005; BROKEN BRICK WALL
Victoria se levanta tarde ese día, porque es sábado y no entrenan los fines de semana. Sin embargo, a pesar de que el tener un día libre le provoca una inmensa e interminable felicidad, Victoria odia levantarse tarde, cuando el sol ya está en lo alto del cielo y la ciudad vibra con el bullicio de las multitudes. Ella es más bien una persona nocturna, por lo que, por más descabellado que sea, prefiere levantarse antes del amanecer en lugar de esto.
Deja la cama lentamente, odiando cada segundo de aquello. Se asea, se cambia y baja al comedor a eso de las once de la mañana, preguntándose si quedará algo de desayuno o si ya estarán preparando el almuerzo. Está todo el lugar vacío, pero se la encuentra ahí a Vanya, que está medio despierta medio dormitando en una de las mesas, apoyada contra la pared, con un par de anteojos puestos.
–Sos una vergüenza –le dice Victoria a su amiga, consiguiendo que se despierte.
Vanya suelta un ronquido y se irgue en la silla, al tiempo suficiente para verla a su mejor amiga sentándose en la silla frente a ella. Lleva el pelo atado en un rodete alto y ella también parece más dormida que despierta.
–Buen día –le dice Vanya con la voz ronca, sacándose los anteojos para revelar dos grandes bolsas oscuras bajo sus ojos.
–A la mierda, Vanya. Parecés muerta.
–Me siento medio muerta –concuerda Vanya, considerando el hecho de que salió la noche anterior y no volvió hasta eso de las seis o siete de la mañana, y solo durmió un par de horas.
–Uy, mate –dice la rubia al ver la matera en la silla al lado de su amiga, ya acostumbrada a que Vanya salga los viernes y vuelva hecha mierda.
La rubia se extiende por sobre la mesa y agarra el termo y el mate. Lo llena de yerba, hace su paredcita y se pone a cebar. Después, sorbiendo de la bombilla, echa un vistazo alrededor.
–¿Ya se fueron todos? –le pregunta a Vanya.
–Sí, hace rato. Qué raro vos, despertándote tarde.
–Ya sé. No sé qué pasó –Victoria niega con la cabeza–. Así que nos quedamos acá juntas, solas como siempre, ¿no?
–Te fallo esta vez –le dice Vanya, haciendo que la expresión de la rubia caiga de inmediato.
–¿Qué?
–Salgo con un amigo.
–Qué amigo ni qué amigo, tarada. ¿Tu necesidad de que te la pongan es más grande que la necesidad de ayudar a tu mejor amiga en tiempos de soledad?
–Sí.
–Andá a cagar.
Vanya se ríe.
–Igual, te digo, esta vez no me la va a poner. O sea, sí. Espero que sí –dice–. Pero antes me quiere llevar a no sé dónde. Tipo una cita.
–¿Eh? –Victoria frunce el ceño, cebando más mate y pasándoselo a la morocha–. No te creo.
–No, yo tampoco. Pero te juro que es posta –asegura Vanya, bien consciente de su tendencia a apretarse a pibes para no verlos nunca más–. Lo conocí ayer a la noche. Estaba bueno, cogimos, estaba borracha y le di mi número y hoy me volvió a llamar. Casi me da un infarto.
–¿Y van a salir de nuevo? –pregunta Victoria, extrañada, sabiendo que su amiga no es de la clase de asentarse con una sola persona o buscar pareja.
–Aparentemente, sí. Es más: ya debería ir a cambiarme –dice, mirando la hora en el celular.
Le devuelve el mate a Victoria, se vuelve a poner los anteojos para cubrir sus ojeras y su rostro demacrado y se para, lista para irse. Victoria le lanza una mirada asesina.
–No puedo creer que me vas a dejar sola –le dice dramáticamente; es la primera vez que rompen aquella triste rutina de quedarse en el predio los fines de semana, solas, sin nada para hacer.
–Un rato nomás. Y además, mejor para vos.
–¿Por?
–Hace un rato lo vi a Scaloni y me dijo que él también se queda –explica Vanya.
Victoria palidece casi de inmediato.
–¿Y en qué mundo eso es mejor para mí? –tartamudea, de repente desesperada por salir del edificio.
–No te hagás la boluda que te conozco, Victoria –la jode Vanya, volviendo a mirar la hora–. Che, me voy. Nos vemos más tarde.
–Sos una forra.
–Yo también te quiero.
Victoria la mira a su amiga mientras ella se pierde por la puerta y deja escapar un largo bufido. Podría salir a caminar, a correr, o lo que sea con tal de no encontrárselo a Lionel a solas, pero la verdad es que le da tanta paja que prefiere tener un encuentro inoportuno que desperdiciar su único día libre de ejercicio haciendo ejercicio.
Se toma unos mates más, guarda todo en la matera y se dispone a salir de la cafetería para volver a su pensión. Sin embargo, mientras recorre el vestíbulo principal del edificio, alguien la llama y se da vuelta para encontrarse con nada más ni nada menos que Lionel Scaloni. Sabía que se lo iba a cruzar eventualmente, estando solos en el mismo edificio, pero no creyó que iba a pasar tan pronto, tan temprano, por lo que deja escapar un suspiro largo de agotamiento sin siquiera darse cuenta.
–Ah, bueno. ¿Tan pocas ganas tenés de verme? –la jode Lionel, acercándosele.
Victoria se pone roja, cayendo en la cuenta de que él la escuchó suspirar.
–No, no. Perdón. Solo estoy cansada –aclara de inmediato mientras él se ríe. Victoria lo mira–. ¿Qué pasó? ¿Por qué me llamaste?
–Para decirte buenos días –le contesta él con una sonrisa pícara.
Victoria frunce el ceño. Es una acción tan mundana de su parte, de su entrenador, que se le hace extraño.
–Buenos días –le corresponde, y empieza a caminar de vuelta hacia las escaleras, dando por terminada aquella conversación.
Sin embargo, la mano de Lionel encuentra una vez más su muñeca y le impide avanzar más, de hecho, atrayéndola hacia él. Victoria lo mira con el entrecejo fruncido y él le sonríe.
–Dale, Ángel, ¿por qué te hacés la difícil? –le pregunta sin soltarle la muñeca, sosteniéndola fuertemente para que no se le escape.
–¿De qué hablás, Lionel? No me hago la difícil. ¿Se te ocurrió que capaz yo simplemente no quiero interactuar con vos? –le dice ella de un tirón, frustrada, diciendo lo que le salga con tal de que él se aleje de ella de una vez por todas.
Lionel enarca una sola ceja.
–¿No querés interactuar conmigo? –le pregunta, y Victoria no puede responderle porque ella no miente. Ante el silencio, Lionel sonríe–. Ya me parecía.
–Soltame –le pide ella, firme, haciendo caso omiso de sus palabras.
Él no le contesta, pero tampoco la deja ir. Victoria sostiene la matera fuertemente contra su pecho y se siente eternamente presionada por la mirada del hombre fija en ella, como si él no quisiera dejar de mirarla ni por un segundo. Se muerde el interior del cachete y trata de reprimirse de soltarle algún insulto.
–Yo no estoy loco, ¿no? –le pregunta él de repente. Victoria frunce el ceño, sin saber a qué se refiere–. No, no estoy loco. Estoy seguro que no.
–¿De qué hablás, Lionel?
–Dejá de hablarme como si no me conocieras, me pone nervioso.
A Victoria, el aliento se le atasca en la garganta. Alguna parte dentro suyo ya sabía que él se acordaba de lo sucedido, pero escuchar confirmación verbal hace que se le pare el corazón en el pecho. No se le ocurre nada para decir, así que no contesta.
–Te acordás, ¿no? No hay forma de que no te acuerdes –le pregunta él, casi ya dándolo por hecho.
–¿Qué cosa? –pregunta ella, pretendiendo no darse cuenta.
–No te hagás la boluda, Victoria.
–No me digas boluda.
Lionel se ríe. Le sorprende la manera en que ella logra evadir sus preguntas, pero él no planea darse por vencido.
–¿Te acordás o no? –le vuelve a preguntar.
–No sé de qué hablás.
Lionel revolea los ojos, ahora harto.
–De como te cogí contra la pared en San Valentín hace cinco años, Victoria –le dice sin más preámbulos, completamente serio.
Victoria traga saliva, el recuerdo repitiéndose vívidamente como un disco rallado en su cabeza. No dice nada, pero no hace falta, porque su silencio la delata y Lionel la tiene en la palma de su mano en menos de diez segundos.
–Ya me parecía –dice él ante su silencio.
Victoria se siente a sí misma temblando de pies a cabeza, pero a la vez parece una ilusión, porque el mundo está quieto. Lionel la mira a los ojos, de aquel color claro, y toma un paso más, extendiendo su mano para tocarle la cara. Se acerca lentamente, pero Victoria lo frena al agarrarlo de la muñeca.
–No –le dice, impidiendo que se siga moviendo.
–¿Por qué no?
Sabe por qué no. Sabe que está mal y que se está zarpando y que él es su entrenador y que ella es su jugadora y que le lleva catorce años pero por Dios, esa piba es hermosa y quiere tocarla y quiere sentirla y no sabe por qué.
–Ya sabés por qué no –Victoria vocaliza sus pensamientos.
–No voy a hacer nada –asegura Lionel en voz baja con su muñeca todavía encarcelada en la mano de la chica, mirándola pícaramente.
Victoria duda, pero al final, decide soltarlo. Lionel esboza una pequeña sonrisa y toma aquella acción como el visto bueno para seguir moviéndose. Siente la pared entre ellos: gruesa, de ladrillos, bien construida con el único propósito de mantenerlos alejados el uno del otro, pero encuentra un hueco y puede ver a través de éste. Sabe que, para mañana, ella ya habrá vuelto a tapar el hueco, pero para él, el rayo de esperanza es suficiente.
Victoria siente como Lionel usa sus dedos para acomodarle un mechón de pelo que se salió de su rodete. Lo arropa detrás de su oreja y sigue la curva de su mandíbula, hasta donde su mano encuentra su mentón. Victoria tiene miedo de moverse.
–Tenés re lindos ojos –le dice él, analizándole el rostro detenidamente.
Ella no contesta nada porque no sabe qué mierda decir. El aliento se le atascó en la garganta y está paralizada, viendo en frente suyo todo lo que está tratando de evitar. Él avanza sin miedo, tomando la iniciativa de tocarla, aunque sea sutilmente, y ella no sabe cómo contestar.
Para él, el simple contacto vale oro.
–No podía ser que te hayas olvidado –declara Lionel de repente, con sus dedos todavía sosteniéndole el mentón–. Yo estaba seguro de que te acordabas de mí. Por eso actuás tan raro. Creés que si lo ignorás, nos vamos a olvidar. Pero yo no me puedo olvidar de vos, Ángel.
Victoria cree que podría morir allí mismo.
No lo admite, pero hay una parte de su cuerpo que se está muriendo por dar un paso más adelante, por tocarlo más, por sentir sus labios de nuevo, pero ella está haciendo todo lo posible por reprimir ese pensamiento. Lo único que puede hacer para saciar su hambre es arquear su espalda, tan levemente que no te darías cuenta, pero Lionel se da cuenta de todo. Sus cuerpos no se tocan pero no es necesario; la sonrisa que esboza el hombre es suficiente para que Victoria se de cuenta que él sabe que ella quiere revivir aquella noche tanto como él.
Por este motivo, Lionel se mueve levemente hacia adelante. Se tiene que agachar un poco para poder encararla e inclina la cabeza hacia un costado para así rozarle la mandíbula con sus labios. A Victoria, la piel se le eriza y él se da cuenta, por lo que sonríe.
–Te estás desubicando –le dice ella de repente.
–Ya sé –le contesta él, muy consciente de lo que está haciendo.
–Pará.
–¿Querés que pare?
Victoria no dice nada. No, no pares, hijo de puta, si ya me tenés rendida. No lo dice porque le da vergüenza ser tan débil. Lionel vuelve a sonreír y le muerde muy sutilmente la piel debajo de la mandíbula, haciendo que ella incline un poco el cuello subconscientemente para así darle más acceso.
Él no se contiene. A pesar de que se mueve muy lentamente, a una velocidad tortuosa, no se reprime de presionar sus labios contra su cuello y empezar a succionar en su piel, buscando marcar la tersura de aquella área. Victoria separa los labios y cierra los ojos, dejando escapar un suspiro casi de alivio, y él se encarga de morderle el cuello hasta que está seguro de que le dejó un chupón.
–Sí –dice Victoria después de unos largos segundos.
–¿Sí qué? –le pregunta él contra su piel.
–Quiero que pares –dice ella.
Lionel sonríe, satisfecho por ahora, y se aleja de ella, rompiendo cualquier clase de contacto física y abriendo un gran espacio entre ellos. Victoria de repente se siente vacía sin el molde del cuerpo de Lionel para completarla.
Su piel se calentó tanto que cuando los dedos del hombre ya no le sostienen el rostro, siente como una corriente de aire frío la recorre. Un escalofrío se apodera de ella y se le eriza la piel una vez más, pero ahora se siente hueca. De inmediato se aclara la garganta, acomodándose de nuevo el mechón de pelo que Lionel ya acomodó.
Ahora que sabe que puede dominarla fácilmente, Lionel ya se siente completo. Disfruta de los nervios de la chica mientras ella inhala fuertemente para después escabullirse por las escaleras, rápidamente y sin mirar atrás.
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