Capítulo 23

La relación entre Danielle y Thomas se iba consolidando poco a poco. Había evitado por completo los enfrentamientos con su madre, y alcanzado una especie de tácito acuerdo de paz, que le permitía a Dani sentirse mejor consigo misma y con su elección. Su padre le reafirmó su apoyo en cualquiera que fuese su decisión, pero Danielle no quiso abrirse con él ni explicarle cuan involucrada estaba en realidad con Thomas. Temía que a la larga no lo entendieran y que la oposición de ellos les causara un daño irreparable.

Durante la semana, Thomas y ella se vieron prácticamente todos los días; Danielle lo acompañó a la consulta con el doctor Hamilton el día previsto, quien se mostró muy feliz de saber las buenas nuevas. Los resultados eran tan satisfactorios, que espació las consultas en lo adelante, aunque les advirtió que le gustaría seguir atendiéndoles al menos por un mes más, para estar seguro de que todo estaría bien.

Dani solía escaparse de su trabajo en las tardes; en ocasiones almorzaba con Thomas en su casa y pasaban el resto del día juntos. Aquello era muy bueno para los dos, pues al estar a solas se disfrutaban el uno al otro sin prisas, sintiéndose cada vez más felices como pareja. Habían vuelto a tener intimidad; los encuentros seguían siendo maravillosos, como aquel primero, aunque no volvió a quedarse a dormir.

Las noches eran de su hijo y Thomas respetaba eso; en parte porque Ben todavía estaba ajeno a lo que sucedía entre ellos y por otra, porque no deseaba presionar a Danielle en lo más mínimo. Aunque las cosas estuvieran muy bien entre ellos, sentía que si hacía reclamos o exigencias la perdería, y estaba tan enamorado, que no podía arriesgarse a hacerlo.

Esa última semana Mónica se encargó de recoger a los niños en la escuela, los llevaba a Beverly Hills y luego Tom y Danielle ayudaban con los deberes de los pequeños. A veces sentían que eran una familia, pues estaban muy a gusto juntos, y Ben y Thomas se querían mucho.

El esperado sábado llegó y se dirigieron al parque de Disneyland Anaheim, a una hora de camino desde la casa. Sarah y Michael quedaron en encontrarse con ellos allí, específicamente al costado de la estatua de Disney con Mickey Mouse.

Thomas fue con su chofer, Danielle y Ben, mientras en el otro auto —conducido por Rob—, iban él, Mónica y Tim.

Los niños estaban muy emocionados, y lo estuvieron aún más cuando se encontraron con sus amigos en lugar previsto. Danielle miró con interés la estatua; aquel parque fue el único diseñado en vida por Walt Disney y tenía su impronta. Sin duda era un hombre visionario, y eso se podía apreciar con aquella mítica representación de Disney de la mano del legendario ratón.

El grupo anduvo por Main Street, hermoso paseo con casas de estilo victoriano muy coloridas a ambos lados. Rob se adelantó con los niños y Mónica para comprarles un helado, mientras Sarah, Mike y Thomas se quedaron a un costado de la calle, debajo de un árbol. A pesar de estar finalizando noviembre, era un sábado muy concurrido de visitantes, e imponentes carruajes coloridos tirados por caballos, daban recorridos por toda la alameda.

—Están disfrutando su cumpleaños —comentó Tom, viendo a lo lejos a los niños con sus helados.

—Así es —comentó Sarah—, nunca podré olvidar el día que vinieron al mundo. Me hicieron una cesárea planificada —le explicó a Danielle.

—Ben fue parto natural —respondió ella—; también lo recuerdo muy bien.

Thomas notó cierta tristeza en su voz, e imaginaba que estaría recordando a su esposo. Sarah y Michael comenzaron a caminar hacia los niños, ya que Rob les estaba comprando unos sombreritos con orejas de Mickey y al parecer Grethel quería dos...

—¿Cuándo es el cumpleaños de Ben? Me apena no haberlo preguntado antes...

—Es el 6 de enero —contestó, mirando a su hijo en la distancia—, siempre hacemos algo pequeño en casa. Es un mes con emociones encontradas: Benjamín murió también en enero.

Thomas le tomó de la mano, aunque con los niños tan cerca no quería demostrar todo el amor que sentía por ella, porque Danielle insistía todavía en mantenerlo oculto.

—Lo siento mucho... Yo tuve mi accidente a finales de enero también.

Ella le miró a los ojos y esbozó una sonrisa, aunque todavía estaba triste.

—Superaremos el mes de enero juntos, ¿qué te parece? —Él asintió—. Por cierto, ¿cuándo es tu cumpleaños?

—No te lo voy a decir —rio, recuperando el buen humor—. Hace unos años que dejé de celebrar el ponerme más viejo.

—No eres viejo, amor. Además, conozco tu edad, es solo cuestión de saber el día exacto de tu cumpleaños, y con preguntarle a Mónica tengo. Es más, debí haberlo hecho antes...

Thomas le sonrió, pero no dijo nada. El corazón le acababa de dar un vuelco porque Danielle le había llamado "amor". Era la primera vez, y al parecer ella ni siquiera se había percatado de ello. Hablaron un poco más de sus respectivos cumpleaños, finalmente Thomas dijo que el suyo era en junio y el de Danielle en julio y él le propuso celebrarlos ambos en París, como ella quería.

No demoraron más la charla pues los demás les hacían señas de que avanzaran, al parecer necesitaban mediar en una disputa; Grethel quería visitar el Castillo de la Bella Durmiente y Garrett y Ben preferían montar en algunas de las montañas rusas. Finalmente, decidieron hacer las dos cosas, para no dejar de complacer a Grethel, aunque fuera minoría.

—La Bella Durmiente siempre fue mi película favorita de Disney —le contó Danielle, mientras se acercaban— sobre todo por la música.

—Es de Chaikovski, nada más y nada menos —le respondió él.

—Exacto: es la música del ballet. A mí me gusta mucho.

—Ya lo sé; para una próxima cita te invitaré al ballet.

Ella le sonrió.

—¿De verdad me llevarías?

—¡Por supuesto! Siempre y cuando tú me acompañes a un juego de los Dodgers.

Danielle rio.

—Trato hecho. Y llevaremos a Ben; hace tiempo que quiere ver un juego, es admirador de ellos y me lo ha pedido mucho... Reconozco que no me ha convencido, y eso que yo por él hago cualquier cosa.

—Lo llevaremos, Dani, déjamelo a mí —le aseguró él.

Antes de la entrada al castillo, desfilaron varios personajes animados —hombres y mujeres disfrazados— que alegraron mucho a los niños. Sarah tomó su teléfono y les hizo fotos a todos con Mickey, Donald, Pluto, entre otros.

Mónica se acercó con Rob para tomarse una foto con Tim; luego les devolvió el favor a Michael y a Sarah, que posaron junto a sus hijos con el Castillo de fondo.

—¡Ven, mamá! —le pidió Ben.

Dani no se hizo de rogar y fue junto a él. Sin embargo, el niño se quedó mirando a Tom en la distancia y también lo procuró.

—¡Ven tú también, Tom!

Danielle le sonrió y le indicó que se acercara, y eso hizo. Ben se sentó en sus piernas y Dani se colocó tras él, con sus manos sobre los hombros de Tom. Fue Mónica quien les tomó varias fotos y, quien viera a aquellas instantáneas, no dudaría de que se trataba de una bella familia.

El Castillo de la Bella durmiente era hermoso, si bien no era el más grande de los parques Disney. Pasaron por el puente levadizo para llegar a él y luego subieron al primer piso donde estaba la galería. Había un ascensor para personas con discapacidad, así que Thomas no tuvo problema alguno para encontrarse con el resto del grupo arriba.

Miles de detalles alegóricos a la película les dieron la bienvenida: tapices que colgaban de las paredes representaban escenas del filme; vidrieras de colores mostraban a las hadas, a Maléfica, a la princesa a Aurora y a Felipe, a los reyes... Todo era realmente muy bonito, e incluso los niños que no estaban tan entusiasmados como Grethel, disfrutaron del recorrido.

Se hicieron muchas fotos: en la rueca, en las armaduras que encontraban en los pasillos. Como dato curioso, las armaduras parecían que dormían, como todo el Castillo, y si te acercabas lo suficiente incluso podías escucharlas roncar. Una de ellas estaba salpicada de color azul y otra de rosa, recordando aquellos momentos célebres del duelo entre Flora y Primavera por su color favorito. Por último, se acercaron al mirador donde podían tener una vista general del parque.

—¿A dónde vamos ahora? —les preguntó Michael.

Los niños no sabían cuál área elegir, hasta que finalmente decidieron ir a una que ninguno de ellos había explorado todavía: Frontierland. Era una de las áreas más inmensas del parque, y estaba inspirada en Las Aventuras de Tom Swayer.

—Ese es un libro que deberías leer, Ben —le recomendó Tom, cuando se dirigían al parque—, Tim también, pues tampoco lo ha leído. A mí me encantaba siendo niño.

—¡Sería genial! —exclamó Ben—. Mamá ya terminó de leerme El Mago de Oz.

—¿Y te gustó? —le preguntó al niño.

—Me gustó, aunque prefiero los libros sobre autos —comentó, como todo un hombrecito.

—Pero mamá insiste en que lea a los clásicos —apuntó Danielle.

Una de las principales atracciones de aquella área era la Big Thundar Mountain Railroad; una montaña rusa que asemejaba ser un tren de la época de la búsqueda del oro, que se movía por la ladera de una montaña. Los niños por supuesto que querían subirse a ella.

—Yo los espero aquí —dijo Tom, quien no creyó conveniente sumarse.

—¡No tío, por favor! —le suplicó Tim.

—¡Vamos, Tom! —le pidió Ben también.

Thomas no tuvo corazón para decirles que no a los dos pequeños. Danielle también le animó.

—Tendré que pedirle ayuda a Rob... —le susurró a Danielle son cierta vergüenza.

—¿Qué pasa, camarada? —Rob se colocó a su lado—. No estarás pensando en librarte de este maravilloso entretenimiento, ¿verdad?

Tom se rio, Rob sabía siempre sacarle una sonrisa, así que cuando fue su turno se ubicaron de a dos en los carritos del tren: Sarah con Grethel; Mike con Garrett; Rob con Mónica; Tom con Tim y por último Danielle y Ben.

La experiencia fue muy divertida, había tramos al aire libre por la ladera de la montaña rocosa, y otros en el interior que resultaba ser muy tenebroso, como si se tratara de una mina. Pasaron bajo una cascada, recorrieron un tramo en una cueva con estalactitas, y se divirtieron mucho. Thomas rio como hacía tiempo, y en ocasiones sentía la mano de Danielle sobre su hombro, indicándole que estaba allí, tras él, compartiendo aquel momento en familia.

Luego de bajar de la montaña rusa, comieron unos sándwiches, pero los niños querían seguir divirtiéndose. Esta vez, fue Michael quien los acompañó hasta el Piratas Lair, otra de las atracciones de esa área, donde podían sentirse dentro de un barco pirata.

Los adultos se quedaron conversando, y Danielle no dudó en sentarse en las piernas de Thomas para tomar una coco-cola bien helada. Mónica, Rob y Sarah estaban con ellos, e hicieron algunas historias que los mantuvieron muy animados.

Aquel día comieron algo tarde; fue una especie de almuerzo-cena a las cuatro de la tarde en el downtown Disney, una zona repleta de restaurantes y comercios. Los niños la habían pasado muy bien y no paraban de reír. De camino a casa, sin embargo, se quedaron dormidos, como si se les hubiesen agotado las baterías.

Ben se quedaría a dormir con Tim, era una manera de que Danielle y Thomas pudieran pasar la noche juntos. Cuando llegaron, Dani despertó a Ben y lo llevó a casa de Mónica para que se diera una ducha; Mónica haría lo mismo con su hijo. No demoraron ninguno de los dos en quedarse profundamente dormidos otra vez.

—Están exhaustos —comentó Mónica, apagando la luz.

—Yo también lo estoy —rio Danielle.

—Dani... —Mónica la detuvo antes de que se marchara—, me alegra mucho verlos felices, te lo digo de corazón. Conforman una linda familia.

—Gracias, Mónica —le contestó ella, un poco ruborizada.

—No quisiera inmiscuirme —prosiguió su amiga—, ¿pero no piensas decírselo a Ben? Sería bueno para ustedes no tener que esconderse todo el tiempo. Sé que Ben lo tomaría muy bien, adora a Thomas.

—Lo sé; —asintió—, sé que debo decírselo, pero a Thomas y a mí nos hace falta crecer como pareja antes de involucrar a un niño.

—Tim supo enseguida lo de Rob...

—Y no cuestiono en lo absoluto tu decisión de habérselo dicho tan pronto; pero nuestro caso es distinto. Para ti estar con Rob no supuso ningún cambio, ni en la vida de Tim tampoco. Tu hijo continuó en su misma casa, en su misma habitación, su rutina no varió en lo más mínimo... En cambio, Tom y yo tendríamos muchas cosas que vencer por delante. Él no dejará está casa, la hemos adaptado para que sea su hogar; por otra parte, Ben tiene el suyo... Estamos acostumbrados los dos a estar juntos, y aunque le encante estar aquí e incluso quedarse a dormir, lo toma como algo temporal y divertido, no como una decisión permanente.

—Te comprendo, Dani. Creo que tienes razón, pero antes de mudarse hay muchas etapas previas en las que Ben puede estar integrado a ustedes, sabiendo que son una pareja...

—Pero antes de hacer eso tengo que estar muy segura del rumbo que le daré a nuestra vida —le contestó con sinceridad—. Lo que más tranquilidad me da es ir despacio. No me lo tomes a mal, las cosas con Thomas están genial y yo me siento feliz con él, pero ahora mismo necesito ir con calma. Es lo mejor para todos.

—¿Incluso para Thomas?

—Él ha estado de acuerdo hasta ahora.

—Estoy convencida de que no te presiona para no perderte, y aunque comprendo tu posición como tu amiga que soy, quisiera que no se estancaran. Lo más bonito de las relaciones es progresar...

La llegada de Rob interrumpió la charla, y Danielle casi que lo agradeció. Estaba muy cansada como para sostener aquella conversación, así que se despidió de la pareja y se dirigió a la otra casa.

Cuando llegó a la habitación de Thomas, sintió que él se estaba duchando. No lo pensó dos veces y se desnudó para entrar al baño. Moría por sentir aquella agua caliente sobre su piel, pero sobre todo, los besos de Thomas. Se habían contenido todo el día frente a los niños y ya le echaba de menos... No quería pensar en las palabras de Mónica, tan solo quería disfrutar de un cierre perfecto para aquel día maravilloso.

—¿Dani? —preguntó él cuando sintió la puerta.

Ella no le contestó, pero se dirigió de inmediato a la ducha. Thomas estaba sentado, en una parte especial que habían diseñado para él.

—¿Puedo entrar? —le dijo ella ruborizada.

Siempre que lo veía desnudo se ponía así. No podía negar que Thomas le gustaba muchísimo, ella lo veía como lo que era: un hombre, y poco a poco él fue sintiéndose con más confianza frente a ella, sobre todo al advertir que lo deseaba y lo quería.

—Ven aquí, cariño —le indicó con una sonrisa.

Ella se sentó sobre sus piernas y le dio un largo beso, que los hizo suspirar a los dos. En un segundo se les olvidó el cansancio que tenían, y se entregaron el uno al otro, bajo el agua caliente.

Un rato después, yacían abrazados en la cama. Danielle llevaba puesta la camiseta de los Dodgers. Aunque esta vez había traído consigo ropa para ella, quería seguir durmiendo con la de Tom.

—Tendré que regalarte esta camiseta —rio él, acariciando su espalda—. Te queda mejor que a mí...

Ella le sonrió, le dio un beso en la mejilla y volvió a colocar su cabeza en su hombro.

—Me gusta, tiene tu olor. Deberías regalármela de verdad...

Dani lo dijo con sinceridad, pero él se estremeció con la ternura que subyacía en aquel comentario.

—¿Lo dices en serio?

Danielle suspiró, estaba casi dormida.

—Al menos si no duermo contigo, quiero tener algo tuyo... —respondió en sueños.

Thomas le dio un beso en la frente, y acarició su cabello. ¿Cómo confesarle que él quería dormir con ella todas las noches del resto de su vida? Quería más, ya no se conformaba con aquellos pequeños momentos que la vida les regalaba. La necesitaba, y esperaba que muy pronto ella pudiera sentir lo mismo.

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