Tiempo aparte

Seiya

Cuando sus amigos emprendieron sus caminos a sus respectivos vuelos, Pegaso salió del recinto con la cabeza baja y las manos en los bolsillos. Parte de él había pensado que aquella despedida era temporal, que en un par de meses o un año volverían a estar juntos en Atenas. No cayó en cuenta de lo permanente y decisivo de la situación hasta que se despidió de Shiryu y Shun. Toda su vida la había vivido junto a ellos, ahora se sentía vacío y a la deriva.

Selene lo esperaba afuera, la rubia estaba hecha un mar de lágrimas. Todas sus amigas habían partido a sus países de origen, menos Ami, la peliazul había decidido irse a Moscú; al parecer había algo en aquella tierra helada que llamaba su atención.

Seiya pensó en invitarle un café o algo, para dejar sus penas a un lado. Inmediatamente se dio cuenta que lo único que quería en esos momentos —al igual que Selene— era tirarse en la cama y sentir pena por sí mismo.

Al principio se sintió bastante solitario. Siempre había pensado que Shiryu —aunque un buen amigo— era algo aburrido. Ahora que no estaba, se daba cuenta de lo entretenido que era estar en su compañía.

No obstante, con la soledad vinieron algunas otras ventajas:

Como no tenía amigos con quienes salir, Pegaso se dio el tiempo para conocer y salir con otras personas. Selene fue la primera opción, tenía más en común con la chica de lo que imaginó y las tardes de viernes en su compañía siempre eran divertidas.

Pero, sobre todo, tuvo más oportunidad de estar a solas con Saori. Hasta la fecha, había tenido que racionar su tiempo entre su trabajo, amigos y la diosa. Ahora ya no tenía que preocuparse por eso, y como Shiryu no estaba perpetuamente en el departamento, podía quedarse con Saori hasta la mañana siguiente sin sentir remordimiento alguno.

Antes de que se diera cuenta, la mitad de sus cosas se encontraban en su departamento, y la otra mitad en la mansión de Saori; y a excepción de algunas noches, el castaño dormía en la cama de la pelila la mayor parte del tiempo.

Con todo eso, la realidad lo golpeó, Saori no era solo una chica más, su novia del momento. Era algo más fuerte y cercano que eso.

Ya lo había intuido antes, pero ahora que pasaba mucho tiempo en su compañía, se dio cuenta que jamás se cansó de la presencia de la chica, por el contrario, anhelaba pasar las tardes en su compañía.

Sus miedos de no poder funcionar sin su pandilla se fueron desvaneciendo poco a poco. Quizás no tenía a Hyoga o a Shun y Shiryu de su lado, pero no estaba solo.

Seiya había madurado —finalmente y contra todo pronóstico de quienes lo conocían.




Shiryu

Cuando su avión aterrizó en Beijing, lo primero que el japonés hizo fue llenar sus pulmones del aire contaminado de China.

Desde aquella clase de historia en la secundaria, había deseado pisar aquel territorio con todo su corazón. Ahora que finalmente se encontraba ahí, se sentía abrumado; hubo momentos en los que pensó que jamás saldría de Japón, que sólo vería China a través de postales y fotografías de Google Earth, que lo más cerca que estaría de aquel país sería en los entrenamientos con su Maestro Dohko y las mil historias que contaba de su tierra natal.

Tomó un taxi que lo llevó hasta la residencia del Santuario que se encontraba en aquel país. Se sorprendió al ver que eran muy parecidas a los departamentos en Atenas. La decoración y distribución eran tan similares que casi entró en busca de Seiya.

A diferencia de Pegaso, Shiryu no tuvo mucho tiempo para sentir pena por sí mismo y hundirse en la desolación, pues tenía demasiados problemas que llenaban su cabeza:

Le costaba un tremendo trabajo entender a las personas, hablaban muy rápido y no tan claro como las grabaciones de su curso de chino exprés. Su acento y gramática eran terribles, y a menudo pronunciaba mal las palabras, lo que terminaba en oraciones y frases que no tenían ningún sentido, o se alejaban mucho de lo que realmente quería decir.
En el trabajo, no conocía a nadie, salvo a Ziyi y a Xiaoling, compañeras de clase en Palaestra. Nunca había sido tímido, pero la barrera del lenguaje sacó su lado más introvertido. Aún así, en ningún momento deseó volver a Grecia o a Japón. Con todo, estaba pasándola de maravilla.

Como si todo lo anterior no fuera suficiente, una cosa más invadiría sus pensamientos. Algo que había anhelado y esperado por mucho tiempo ya.

Una mujer.

El Caballero Dragón salió un día a caminar por un parque cercano, disfrutaba del momento cuando un perro pasó corriendo a su lado.

-¡Deténlo, por favor!- gritó una voz femenina.

Shiryu corrió en dirección al canino y sostuvo la correa. Cuando tuvo el control del perro, caminó en dirección a la chica que había gritado. Esta caminaba en su dirección con cinco perros más.

-¡Muchas gracias! ¡Me has salvado la vida!- exclamó, acpetando la correa que Shiryu le ofrecía.

La chica no era muy alta, pero era bonita. Su cabello negro resaltaba la blancura de su piel y sus ojos azul-grisáceos; el abundante cabello iba sujeto en una larga trenza, permitiendo apreciar el hermoso rostro de la chica sin estorbo.

-No hay de qué. ¡Vaya!- expresó el japonés al ver todos los cachorros que la chica llevaba. -¿Son todos tuyos?

La muchacha rió. -¡Claro que no! Paseo perros para pagar mi carrera.

Shiryu sonrió algo avergonzado.

-Déjame invitarte un café como agradecimiento. De verdad necesito el empleo y no sé qué sería de mí si pierdo alguno de estos amiguitos.

El Dragón quedó boquiabierto, tal vez había entendido mal. Finalmente balbuceó una respuesta que pareció afirmativa.

-¡Genial! ¿Te parece el próximo viernes a las 19:00? El café que está frente al parque es exquisito.

-C-Claro... a-a esa hora es perfecto...

La chica sonrió amigablemente y comenzó a retirarse.

-Espera...- Shiryu se puso en su camino para detenerla. -¿Cuál es tu nombre?

-Zhang Shunrei.

Shiryu sonrió embobado mientras el rubor inevitablemente subía por sus mejillas.

-Ikari Shiryu.

Dragón pasó casi una semana entera esperando el viernes siguiente. Se paraba junto a la ventana a suspirar, admirando el atardecer y luego las estrellas.

Su corazón brincaba de alegría; tanto tiempo había deseado sentir aquella sensación en el estómago de la que Shun tanto hablaba, la felicidad incontrolable que Hyoga le había comentado, y la estupidez extrema que Seiya claramente sufría al estar con Saori.

Tanto tiempo guardando su corazón para una persona que le levantara del suelo y lo llevara a bailar por los aires. Una persona que viviera en su cabeza día y noche.

Shunrei le provocaba un remolino de emociones que jamás había sentido y siempre había deseado sentir.

El viernes indicado, el Caballero Dragón llegó a la cafetería en cuestión con algo de anticipación. Los 15 minutos que estuvo esperando le parecieron eternos, y cuando el reloj en su muñeca marcó las siete en punto, la angustia se apoderó de él al no ver rastro alguno de la chica.

En menos de lo que esperó, la campanita de la puerta de la cafetería sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Shunrei cruzó la puerta, buscando al chico guapo del parque, cuando lo encontró sonrió ruborizada y lo saludó de lejos.

Shiryu sentía que su alma dejaba su cuerpo, la muchacha se había puesto un vestido negro que resaltaba su esbelta figura.

Esa tarde charlaron y comieron como dos viejos amigos que se volvían a encontrar, sin preocuparse por el tiempo, o sentirlo pasar siquiera. Dos almas que se habían buscado por una eternidad y que finalmente habían dado con la otra.

Cuando el mesero les indicó que ya estaban por cerrar, la pareja se dirigió al parque, donde caminaron por otro largo rato. Hasta que la velada alcanzó un punto crítico, el corazón de ambos se aceleró.

Frente contra frente y cuerpo contra cuerpo.

La mínima distancia fue cerrada por Shiryu, cuyos labios ansiosos buscaron los de Shunrei. Un beso que había reservado para ella nada más, auqnue no se había percatado de ello hasta entonces.

Un beso que marcaba el comienzo de un hermoso capítulo en la vida de Shiryu de Dragón.




Hyoga

El Cisne arribó a Moscú junto con Isaak y Ami. El vuelo no había sido lo suficientemente largo para hacerle olvidar la despedida en el aeropuerto; sin embargo, llegar de nuevo a su tierra natal por tiempo indefinido compensaba un poco su pérdida.

Acompañó a sus amigos a la residencia del Santuario en Moscú y luego llegó a casa de sus padres.

Su madre lo llenó de besos, mientras que su padre apenas lo miró. Durante la cena, Shun salió a flote:

-¿Y Shunya?- inquirió Natasha. Hyoga la miró un poco confundido por el diminutivo que su madre se había inventado; típico de ella.

Kirill apretó el tenedor en su mano y se limitó a seguir comiendo.

-Él... regresó a Japón...

El semblante de Kirill se destensó, al igual que el firme agarre de su mano, suavizándose tanto que casi tira el cubierto al suelo.

-No... no terminamos bien...- se aventuró a decir Hyoga, no muy seguro si quería o debía compartir aquello con sus padres.

-Las cosas pasan por una razón, Hyoshka.- comentó Kirill, la primera cosa amable que decía en la cena y a su hijo. -Lo que venga será para bien.

Hyoga lo miró con cara de pocos amigos. Quién sabe que pretendía su padre con aquellas palabras, pero consolarlo y colmarlo de buenos deseos seguro que no.

El Cisne terminó su cena y subió a su habitación. Había añorado esa casa y su antiguo cuarto muchas veces en Palaestra. Ahora que finalmente había regresado quería huir. No podía quedarse, había creído que podría tolerar las groserías de su papá, pero verlo alegrarse por sus desgracias lo colmó en demasía.

Al cabo de unos días, Hyoga encontró un departamento en una buena zona. La renta era algo elevada y el lugar grande, demasiado para una sola persona. Llamó a Isaak, sabía que el peliverde estaba buscando un lugar un poco más definitivo que la residencia del Santuario.

Un mes después de su llegada, Hyoga se mudó a su nuevo lugar.

Isaak parecía estar pasándosela bomba. Había vivido con Io en Grecia, y el chileno había probado ser un terrible roommate. Pero vivir con Hyoga era más divertido a su parecer, por lo menos estaba más acostumbrado a sus rutinas y presencia. Era como haber vuelto a Palaestra, pero en un lugar más grande y con actividades más divertidas. Salidas en la noche a bares, borracheras en el departamento, tardes de películas, desayunos a mediodía y demás. Una verdadera vida de adultos solteros.

La aparente diversión del General Marino hacía que Hyoga olvidara momentáneamente a Shun —aunque lo confundió con el japonés en más de una ocasión en momentos de embriaguez—; sin embargo, quien verdaderamente logró distraerlo fue Ami.

Sailor Mercury salía con ellos de vez en cuando —no de manera tan salvaje y ciertamente no se sumaba a las borracheras—, su presencia se fue haciendo cada vez más habitual, en el trabajo y en su departamento. Almorazban los tres juntos y a veces compartían un taxi a casa. Aunque convivían los tres, las atenciones de Ami solían dirigirse al rubio con más frecuencia, quizás porque lo notaba cabizbajo, o porque lo conocía mejor. Al final, Hyoga se encontró cómodo en su presencia y anhelando su compañía.

-¿Vamos a tomar algo después?- sugirió el rubio a Mercury después de una misión. -Isaak saldrá con la chica del otro día, solo seremos los dos.

-¡Claro! El lugar de la otra vez era bonito.

Cygnus y Mercury fueron al lugar en cuestión después del trabajo; la plática fluyó, así como las copas de vino. Hyoga no recordaba cuando había sido la última vez que tuvo una conversación tan despreocupada; con Shun seguramente, antes de Hades, antes de que todo se complicara.

-Es tarde, deberíamos irnos, tenemos que levantarnos temprenot mañana.- comentó la chica, dispuesta a levantarse de la mesa.

-Te acompaño a tu casa.- las palabras del Cisne salieron como una afirmación en lugar de pregunta.

De camino a la residencia del Santuario, el ambiente cambió. Alguien estaba nervioso, quizás ambos, y aquello entorpecía su sintonía.

-¿Por qué dejamos de salir así?- preguntó Hyoga para aligerar las condiciones del taxi.

Ami sonrió adorablemente. -Porque comenzaste a salir con Shun.

No era un reclamo, era la verdad. El rubio se había enamorado perdidamente y se había enfocado en su novio nada más.

La mera mención de Andrómeda jaló hacia abajo el humor del ruso.

Acompañó a Mercury hasta la puerta de su apartamento. Ahí, se contemplaron unos momentos después de haberse despedido por tercera vez.

¿Cómo había dejado de pensar en esos ojos? ¿Esa sonrisa? ¿Lo bien que se sentía estar en su presencia?

-Ya me voy...- murmuró el Cisne. Ami asintió.

-A menos que quieras pasar...

Una invitación que Hyoga reconoció al instante.

Se acercó a la chica, acorralándola contra la puerta y presionando sus labios contra los de ella. Dulces y suaves.

Mil recuerdos llegaron a su mente. Aquellos días en su primer año en Palaestra, había pasado mucho tiempo con Ami, tanto que sus amigas comenzaron a cansarse de él y sus amigos de ella. Recordó esas noches en la habitación de ella, tratando de escabullirse al piso de las chicas en la Residencia Estudiantil. Echando a June del cuarto de Ami y escondiéndose de Isaak en el cuarto de él.

Todos esos recuerdos, y otros más que tal vez no debería de haber evocado pero lo hizo; unos que lo sedujeron a quedarse aquella noche, que lo animaron a continuar y revivir esa relación.

Fueron directo al cuarto de Ami, y ahí se dejaron llevar.

Su piel, blanca y aterciopelada; los besos y caricias que depositaba con ternura en sus labios, hombros y pecho; su cabello corto y suave al tacto; sus facciones finas y movimientos elegantes y ágiles.

Todo estaba ahí.

Cerraba los ojos y todo volvía a él. Como si nada hubiera pasado. Como si todo estuviera bien.

Mercury era la perfecta distracción.




Shun

Andrómeda tuvo los ánimos bajos todo el vuelo. June intentaba distraerlo con lo que se le ocurría, pero al parecer Shun estaba determinado a sumirse en la melancolía.

Lo primero que hizo Shun al aterrizar en Japón fue inundar sus pulmones del aire local. Lo dejó salir con una ruidosa exhalación, era momento de empezar a sanar.

Sin embargo, a juzgar por su comportamiento decaído, las intenciones del peliverde eran dejar que su entorno trabajara en hacerlo sentir mejor sin poner nada de su parte.

Llegaba a su antigua habitación y se quedaba tirado en la cama durante horas, hablaba únicamente para lo esencial: hola y gracias; apenas y se notaba su presencia en la casa.

Quizás no era que no quisiera, si no que no podía. En ocasiones, simplemente levantarse de la cama sonaba imposible, sonreír y dar buena cara parecía incorrecto, y vivir como si nada hubiera ocurrido, una tortura.

Un día, Daiki decidió que había tenido suficiente. Lo que Shun necesitaba no era encerrarse y sentir pena por sí mismo, tenía que tener nuevas experiencias y aventuras para dejar lo sucedido atrás. Entonces hizo lo único que se le ocurrió:

Ikki ya no vivía en aquella casa, el Fénix encontraba extraño regresar al lugar de su niñez siendo un hombre adulto y un guerrero, no había nada malo en eso en realidad, pero Ikki deseaba ser tan independiente como le fuera posible. Había encontrado un buen lugar en un edificio nuevo con varios apartamentos en renta.

Daiki pensó inmediatamente en Shun, quizás tener su lugar propio y vivir un rato sus locos años de juventud por su cuenta le harían bien. Y para mejorar la experiencia, le había conseguido una roomie: June.

La chica era perfecta a los ojos de Daiki, amiga de la infancia de Shun, hija de su mejor amigo. Una buena compañera de cuarto ansionsa por querer ver al peliverde sano y recuperado por completo. Entre ambos pagarían la renta del lugar, Shun tendría privacidad pero no estaría totalmente solo, y si las cosas se complicaban, Ikki vivía en el departamento de arriba.

-Shun-chan, June-chan encontró un apartamento y está buscando un compañero que le ayude a pagar la renta. ¿Qué te parece si vas con ella?

Shun no sentía aquello como una sugerencia en absoluto, más bien, una imposición.

-Yo... no lo sé...

-¡Vamos! ¡Será divertido! ¿A qué muchacho de 22 años no le gustaría vivir alejado de sus padres?

Shun lo miró, pero no dijo nada. ¿Su papá quería deshacerse de él?

-Mira, Shun, inténtalo ¿sí? Si lo odias en unos meses puedes regresar si lo prefieres. Pero dale una oportunidad a esto, por favor.- Shun agachó la cabeza. -No es como que no volvamos a vernos, será una aventura.

Una semana después, Shun y June se mudaron al edificio.

No podía decirse que hubo un cambio instantáneo, porque no fue así. Durante los primeros días gobernó la apatía en el nuevo departamento, aunque era más difícil de conservar con June a su lado. La personalidad vivaracha de la chica contagiaban de poco a poco al Santo de Andrómeda.

Ikki lo sacaba a pasear a la fuerza todos los domingos, aunque ciertamente parecía reaccionar mejor con June que con él. Con el Fénix, el humor de Shun cambiaba, como si su avance retrocediera a la casilla uno.

Quizás era que no relacionaba directamente a June con los eventos del Inframundo. Ella no había estado ahí, no había atestiguado su transformación ni había sido víctima de su comportamiento hostil.

A la mitad de otro silencioso paseo, Shun se animó a preguntar:

-¿Cuánto sabe papá... sobre esto?

Ikki suspiró, el punto era olvidar a Hades, pero Shun siempre lo traía de regreso.

-¿Oficialmente? El Santuario le dijo que fuiste herido en acción. Extraoficialmente, yo le dije todo. La verdad. No soportaba la idea de que no lo supiera. Creo que merece saberlo.

Buscó la mirada de Shun en espera de su aprobación, temía haber cruzado la línea. Finalmente, el peliverde asintió.

No sabía exactamente que esperaba, pero que su padre supiera todo era liberador hasta cierto punto.

-Tienes que dejar esto atrás, Shun-chan. Todos lo hemos hecho ¿por qué tú no? Nada ha cambiado.

Shun se detuvo de golpe y miró a su hermano.

-Pero sí lo ha hecho. Todo ha cambiado. Yo he cambiado- su voz y ojos no reflejaban desesperación o tristeza, eso ya había quedado atrás, su tono reflejaba una ira profunda hacia Hades y él mismo. -Completamente. Para bien o para mal.

Shun tenía razón. Su recuperación jamás estaría completa hasta que todos aceptaran el hecho de que nada volvería a ser como antes, él incluido. El afán de sus amigos, hermano y Hyoga por querer que todo regresara a la normalidad era un veneno que se inyectaba en sus venas. Pero él también necesitaba parar, dejar de mirarse al espejo y ver a un monstruo, un ser maligno que debía desaparecer. Él, antes que nadie, tenía que aceptar su situación.

Él mismo era su mayor obstáculo. Él mismo se había puesto el pie. No se sentía digno de Hyoga, ni de June ni de Athena. Merecedor de tantas atenciones y afectos. Él solo, primero y sobre todos, se había denominado un enemigo. Había sido duro consigo mismo, alejando a personas importantes.

Una vez que entendiera eso y aceptara su situación, una enorme carga se levantaría de sus hombros.

Junto a June, parecía que así era. Aunque eran apariencias nada más, por lo menos al principio.

Las responsabilidades que conllevaba hacer funcionar un hogar propio lo obligaban a levantarse y a hacer cosas para variar. Limpiar, cocinar y hacer las compras eran la distracción perfecta. Un poco de espacio y una mente ocupada casi parecían dar resultado; casi, porque no podía evitar sentir nostalgia por las noches. Algo faltaba para estar completo, para que su vida se enderezara.

Una tarde de domingo, mientras él y June disfrutaban una película, la chica recargó su cabeza en el hombro de Shun. Al principio no le dio importancia, el contacto físico no era algo que le incomodara, mucho menos viniendo de June. Fue hasta después, que la rubia comenzó a acercarse más y más a él —si es que aquello era posible— que notó que algo no andaba bien.

Se removió en su lugar, June pareció notar cierta molestia en su rostro. Tomó el control y bajó el volumen.

-¿Qué sucede?- preguntó.

Ambos sabían la respuesta, pero él era demasiado amable para responder y ella demasiado lista para reconocerlo.

Su alma pedía a gritos algo de afecto, propio o de alguien más. ¿Por qué rechazaba el de June?

Probablemente porque la idea de afecto de la chica era distinta a la que necesitaba, o a la que deseaba recibir de ella.

-Nada.

Hubo un momento de silencio, luego June se inclinó hacia Shun; él se volvió para mirarla y en ese momento sus labios chocaron.

Andrómeda se apartó inmediatamente.

-¿Qué pasa? ¿No te gustó?

Shun negó con la cabeza. -N-No es eso... es solo que... June... tú y yo no... ¡Soy gay y lo sabes!

-Nos gustamos alguna vez. Quiero pensar que me amaste como yo a ti... como lo sigo haciendo... ¿no podemos volver a intentarlo?

De repente Shun se sintió estúpido. Había terminado con ella pensando que todo estaba dicho y olvidado cuando la realidad no podía estar más alejada de eso. Ahora entendía porque ella y Hyoga jamás habían logrado congeniar.

-June yo...- la rubia no lo dejó terminar.

-Entiendo por lo que has pasado... y te quiero ayudar.

-Gracias, pero...

-Sinceramente, creo que lo que necesitas es distraerte y pensar en otra cosa. Le has dado mil vueltas al asunto y no has llegado a ningún lado, déjame intentar.

June subió al regazo de Shun y comenzó a acariciar su cabello, luego su rostro, bajando por el pecho. Andrómeda tenía todas las intenciones de apartarla otra vez; no obstante, cuando sus ojos se posaron sobre los de June, tan azules como el mar y con una cortina de hebras doradas frente a ellos, su corazón dio un vuelco. June posó sus labios sobre los suyos, el peliverde cerró los ojos para completar la imagen que su imaginación le ofrecía, y con eso se dejó llevar.

Quizás había tomado decisiones precipitadas, últimamente no sabía qué quería o qué dibalos hacía con su vida. Tal vez se había equivocado, con esto y con todo lo demás.

Por el momento, aquello se sentía bien. Un momento de paz y tiempo fuera —aunque no de claridad— para poner todo en orden.

Aunque quizás estaba complicando las cosas.

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