Capítulo 16
Luego de pasar temprano por la empresa, Danielle se dirigió al centro de rehabilitación. Thomas le había pasado un mensaje para explicarle cómo llegar a la consulta. Ella estaba un poco incómoda por tener que hacerlo, pero se instó a mostrar el mejor ánimo posible. Finalmente dio con la puerta correcta, y allí se encontraba Thomas, en su silla, aguardando con una sonrisa.
—Qué lindas estás.
Ella se rio, era evidente que Thomas quería hacerla relajar un poco, aunque los nervios seguían allí. Ella se inclinó y le dio un breve beso en los labios por todo saludo, pues casi en el acto la puerta de la consulta se abrió y apareció el doctor Hamilton, quien muy amablemente les hizo pasar.
Danielle agradeció que el ambiente fuese agradable: se sentó en un sofá muy cómodo, que casi le hacía olvidar el lugar donde se encontraba. Thomas estaba a su lado y le tomó la mano, preguntándose si habría hecho lo correcto al pedirle que viniese. Ahora tenía miedo de que la charla con el doctor más que despejar sus dudas, creara un problema insalvable entre los dos. Como decían los antiguos romanos: alea iacta est o, más coloquialmente, la suerte está echada.
El doctor Hamilton esbozó una sonrisa para tranquilizarlos, y se presentó con Danielle. Ella hizo lo mismo, aunque Thomas notó que continuaba muy tensa.
—Muy bien —comenzó el médico—, quisiera que me dijera, Danielle, con qué expectativas ha venido a esta consulta.
Ella tragó en seco.
—Thomas me explicó que usted creía conveniente hacer una terapia de pareja; yo también pienso que sería bueno para nosotros.
—¿Ha tenido usted otras parejas sexuales a lo largo de su vida? —preguntó el hombre.
Ella se enrojeció. Era imposible que creyera que fuera virgen con más de treinta años, pero entendió que aquel debía ser el procedimiento.
—Estuve casada por cuatro años —contestó—. Soy viuda hace cinco. Mi esposo fue mi única pareja.
Thomas no sabía el tiempo de duración de su matrimonio, pero comprendió que para Danielle sería difícil entregarse a otro hombre si su esposo fue el único.
—¿Ha asistido usted a alguna consulta de esta clase antes?
—No exactamente. Estuve viendo a una psicóloga hace algunos años. A mi esposo le diagnosticaron una ELA, a causa de la cual murió. Durante ese tiempo tuve apoyo psicológico, el cual, por supuesto, incluía el área de la sexualidad, para aprender a vivirla en esas nuevas circunstancias.
—La comprendo —asintió el doctor Hamilton con empatía— y lamento mucho su pérdida. Los pacientes con ELA deben adaptarse a muchos cambios, aunque por lo general no sufren de disfunción eréctil y la vida sexual no se ve tan comprometida, salvo por los inconvenientes propios de la atrofia muscular del paciente.
Danielle se encogió en el asiento. Recordó los momentos de intimidad con su esposo, cómo se fue deteriorando y, si bien nunca fue impotente, la manera en la que se relacionaban cambió mucho tras el diagnóstico y el acelerado progreso de la enfermedad.
—Hay dos cosas importantes que debe saber, Danielle —prosiguió el médico—. Lo primero, son las características de la lesión de Thomas y cómo puede repercutir en su vida sexual. El comportamiento sexual de los pacientes con daño medular varía según la clase de lesión. Lo segundo es que, a pesar de esta circunstancia, la pareja puede tener relaciones perfectamente satisfactorias y plenas.
Ella asintió, no podía hablar. Sintió cómo Thomas sujetaba su mano con más fuerza, aunque ella era incapaz de mirarlo.
—Hablemos del primer asunto: la lesión medular y cómo influye en el sexo...
Danielle escuchó hablar de algunas cosas que sabía y de otras que no. Cómo los impulsos nerviosos se cortaban o se dificultaba su transmisión a causa de la lesión, pero que, en el caso de Thomas, al ser una lesión medular incompleta, le permitía tener un poco de sensibilidad por debajo del ombligo. Escuchó hablar de las erecciones, que eran posibles y alcanzables; de las dificultades para lograr la eyaculación y de cómo se podía obtener un orgasmo.
—Deben desterrar las ideas preconcebidas que tienen acerca del sexo, y disfrutar de darse placer. El coitocentrismo es predominante en nuestra sociedad, lo sabemos, pero la intimidad de una pareja es mucho más que eso. Deben aprender a conocerse, a descubrir nuevas zonas erógenas de su cuerpo y no a ponerse metas inalcanzables. En su caso, Danielle, es posible llegar al orgasmo sin siquiera penetración. Eso es algo que las mujeres muchas veces no conocen, pues muchas de sus parejas sexuales se concentran solo en la penetración, sin explorar otras vías para hacerlas disfrutar y llevarlas al placer. Por eso insisto en que el acto sexual es mucho más que el coito, y que, aunque lleguen a él, deben dedicarse el tiempo suficiente antes para que queden plenamente satisfechos. ¿Tienen alguna duda?
Danielle negó con la cabeza. Estaba abrumada. Estaba escuchando hablar de sexo cuando hacía mucho tiempo que no tenía. Además, Thomas y ella jamás habían llegado tan cerca, por lo que todas las referencias a la anatomía de su cuerpo, a sus condiciones y a lo que era o no posible de lograr, la estresaban un poco.
—Ahora hablemos de cómo lograr una relación sexual satisfactoria. Thomas me ha dicho que no ha tenido dificultad en llegar a la erección; no obstante, me gustaría hablarles de cómo hacer para que mejore la calidad de la misma y obtener la deseable eyaculación de la pareja.
Thomas se ruborizó cuando el doctor habló de ese asunto y le echó una ojeada a Danielle, que estaba cada vez más tensa; podía notarlo en sus hombros y en la manera en la que movía un pie sobre la alfombra.
El doctor Hamilton explicó las vías en las que se podía mejorar la erección del paciente —unas más invasivas que otras—, pero que en un caso leve podía ser útil el Sildenafil, más conocido como Viagra.
—Por lo que me has dicho es probable que no lo necesites —apuntó el médico—, pero es bueno que conozcan las opciones de las que disponen.
También les habló de un vibrador especial para hombres con lesión medular que al final del coito les permitía lograr la eyaculación. Se refirió a la frecuencia de la vibración que debía alcanzar el artefacto y lo útil que era para lograr la fecundidad.
—Les recomiendo que lo adquieran en la farmacia —les explicó—, pues el vibrador funciona como un colector de esperma y permite que la mujer pueda inseminarse en la intimidad de su hogar, si es que desean en el futuro tener hijos. Es mucho más cómodo que tener que asistir a una inseminación hospitalaria.
Danielle exhaló un poco de aire, aquella situación la superaba.
—Sé que están comenzando, ¿pero han pensado en tener hijos?
—No hemos hablado seriamente del tema —se apresuró a decir Danielle—. Yo tengo un hijo de seis años, me encantan los niños y siempre deseé un hermanito para Ben, pero la relación está todavía en ciernes y, en efecto, no hemos hablado de ello.
—Yo quisiera tener un hijo —admitió Thomas—, pero soy tío y además quiero mucho al hijo de Danielle. No me importaría quedarme sin hijos si ella no quisiera tener más.
Dani lo miró a los ojos, no se esperaba esa confesión. ¿Era ella más importante para él que la posibilidad de ser padre?
—No es una decisión que deban tomar ahora, pero tampoco es conveniente que la posterguen demasiado, si es que desean un hijo. No voy a mentirles, la afección medular incide en la fertilidad masculina por varias causas: la primera, por la dificultad de llegar a la eyaculación, es por eso que les recomendaba el vibrador; la segunda, por la calidad seminal disminuida, pues baja la motilidad de los espermatozoides y estos pueden verse afectados con el tiempo. El calor, por ejemplo, los daña mucho, y los pacientes en silla de ruedas están la mayor parte del tiempo sentados, lo cual aumenta la temperatura en el área genital. Sin embargo, no se desanimen, ¡la concepción es posible! He tenido muchas parejas que lo han logrado y ustedes no tienen por qué ser la excepción.
La consulta demoró un poco más, pero al término de la misma se despidieron del doctor Hamilton, aparentando ambos una tranquilidad que en realidad no sentían. Anduvieron en silencio hasta el estacionamiento, cada uno perdido en sus pensamientos. Danielle, sobre todo, era la más abrumada. Apenas llevaba unos días saliendo con Thomas y le habían hablado de planificar la maternidad con él.
—Lo siento —murmuró Thomas a su lado—, lamento haberte hecho venir. Creo que ha sido peor...
Ella se volteó a verlo, estaba asustado. Quiso sonreír, pero no pudo.
—Fue incómodo pero necesario —le respondió.
—Tengo miedo de perderte... —le confesó con un hilo de voz.
Danielle se agachó junto a la silla y le tomó de las manos. No quería que sufriera o se recriminara por una situación que no era su culpa y que los superaba a los dos.
—No me vas a perder, Tom. Ya me imaginaba que esto no sería fácil y no te voy a engañar, la charla con el doctor Hamilton me agobió un poco, pero era importante.
—¿Lo dices en serio?
Ella asintió.
—¿Por qué no conversamos en otro sitio? ¿Buscamos a tu chofer?
—Voy a despedirlo por hoy, ¿puedo irme en tu auto? Hay algo que tengo en mente... ¿Te apetece dar una vuelta? —le dijo de pronto.
Nadia podía ser peor que una consulta con el sexólogo, por provechosa que esta fuese, así que Danielle aceptó.
El chofer ayudó a que Thomas ingresara en el auto y luego colocó su silla de ruedas en la parte de atrás. Era un hombre de unos cuarenta años, muy amable.
—¿Seguro que no desean que los lleve?
—No te preocupes, George, puedes tomarte el resto del día libre.
Danielle se sentó al timón con Thomas a su lado. Suspiró para relajarse un poco luego de la charla con el doctor Hamilton.
—Estás crispada, tensa...
Danielle esta vez soltó una carcajada y escondió su rostro entre las manos, avergonzada cuando recordaba lo que estuvieron hablando.
—No hemos avanzado mucho tú y yo, pero ha sido como si el doctor Hamilton te hubiese desnudado delante de mí.
Thomas también se rio, relajándose.
—¿Y cómo me veo desnudo? —le preguntó con una sonrisa.
Dani se ruborizó cuando lo escuchó. No podía negar que desde el primer beso se había imaginado cómo sería hacer el amor con él... Había fantaseado con su persona, lo había visto en sus sueños, aunque siempre terminaba avergonzada de sí misma y alejando aquellos pensamientos. Tras la charla con el doctor Hamilton, las posibilidades y variantes para llegar a la intimidad hicieron que esos pensamientos en Danielle se volvieran más concretos y que, en efecto, ella se lo pensara "desnudo", en todas aquellas fases, movimientos, posiciones y maneras que el doctor Hamilton había recomendado y descrito.
—Estoy segura de que la realidad sobre ti superará mis fantasías... —le confesó.
—¿Piensas en mí de esa forma? —Él estaba halagado, pero también sorprendido. En ocasiones no podía vencer su sensación de inferioridad.
Danielle asintió, todavía avergonzada.
—Es la primera vez que me sucede algo así desde que enviudé. Cuando te conocí no llevabas camisa y no sé por qué me quedé paralizada cuando te vi... No era por haberte interrumpido o por la incomodidad del encuentro, fue por verte... Lo mismo me sucedió en la piscina.
—Yo sueño contigo desde hace mucho tiempo, Danielle —le dijo él acariciándole la mejilla con suavidad—. Aquella tarde cuando me abrazaste en la piscina algo cambió en mí para siempre. Y luego cuando te vi...
Ella se puso más enrojecida aun al recordar la escena.
—No pensaba decírtelo, pero creo que deberías saberlo. Cuando pude admirarte, empapada de pies a cabeza, con el vestido de lino pegándose a tu cuerpo, tuve una erección... No me había sentido así de excitado desde antes del accidente, Danielle.
Ella quedó más asombrada aún. Sabía que Thomas la había mirado con deseo, pero no se había percatado de la reacción que causó en él.
—¿De verdad? —tartamudeó.
—Sí, de verdad. Sin medicamento alguno, tan solo por verte... Allí comprendí cuánto te necesitaba, y no hablo exclusivamente del sexo, al que aún no hemos llegado, hablo de la felicidad que provocas en mí con tan solo una mirada, con una caricia o un beso... El doctor Hamilton tiene razón al decir que valoramos muy poco lo sensual y placentero que resultan esas simples cosas. Yo las valoro desde que estoy a tu lado, y quiero seguir experimentando nuevas cosas si tú también lo deseas.
Ella se sintió emocionada al escucharle. Se inclinó y le dio un largo beso, mientras se abrazaba a su cuerpo. Thomas recorrió su espalda con la yema de sus dedos y se dejó seducir por aquellos labios que le hacían perder la cordura.
—Quiero estar contigo, Tom —le contestó ella—. Me asusta un poco involucrarme con alguien después de tanto tiempo, pero también te necesito. No he sentido esto en años...
—¿Y por qué yo? —inquirió, dándole un beso en la nariz—. Eres tan hermosa, tan inteligente y bondadosa que puedes deslumbrar a cualquier hombre. A veces me sorprende que sea yo la persona elegida.
—Te admiro, Tom, creo que alguna vez te lo confesé. Acompañaste mis noches de soledad con tus novelas, y te sentía próximo a mí sin conocerte. Cuando supe que aquel hombre huraño que me había dejado impresionada era el mismo escritor al que idolatraba, se fundieron en una misma persona la atracción irreflexiva con la admiración consciente. Sin darme cuenta me sentí atraída por ti, y eso es algo tan nuevo para mí, tan insospechado, que en ocasiones tengo miedo... Sin embargo, cuando estoy contigo, esos temores se borran por completo.
—Te prometo que te haré muy feliz —le dijo él mirándola a los ojos—, y que compensaré cada sacrificio con todo mi... —se detuvo asustado—, con todo mi cariño hacia ti.
La palabra amor murió en sus labios por temor a asustarla, pero estuvo a punto de brotar, indetenible... Era la primera mujer a la que amaba de verdad.
—Estar contigo no entraña ningún sacrificio, Tom. —Dani le besó para alejar aquellas ideas que lo atormentaban—. Ahora dime a dónde querías ir... Me temo que hemos estado hablando demasiado en el estacionamiento —añadió con una sonrisa.
—¿Qué te parece si vamos a Huntington Gardens? Es un lugar precioso...
—Me han hablado de él, pero jamás he estado. Me encantaría ir...
Danielle consultó en el sistema de navegación cómo llegar y vio que era un viaje de poco menos de una hora. Antes de encender el motor, le dio otro beso a Thomas, sintiéndose afortunada de poder compartir su día con él.
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