Capítulo 26
Danielle estaba en el patio, viendo a Thomas ayudar a Ben a andar en bicicleta. Tim, en la suya, era mucho más diestro, pero Ben recién comenzaba. Thomas, con la silla en movimiento, sujetaba la bicicleta de Ben por la parte de atrás del asiento, mientras el niño movía los pedales. En una de las tantas veces en las que lo intentaron, Thomas le indicó que pedaleara con más rapidez y soltó la bici. El resultado fue el esperado: Ben logró continuar en movimiento y con el manubrio mantener la dirección correcta.
—¡Mamá! ¡Tom! —gritó—. ¡Puedo hacerlo!
Thomas lo aplaudió y Danielle se colocó al lado del profesor.
—Me hace muy feliz la relación tan estrecha que tienen ustedes dos —le confesó.
—Quiero mucho a tu hijo, y a ti también.
Danielle le pasó el brazo por la espalda y contemplaron a los dos pequeños que andaban en bici por el enorme patio de los Vermont. Tim no solo era su mejor amigo, ahora era una especie de hermano para él, y Dani lo sabía. ¿Por qué entonces se sentía con tanto temor acerca del futuro?
—En Nochevieja daremos una pequeña fiesta con los amigos más cercanos —le dijo Thomas con lentitud—. Vendrán Sarah, Michael, los niños... Me preguntaba si quisieran venir con nosotros. Tus padres están invitados también —añadió.
Danielle se quedó petrificada. No sabía cómo lo tomaría su madre. La Nochevieja la pasaban juntos en casa; por lo general los padres de Benjamín se quedaban en la suya, pues era una ocasión menos familiar y más festiva, y prefieran permanecer en su hogar.
—Hablaré con mis padres —le contestó.
No podía hacer otra cosa. No les había hablado a ellos de su relación con Thomas, pero era más que evidente, ¿por qué entonces le resultaba tan difícil hacerles la invitación? Sencillo: porque temía a la reacción de su madre. Ella no iba a aceptar, pero al menos tendría que intentarlo.
En la tarde, Ben y Tim jugaron con el pequeño Cotton, pero el gatito no demoró en quedarse dormido hecho un ovillo. Apenas tenía un mes de nacido, pero su madre había muerto y en el refugio le buscaron hogar a los huerfanitos de la camada.
—Ben, tenemos que marcharnos —le pidió Danielle.
No tenía excusa para quedarse en casa de los Vermont, aunque en su corazón quisiera hacerlo. Thomas se lo había pedido, pero ella se rehusó.
—Mi madre va a organizarle a Ben una fiesta de cumpleaños, y me ha pedido que le ayude mañana a escoger los proveedores. Nunca hemos organizado una celebración tan grande, pero Ben lo pidió y mi madre accedió encantada. Te daré la invitación para los mellizos y por supuesto, para Tim.
Thomas sonrió.
—¿Cuándo será la fiesta?
—El propio domingo 6 de enero, en casa de mis padres. Cuento con la presencia de todos ustedes.
—No sé si Rob y Mónica puedan asistir, pues piensan irse de viaje ese fin de semana, antes de que Tim vuelva a la escuela; pero yo lo llevaré al cumpleaños.
Thomas observó en la distancia a los niños, que veían dormir a Cotton en su camita. Tal vez fuera una buena oportunidad para dejar de ser el "tío de Tim" y convertirse en el novio de Danielle a los ojos de los invitados.
—Le tengo a Ben una sorpresa de cumpleaños —prosiguió él con una sonrisa—. ¡He comprado entradas para el juego de los Dodgers el sábado 5!
Danielle lo miró encantada, no porque a ella le gustara el baseball, sino porque Ben estaría muy feliz con la noticia.
—¡Oh, Thomas! —exclamó tomándole de una mano—. ¡Eso es magnífico! Ben estará feliz cuando lo sepa.
—Habla bajo, no quiero que lo sepa todavía. Es parte de su regalo de cumpleaños.
—Eres extraordinario, Tom, y ya estás haciendo mucho por nosotros.
Él le sostuvo la mirada. Había amor en aquellos ojos, ¿cómo decírselo? Tal vez el día del cumpleaños de Ben fuera un momento adecuado, si las cosas salían como él pensaba. La conversación se interrumpió cuando los niños se acercaron a ellos.
—¡Cuida a Cotton, por favor, Tom! —le pidió Ben como todo un hombrecito.
Thomas le dio un fuerte abrazo.
—Gracias por los regalos —añadió el niño.
—Que no se te quede nada, pequeño; recuerda que la bicicleta está en el patio.
—¿Puedo dejarla aquí, mamá? —preguntó el niño con ojos suplicantes—. Prefiero montarla en compañía de Tim y de Thomas cuando venga.
Danielle se sorprendió. Aquella no era su casa y ya Ben se comportaba como si lo fuese. Sin embargo, no tenía nada que objetar, así que accedió.
—Puedes dejarla aquí, si Tom no tiene inconveniente —le contestó.
—¡Ninguno! —afirmó el aludido sonriendo.
Unos minutos después, Dani y su hijo partían hacia su casa, y Thomas se quedó añorándolos a los dos. La Navidad era perfecta con ellos, y los echaría mucho de menos esa noche.
Habían transcurrido unos días y la Nochevieja estaba más próxima. Danielle no había encontrado el valor aún para hablar con sus padres, aunque esa tarde se forzó a hacerlo, pues Thomas no dejaba de preguntarle sobre su participación en la celebración.
Dani llegó a casa de sus padres; Ben estaba con los Vermont y debía recogerlo más tarde, así que aquel era el mejor momento para hablar. Donna la recibió con una sonrisa, y su papá le dio un beso. Los dos estaban en el salón de estar de la vivienda, con la tele encendida, al parecer con muy poco que hacer durante las vacaciones de fin de año.
—¡Qué sorpresa! —exclamó Donna—. ¡No te esperábamos!
Dani les sonrió, pero no dijo nada. Entró y se acomodó junto a su padre en el diván.
—He invitado ya a todos los niños para la fiesta —comentó—; me han confirmado casi todos.
—¡Excelente! —repuso Donna de buen humor—. Ya todo está listo para el domingo a las diez de la mañana. Por cierto, Danielle, pienso que será conveniente que el sábado se queden a dormir. Ya que la fiesta será en esta casa, es importante que amanezcan aquí desde temprano.
Aquello tenía lógica, así que Danielle no lo rebatió. Sabía que a Thomas no le agradaría mucho, pues habían pensado pasar la noche juntos luego del partido de los Dodgers, pero no se sintió en condiciones de contradecir a su mamá.
—Está bien —concordó—. Ben y yo iremos con Thomas y Tim ese sábado al partido de los Dodgers, como obsequio de cumpleaños para Ben. Cuando termine el partido vendremos para acá.
Donna aquello no lo sabía, pero no comentó nada en contra.
—¡Qué magnífico! —exclamó Richard—. Estoy seguro de que a Ben le encantará ir al estadio por primera vez.
—Aún no lo sabe, pues es una sorpresa, pero estoy convencida de que se pondrá feliz.
Una vez más, Donna permaneció en silencio y Danielle lo agradeció: era preferible no empezar una discusión, por lo que creyó que sería el mejor momento para hablar.
—Thomas nos ha invitado a pasar la Nochevieja en su casa —anunció con voz temblorosa—; los Vermont darán una pequeña fiesta para los amigos más cercanos y estamos invitados todos nosotros.
Antes de que Richard pudiese expresar su opinión, que era afirmativa, el rostro de Donna se transformó:
—¡Imposible!
—¿Por qué, mi amor? —intercedió su esposo, al ver lo ofuscada que estaba Danielle—. No tenemos ningún plan para ese día, y será bueno compartir con ellos. ¡Son excelentes personas!
—No quiero estar fuera de mi casa, Richard. Además, sabes que es muy mala idea conducir en la madrugada para llegar a casa.
—La casa de los Vermont es muy grande —le interrumpió su hija—. Por supuesto que Thomas cuenta con que se queden a dormir.
Donna se rio, aunque su risa era amarga y estaba en extremo disgustada.
—¡No pienso dormir en esa casa, Danielle! Ni ver como duermes en la habitación de ese hombre. ¡Sobre mi cadáver! ¿Estás oyendo? Tendrás que decidir si pasas la Nochevieja con él o con tus padres...
Danielle rompió en llanto. No se esperaba esas palabras tan duras de su madre, pero esta no claudicó. Se levantó de su asiento y se marchó a la cocina. No quería verla llorar, mas creía que estaba haciendo lo correcto. Danielle tenía que sacarse a ese hombre de la cabeza, y en ocasiones había que tomar medidas drásticas.
Richard, en cambio, abrazó a su hija y la consoló. Danielle se abrazó a él hasta que por fin se calmó un poco.
—Thomas y yo somos una pareja, papá. Desde hace algún tiempo... —confesó con voz ahogada.
—No me sorprende, cariño; ya lo imaginaba, y siempre te dije que contabas con mi aprobación. ¿Eres feliz con él?
Ella asintió.
—Pero tengo miedo de que la relación no salga adelante, y mamá solo hace que las cosas empeoren para mí. Cuando gano en un poco de confianza y de claridad acerca de lo que quiero, sus desplantes y recriminaciones me abruman y ya no sé qué hacer.
—Debes pasar la Nochevieja con él, Dani.
—¿Tú crees? —preguntó con duda.
—¡Por supuesto! Si están juntos, debes pasarla con ellos.
—Ben todavía no sabe que estamos juntos, y además, ¿qué explicación le daré a Thomas sobre la ausencia de ustedes?
—A Ben debes decírselo cuando creas que es el momento más oportuno; sé que él lo aceptará. He visto la manera en la que habla de Tom y lo quiere mucho. En lo que concierne a nosotros, no te preocupes. Hablaré con tu tía en San Diego y le diré que Donna y yo pasaremos la Nochevieja con ellos. Hace tiempo que no nos vemos y será un buen plan para nosotros. También llamaré a Thomas para agradecerle por su invitación y le explicaré que nos vamos de viaje, y que debemos dejarlo para otra ocasión.
—Muchas gracias, papá —le dijo Danielle dándole otro abrazo.
—No te preocupes, cariño. Tendré una conversación bastante seria con tu madre. Yo entiendo que esté preocupada por tu futuro, pero te está haciendo daño y en lo único en lo que debe pensar es en tu felicidad.
Llegó el día de la fiesta y Ben estaba muy entusiasmado por esperar Año Nuevo junto a los Vermont. Richard no pudo convencer a Donna de marcharse a San Diego, pues al parecer la mujer quería poner a Danielle nuevamente en la posición de tener que elegir. Sin embargo, Dani no se echó atrás con su decisión y tuvo el total apoyo de su padre en ese sentido. Si Donna no deseaba ir a la fiesta de Beverly Hills, ella no renunciaría a sus planes; no podía hacerle eso a Thomas ni tampoco a Ben.
—¡Qué linda estás! —exclamó Thomas cuando la recibió en el porche.
Danielle llevaba un vestido de manga larga de color rojo vino, que le sentaba como un guante.
—¿Te gusta mamá, Tom? —le preguntó Ben suspicaz.
El niño se veía muy guapo con un trajecito de color azul que exaltaba sus ojos grises. Thomas se sorprendió con la pregunta y Danielle se tensó cuando lo escuchó.
—Danielle es preciosa, ¿no te parece? —respondió.
Ben asintió, y sonrió.
—Es la mamá más linda del mundo.
Dani suspiró y se agachó para darle un beso en la cabeza. Luego Ben se acercó y le dio otro a Thomas.
—Iré a ver a Cotton. —Sin más, desapareció en un santiamén, dejando a los adultos un poco confusos.
—Se lo diré después de su cumpleaños —le aseguró Danielle—; ya es tiempo, pero quiero esperar hasta su fiesta. Nunca se sabe cómo lo pueda tomar, y aunque sé que te adora, prefiero aguardar hasta entonces.
Thomas asintió complacido. Había tardado mucho, pero al menos el plazo no era largo y finalmente Ben sabría la verdad.
Danielle se acercó y le dio un beso. Estaba muy elegante, de traje y corbata y la barba muy bien cuidada. En nada se parecía al hombre desaliñado y hosco que había conocido.
—¿Ya llegaron Sarah, Mike y los niños?
—Todavía, estoy aguardando por ellos. ¿Tus padres llegaron bien a San Diego?
Thomas advirtió el desconcierto en el rostro de Danielle, y luego vio que ella negaba con la cabeza.
—Decidieron quedarse en casa; mamá no tenía deseos de viajar.
—¿Y por qué no los trajiste contigo? Dani, amor, ¡estaban invitados! —Thomas no se percató del problema hasta que miró a Danielle a los ojos y vio que ella lo rehuía—. Dani, ¿qué pasó? ¿Qué es lo que no me estás diciendo?
Danielle se sujetó de la barandilla del porche y se aclaró la garganta: tenía que decírselo.
—Papá nos apoya, pero mi madre... —le temblaba la voz—. Ella no lo acepta.
Thomas se quedó perplejo, ya imaginaba que Donna veía a aquella relación con recelo, pero no esperaba que su oposición fuese tan fuerte.
—¿Entonces ya lo saben?
Danielle asintió.
—Lo sospechan hace mucho, pero se los confirmé hace poco, cuando les hablé de tu invitación.
—Lo siento, Dani —le confesó apenado—. Te he puesto en la difícil posición de tener que elegir con quien pasar las fiestas.
—No te preocupes, Tom; mamá fue quien eligió. El viaje a San Diego fue la opción que papá halló a su reticente negativa de venir a esta casa, pero finalmente ella decidió no ir a ningún sitio. No quería decírtelo, pero tampoco te mereces que te engañe...
Thomas se quedó en silencio; se sentía agobiado por su condición, se sentía indigno de ella. Le había causado problemas con su madre e impedido tener una Nochevieja con su familia unida.
—Lo lamento, Danielle; a veces no sé si estamos haciendo lo correcto al...
Ella le interrumpió con un dulce beso.
—No digas eso, Tom. Mamá es una buena mujer y entenderá muy pronto. No puedes atormentarte con este asunto. Lamento habértelo dicho, pero no podía mentirte respecto al viaje a San Diego. Terminarías por descubrirlo y...
—Me alegra que me lo hayas dicho, Dani —prosiguió él, intentado parecer más tranquilo.
—Estoy aquí porque lo deseo, Tom; Ben está muy alegre por pasar Nochevieja contigo y con sus amigos y yo estoy feliz de estar aquí. Eso es lo único que debe importarnos... Mis padres tomaron en su momento sus propias decisiones, yo he tomado las mías y no me arrepiento en lo absoluto de lo que tenemos.
Thomas la acogió en sus brazos. La amaba, y no podía dejarla ir, incluso aunque creyera que no era lo suficientemente bueno para ella. La quería demasiado como para apartarse de Danielle.
—¿Entramos? —le preguntó Dani.
Él asintió.
La noche transcurrió de manera muy amena. Los Potter no demoraron en llegar, y fue muy divertido ver jugar a los cuatro niños juntos.
Mónica y Rob estaban radiantes; en unos días partirían para Houston a pasar el fin de semana, y aquella escapada romántica los tenía muy entusiasmados.
Danielle olvidó sus preocupaciones y tuvo una noche amena, llena de anécdotas, confidencias, y risas. Los niños esperaron el Año Nuevo con ellos, y disfrutaron de los fuegos artificiales que inundaron el cielo justo a las 12 de la noche. Danielle le pasó el brazo por la espalda a Thomas y miraron juntos el espectáculo. Estaban felices, a pesar de todo.
Michael, Sarah y los niños decidieron marcharse, pues al día siguiente debían tomar un vuelo temprano para visitar a la familia de Sarah en Boston.
—Tengan cuidado, por favor —les pidió Thomas.
—No se preocupen, por eso nos vamos temprano —les aseguró Mike—. Mañana hablamos.
—Los espero en el cumpleaños de Ben —les recordó Dani.
—¡Por supuesto! —exclamó Sarah—. ¡Allí estaremos!
Cuando los Potter se marcharon, Mónica y Danielle fueron a acostar a los niños. Ben le preguntó a su madre si también se quedaría a dormir en la casa y ella le contestó que sí, que prefería hacerlo y no tener que conducir tan tarde. Ben no replicó, para él la explicación tenía la mayor lógica del mundo, aunque los adultos sabían muy bien que aquella no era la única razón por la que ella se quedaba.
Danielle retornó a casa de Thomas, cuando subió a la habitación él estaba en el baño. Se quitó el vestido y se quedó en ropa interior. Abrió el armario de Thomas para tomar una camiseta —la de los Dodgers era su favorita—, pero no la encontró en el lugar acostumbrado. Frunció el ceño y abrió otro cajón para buscar la consabida camiseta, cuando se quedó helada al ver una pequeña cajita de terciopelo rojo junto a los calzoncillos de Thomas.
Sintió que su corazón latía muy aprisa cuando la abrió, y más aún cuando descubrió lo que estaba dentro: era un anillo de compromiso de oro con una piedra bastante grande.
—¿Dani? ¿Ya llegaste?
Danielle dio un respingo cuando sintió la voz de Thomas en el baño. Cerró de inmediato el cajón y se apartó del armario en el momento justo en el que Tom salía.
—¡Vaya! —exclamó él al verla casi desnuda—. Que hermosa sorpresa para comenzar el año...
Danielle estaba muy ruborizada, no por el comentario sino por el anillo. ¿Thomas quería casarse con ella? ¿Iría a pedirle matrimonio? Temblaba de miedo, ella no quería casarse... No otra vez.
—Estaba buscando la camiseta de los Dodgers, pero no la encontré... —respondió de manera atribulada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él un poco preocupado al verla.
—Todo está bien, Tom; solo estoy un poco cansada.
—La camiseta está abajo, con la ropa limpia. Perdón, amor, pero olvidé subirla.
—No te preocupes, me pondré otra.
Danielle abrió el armario y escogió lo primero que vio. Le temblaban las manos y no deseaba acercarse a aquella caja.
—¿Seguro que estás bien, Dani?
Ella se acercó para darle un beso, necesitaba recuperar la ecuanimidad.
—Estoy bien —le mintió.
Cuando fueron a dormir, Danielle no dejaba de pensar en lo que había visto. No estaba preparada para casarse con Thomas y tenía miedo de seguir adelante. ¿Cómo hacerle ver que un compromiso era algo precipitado? Aunque intentó serenarse, durmió muy mal, y ni siquiera los besos de Tom la hicieron relajarse un poco.
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