Parte I
2004, Provincia de Cevale.
La primera vez que fui consiente de mi nombre, le pregunté a mi madre que significaba, ella fiel a su dulzura me había tomado de la mano en el pórtico de la casa, una pañoleta violeta recubría su cráneo con el objetivo de ocultar su cabeza calva. La enfermedad le había vuelto débil y cansada, siempre con unas ojeras que la hacían ver como cadáver.
Me había sentado a su lado ese día mientras le escuchaba decir, con la mejor voz animada; Que Iris se debía a pensaba que esa parte del ojo te mostraba el alma de las personas e Iana era por mi abuela, la primera clarividente de la familia.
Irisiana fue mi nombre desde que llegué al mundo.
Me enorgullecía creer que mi linaje era algo maravilloso que muy pocos podrían entender...La hechicería era como un tabú. No habían muchas opciones, estabas loca, buscabas atención o eras un famoso mago de la Tv de esos que "pican" chicas por la mitad y adivinan tus cartas.
A los ocho años estaba segura de que mi vida era estupenda, que la magia (Aspecto que apenas empezaba a entender) era un don único que debía cuidar como a un tesoro. Sin embargo la inocencia de niña aún me hacía preguntarme: ¿Por qué no podía curar a mi madre?
Entonces, amaneció en la víspera de navidad, con nieve despejada de los caminos, en un particular día soleado que hacia el exterior manejable.
Yo saltaba de alegría, pues me gustaba asociar los días soleados con días buenos, lo confirmaba mamá que no se veía tan mal en comparación a veces pasadas.
Por ello decidí tomar la bici que tenía en frente de la casa y salí con ella rodando por el pavimento. Traía todo tipo de cobertores, guantes, un suéter de piel sintética y hasta orejeras.
Los lazos rosados en los manubrios de la bicicleta se movían con la brisa y me gustaba verlos porque brillaban.
¿Conocen ese sentimiento de paz que no aprecian cuando lo tienen pero sí cuando se les es arrebatado?
Bueno, yo no aprecie mucho el exterior antes de que el camión que venía en mi dirección me golpeara.
Solo pude registrar los chillidos de los neumáticos frenando, el segundo antes de que todo fuese un caos, oía gritos no muy lejos y por más que el gran monstruo de cuatro ruedas derrapaba más adelante, yo ya había sido víctima del impacto, tanto la bici rosa de brillitos y yo salimos disparadas por la calle.
Recuerdo el escozor en mi cuerpo y las ganas de cerrar los ojos que me apresaban. Sin embargo hubo un momento en donde todo fue nitidez y el dolor se esfumó para en su lugar dejar el calor, el olor masculino que impregnó el ambiente. Le siguió un cosquilleo proveniente de plumas, entonces pude abrir los ojos. Hallando algo maravilloso.
Ahí en frente de mí estaba un ángel, sus alas gloriosas se alzaban en dos tonos distintos, una negra como el lápiz de ojos que solía usar mi abuela y otra tan blanca como los manteles del negocio en el barrio de videntes.
Me veía a los ojos con perlas esmeralda y me brindaba una sonrisa sutil así como diciendo: "Tranquila, aquí estoy."
Apenas y podía concentrarme...Para cuando reaccioné todo lo que supe es que estaba perfectamente bien.
Ya no había dolor, ni escozor. Nada que me hiciera daño.
A medida que fui creciendo, entendí quién era mi héroe angelical. Supe que no debía de haberme salvado, su tarea era recolectar mi alma –como la de mi madre- pero decidió darme una oportunidad de vivir.
Eso me motivó a buscarlo sin cesar, hasta que las consecuencias de mis elecciones se materializaron como una condena.
Querer averiguar acerca de mundo secreto de ángeles y demonios era un delito. Si bien me habían proporcionado poderes más allá de lo que creí posible, sentí que nada tenían que ver con las adivinanzas de mi abuela.
Sabía que tenía magia pero no que ésta era el resultado de un acto demoníaco.
Entonces aquella niña de ocho años, jugando distraída se prometió encontrar a aquel ángel, creció hasta poder demostrar que no era peligro alguno para el cielo.
Le encomendaron custodiar los archivos celestiales debido a su inocencia y poder. Pero al estar fuera de la acción pensó que nunca más lo vería...
Hasta que el mismo Azael. Un ángel oscuro, aquel encomendado con la muerte misma. Tocó la puerta de la iglesia en busca de información.
¿El único problema?
Él ya amaba a otra mujer.
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