Capítulo 3

Danielle anduvo por el corredor del primer piso distraída, observando los retratos familiares que decoraban las paredes color crema. Intentó apurar el paso para no sucumbir a su curiosidad, hasta que llegó a la última puerta del corredor frente a la cual se detuvo. Se quedó mirándola por unos instantes, y pensó que era lo bastante ancha como para que una silla de ruedas pudiese pasar sin problemas. Al menos era una preocupación menos que atender. Estaba convencida de que, con un adecuado sistema tecnológico, la puerta se abriría con un simple comando del dueño del hogar.

Dani tocó con ligereza a la puerta, aunque creyó que era una estupidez pues no había nadie dentro; sin pensarlo más, entró a la habitación que se hallaba en penumbras. Le tomó un par de segundos habituarse a la oscuridad y con las manos tanteó la pared hasta dar con el interruptor de la luz.

—¿Qué demonios...? —La voz de Thomas se interrumpió de golpe cuando sus ojos se cruzaron con los de Danielle.

Ella se puso tan nerviosa que estuvo a punto de dejar caer su Tablet al piso. En un momento de autocontrol optó por dejarla encima de un pequeño escritorio.

—Perdón, no sabía que estaba aquí...

Thomas la miró perplejo. Estaba cubierto por el edredón hasta la mitad del cuerpo, pero no llevaba camisa. Su torso se apreciaba de manera visible: era ancho de hombros, con unos brazos tonificados y un fino vello que cubría su pecho. Tenía la barba de hacía varios días y estaba despeinado... Por unos segundos no supo qué más decir. Le parecía bastante irreal que aquella mujer alta, delgada, de cabello castaño claro y ojos oscuros estuviese en su habitación. ¿Acaso seguiría soñando?

—¿Quién eres? —preguntó con voz cortante.

Ella se aclaró la garganta, pero no pudo hablar de inmediato; estaba un poco ruborizada por conocerlo en esas condiciones tan íntimas. Thomas se percató de que lo observaba, así que se cubrió un poco más con su edredón hasta la altura de las clavículas.

—¿Acaso te volviste muda? –—inquirió molesto—. ¿Quién eres y quién te dio permiso para entrar en mi maldita habitación?

Dani salió de su estado de ensoñación, un poco ofendida por el tono que Thomas estaba empleando.

—Soy Danielle Robson —se presentó, sin moverse de su lugar—. Soy arquitecta y su hermana Mónica ha contratado mis servicios para hacer unas reformas en la casa. Creía que la habitación estaba vacía y que usted estaba en fisioterapia, de lo contrario no...

—¡Qué es esto! —gritó Thomas fuera de sí—. ¿Cómo mi hermana hace esto a mis espaldas? ¿Cómo osa permitirle a una mujer extraña que entre en mi habitación sin mi consentimiento? ¡Dudo mucho de que usted pueda hacer algo por mí y por mi hogar! ¡Márchese inmediatamente!

Danielle se acercó par de pasos a él y lo miró con el ceño fruncido.

—Cálmese —le ordenó—, imagino por todo el dolor que ha pasado y que está pasando, pero eso no le da el derecho de comportarse de esta manera tan poco adecuada. Su hermana lo único que quiere es ayudarlo: hacer de usted un hombre con autonomía, un hombre que pueda valerse por sí mismo. ¡Un hombre que pueda tener un futuro! Si quiere ser miserable y continuar autocompadeciéndose por lo injusta que ha sido la vida con usted, puede hacerlo, pero le aseguro que no estará siendo razonable ni con su familia, ni con usted mismo. No imagina si quiera lo afortunado que es por estar vivo.

Las palabras de Danielle calaron muy hondo en su corazón, pero Thomas estaba tan impresionado que no fue capaz de hablar. Ella interpretó su silencio como soberbia y se dirigió a la puerta.

—Si no quiere mis servicios está en todo su derecho. Solo hable con su hermana y lleguen a un acuerdo. Buenos días.

El sonido de la puerta al cerrarse le confirmó a Thomas que no había sido un sueño. Se había quedado en una especie de trance mientras la escuchaba, y las palabras que le había dirigido le herían. Su familia estaba acostumbrada a sus momentos de malhumor, pero su comportamiento había sido grosero.

Dani bajó de prisa la escalera, estaba un poco molesta y tal vez decepcionada. Había idealizado un poco a aquel hombre de la fotografía. A través de los ojos de Mónica lo había conocido. Sabía de sus frustraciones, de su dolor, de lo que padecía en silencio, pero no esperó toparse a alguien tan rudo. Cierto que lo había tomado por sorpresa, que irrumpió en su habitación sin avisar, pero aquello no era justificación para su desagradable comportamiento.

Todavía tenía las mejillas enrojecidas cuando interrumpió una charla o más bien discusión entre el moreno y Mónica. Él llevaba en la mano la correa del perro quien, al verla, comenzó a ladrar y a menear la cola.

Danielle mantuvo la distancia, aunque no dijo que le tuviera miedo a los perros —aquello era algo privado—. Mónica detuvo sus recriminaciones y se acercó a ella. De inmediato imaginó lo que habría sucedido. Recién Rob le había explicado que Thomas estaba en su habitación descansando, luego de una mala noche y que no había asistido a la fisioterapia.

—¡Lo siento! —exclamó—. Estaba mi hermano en la habitación, ¿verdad? ¿Se molestó mucho?

A juzgar por la expresión de Danielle debió haber sido así; sin embargo, la chica le tranquilizó en el acto e intentó esbozar una sonrisa.

—Lo tomé desprevenido, y al parecer no está muy conforme con este proyecto, pero fue cortés —mintió—. Pienso que deberían ponerse de acuerdo y cuando hayan tomado una decisión, me llaman.

—Hablaré con él, te lo prometo. Muchas gracias por todo. ¿Te importaría si Rob te lleva a casa? Quisiera charlar con Thomas de inmediato.

La aludida asintió, mirando al moreno con cierta cautela a causa del perro.

—Iré a dejar a este precioso en el patio trasero y de inmediato la llevo —repuso Rob con una sonrisa amable.

—Rob, te dije que no quiero perros en esta casa... —insistió Mónica.

El moreno se encogió de hombros y le dedicó una mirada encantadora a la mujer.

—Habla con Thomas, y yo acataré lo que decidan. Hasta entonces, el perro se queda.

Sin más, Rob desapareció de la vista de ellas, y Danielle intentó mostrarse tranquila frente a Mónica. Estaba un poco molesta todavía, pero debía fingir que todo estaba bien para no hacerla sentir peor.

Cuando Mónica despidió a Danielle y a Rob, subió a la habitación de su hermano, sabiendo que le aguardaba una ardua charla por delante. Thomas era muy difícil de convencer y ella también. La testarudez era un defecto que compartían, pero habían aprendido a vivir juntos a pesar de eso.

—¿Puedo pasar? —preguntó mientras tocaba a la puerta entreabierta.

Thomas respondió afirmativamente, y Mónica se sentó a su lado en la cama. En realidad, ya no tenía deseos de discutir. El verlo de aquella manera: vulnerable y frustrado, le hacía sentir impotente y desanimada.

—Yo no quiero un perro, lo sabes. He tenido una pelea del demonio con Rob por hacer siempre tu santa voluntad.

Thomas sonrió un poco al advertir el tono de voz que utilizaba su hermana.

—Y yo no quiero reformas en la casa. También lo sabes, y quieres salirte con la tuya.

—No habrás tratado mal a Danielle, ¿verdad? —Le miró frunciendo el ceño.

Thomas se puso a la defensiva, inventando una contundente justificación por si era necesario.

—¿Qué te dijo ella? —sondeó.

—Que fuiste cortés, aunque le hiciste ver que no estabas de acuerdo.

Thomas sintió alivio al ver que la joven arquitecta había mentido por completo al calificar su tratamiento como "cortés". ¡Nada más lejos de la verdad!

—No creo que hacer reformas sea lo mejor. No pienso que cambie nada, y además saldrá muy costoso.

Mónica negó con la cabeza.

—Eres una persona instruida, inteligente, no puedo creer que saques una excusa como el dinero para negarte. ¡Si vieras todo lo que se puede hacer en un hogar para convertirlo en un medio seguro y accesible para ti! Danielle tiene muchas ideas, además no va a cobrar por su trabajo, tan solo por las obras y los equipos, pero no por su tiempo y diseño. ¡Es una mujer increíble!

Thomas se sintió mal una vez más por haber sido tan hosco y maleducado. Debía disculparse con ella, si es que no decidía abandonar el proyecto por su causa.

—¿Y por qué es tan amable? ¿Acaso les hace rebaja a todos los clientes?

—No lo dudaría, pues tiene un gran corazón, pero en este caso hay algo más que no sabes: Danielle es la mamá del mejor amigo de Tim de la escuela.

Thomas no se esperaba aquello. A su mente vino una imagen de Danielle, con un marido y un hijo. ¡Era de esperar que tuviese una familia! De cualquier forma, no sabía por qué ese pensamiento le causaba cierto disgusto.

—¿Entonces aceptas hacer las reformas? —insistió Mónica con una sonrisa.

Thomas sonrió también, intentando llegar a un acuerdo.

—Solo si aceptas al perro. Quiero que sea mi regalo de cumpleaños para Tim.

Mónica se levantó de inmediato de la cama de malhumor, pero finalmente accedió. Tenían un trato, y cada parte se afanaría por cumplir lo que le correspondía.

—Haré que tú y Rob se encarguen del labrador —amenazó con el dedo índice apuntando hacia él.

Thomas levantó las palmas de sus manos y aceptó su destino. ¡Todo por complacer a su único sobrino!

Danielle advirtió de inmediato que Rob era un gran conversador. Mientras conducía aquel elegante Mercedes, le hacía la historia de cómo terminó trabajando para Thomas.

—Estaba hasta al cuello de deudas y metido en un millón de problemas, pero Tom me ayudó a salir adelante. Me hizo un préstamo sin intereses y me dio empleo como su chofer. Lamentablemente, el día que sufrió el accidente no era yo quien estaba conduciendo. ¡Hubiese preferido mil veces estar en una silla de ruedas que ver a una mente tan lúcida como la suya apagarse poco a poco en esa habitación!

Dani, que estaba en el asiento de atrás, sintió un escalofrío al escucharlo hablar.

—¿Tanto cariño le tienes? —preguntó asombrada.

—¡Es como el hermano que nunca tuve! Él me salvó la vida cuando me prestó el dinero y me dio trabajo... Estaban a punto de matarme y yo al borde de cometer una locura... Me hubiese gustado hacer algo igual de grande por él.

—Es muy bonito eso que dices —confesó Danielle, todavía impresionada.

—Lo digo de corazón. Conozco a Tom y sé que no debe haber sido muy amable con usted esta mañana. Estoy convencido de que le mintió a Mónica cuando le dijo que fue cortés.

Danielle abrió los ojos de golpe. Rob la miró por el espejo retrovisor y esbozó una sonrisa.

—Tengo razón, ¿verdad?

Ella asintió.

—Fue un poco brusco en su manera de hablar, pero sé que está pasando por mucho dolor. No quise angustiar a Mónica mostrándome ofendida...

—Hizo muy bien, le aseguro que ahora mismo Thomas debe estar muy arrepentido por la forma en la que la trató. Discúlpelo, por favor.

—Ya lo he hecho, no se preocupe.

Cuando llegaron a su destino, Dani le agradeció a Rob por haberla llevado y por la amena charla. Tenía en buen concepto a aquel hombre, y se sentía mejor luego del incómodo momento que había tenido con Thomas.

—Gracias por traerme a casa.

—Ha sido un placer —contestó Rob antes de partir.

Danielle no tenía más compromisos por aquel día, por lo que pensaba comenzar a desarrollar sus ideas respecto a la vivienda de Thomas, aunque todavía faltaba que Mónica le confirmara que seguirían adelante con el proyecto.

La casa se hallaba muy solitaria cuando Ben estaba en el colegio. Se descalzó y caminó sobre la alfombra del salón directo al sofá para descansar un poco. El teléfono en su bolso comenzó a sonar y lo tomó: era Mónica.

—Hola —le saludó la castaña de ojos verdes—. ¿Has llegado bien?

—Rob es increíble, recién me dejó en casa. En unos minutos debe estar de vuelta.

—Estupendo. He tenido una charla con mi hermano y hemos llegado a un acuerdo —dijo riendo—. El perro se queda y la reforma se hará. Los dos hemos cedido un poco.

A pesar de que no era muy amante de los perros, Dani sonrió con aquel arreglo.

—Muy bien, de inmediato me pondré a trabajar, aunque enviaré a uno de mis arquitectos para que evalué la parte de la casa que faltó. —No quiso decir que por nada del mundo volvería a poner un pie en la habitación de aquel hombre maleducado.

—Muchas gracias, Danielle.

—Recogeré a los niños en la tarde como siempre y los traeré a casa.

—Nos veremos después entonces. Ahora estoy de camino al trabajo y cuando termine paso directo a tu casa. ¡Gracias por todo!

—Es un placer.

Danielle terminó la llamada y tomó el bolso para buscar su Tablet y comenzar a trabajar. Frunció el ceño al no encontrarla y fue entonces que la escena se reprodujo en su cabeza... Entró a la habitación de Thomas, estaba tan sorprendida de encontrarlo allí y avergonzada por haberlo despertado que dejó la Tablet encima del escritorio que tenía a su lado.

—¡Tonta! —se recriminó.

Siguió recordando aquel momento... Su barba descuidada, su pelo despeinado, la ofensa que veía en sus ojos... Había sido duro con ella, pero ella lo había sido más con él. ¡Quería que reaccionara! Sin embargo, no estaba segura de que hubiese sido lo correcto. Apenas lo conocía y había pretendido darle una lección...

Sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos, no debía pensar demasiado en eso. En lo adelante trataría con Mónica los asuntos de la reforma, y cuando la mujer fuese en la tarde a recoger a Tim, le pediría la Tablet de regreso. Pensó en llamarla para decírselo, pero ya había salido al trabajo y no quería molestarla con aquel asunto. La Tablet tendría que esperar al día siguiente, y ella aprovecharía para dormir una corta siesta.

Sin embargo, no podía conciliar el sueño, y a los pocos minutos estuvo de regreso en el salón con una de las novelas de su autor favorito: Horace Whitman. Había leído todo de él y la narración le atrapaba, haciéndole olvidar todos sus problemas y su pesada soledad. Eran thrillers policiacos y políticos que la dejaban en vela. Esa novela, en especial, la había leído decenas de veces, pero siempre le resultaba atractiva. Ojalá algún día pudiese conocer a su autor.

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