, escuchame –lo frena Victoria, apretando los puños, conteniéndose de gritarle en la cara que cierre un poco el orto–. Llevo jugando partidos con mis amigas todos los fines de semana desde que tengo diez años. Una lesión le puede pasar a cualquiera, no tiene nada que ver con mis compañeras de equipo o mis entrenadores. Dejame a mí, que yo me encargo.

Pedro niega con la cabeza, como si no estuviera dispuesto a escuchar lo que su hija tiene para decir.

–Siempre dije que este era un lugar de mierda... –se dice a sí mismo por lo bajo.

Victoria se pone roja de la ira. Aprieta los labios con fuerza, no quiere causar más problemas de los que ya tiene.

–Papá, no te quiero acá. Por favor, andate –le dice de la manera más controlada posible.

–¿De qué hablás, Victoria? Vine a verte y a ayudarte a vos, no seas desagradecida.

–No, no, te agradezco. Pero lo único que hiciste desde que llegaste es insultar todo lo que se te cruza por en frente, me tenés cansada. No quiero hablar con vos ahora. Por favor, andate.

–Victoria, no te desubiques.

La chica suelta un bufido prolongado y se pasa las manos por la cara, después agarrándose el pelo, exasperada. Aquel hombre es odioso.

–Ahí te pasé el contacto de Diego. Te puede atender en cualquier momento de la semana –Pedro dice, tomando el pequeño silencio de Victoria como un triunfo.

–¡Papá! –grita ella de repente. Él alza la mirada, sorprendido, ya que ella no suele gritarle–. ¡Por favor, andate! Estoy con otros temas ahora y no puedo lidiar con vos ahora. Mi muñeca está bien y está cuidada, ya tengo a mi propio fisio y no necesito que te entrometas en mi vida, donde nadie te llamó. No deberías haberte venido hasta acá, de verdad, te lo agradezco pero quiero que te vayas.

Pedro está a punto de objetar, pero Lucio, el guardia de seguridad del edificio, se acerca. Estaba parado en la entrada, en su puesto de siempre, observando la escena de reojo hasta que por fin se dio cuenta que aquello no era solo una simple conversación y decidió asegurarse que todo esté bien.

–Victoria, ¿pasa algo? –le pregunta Lucio a la rubia, cuyo rostro está completamente rojo.

–Está todo bien. Retírese –escupe Pedro, molesto.

Lucio le dedica una mirada asesina y después se vuelve hacia la chica.

–¿Victoria? –le pregunta nuevamente.

–Estoy bien, Lucio, gracias. ¿Podés escoltarlo afuera? –le pide ella al guardia, haciendo un gesto con la cabeza hacia su padre, que la mira completamente atónita.

–¿Perdón? A mí nadie me va a escoltar afuera –dice con disgusto.

–Papá.

–Señor, por favor, sígame –dice Lucio, acercándose hacia él para empezar a direccionarlo hacia la puerta de entrada.

–No me toque. Victoria, ¿en serio? Ni se te ocurra irte –Pedro tensa la mandíbula, mirándola a su hija por sobre el hombro del guardia.

Sin embargo, la rubia ya se está dando la vuelta para salir del vestíbulo, ignorando los llamados frenéticos de su padre junto a sus quejas por no ser tocado. Victoria se pierde por el pasillo y una vez que su papá está fuera de vista, se recarga contra la pared y se agarra del pelo con un largo suspiro.

Qué día de mierda.

🥅

–¿Y planeabas contármelo en algún momento?

Scaloni se muerde el interior del cachete, pestañeando rápido y seguido. Germán está parado frente suyo: no parece enojado, sino más bien curioso y Lionel no sabe bien qué decir, ya que no quiere que se enfade.

–Pensé que ya lo sabías –dice en un arrebato de desesperación, no queriendo decir nada que pueda comprometerla a Victoria.

–Sí, sí, saberlo, lo sabía. Me contó Mauro. Pero lo que vi yo incluye una falta de profesionalismo a un grado que... no sé, boludo, ¿cómo te la vas a chapar así en el medio del pasillo? Si no entraba yo, te la montabas ahí mismo. Y mirá si te veía alguien más. Perdías el trabajo, pelotudo.

–Sí, sí, ya sé –Lionel se agarra la cabeza, recargado contra la pared, exasperado.

–Además, ¿sabés lo mal que se vería si se filtra algo a la prensa? –sigue Germán–. Se llevan como quince años. Y encima ella es jugadora. Van a creer que te estás aprovechando o al revés, y si pasa algo con la carrera de Vicky, se muere.

–Ya lo sé...

–¿Y no era que ella no quería nada con vos? Porque a mí no me dio la sensación de que...

–¡Germán!

–¿Qué?

–¡Basta! –le grita Lionel.

–Bueno, che. Sos un boludo, ahora bancátela. 

–¿Pero yo qué iba a saber que la flaca que me cogí hace cinco años iba a ser la misma de ahora? No lo hice a propósito, pedazo de inútil.

–No, ya sé. ¿El chape fue sin querer también? ¿Estaban caminando y se chocaron y sin querer le metiste la lengua hasta la garganta? ¿O eso sí fue a propósito?

–Sos un boludo.

Germán se encoge de hombros.

–Y, bueno. Lo vas a tener que solucionar de alguna forma. Y yo no te pienso ayudar –dice–. Vos sabés lo riesgoso que sería meterte en una relación con Victoria. Le podés destruir la carrera, se enteran y la metés en un lío mediático terrible. Y vos también, aparte. Se te viene abajo todo.

Un silencio.

–Si ustedes están dispuestos a arriesgar eso, yo no me voy a meter en el medio. Si ambos están cómodos con destruirse, está bien –finaliza Germán–. Pero es egoísta por parte de ambos seguir buscándose el uno al otro. 

Con esas palabras, el hombre se va. Lionel queda solo en el pasillo, recargado contra la pared, pensativo. No se había puesto a pensar en aquello de esa manera: es verdad, está siendo egoísta al seguir persiguiendo a Victoria, sabiendo que ella le dejó bien en claro que no solo no quiere, sino que tampoco puede. Y Lionel sabe que hay una parte dentro de ella que lo desea tanto como él, pero es verdad que separados estarían mejor...

Se queda algunos minutos en el pasillo, pensando, hasta que una voz lo interrumpe.

–Lionel.

Es Victoria.

Alza la mirada con la velocidad de un rayo y se encuentra con la arquera, que se acerca a él con lentitud. Lionel se irgue un poco en su posición y se relame los labios secos.

–¿Estás bien? –le pregunta él a ella, notándola extraña casi de inmediato.

–¿Vos lo llamaste a mi papá? –pregunta ella sin más.

No se la ve enojada, pero algo le dice que lo está. Y si no está enojada, está molesta.

–Sí. ¿Estuve mal? –confiesa, nervioso.

Victoria se muerde el labio inferior. Quiere decir que sí, pero en realidad no estuvo mal. Es cierto que ella es una mujer adulta, que no necesita que lo llamen a su papá frente a cualquier inconveniente, pero no había forma de que Lionel sepa que ellos se llevan mal. No puede culparlo por eso.

–Y, no. Pero igual, no deberías haberlo hecho –dice ella, vacilante.

–¿Por qué?

–Porque no era de tu incumbencia, Lionel –explica Victoria, pero al escucharse tajante, se corrige de inmediato–. Perdón. Quiero decir... no estuviste mal, entiendo el motivo. Pero soy grande, no hace falta que lo llames a mi papá. Y por más feo que suene, de todas formas, no te incumbe. 

Lionel se muerde el interior del cachete.

–Perdón –dice de inmediato, algo avergonzado, porque sabe que Victoria tiene razón–. ¿Te llevás mal con él?

No quiere ser entrometido, pero realmente le interesa saber.

Victoria se encoge de hombros y Lionel esboza una pequeña sonrisa ladina que hace que a la chica le de un vuelco el corazón. Se reposa contra la pared opuesta y se observan el uno al otro  a través del pasillo por un segundo. 

–¿Qué? –dice ella, extrañada.

–Vos me contás y yo te cuento algo –le dice él.

–¿Qué me podrías contar vos?

–No sé. Lo que quieras saber.

Victoria se relame los labios y piensa por un momento. Nada se le viene a la cabeza hasta que recuerda algo.

–¿Quién es Sonia? –pregunta. 

La expresión de Lionel cae solo un poco. En un principio, se pregunta cómo es que Victoria sabe sobre Sonia, pero después se acuerda de aquella tarde algunas semanas atrás donde la arquera lo escuchó hablando por teléfono con ella. Se da cuenta que Victoria nunca preguntó nada al respecto, y la respeta por eso.

–Okay, trato. Te digo si me decís –acota por fin.

Victoria sonríe solo un poco.

–Sí, me llevo mal con mi papá –confiesa–. Es un hijo de puta, un narcisista. Desde chica que todo lo que hago no le parece suficiente. Ni estar en la selección, ni en el Real, ni nada. Porque no soy pibe, sobre todo. Él siempre quiso un hijo y le tocó una hija y no está satisfecho con eso. Y no está mi mamá, entonces es solo él, por lo que siempre está pendiente de todo lo que hago. Criticándome. Es insoportable.

Lionel asiente.

–Me imagino –dice–. ¿Por qué no está tu mamá?

–Eso no es parte de la pregunta –señala Victoria–. Dale, te toca.

–Bueno –dice Scaloni. Suspira–. Sonia es la hermana de mi ex-esposa, Marian. Marian se murió en diciembre del año pasado por una sobredosis. Y, nada. Era mi ex-esposa, pero ella nunca firmó oficialmente el divorcio, así que según el acuerdo prenupcial, todos los bienes me deberían quedar a mí. Pero Sonia salió hace un par de semanas a reclamar cosas que le pertenecen. Dice que la quiere poder ver a mi hija, lo cual no se lo prohíbe nadie, pero también quiere casas, propiedades... cosas que, por ley, no le pertenecen.

Victoria se queda pasmada. Acaba de recibir mucha información que no esperaba.

Lionel tiene una ex-esposa que está muerta, tiene una hija y está metido en un lío legal con su cuñada. No sabe ni por dónde empezar.

–A la mierda –dice simplemente con un bufido.

–Sí –Lionel se ríe.

–Primero que nada, perdón por lo de tu ex-esposa –empieza Victoria, todavía procesando la información que acaba de recibir.

–Gracias. Igual, llevábamos separados casi veinte años. Ella se drogaba, me robó plata... o sea, la amaba, porque era mi esposa, pero hace mucho tiempo que no estaba enamorado de ella –explica. 

–Claro. Y... ¿una hija tenés?

–Sí. Evelyn se llama.

–Ah –Victoria frunce el ceño–. ¿Evelyn Scaloni? ¿La del Olympique?

–Sí, exactamente.

–Ah, mirá vos. La conozco. Jugué un amistoso contra ella el año pasado. Una bestia, me metió dos goles. Pero le tapé uno, así que estamos a mano –explica Victoria con una pequeña sonrisa, extrañada por el hecho de que no conectó los puntos antes.

–Sí, sí. Es terrible en la cancha. Y con como le fue en la Champions, la cantidad de clubes que tiene atrás ahora... uf, ni te imaginás –explica Scaloni, orgulloso de su hija. 

Se quedan en silencio por un momento.

–¿Y qué pasó al final, con Sonia? ¿Sigue rompiendo los huevos? –pregunta Victoria.

–Sí. Me llama todo el tiempo, me quiere mandar a juicio, pero la estoy ignorando. Voy a ver por cuánto tiempo me funciona eso.

–Ajá.

Se miran el uno al otro. Victoria siente una calidez en el pecho: haber hablado con Lionel, fuera de algo sexual, sin tensión, la hace sentirse incluso más cercana a él, extrañamente. Compartieron información íntima y ahora, ella se siente rara. Pero no le molesta.

–Perdón por llamarlo a tu papá –dice Lionel por fin–. No sabía.

–No te culpo –dice Victoria–, pero no lo vuelvas a hacer.

–Sí, señora –él hace un saludo militar y ella se ríe. Mantienen un silencio, sus miradas fijas el uno en el otro, hasta que él por fin decide hablar–. Ya no te voy a perseguir más, Ángel.

Victoria se queda helada. La sonrisa desaparece de su rostro con la velocidad de un rayo, como si las palabras la hubiera noqueado por completo. Frunce el ceño.

–¿Qué?

–Que ya está. Que entiendo que vos no querés arruinar tu carrera, y que yo tampoco, y que seguir buscándote es egoísta. No quiero que pierdas cosas, te quiero a vos, pero no quiero hacerte mal. Es mejor que seamos amigos solamente.

–¿Amigos? –Victoria siente un extraño vacío en el pecho.

–Sí, Ángel, amigos –se ríe Lionel–. ¿Está bien?

¿Bien? No, bien no. Está mal, está muy mal.

No quiere ser hipócrita; al fin y al cabo, la que le dijo que deberían parar fue ella. Pero también tiene que admitir que una parte dentro suyo estaba constantemente esperando poder encontrarse con Lionel en algún pasillo a solas, como había pasado el día de hoy.

–Sí –dice finalmente y traga saliva, debido a que tiene la garganta completamente reseca–. Sí, sí, está bien.

–Bueno –asiente Lionel. Le extiende una mano para que ella la estreche–. ¿No más chapes en el pasillo?

Victoria le echa un vistazo a la mano del hombre y termina agarrándola con suavidad, sintiendo un shock eléctrico ante el crudo contacto de sus pieles. Asiente con la cabeza.

–No más chapes en el pasillo –dice.

Mentira.






a/n –
BUENAS !!

cuestión: al final decidí seguir con esta historia, ya que me di cuenta que a muchas personas les gusta mucho. no prometo actualizar seguido pero no voy a dejar la novela!

y no me ignoren, quiero saber qué más les gustaría ver en esta historia para agregarlo >

besos

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