Capítulo 19
Thomas se hallaba en el salón de su casa junto a Michael, aguardando por Danielle. Sarah y los niños estaban en las dependencias de Mónica junto con Rob, así que se habían quedado a solas. Michael aprovechó para charlar con su amigo algunas cuestiones privadas, como las consultas con el doctor Hamilton o cómo iba su relación con Danielle.
—Estamos muy bien —confesó Thomas con una sonrisa.
Michael estaba satisfecho de ver esa sonrisa en su rostro, sonrisa que hacía mucho tiempo que no veía.
—Me alegro mucho, camarada. No dudé en traer a los niños cuando me dijiste de tu plan. De paso se los agradezco, porque Sarah y yo también tendremos una cita. Es difícil encontrar tiempo últimamente para salir.
La conversación se interrumpió cuando sintieron que tocaban a la puerta. Thomas con su teléfono mandó a abrir y no se sintió defraudado cuando advirtió que se trataba de Danielle. Estaba muy hermosa con un vestido largo de color oro y una chaqueta marrón por encima. En los pies llevaba unas ballerinas del mismo tono de la chaqueta.
Dani no esperaba que Michael estuviera allí, pero no dudó en saludarlo con afecto. Vaciló en darle un beso a Thomas en los labios, pero al ver que él se inclinaba para saludarla de esa manera, no se atrevió a rehuir su boca durante ese mínimo contacto. De cualquier manera, estaba un poco ruborizada por haberlo hecho frente a Michael, aunque el médico no parecía haberse dado por aludido.
—Es un gusto verte, Danielle —continuó Mike—, justo hablábamos de ti...
Dani se sentó al lado de Thomas y él le tomó la mano. El comentario no permitió que Dani volviera a hablar con ecuanimidad, pero intentó ser natural.
—También me agrada verte. He dejado a Ben en el jardín con Sarah y los niños y los he saludado. Iban a jugar con Jack —añadió entornando los ojos.
—La semana próxima es el cumpleaños de los mellizos —explicó Mike—. Tenemos pensado llevarlos a Disney el sábado y nos gustaría que ustedes y los niños nos acompañaran.
Danielle se sorprendió con la propuesta, pero le pareció adecuada.
—A Ben le gustará, solo fue una vez cuando era muy pequeño. ¿Qué crees, Tom? —Se volteó hacia él.
—Sería un día muy bueno. Como estamos en noviembre no hay tanta afluencia de público como en el verano. Estoy seguro de que Mónica estará de acuerdo con la idea.
—Es probable que ya Sarah se lo haya dicho. Pues si es así, ¡perfecto! —exclamó Michael—. Luego nos pondremos de acuerdo con los detalles, pero tenemos un plan. Ahora debo marcharme, mi esposa y yo tenemos una reservación para cenar a las ocho. Disfruten de su noche.
—Gracias —contestó Thomas recibiendo su abrazo.
Danielle le dio un beso en la mejilla y salió con Tom al jardín para despedir al matrimonio. Los niños ya no estaban, pues de seguro se encontraban en el patio trasero jugando con Jack. Danielle pasó su brazo por detrás del cuello de Tom y le dio un beso en la frente, mientras acariciaba su mejilla.
—¿Y a dónde vamos nosotros? —le susurró al oído.
—También vamos a cenar, pero antes me gustaría llevarte a un lugar que me encanta —respondió de manera enigmática.
Danielle le dio un beso en los labios más profundo, y le enmarcó el rostro con sus manos para mirarlo directo a los ojos.
—Me tienes nerviosa... —le confesó con un hilo de voz.
Thomas le sonrió.
—¿Por qué, cariño?
Ella se encogió de hombros y se alejó un poco, recostándose a la balaustrada de madera del porche.
—Hace tiempo que no salgo que nadie... Mucho tiempo.
Tom volvió a mirarla: aquel vestido que se le ajustaba al cuerpo a la perfección, pero que también era elegante; la chaqueta que le brindaba un toque de sobriedad y el ligero maquillaje que lucía en su rostro.
—Estás preciosa... —le contestó sonriente—. ¿Qué digo? ¡Estás deslumbrante!
Ella le miró un poco avergonzada, pero estaba feliz de que le viera así.
—Tú estás muy apuesto, Tom.
Era verdad. Él llevaba un saco de color azul marino, una camisa de mangas largas blanca y unos vaqueros de un color semejante al saco.
—Son tus ojos —le contestó—. Además, llevamos más de un mes juntos y nos merecemos algo de tiempo a solas, ¿no te parece? Salvo por las dos horas que pasamos en Huntington Gardens hace unos días, no hemos vuelto a estar así.
Danielle sentía que su corazón latía aprisa; presentía que esa noche se trataría de algo más que un paseo, pero, aunque deseaba estar a solas con él, aquello le generaba cierta ansiedad.
—Solo disfrutemos del paseo, ¿está bien? —continuó él, como si le leyera el pensamiento.
—Iré a despedirme de Ben —le dijo ella.
—Dile que venga a saludarme; ya sé que he pasado a segundo plano comparado con el grupo de chiquillos.
Danielle se rio y se encaminó a casa de Mónica para ver a su hijo.
Un rato después, George conducía el Mercedes hacia el lugar que Thomas le indicó. Él y Danielle iban en la parte trasera, tomados de las manos, conversando de muchas cosas. Los niños se estaban divirtiendo con la pijamada y estaban entusiasmados con el plan de ir a Disney la próxima semana.
Thomas llevó la mano de Danielle que sujetaba, a sus labios:
—Deseo que la pases bien, Dani.
Ella iba a contestar cuando George les indicó que habían llegado. Ni si quiera se había percatado del rumbo que tomaron hasta que al mirar por la ventanilla advirtió que estaban en el Observatorio Griffith. Faltan unos pocos minutos para el atardecer.
—¡Me encanta este lugar! —exclamó.
El Observatorio Griffith se encontraba situado en la cima de una colina de Hollywood y desde allí se podía tener una maravillosa vista de la ciudad. Las áreas verdes permitían dar un largo paseo, y ver un poco de Los Ángeles desde la altura, incluyendo una vista al Pacífico y al famoso letrero de Hollywood.
Por indicación de Tom, George fue a sacar las entradas para un espectáculo en el Observatorio, una hermosa construcción de cúpulas que fue inaugurada en el año 1935, luego de que el coronel Griffith legara en su testamento el terreno para la construcción del parque y un planetario.
Danielle y Tom anduvieron uno al lado del otro, tomados de las manos. Thomas llevaba la silla de ruedas eléctrica, lo cual le permitía una mayor autonomía. Muchas personas habían tenido la misma idea que ellos, pero como el lugar era bastante grande, no se sentían abrumados por una multitud, sobre todo porque no era un mes de mucha concurrencia de turistas.
Se acomodaron debajo de un árbol, desde donde tenían una hermosa vista de Los Ángeles al atardecer. El cielo se coloreaba de tonalidades carmín y amarillo, y las luces de la ciudad se comenzaban a encender. Danielle se sentó en las piernas de Tom y escondió el rostro en su cuello. No había frío, pero la temperatura comenzaba a ser más baja y ella agradecía la chaqueta y el calor que encontraba en sus brazos.
Thomas le besó despacio, sujetándola contra su cuerpo. Dani colocó sus brazos por detrás de la nuca de él y reciprocó el beso, anhelante. Era muy hermoso estar allí con las luces del crepúsculo, y con Thomas muy cerca de ella. Se sentía feliz cuando estaba con él, eso era algo que no podía negar.
—Me gusta estar así contigo, Tom —le murmuró ella al oído.
—Quisiera tenerte en mis brazos cada día de mi vida.
Danielle se sorprendió con aquella declaración y por instante pensó en lo que le había advertido Janice, ¿se estaría enamorando de ella? ¿Lo estaría ella también de él? No quiso abrumarse con ese pensamiento, y una vez más optó por besarlo para evitar una respuesta.
A lo lejos, la música de una bocina de una pareja de jóvenes, se escuchó a la perfección. Ellos se encontraban a algunos metros de distancia, pero la melodía llegaba hasta la silla de ruedas. Era la de Thinking out loud, de Ed Sheeran, una de las canciones favoritas de Tom, y también de Danielle.
Thomas abrazó a Dani y ella recostó su espalda sobre el pecho de él, viendo cómo había oscurecido y salieron las estrellas.
So honey now/
Take me into your loving armas/
Kiss me under the light of a thousands stars/
Place your head on my beating heart/
Thomas la besó una vez más, acariciando con su dedo la mejilla de ella.
I'm thinking out load/
May be we found love right here we are.
Thomas quiso decirle que la amaba, pero una vez más temió espantarla. Cuando la tenía sobre sus piernas de aquella manera tan íntima, sentía que ella correspondía a su amor, aunque no se lo hubiese confesado aún.
Danielle tembló un poco; no sabía si por la letra de aquella canción que le gustaba tanto o por las emociones que experimentaba cuando estaba con Thomas... Él continuaba abrazándola contra su pecho, y ella no podía evitar estremecerse.
—¿Tienes frío? —le preguntó.
—Quizás un poco... —respondió, aunque no estaba del todo segura de ello.
Thomas movió la silla que se deslizó despacio por el sendero, con Danielle todavía en su regazo.
—Vayamos a ver las estrellas, es casi la hora.
Dani no le comprendió, hasta que se percató de que se dirigían al Planetario Samuel Oschin.
George los ayudó a llegar al Planetario; el amable chofer ya tenía las entradas para la pareja y una más para él, pues el propio Thomas le insistió en que participara del show.
La sala era oscura y poseía unos cómodos sillones reclinables para poder ver el espectáculo de estrellas más avanzado hasta ese momento, gracias al potente proyector del que disponían. Una vez que George los dejó acomodados, se sentó a cierta distancia de ellos, para darles privacidad.
Thomas tomó a Danielle de la mano y disfrutaron por unos minutos de las maravillosas estrellas y el juego de las luces en el techo, que les hacía creer que estaban flotando en el espacio. Thomas olvidó que no podía caminar. Tener a Danielle a su lado, estrechando su mano, era la sensación más satisfactoria del mundo, y le ayudaba abstraerse de la realidad para pensar que se encontraba descubriendo el cosmos.
Para él, era como si no existiera la gravedad, como si fuese uno de esos astronautas que flotaban en el espacio exterior... Él quería sentirse así: necesitaba experimentar la libertad de su cuerpo, y aunque solo fuera una fantasía, las estrellas del Planetario lo llevaron a otro mundo donde todo era posible.
—Qué hermosas... —susurró Dani estrechando su mano.
Él se volteó un instante para mirarla a ella en medio de la oscuridad.
—Tú lo eres más —le contestó.
Dani se inclinó un poco para llegar a sus labios y lo besó un instante. Él la emocionaba con su calidez, con la forma en la que la miraba, con lo especial que la hacía sentir... Intentó no pensar en sus sentimientos y volvió a centrarse en la lluvia de estrellas que surcaban, espléndidas, la oscuridad de la bóveda celeste.
Cuando terminó el show, George les explicó que debían darse prisa, pues la fila de los visitantes para el telescopio Zeiss había avanzado bastante y pronto sería su turno. George había sido muy precavido al tomar un puesto en la fila con tanta anticipación, pues era uno de los lugares más concurridos.
Los tres se dirigieron entonces al domo del extremo este del edificio, donde un impresionante telescopio refractal de 12 pulgadas, se encontraba en dirección al cielo nocturno, a través de una gigantesca pared de cristales.
—Con él se pueden ver la Luna, los planetas y los objetos más brillantes de la Vía Láctea —le explicó Thomas—.¿Habías estado alguna vez?
—Solo en los jardines, nunca entré al edificio.
—Yo he venido con Tim en algunas ocasiones, ¡le encanta! Creo que podríamos repetir otro día y traer a los niños. ¿Qué crees?
A Danielle le agradaba mucho que Thomas pensara en ellos todo el tiempo, era como si fuesen sus hijos. Iba a contestarle cuando un empleado del observatorio se acercó a ellos:
—Ustedes pueden pasar primero, señor —le dijo dirigiéndose a Thomas—. Las personas con discapacidad tienen prioridad.
Danielle notó cómo Thomas se tensó en el acto. Era bonito que se tomaran esa preocupación con él, pero por otra parte lo hacían sentir diferente y eso no le gusta para nada, mucho menos en mitad de una cita.
—Se lo agradezco, pero no falta mucho, prefiero aguardar.
El muchacho no insistió y se retiró con un leve movimiento de cabeza en señal de asentimiento. Thomas se giró hacia Danielle para justificarse, no sabía si había hecho bien, a fin de cuentas, tuvieron la oportunidad de haber pasado adelante en la fila y ahorrar tiempo. Ella no le permitió hablar, se inclinó y le dio un beso en la frente:
—Hiciste le correcto —le contestó con una sonrisa.
Él le devolvió la sonrisa, más tranquilo. Danielle era la mujer de su vida, cada día que pasaba tenía mayor certeza de ello; quería hacerla su esposa, pero las dudas lo asaltaban. ¿Podría él olvidarse de su discapacidad y aspirar a su amor? ¿Sería lo suficientemente bueno para ella?
Recordaba las palabras del doctor Hamilton, de Mike y de su propia familia, e intentaba que esas dudas no se alojaran en su corazón... Cuando la tenía a su lado era el hombre más feliz del mundo y haría todo el esfuerzo para que esa noche fuese realmente especial para los dos.
—¡Esto es increíble! —exclamó Danielle emocionada como una niña, pegada a la lentilla del telescopio.
No demoraron mucho en que les tocara su turno, y Dani había quedado muy impactada al ver de cerca la superficie lunar: los cráteres, las manchas... era como si pudiese tocarla. ¡Era tan hermosa!
—¡Tom, tienes que verla! —dijo cediéndole el turno a él.
Thomas se acercó, estaba lleno de gozo por ver a Danielle tan alegre e interesada. Era como si tuviese diez años menos y aún fuera una estudiante universitaria. En ocasiones estaba tan abrumada por trabajo, tan triste por las cosas que le habían sucedido en la vida, que era demasiado seria y exigente. Esta noche, en cambio, era una chiquilla rebosante de entusiasmo y con la mirada luminosa.
Les mostraron varios planetas y cuerpos brillantes. Danielle se emocionó mucho con Júpiter, era muy grande y las vetas de color amarillo y marrón, sobre el blanco predominante, le fascinaron.
—Gracias por traerme —le dijo después, mientras caminaban hacia el estacionamiento.
George se había adelantado para dejarlos a solas e ir a buscar el auto, así que Thomas no dudó en pedirle que volviera a sentarse en su regazo.
—Ven aquí, cariño.
Ella le abrazó, sin dejar de hablar de lo interesante que le había parecido la experiencia. Le encantaría que Ben lo viera también, así que quedaron en no demorar mucho la visita.
—Adoro verte así —le confesó él, dándole otro beso.
—No sé qué haces conmigo, pero cuando estoy contigo soy muy feliz, Tom.
—Solo te quiero mucho —respondió él con sencillez—, e intentaré hacértelo ver siempre, para que nunca dejes de estar feliz a mi lado.
Las luces del auto los deslumbraron por un instante. Era George, que los sorprendió a mitad del camino. De inmediato se bajó del auto para ayudar a Thomas a subir a él.
—¿Y ahora a dónde vamos? —le preguntó Dani intrigada.
—A cenar, cariño. ¡Muero de hambre!
—Yo también —reconoció.
Eran casi las nueve, pero la noche recién comenzaba.
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