003; HIGHWAY TO HELL
A Victoria le hace bien caminar. Es una actividad que adquirió de más chica, cuando buscaba cualquier excusa para salir de la casa un rato y olvidarse de los problemas que la esperaban cuando volviera. Salía, daba vueltas por el barrio, se cruzaba con los vecinos; si tenía suerte, incluso podía encontrarse con amigos en la plaza y pelotear un rato. El viento, el aire fresco, el sol o la lluvia, le hacían bien.
Creció y nunca rompió este hábito. Todos los días, todavía, Victoria sale a caminar, por el predio de Ezeiza o por el barrio en el que esté viviendo en el momento, para despejar su mente. Ahora, atrapada en la pensión de la AFA, recorre los pasillos, da vueltas por las canchas, saluda a persona que se le cruce. Incluso a veces, si el armario está abierto, agarra una pelota y boludea en alguno de los predios.
Victoria ahora se encuentra haciendo su caminata diaria, necesitando aclarar sus pensamientos. Se cruza con Vanya, que acaba de bajar de su pensión y se le suma, bostezando.
–¿A qué hora entrenamos hoy? –pregunta, atándose el pelo así nomás.
–A las siete creo. Germán no va a estar en todo el día –le contesta Victoria, distraída.
Vanya asiente con la cabeza.
–¿Me vas a decir por qué te escondías ayer? –salta de repente, pegándole un codazo suave en las costillas.
–Es el Scaloni ese –Victoria suspira, sin inhibirse de contarle todo a su mejor amiga porque sabe que ella jamás le diría a nadie–. Lo conozco.
–Y sí, boluda. Si no lo conocés, me preocupaba.
–No, tarada –ella chasquea la lengua y pone los ojos en blanco, recorriendo uno de los muchos pasillos de las instalaciones de la AFA–. O sea, lo conocí hace unos años en un bar.
–Ah. ¿Y qué tal? ¿Buena onda? –pregunta Vanya, completamente inconsciente de lo que realmente está implicando Victoria.
Ella le dedica una mirada con las cejas alzadas. A la morocha le cuesta, pero finalmente, su cerebro computa una respuesta para la actitud misteriosa de su mejor amiga. La mandíbula se le cae con una sonrisa pícara.
–¿Te cogiste al DT de la selección argentina? –grita a los cuatro vientos.
–¿Querés gritar un poco más, pelotuda? –Victoria le atiza un codazo al hombro y ella se frota el lugar de impacto con una sonrisa todavía en la cara.
–¿Y qué pasó?
–Nada, eso. Estuvimos juntos y después no nos vimos más.
–¿Y? ¿Qué onda? ¿Es bueno?
–Creo que sí. No sé. No es eso lo que me preocupa.
Vanya se queda callada un momento hasta que se encoge de hombros.
–¿La tiene grande? –pregunta.
–Vanya, la concha de tu hermana.
–Che, es válida la pregunta –la chica alza las manos, demostrando inocencia–. Dale, contame.
–No me estaba fijando en eso, boluda –excusa Victoria, roja de la vergüenza.
–Ay, dale. No te hagas la pelotuda. ¿Me estás diciendo que te lo apretaste a Lionel Scaloni y no te fijaste de qué tamaño la tenía? Dejate de joder –Vanya pone los ojos en blanco–. Seguro no me querés decir porque la tiene chica.
–No, chica no la tiene –revela Victoria de repente, sin darse cuenta.
Vanya salta de la emoción y la rubia suspira, arrepentida.
–Dios, cada vez se pone mejor el hijo de puta –se dice Vanya a sí misma, demasiado alegre–. Qué suerte, boluda. Si era yo, me casaba.
–Bueno, por suerte no fuiste vos, porque yo no te iba a ayudara escaparte cuando no te lo banques más –Victoria se encoge de hombros.
Se quedan un minuto en silencio después de una pequeña risa por parte de Vanya. Caminan por el pasillo y salen por la puerta hacia el predio uno, el cual se encuentra vacío. A Vanya le cae la cuenta.
–Pará, ¿y ahora qué onda? –le pregunta, tocándole el hombro.
–Ayer quiso entrenar conmigo. La verdad, no sé qué mierda está haciendo. Parece que se acuerda de todo, pero todavía no dijo nada y no sé si está tratando de acercarse a mí o si solo está actuando como actúa con todos sus jugadores...
–Conmigo no entrenó –aclara Vanya.
–Ah –Victoria frunce el ceño–. Pero igual. No sé. Me parece raro que no haya dicho nada, es como si no se acuerda pero sabe quién soy y me pone nerviosa. Y no sé, si se acuerda, me parece bastante poco profesional que esté intentando acercarse de nuevo. Yo si fuera él me alejaría.
–Pero, ¿qué tiene?
–Qué está mal, Vanya. Si pasa algo y alguien se entera, mi carrera se va a la mierda. Estoy construyendo esto hace veinte años y tengo algo bueno que no quiero perder ni arriesgar por el sexo, siendo algo que puedo encontrar en cualquier otro lado, con cualquier otra persona.
Vanya no argumenta contra eso. Si es por ella, su enamoramiento con Lionel Scaloni la podría llevar a dejar todo solo para ser su ama de casa, pero conoce el gran compromiso y valor que le tiene su mejor amiga a su carrera; que siempre va a ponerla antes que un hombre. No la culpa por eso, sabiendo la gran batalla que tuvo que luchar para llegar hasta donde está.
–Bueno. No sé. Si se te acerca de nuevo, contame todo –pide ella, dejando el tema para fijarse la hora en su teléfono–. Tengo sesión de electro ahora, te dejo.
–Bueno.
Vanya le toca suavemente el hombro a Victoria y la deja atrás en el predio. Ella se queda parada, observando la cancha que yace frente a ella, pensativa. Si tan solo pudiera dejar de pensar en ese hombre... pero, como es de esperar, su voz la persigue incluso cuando está sola.
Al principio es algo bastante distante. No entiende las palabras e intenta empujar el pensamiento, no quiere escucharlo más, quiere estar sola por un segundo... excepto que no está sola, porque la voz que escucha no está en su cabeza.
Frunce el ceño y mira a su alrededor: todo el predio se encuentra vacío. Se adentra un poco más en la cancha y analiza las tribunas detenidamente, buscando algún asiento ocupado, buscando la fuente de aquella voz, pero no ve a nadie. Sigue caminando, dando vueltas por el espacio con el ceño fruncido, pero a pesar de que la voz todavía genera un eco distante que recorre el predio, no hay nadie.
Hasta que lo ve.
Lionel Scaloni está sentado abajo de las tribunas, dando vueltas con un teléfono al oído. Parece exasperado y se pasa la mano por el pelo repetidamente, pestañeando mucho y muy rápido. Victoria se da cuenta que él hace eso cuando no se siente bien. Habla agitadamente; ella no logra entender bien lo que dice, pero juzgando por su expresión y su tono de voz, sabe que está discutiendo con alguien. No quiere escuchar su conversación, no quiere invadir su privacidad, pero cuando atrapa el final de una oración, aunque sabe que está mal, no puede no quedarse.
–... ¿me estás escuchando? Dale, no me rompas las pelotas –dice él. Se queda callado por un momento, escuchando las palabras del otro lado de la línea y encogiéndose de hombros–. Pero a mí eso no me importa, Sonia. Ya hicimos el acuerdo legal y como te salió en contra, ahora querés revolverme las cosas. Dejate de joder.
Victoria frunce el ceño, medio escondida atrás de una columna. Lionel le da la espalda y sigue caminando de lado a lado, negando con la cabeza. Todavía no la vio y todo adentro suyo le grita que salga de ahí, que aquello no le concierne, pero sus pies están cementados al piso.
–Yo no voy a volver a hacer ningún juicio ni quiero meterme en cosas legales que ya hicimos, y no me parece justo que vos quieras que los chicos vuelvan a pasar por eso, loca de mierda –escupe él en un arrebato de ira–. Me tengo que ir. No me vuelvas a llamar.
Victoria escucha las palabras y no tiene mucho tiempo de procesar. Lionel cuelga la llamada y se da vuelta con tal ferocidad y velocidad que ella no logra a volver a esconderse, y cuando él se da vuelta y la ve ahí parada, se congela en su lugar. Victoria de inmediato retrocede un paso, con el corazón galopándole en la garganta y las manos temblándole a los costados.
–¿Qué hacés ahí? –le pregunta, despojado de cualquier gota de calidez que ella pueda haber sentido el día anterior.
–No estaba escuchando, acabo de llegar –su primer instinto es mentir y de inmediato siente culpa, pero la falsedad le chorrea de la lengua sin que pueda frenarla–. Te juro que no escuché nada.
Lionel no contesta. Guarda su teléfono en el bolsillo de sus pantalones y decide alejarse, sin decir otra palabra. Sus hombros rozan el uno contra el otro cuando él pasa a su lado, apurado, haciendo que un viento lúgubre le recorra el cuerpo a la chica. Ella se da la vuelta y lo mira, incapaz de contenerse de hablar.
–¿Estás bien? –le pregunta, escuchando los latidos de su corazón repiqueteándole en el oído.
Él no le contesta, alejándose cada vez más hasta que se pierde en el interior de la AFA, y Victoria se queda atrás, preguntándose quién es Sonia y qué mierda acaba de pasar.
a/n –
qué les gustaría ver en la historia?
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