Resurrección
Atenas, Grecia 2012
El día que se había fijado para la operación de invasión del Santuario finalmente llegó. El ambiente en todas las inmediaciones de la organización era pesado, y el clima nublado y frío del invierno de enero contribuía al aspecto lúgubre del día.
Los Caballeros Dorados estaban en sus Templos completamente en guardia, listos para cerrar el paso a cualquiera una vez que Julian, Hilda y Sailor Cosmos descendieran las infinitas escaleras.
En el Coliseo donde se llevaba a cabo el Torneo Galáctico estaban reunidos todos los reclutas que bajarían al Inframundo. Algunos permanecían serios, acorde a la situación; otros preferían hablar con sus compañeros para aligerar el ambiente y distraerse un rato antes de que la operación diera inicio. La pandilla optó por lo último.
-Me impresiona todo el trabajo que haces en Tokio, Ikki. Ya eres todo un Caballero.- comentó Shiryu, luego de que Ikki les contara todas las misiones importantes que había llevado a cabo en el último año.
-¡Y ustedes también!- animó el Fénix. -Miren, son sus primeros meses y Grecia es difícil, hay muchos guerreros poderosos y con mucha experiencia. Pero una vez que terminen su primer año de servicio verán como las misiones se ponen emocionantes... y más si van a otro país...
Mientras Ikki hablaba, su tono se hacía cada vez más distraído y sus ojos se desviaban lentamente hacia cierta figura femenina.
Los cuatro amigos miraron en dirección a la chica, para ver quien era la responsable de que el Fénix perdiera el hilo de la conversación.
Pandora Zaragoza, una chica de ascendencia española, portadora del Cristal de Saturno; la chica movía su estilizada figura por el Coliseo, mientras se reunía con sus compañeras.
Ikki la miraba completamente embobado, lo que provocó que Shun soltara una risita.
Justo cuando Andrómeda planeaba bromear con su hermano acerca de su curiosa reacción, las reencarnaciones de Poseidón y Odín —junto con Sailor Cosmos— ingresaron al Coliseo.
El silencio se hizo casi inmediatamente.
Al ver que todas las miradas se posaban sobre ellos, Julian Solo decidió decir unas palabras.
-Esta misión no sólo es decisiva, sino también compleja. Trabajaremos juntos para hacerlo lo más ágilmente posible; esperemos no tener sorpresas ni contratiempos. Mientras menos tiempo estemos en el Inframundo, mejor.
Y así, la operación dio inicio.
Sailor Cosmos se encargó de abrir el portal al Inframundo; mientras ella y las otras Outer Sailor Guardians custodiaban esa entrada, los escuadrones elegidos para descender lo hicieron cuidadosamente.
Una vez abajo, se reunieron frente a lo que parecía un arco del triunfo del tipo romano, en donde se podía leer una inscripción en la parte superior de este:
ΟΠΟΙΟΣ ΜΠΑΙΝΕΙ ΕΔΩ ΝΑ ΠΑΡΑΤΑ ΚΑΘΕ ΕΛΠΙΔΑ
"Aquel que entre deberá abandonar toda esperanza."
Una advertencia digna de la entrada a los dominios de Hades.
La Puerta del Infierno.
-Nos están esperando.- declaró Julian una vez que estuvieron todos reunidos. -Su deber es únicamente abrirnos paso a mí, a Hilda y al escuadrón de Athena. No hagan sacrificios innecesarios... de nuestro lado, claro está.- el ejército asintió ante las palabras de Poseidón. -¡Generales Marinos, conmigo!
-Siegfried, tú y tus hombres quédense cerca de mí.- ordenó Hilda a su guerrero, con un tono de voz más personal y bajo que el de Julian.
-¡Caballeros de Bronce!- llamó el Dios de los Mares, dirigiéndose a la unidad elegida por Athena. -Después de ustedes.
El Ejército de Athena tomó sus posiciones. Una defensa al frente, seguidos de los Caballeros de Bronce de Pegaso, Dragón, Cygnus, Andrómeda y Fénix. Detrás de ellos más soldados de diferentes rangos y divisiones, por último los Dioses Poseidón y Odín, flanqueados por sus respectivos escuadrones.
La primera defensa atravesó el magnífico arco, pocos segundos después se desencadenó la batalla contra los Espectros que esperaban del otro lado.
Seiya —quien encabezaba el escuadrón— esperó órdenes de Hilda. Una vez que escuchó el grito de la comandante de los Dioses Guerreros, le dio la señal a sus amigos de avanzar.
La pandilla compartió miradas de apoyo, respiraron hondo y luego de unos instantes ingresaron en las inmediaciones del Inframundo.
La pandilla corría sin ver atrás, confiaban en que el resto del ejército limpiaría el terreno para ellos. Aún así, los cinco estaban listos para atacar a cualquier Espectro que se pusiera en su camino, sobre todo cuando se iban acercando al corazón del Inframundo.
Lo curioso fue que nadie les estorbó, ni un sólo Espectro, persona, visión o enemigo de cualquier otra clase.
A excepción del ataque inicial en la Puerta del Infierno, tuvieron el paso completamente libre.
Con la guardia en alto, los cinco Santos de Bronce llegaron a Giudecca, el palacio de Hades.
Jadeantes y con la respiración agitada, la pandilla subió las escaleras del lugar con cautela.
Continuaban mirando a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie acechándolos.
-Es aquí.- declaró Shiryu, una vez que se encontraron en la puerta principal.
-Pues entremos.- agregó Seiya, decidido a tirar la puerta.
-Espera, burro.- Ikki lo detuvo del hombro.
Seiya frunció el ceño mientras bufaba molesto. El Fénix observó la puerta con atención y la recorrió con sus manos; acto seguido la empujó sin mucho esfuerzo.
-Está abierto.
-Eso es... raro.- argumentó Hyoga.
-Tal vez las suposiciones eran ciertas y Hades no ha despertado aún.- respondió Shun, echando un último vistazo a sus espaldas.
-Entremos.- ordenó Seiya, siendo el primero en adentrarse al lúgubre palacio.
El eco de los pasos de la pandilla resonaba en todo el lugar. Estaba completamente en silencio y —cualquiera se atrevería a decir— vacío.
Los Caballeros caminaban por el lugar admirando su interior; no sólo para asegurase de que no hubiera sorpresas, también para admirar la majestuosidad del recinto. Ciertamente, digno de un Dios.
Enormes e infinitas columnas de estilo corintio, hermosos y coloridos vitrales en las ventanas, elegantes pinturas en el techo representando querubines y una alfombra aterciopelada de un tono de rojo que asemejaba la sangre.
No obstante, todo ese lujo parecía totalmente abandonado.
-Deathmask se equivocó para variar, aquí no hay nadie.- dijo Shiryu, admirando las pinturas del techo.
-¿Y luego?- preguntó Seiya.
Seiya, Shiryu, Hyoga e Ikki se reunieron para considerar el siguiente paso en la misión. Shun parecía incapaz de dejar de admirar el lugar.
-¿Cómo que "y luego"?- rechistó Ikki. -¡Pues seguimos con el plan! Esperamos a Julian e Hilda. La misión era llegar hasta acá y lo hicimos. Lo que siga dependerá de ellos.
Shiryu suspiró aliviado. -Menos mal que salió bien.
-¡Qué inseguro, Shiryu-chan!- se burló Seiya. -Yo sabía que tendríamos todo bajo control.
-Seguro que sí.- continuó Hyoga, un poco sarcástico.
Mientras los chicos hablaban, Shun continuba deambulando por el salón, inmerso en todo lo que le rodeaba.
-Esto...- murmuró débilmente.
-¡No juegues, Seiya! ¡Aún no terminamos!- vociferó Ikki cuando Pegaso se comenzaba a sentar en el suelo.
-Este lugar...
-¡Está bien, Ikki! ¡No hay nadie!
-Ya párate.- secundó el Dragón.
-Siento como... si ya hubiera estado aquí...
-No me gusta este lugar, mientras más pronto nos vayamos, mejor- recalcó Hyoga.
-...en un sueño...
-¡Shun! ¿Qué tanto farfullas?- espetó Ikki al ver que su hermano continuaba hablando en voz baja, ignorándolos casi completamente.
Hyoga volteó instintivamente, no había notado que su novio andaba en otro mundo.
-Chicos, yo...- habló Shun, un poco más fuerte pero aún distraído. -...creo que ya había estado aquí.
-¿Qué?- inquirió Seiya, dejando de lado repentinamente su comportamiento relajado.
-¿Cómo?- preguntó Hyoga acercándose a Shun.
-Imposible.- afirmó Ikki con severidad.
-Lo sé, pero... aún así...- Shun continuó caminando, pasando su pálida mano por las columnas. -Todo esto me es familiar... como de otra vida.
Seiya abrió los ojos alarmado, las palabras de Aioros resonaban en su cabeza como un campana, los recuerdos de una conversación con Saori en vísperas del Sacrificio de Andrómeda también se hicieron presentes. Todas las piezas encajaban para revelar la verdad sobre las sospechas del Santuario.
-Hay que irnos. Ahora.- declaró Pegaso, inquieto.
-¿Y ahora a ti qué te pasa?- le reprochó Ikki.
Shun se había quedado parado en medio del gran salón. Hyoga permaneció junto a él.
-Seiya tiene razón, algo no me gusta.- secundó Shiryu.
Las voces de sus amigos se hacían difusas y distantes.
-¡Escúchenme! Tenemos que irnos. ¡Ya!
Shun tenía la mirada perdida y clavada en el suelo. Hyoga frunció el ceño y puso su mano sobre el hombro de su novio.
-¿Shun? ¿Todo en orden?
Incluso Hyoga parecía estar a kilómetros de distancia. Andrómeda se sentía mareado y aturdido.
-Yo...
Antes de que Shun pudiera terminar de hablar, un dolor punzante atravesó su cabeza.
Cayó inmediatamente de rodillas al suelo, sujetando su cabeza con ambas manos, gritando de dolor. Las cadenas de la Armadura de Andrómeda comenzaron a agitarse descontroladamente.
-¡Shun!- Hyoga se apresuró a ayudar al peliverde, demandando una respuesta para semejante comportamiento. -¡Qué sucede!
Shiryu e Ikki corrieron en dirección a los gritos, acto seguido Seiya los detuvo.
-¡NO! ¡Apártense de él!
El par miró al moreno casi ofendidos por la orden.
-¡¿Qué demonios, Seiya?!- vociferó Ikki, fuera de sí.
La angustia y la desesperación crecían, los gritos desquiciados de Shun sofocaban el tintineo incesante de las cadenas e impedían a los otros cuatro pensar con claridad y sopesar sus opciones; además, las desesperadas advertencias de Seiya no hacían más que confundirlos más.
El Cisne seguía a lado de Shun, tratando de darle alivio, llamándole una y otra vez por su nombre.
El rostro del ruso se desfiguró al ver que el verdoso cabello de Andrómeda se tornaba rojizo, combinando a la perfección con la alfombra.
-¡SHUN! ¡Qué rayos!
Ikki quería ir con su hermano, pero Seiya lo tomó del brazo, provocando que el peliazul lo mirara enfadado. Shiryu aprovechó la ira del Fénix y alcanzó a Hyoga.
En medio del caos, los gritos —así como el ajetreo de las cadenas— cesaron de un momento a otro.
-¿Shun?- después de unos segundos, Hyoga se atrevió a preguntar. Su voz, al igual que su cuerpo, temblaban, de incertidumbre o de miedo. Quizás ambos.
Hyoga extendió su mano para tocar a su novio, Shiryu sintió una urgencia terrible de detener al Cisne.
-¿Shun?
Apenas su mano tocó el hombro de Shun, el antes peliverde se volteó súbitamente hacia el rubio, haciéndolo brincar.
Sus ojos eran distintos, los que antes habían sido esmeraldas cálidas, ahora eran fríos y de un color más apagado. Su piel siempre había sido pálida, pero ahora lo era de una manera insana, casi cadavérica.
Hyoga se estremeció.
Poco después, Shun esbozó una sonrisa macabra, y con una voz que combinaba a la perfección con sus nuevas facciones, respondió.
-¿Shun? Me temo que él ya no está aquí.
-No...- Seiya musitó horrorizado. Ikki se volvió hacia su hermano.
Shiryu intentaba reaccionar, automáticamente tomó a Hyoga del brazo para hacerlo retroceder.
-Shun...- susurró el Cisne, quien permanecía inmóvil.
Lentamente Shun se incorporó, y con la misma mirada fría y hostil avanzó hacia el rubio. Shiryu apretó el brazo de Hyoga y ambos retrocedieron instintivamente.
-No me llames así. Tú amigo ya no va a volver.
-¿Qué eres?- soltó el ruso, dubitativo.
El cuerpo de Shun esbozó media sonrisa, erizando la piel de los dos Caballeros frente a él.
-Hades, Dios del Inframundo.
En ese momento, Seiya endureció su semblante, apretó los puños y tomó impulso para golpear a su amigo poseído.
Ikki intentó detenerlo pero falló. Sin embargo, el cuerpo de Shun no recibió daño alguno, pues Hades detuvo el golpe de Pegaso con una mano.
Seiya hizo una mueca de dolor cuando el Dios estrujó su mano con la suya y antes de que pudiera reaccionar, lo arrojó al suelo con brusquedad.
Cuando el Fénix finalmente cayó en cuenta de lo que ocurría se abalanzó hacia el cuerpo de su hermano.
Hades detuvo al Fénix por el cuello.
-Qué imprudente...
Hyoga aprovechó que estaba enfocado en Ikki para lanzarle un efectivo ataque.
Con la mano que le quedaba libre, el cuerpo de Andrómeda detuvo el Diamond Dust del Cisne.
-Uno a la vez, muchachos.- declaró con una serenidad que le puso los pelos de punta a Hyoga. -Cuatro contra uno no es muy justo, ¿no lo creen?
Julian e Hilda corrían por el Inframundo hacia Giudecca, el camino que se suponía estaría despejado estaba repleto de Espectros. Los escuadrones de ambos Dioses no se daban abasto con el enemigo.
-¡Jadeite tenía razón!- espetó Julian mientras golpeaba con su tridente a un Espectro. -¡Estos escuincles tenían un sólo trabajo y fallaron!
-¿Crees que murieron?- inquirió Hilda, jadeante.
Julian estaba a punto de responder que sí, pero en ese momento un espantoso y agudo chirrido resonó en las cabezas de ambos.
Cuando el dolor cesó, ambos comandantes se vieron con ojos alarmados.
-No puede ser...- murmuró Hilda.
Con la mirada, ambos descartaron varios posibles planes de acción, hasta que por fin acordaron la mejor estrategia.
Hilda asintió, mostrándose de acuerdo con el plan.
Julian se volvió hacia sus Generales Marinos.
-¡Retirada!
Isaak paró en seco su ataque y miró a Sorrento desconcertado. Siren lo miró del mismo modo, encogiéndose de hombros.
-¡Kanon!- ordenó el Dios de los Mares. -Regresa con Baian a la Puerta del Infierno e inicien la retirada de las tropas. Espérennos cuando terminen.
-¿Qué? Pero... ¿y el plan?
-Cambió. No podemos ganar. ¡Ve!
Siegfried se acercó a su comandante. -¿Es malo?
-Catástrofico.- respondió Hilda con los ojos fijos en el horizonte. -Está aquí.
-¿Qué quieres que haga?
-Quédate conmigo.- la mujer se volvió hacia su guerrero. -Hasta el final.
-¡Ya estoy harto de ustedes!
Por tercera vez consecutiva, Hyoga fue arrojado violentamente al suelo por el cuerpo poseído de su novio.
No obstante, poco le importaba las veces que lo azotara contra el piso, él se levantaría cada una de ellas y lo atacaría hasta hacerlo entrar en razón.
Shiryu se preparaba para golpear a Hades, era lo mismo que sus amigos habían intentando, pero no se le ocurría otra cosa.
El ataque del Dragón quedó en el aire, pues la puerta fue golpeada con fuerza; inmediatamente después, Poseidón entró al salón, seguido de Hilda de Polaris y sus respectivas unidades.
-¡Ah! ¡Hermano! Qué gusto verte.- celebró Hades, ignorando a los Caballeros de Bronce, pero sin bajar la guardia.
-No puedo decir lo mismo.- la voz del comandante de los Generales Marinos era más majestuosa y grave de lo normal. -La humanidad no te sienta bien.
Julian Solo había dado paso al Dios de los Mares para enfrentarse al Dios del Inframundo. Era de esa manera como él, Saori e Hilda vivían como los recipientes humanos de aquellos dioses. Dos almas compartiendo un cuerpo de forma pacífica, intercambiando recuerdos y pensamientos, poder y Cosmo; tomando únicamente el control absoluto del cuerpo humano cuando era estrictamente necesario.
-¡Y yo que pensé que había elegido un cuerpo bonito!- declaró Hades sarcásticamente.
Los Generales Marinos tomaron sus posiciones junto a Poseidón. Isaak, Sorrento e Io trataron de no perder la compostura al ver a su compañero convertido en el Dios del Inframundo.
Isaak pasó saliva nerviosamente. ¡Ese chico había estado en su habitación incontables veces! ¡Sorrento había trabajado en numerosos proyectos con él! Era imposible.
-No hagas nada estúpido. Eres poderoso, pero estás solo.- advirtió Poseidón.
Hades soltó una carcajada aterradora.
-Tu tienes a tu gente, yo también.
Como si estuviera planeado, una figura emergió del fondo del salón con pasos firmes.
Un sujeto alto y formidable, de cabello rubio cenizo y una cejas tupidas; ataviado con una Surplice más imponente que la del Espectro promedio.
El hombre se colocó a lado de Hades, que aún vestía la Cloth de Andrómeda.
-Estás en mis dominios, hermano. Perderás.
Siegfried tomó una posición ofensiva, el hombre a lado de Hades lo imitó. Casi al mismo tiempo, el dios pelirrojo levantó su mano para detener a su secuaz.
-Sabes que no me gusta decir las cosas dos veces.
Los Dioses se vieron inmersos en una guerra de miradas. Después de unos segundos, Poseidón dirigió sus ojos a los Caballeros de Bronce.
-Llévatelos. No me sirven.- respondió Hades al ver las acciones de su hermano. -Tómalo como un regalo de bienvenida de mi parte.
-Retírense.- ordenó Poseidón con sequedad.
Hyoga miró al Dios de los Mares furioso. ¿Iban a dejar a Shun ahí?
Hades rió divertido ante la reacción del ruso.
-Obedece a tu comandante, Cygnus; antes de que cambie de opinión.
La advertencia del Dios del Inframundo fue acompañada por la presencia de dos sujetos más. Uno de cabello azul oscuro y el otro —el más alto de los tres— de una larga cabellera gris. Ambos vestidos con Surplices semejantes a la del primer hombre.
-Cygnus, vamónos.- insistió Hilda al ver al rubio renuente.
-Rhadamanthys, Aiacos, Minos... mátenlos si se atreven a regresar.- ordenó Hades, observando atentamente la retirada del Ejército de Athena.
Sin poder dejar de mirar atrás, Hyoga y los demás salieron de Giudecca.
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