Capítulo 7
Danielle se hallaba recostada en la cama de su habitación de soltera en la casa de sus padres. Había sido un día largo, y estaba emocionalmente agotada, pero no podía dormir. Luego de hacer un alto en su casa para darse una ducha, y de paso bañar a Ben también, se marchó a casa de sus padres. Logró llegar a tiempo para la cena, y la charla la distrajo un poco. Ahora eran las nueve de la noche y su papá le leía una historia a Ben, en el cuarto que le tenían destinado. Aunque aquella no era su casa, sus abuelos siempre le tenían preparado su habitación, decorada especialmente para él.
Su madre había insistido en que se quedaran esa noche a dormir, y ella no había puesto objeción. A veces lo hacían así, incluso tenía ropa en aquella casa y Ben adoraba quedarse allí de vez en cuando.
Los pasos de su mamá la trajeron de vuelta de sus pensamientos. Era una mujer muy parecida a ella: alta, delgada, de pelo castaño claro en el cual se confundían las hebras de plata que se había negado a ocultar.
—Te he traído chocolate caliente, tu preferido —comentó Donna, sentándose a su lado.
Danielle se incorporó y tomó la taza con una sonrisa.
—Ya no soy una niña, mamá.
—Para mí siempre serás mi niña...
Danielle le sonrió, luego tomó un poco del chocolate.
—¿Qué es lo que te tiene tan preocupada, hija?
—No es nada, mamá, de verdad.
—A mí no puedes engañarme. Has estado muy callada esta noche. Tu padre me dijo que tienes un nuevo proyecto. Siempre que ayudas a alguien te sientes realizada; sin embargo, hoy no te noto así.
Su madre era muy perspicaz.
—Estoy feliz de ayudar, mamá. Se trata del tío del mejor amigo de Ben de la escuela.
—Lo imaginé —repuso la madre.
Danielle frunció el ceño.
—¿Papá te contó?
—No, pero esta noche cuando estaba con Ben en la cocina para darle su pedazo de tarta de chocolate, me estuvo hablando de su nuevo amigo. Dice que el tío de Tim es muy bueno, que jugaron hoy en la piscina los tres gracias a ti, que habías mandando a instalar un elevador para él.
Danielle se quedó sorprendida con el razonamiento de su hijo. No le había hablado mucho del proyecto, pues trataba de no mezclar el trabajo con las amistades de Ben, pero era de esperar que el niño se diera cuenta de su intervención.
—Lo sé, fui a recogerlo esta tarde y me los encontré en la piscina.
—Ben dice que ese hombre le recuerda a su papá... ¿Es eso lo que te tiene así?
Aquella pregunta Danielle no se la esperaba, pero negó con la cabeza.
—Físicamente no se parecen. Thomas tiene el pelo y los ojos oscuros, es distinto a Benjamín. Sin embargo, Ben hace unos días que tiene esa idea. Ya sabes que en las fotografías que tiene con su padre él ya estaba en la silla de ruedas...
—Es lógico que se encariñe con una figura masculina en unas circunstancias parecidas a las que estuvo su padre. Es un niño, esas cosas pasan. Sin embargo, lo que más me preocupa es que lo mismo te suceda a ti.
Danielle dejó la taza de chocolate en la mesita de noche, con el ceño fruncido.
—¿Por qué dices eso, mamá?
—Porque te noto rara, cariño, y quiero saber por qué estás así...
Dani suspiró y puso en orden sus pensamientos. Algo tendría que decirle a Donna para tranquilizarla un poco.
—Los Vermont tienen un perro. Esta tarde dejaron la verja abierta y se abalanzó sobre mí para jugar. Yo entré en pánico y me caí a la piscina.
—¡Cariño! ¿Te hiciste daño?
—No, mamá, todo está bien. Fue solo el susto.
—¿Y los niños seguían en la piscina?
—No, solo Thomas.
—¡Qué momento más incómodo! —expresó la madre—. Me imagino que se haya sentido impotente al no poder ayudarte.
Danielle se quedó recordando, y sintió un escalofrío.
—De hecho, él se lanzó de la balsa donde estaba para ayudarme, pero fui yo quien terminó ayudándolo a él...
Danielle tenía la mirada perdida, como quien se concentra muy bien en aquel recuerdo. Donna lo percibió de inmediato, pero no quiso ahondar más en ello: se hacía muy bien la idea de lo que había sucedido. Danielle debió haberlo sujetado para sacarlo a flote hasta un lugar seguro.
—No debió ser una situación fácil, cariño, pero ya pasó. Te dejo para que descanses. Hasta mañana.
Danielle besó a su mamá y luego se abrazó a la almohada. Las imágenes seguían rondando su cabeza y no podía olvidarlo: la sensación de tenerlo entre sus brazos, el momento en el que le acarició el rostro, la mirada que le dedicó... ¡No podía olvidar aquellos ojos! Había deseo en ellos, había... Ella negó con la cabeza, molesta. Debía olvidarlo, no podía otorgarle tanta importancia. Lo mejor que podía hacer era apartarse por unos días de allí. Hablaría con Edward para que siguiera supervisando el proyecto de cerca, pero no volvería a ver a Thomas. Hasta el cumpleaños, pensó. Intentó relajarse, pensar en otra cosa, pero no podía...
Thomas comprendió que algo le sucedía a Danielle, cuando no volvió a la casa en los últimos dos días, ni siquiera cuando comenzaron la labor de instalación del ascensor de interior. Tuvo que hablar con Edward, el arquitecto que la representaba a ella, todo lo concerniente a la remodelación. Edward era un hombre inteligente y capaz, pero no era ella...
No pudo evitar echarla de menos, pero se concentró en el proyecto que Danielle y él habían hecho para su hogar. Era increíble, y no podía esperar a que estuviese terminado. La autonomía que le brindaría sería fabulosa, y eso le alegraba. Sin embargo, no saber de ella también le entristecía mucho.
Las reformas comenzarían la semana siguiente, así que él se mudaría a la casa de Mónica para rehuir los ruidos y el polvo. Ese viernes Mónica apareció con los niños. En los últimos dos días Ben era quien los visitaba, pues se había encariñado con Jack, y quería pasar tiempo con él, ya que a causa del temor de su madre era difícil que tuviesen un perro alguna vez.
—¿Te importaría quedarte con ellos? —le preguntó Mónica.
Él negó con la cabeza, le encantaba la idea de pasar tiempo con los niños. También había notado un comportamiento un poco raro en su hermana e incluso en Rob. Cuando uno faltaba, el otro tampoco estaba... ¿Acaso estarían juntos? Apartó esa idea de su cabeza, pues no tenía cómo estar seguro. Lo cierto es que Mónica se veía más alegre y Rob, más entusiasta, si acaso era esto posible.
Thomas fue con los niños hasta el salón de su casa. No tenían deberes, así que estaban jugando con Jack que reposaba sobre la alfombra.
—¿Quieren ver una película? —les ofreció. Los niños asintieron—. ¿Cuál quieren ver?
Como no se ponían de acuerdo, le dieron la posibilidad al propio Thomas de elegir y él se decidió por su película animada favorita: Hércules.
—Y para acompañarla —prosiguió—, le diré a Nancy que nos traiga helado para los tres.
Un ruidoso: "¡Sí!" se escuchó en toda la estancia, incluso Jack comenzó a ladrar. Thomas sonrió, estaba alegre de estar con ellos, que lástima que echara de menos a Danielle... Pensar en ella lo ensombrecía un poco, sobre todo porque recordaba ese momento embarazoso y no sabía si ella estaría molesta con él.
Aquella tarde la pasaron muy bien: tomaron helado mientras veían la película e incluso Thomas cantó con ellos, algo que no hacía desde antes de su accidente. Poco después de que la película terminara apareció Mónica, quien estaba muy sonriente:
—Ben, cariño, tu madre ha llamado. En unos minutos estará aquí. Estate listo porque me ha dicho que tiene prisa. Yo misma te llevaré hasta su auto.
El niño asintió, obediente como era. Thomas quedó un poco decepcionado, por un momento creyó que la vería. ¿Qué planes tendría aquel viernes en la noche? Quizás ninguno, quizás solo lo estaba evitando. Entonces se le ocurrió algo; fue a su despacho y al cabo de unos minutos regresó con un sobre amarillo bastante gordo sobre las piernas. Por fortuna Mónica no estaba ya, pues había ido a llevar a Jack a su casita. Detestaba que le llenara la alfombra de pelos, además de que quería evitarle momentos incómodos con Danielle, por si el perro decidía salir a recibirla.
—Ben, ¿crees que le podrías dar esto a tu madre? —le pidió.
—¿Qué es? —El niño miró algo extrañado aquel sobre amarillo.
—Es un libro.
—No parece un libro —rio.
—Eres muy listo —dijo Thomas sonriendo y agitándole sus rizos dorados con la mano—, pero sí es un libro. ¿Quieres que te ayude a guardarlo en tu mochila?
El niño asintió y eso hicieron. Unos instantes después apareció Mónica para llevar a Ben hasta el auto de su madre. Thomas tenía el corazón acelerado. No sabía si habría cometido una locura, pero ya estaba hecha.
—Hola, Danielle —le saludó Mónica dándole un beso a través de la ventanilla—. La han pasado muy bien estos dos.
—Me alegro mucho —sonrió Dani—. Por cierto, Mónica, tienes un brillo especial en los ojos. ¿Todo está bien?
—Más que bien —reconoció—, pero te lo cuento otro día —añadió mientras observaba a Ben en el asiento de atrás.
Danielle entendió que era algo muy privado y no quiso preguntar más.
—Los veo el domingo en el cumpleaños de Tim, ¿verdad?
—¡Sí! —gritó Ben.
Danielle se echó a reír.
—Ya lo has oído —respondió su madre—, aquí estaremos sin falta; pero por favor, no quiero ver a Jack. Sé que es un amor, pero yo le tengo pánico.
—Tranquila, estará en su área sin perturbar la fiesta. Y el que le abra la verja se quedará sin probar el cake. —Aquella amenaza fue para el niño, y Ben sonrió.
Mientras conducía, Danielle le preguntó a Ben por su día, y qué habían hecho esa tarde. Le sorprendió mucho cuando el niño comenzó a reír y a contarle que Tim, Thomas y él vieron Hércules y tomaron helado.
—Cantamos todas las canciones, mamá. Tom canta muy mal —rio—, pero nos divertimos con él. Ah, también habla igualito que Hades. ¡Es muy cómico!
Dani ni pudo evitar sonreír, nunca hubiese imaginado que aquel huraño ser que despertó en su habitación hace unos días, pudiera ser tan simpático. Agradeció de corazón que fuera bueno con los niños, y una punzada de dolor asaltó a su corazón al pensar en Benjamín. ¡Cuánto le hubiese gustado ver a su hijo crecer! Ben también necesitaba de una figura paterna, al menos Tim la tenía en Thomas que era un excelente tío. Tampoco pudo evitar pensar que en unos días lo vería, pero alejó ese pensamiento... No estaba preparada, pero debía estarlo para el domingo.
—¡Cielos, Ben! ¿Qué traes en esta mochila? ¿Sigues coleccionando rocas? —preguntó Danielle cuando entraban a la casa.
Hubo un tiempo en el que Ben quiso ser geólogo. Era muy gracioso porque ni siquiera sabía decir bien la palabra, pero cuando iba a la escuela regresaba con piedras en la mochila para su "colección".
—Lo siento, mamá. Lo había olvidado... —se excusó el niño.
—¿Qué olvidaste? —preguntó Dani sentándose en el sofá sin entender a qué se refería.
—Tom me dio un libro para ti, está en mi mochila.
Danielle al instante se sintió un poco nerviosa, pero no respondió.
—¡Iré a mi habitación a jugar! —exclamó el niño antes de desaparecer.
Danielle respiró hondo varias veces y abrió la mochila llena de curiosidad. Halló en ella un sobre amarillo y de él extrajo un documento algo extenso sujeto por anillas. En la primera hoja decía: Disparo al amanecer de Horace Whitman. ¡Era un manuscrito! Y no cualquiera, era el último libro de la trilogía Disparos errados, que no estaba terminada. Ella lo conocía muy bien, pues se había leído de un tirón los dos libros anteriores. Sintió que el corazón le daba un vuelco... Pasó la hoja y en la segunda había nota suya.
"Este es mi manuscrito sin publicar. Falta el final, pero no he tenido deseos de escribirlo. Pensé que te gustaría leerlo y darme tu opinión. Solo lo tienen mi editor y tú. Confío en ti. Thomas".
Danielle dejó el manuscrito encima de la mesa, estaba aturdida y un tanto emocionada. ¡Era un gesto muy hermoso haberle mandado el libro con Ben! Sobre todo, era un gesto de absoluta confianza. Él se lo había dicho: Confío en ti.
Aquellas palabras le aceleraron el corazón, pero no sabía qué hacer... Por un momento pensó en llamar a Mónica para pedirle el teléfono de su hermano, pero aquello levantaría sospechas. En el contrato de obra, el teléfono de contacto que aparecía era el de la propia Mónica, así que no tenía manera de llamarlo. Por otra parte, no sabría qué decirle... Quizás fuera mejor hablar con él el domingo y poner en orden sus pensamientos y emociones hasta entonces.
Después de comer y de leerle un poco a Ben de El Mago de Oz, se dirigió a su habitación. Tomó el manuscrito y empezó a leerlo. ¡Era maravilloso! Thomas tenía una manera de escribir que enganchaba desde el primer momento. En el libro anterior la trama había quedado en suspenso, así que ella moría de curiosidad por saber qué sucedería en esta nueva entrega. Iba por la mitad del libro cuando se percató de que eran las tres de la mañana, así que decidió dejarlo para descansar un poco o no podría seguirle el ritmo a Ben durante el fin de semana.
Danielle dejó el manuscrito en la cama, a su lado. Se quedó dormida con una mano sobre él, y en sus sueños no pudo evitar recrear un poco aquella trama detectivesca. Vio con claridad en sus sueños a Trace Hunter, el personaje principal e investigador de la trilogía. Caprichosamente, el rostro de Trace era el de Thomas, y le sonreía.
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