Capítulo 1
Danielle observaba desde una banqueta de la cocina cómo Ben, su hijo de seis años, realizaba la tarea con su mejor amigo en el comedor de la vivienda. La imagen era muy tierna; Ben era el vivo retrato de su padre: un chico de rizos rubios y ojos de color gris. El pequeño se hallaba muy concentrado con el lapicero en la mano, resolviendo un ejercicio de cálculo simple, pero que a su edad constituía un verdadero reto. Tim, el amigo del colegio, frunció el ceño mientras resolvía el suyo en su cuaderno; era un chico pelirrojo de pecas muy simpático, a quien ya le había cogido afecto en las últimas semanas que llevaba de iniciado el curso escolar. Agradecía que Ben hubiese encontrado tan buen amigo, le hacía mucha falta... Existen espacios que ni siquiera una buena madre puede cubrir en la vida de un niño, y Tim parecía un perfecto compañero.
Despertó de sus cavilaciones y colocó en la mesa una bandeja con malteadas y galletas con chispas de chocolate. Los ojos de ambos pequeños brillaron exaltados; Ben batió palmas dejando caer el lapicero sobre el cuaderno, y Tim se aclaró la garganta para agradecerle por la merienda.
—¡Muchas gracias, señora Robson! —exclamó.
—¡Gracias, mamá!
Danielle sonrió y le agitó el cabello a su hijo con la palma de la mano, alborotando los rizos dorados.
—¿Muy difícil la tarea?
—Un poco larga —respondió Ben—, todavía nos falta.
El timbre de la casa sonó y Dani miró el reloj antiguo que colgaba en una de las paredes. No esperaba a nadie, salvo a la madre de Tim y, si era ella, se había adelantado al menos media hora.
—¡Por favor, señora Robson, si es mamá dígale que espere unos minutos! —suplicó Tim juntando las manitas.
Danielle volvió a sonreír:
—Puedes llamarme Dani. No te preocupes, si es tu mamá charlaré con ella para que terminen la tarea y la merienda.
Los rostros de los niños se iluminaron y se abalanzaron sobre las galletas, riendo.
Danielle se apresuró para llegar a la puerta. Pulsó el botón del intercomunicador y, en efecto, era la voz de la mamá de Tim la que se escuchaba del otro lado de la línea.
Por costumbre, era Dani quien bajaba a Tim hasta la entrada del condominio donde vivía, ya que Mónica Vermont generalmente tenía prisa. Pocas veces había subido a su casa, pero en esta ocasión le pidió hablar con ella. Danielle sentía curiosidad, pero de inmediato le permitió subir. No eran amigas, pero le había tomado afecto a la chica, así como a su hijo. Tal vez quisiera hablar con ella de algo relacionado con la escuela de los niños.
Unos cinco minutos después, Dani le abrió la puerta a Mónica. Era una mujer muy alta, de pelo castaño claro y de unos hermosos ojos de color verde.
—Disculpa que haya llegado así, antes de tiempo, pero necesito hablar contigo de algo personal.
—Por supuesto, adelante. —Danielle la hizo pasar—. Los niños están en el comedor merendando; les falta un poco todavía para terminar la tarea.
—Lo imaginé, por eso quise pasar antes para charlar.
Danielle le indicó que se sentara en el salón principal. Los muchachos se hallaban a unos pasos, e incluso podían escuchar sus risas, pero estaban a solas.
El salón de Danielle Robson era hermoso: tapizado en tonos oscuros y con mobiliario de estilo. Saltaba a la vista que era una mujer de muy buen gusto, y aunque era amable, también conocía que era un poco hermética respecto a su vida. En el tiempo que hacía que la conocía, no había escuchado hablar del padre del pequeño Ben, pero Mónica no era una mujer que hiciera preguntas indiscretas. Ella también era una madre soltera y conocía a la perfección lo difícil que era la crianza en solitario.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó Danielle—. Los chicos están disfrutando de una malteada, pero puedo prepararte lo que desees, todavía hay mucho calor.
Mónica negó con la cabeza. Sentía pena de que Danielle se tomara tanto trabajo por su causa, cuando en realidad tenían una conversación delicada por delante.
—Prefiero confesarte lo que me sucede, creo que eres la persona indicada para ayudarme.
Danielle asintió.
—Puedes decirme lo que necesites, Mónica, lo sabes...
La aludida suspiró.
—Esta mañana un médico amigo de la familia me mostró un plegable sobre una empresa de proyectos que acondiciona las viviendas para personas con... —titubeó—, personas con discapacidad. En el plegable salía tu nombre y foto, lo cual me sorprendió mucho pues no sabía que trabajaras en esa área.
—La empresa es de mi familia, la dirige mi padre que es arquitecto; yo también lo soy. Desde hace unos años he desarrollado la línea OpenHome, dentro de la propia empresa, para ayudar a las personas con discapacidad a vivir en un ambiente libre de barreras y adecuado a sus condiciones. ¡Es un trabajo apasionante!
Mónica se sintió aliviada, era justo lo que necesitaba escuchar.
—Me tranquiliza saber que estás al frente de ese proyecto, pues eso significa que eres la persona idónea para ayudarme... .—La voz le temblaba un poco al recordar por qué estaba allí—. Mi único hermano sufrió hace ocho meses un accidente y tiene un daño medular... Está en silla de ruedas...
Mónica no pudo evitar que sus ojos se le llenaran de lágrimas. Danielle se levantó de inmediato y se sentó junto a ella en el diván, para darle un abrazo. No era su amiga, pero conocía muy bien lo que estaba viviendo, por lo que sintió la necesidad de confortarla.
—Lo siento mucho... ¡Debe ser muy difícil!
Mónica se incorporó y se enjugó las lágrimas de su rostro.
—Gracias... ¡Ha sido muy duro! Thomas es la sombra de lo que alguna vez fue. Solo Tim logra sacarle una sonrisa, pero apenas sale de su habitación, tan solo para la fisioterapia. Nuestro amigo me recomendó que buscara ayuda para acondicionar la casa, y entonces me facilitó el plegable... Él cree que, con un hogar con condiciones creadas para su discapacidad, se sentirá mejor y podrá llevar una vida más independiente.
—Así es, te quedarías asombrada con todo lo que se puede hacer...
—¡El dinero no es un problema! —le advirtió Mónica—. Quiero lo mejor para mi hermano y por fortuna podemos permitírnoslo.
Danielle negó con la cabeza.
—Este es un trabajo que realizo de corazón, no por las ganancias que me pueda reportar. No cobraré nada por el diseño ni por ir a ver la casa, que es lo que depende de mí; tan solo cobraré por el trabajo de mis ingenieros y por las obras de acondicionamiento. Algunos equipos eléctricos y material tecnológico se deben comprar a otras empresas que lo suministran, pero te lo daré a precio de costo. Es lo mínimo que puedo hacer por ustedes. ¡Tim y Ben son grandes amigos!
—Muchas gracias —le dijo Mónica tomándole una mano—, gracias por toda la ayuda que nos brindarás; me siento un poco perdida...
Dani iba a decir algo más cuando los niños irrumpieron en el salón. Tim ya venía con su mochila a cuestas y abrazó a su madre.
—¿Ya terminaron la tarea? —le preguntó Danielle a Ben.
—Sí, mami.
Dani comprendió que no iban a tener ocasión para continuar hablando de ese tema, pero advertía en los ojos de Mónica que esta se había quedado con deseos de conocer más.
—¿Quieres hablar de esto mañana en la oficina? —le ofreció.
Mónica asintió aliviada.
—¿Puede ser?
—¡Por supuesto! Ya tienes el plegable y en él está la dirección. Estaré libre a las diez luego de una junta. Puedo atenderte con mejores condiciones e incluso mostrarte videos de lo que hemos hecho a lo largo de los años.
—¡Eso sería magnífico!
Los niños las ignoraban, entretenidos con un juego de la Tablet de Tim. Volvieron en sí solo cuando la voz de Mónica indicó que ya se marchaban.
—¡Gracias por todo, Danielle! Mañana estaré sin falta... Vámonos, campeón. Despídete de tu amigo.
Tim y Ben se dieron un abrazo y el primero se marchó saltando al lado de su madre. Cuando la puerta se cerró, Danielle se acercó a su hijo y le dio un beso en la cabeza.
—Ve a bañarte, corazón. La cena estará lista muy pronto.
Ben salió corriendo en dirección al baño. Era un niño muy bueno y dulce, por lo general no le daba dolores de cabeza. Dani se encaminó a la cocina con la intención de calentar el pollo asado que ya estaba hecho en una cacerola, pero su mente estaba distraída. No pudo evitar pensar en la angustia de aquel hombre desconocido que, de un momento a otro, había perdido la capacidad de andar.
Siempre que tenía un caso así se conmocionaba mucho. No podía evitar recordar lo difícil que es aprender a vivir con una discapacidad o con una enfermedad degenerativa; para la familia también era un proceso largo y complicado... ¡Si lo sabría ella! A veces, sin embargo, las cosas no salen bien...
A las diez de la mañana, cuando terminó la junta, su secretaria le anunció que Mónica Vermont se hallaba en su oficina aguardando por ella. Danielle no lo había olvidado: era lo que más presente tenía ese día. Caminó por el corredor hasta llegar a la puerta de cristal que tenía grabado su nombre. Sin más preámbulo hizo entrada, y allí encontró a Mónica, rebosante de ansiedad y esperanza por lo que podría lograr en aquel lugar.
—Por favor, siéntate. ¿Te han ofrecido algo de tomar?
—Sí, pero no quiero nada, gracias. Estuve admirando la hermosa vista que tienes desde acá.
Dani sonrió. La empresa de su padre ocupaba el piso veinte de un rascacielos de Los Ángeles. En efecto, la vista era realmente envidiable.
—Viene muy bien para que los clientes se relajen un poco antes de hablar de sus problemas.
—Creo que conmigo funcionó —comentó Mónica con una sonrisa.
—Muy bien, voy a explicarte el proceso: lo primero es la entrevista, que es esto que vamos a sostener nosotras. Por supuesto, también tendré que hablar con tu hermano y...
—Perdona —le interrumpió Mónica—, pero Thomas se niega a hacer esta remodelación. Cuando estuve hablando con él al respecto se mostró renuente; alega que nada de lo que hagamos cambiará su situación actual. Lo cierto es que no quiere participar del proceso...
—¿Actuarás entonces en contra de su voluntad? —Dani frunció el ceño.
—Sí, sé que cuando le muestre el proyecto lograré convencerlo, pero por el momento no quisiera decirle que continúo adelante con él. Thomas está deprimido, Danielle, y una persona en esas condiciones difícilmente puede decidir lo que más le conviene.
—En eso tienes razón. Pues bien, lo primero es conocer lo que están buscando; luego habría que ir a la casa para descubrir sobre el terreno los detalles constructivos y hacer un plano. Trabajo con un equipo de diseñadores e ingenieros muy competente, te lo aseguro. Se hace un proyecto de animación 3D para que el cliente pueda apreciar cómo quedará la casa; se elabora el presupuesto y la última fase es la de reacondicionamiento.
—Me parece muy bien, ¿cuánto duraría la última fase? Thomas detesta ser molestado y no le gusta salir de casa...
—El tiempo depende de la cantidad de modificaciones que haya que realizar y lo complejo de las obras. Por lo general trabajamos muy rápido, tal vez sean unas dos o tres semanas, pero no puedo decirte con precisión hasta que se elabore el proyecto.
—Lo comprendo, creo que podré convencerlo de que se mude a mi casa por esas dos semanas.
—¿Dónde viven?
—En Beverly Hills —confesó con una risita—. Mi padre era un prestigioso director de cine y mi madre era su musa, una actriz muy amada. Ambos ya fallecieron, pero mi hermano y yo vivimos en la casa de ellos de toda la vida. Se trata de dos enormes viviendas, una al lado de la otra. Cada uno tiene su espacio, pero estoy lo suficientemente cerca para ayudarlo siempre que me necesita.
—¡Algún día me gustaría escuchar más sobre tus padres, parece una historia fabulosa! —exclamó Danielle interesada, ya que era una amante del cine de esa época—. Ahora cuéntame más de la casa donde vive tu hermano...
—Es una casa grande, de dos pisos. Allí se encuentra uno de los principales problemas: la habitación de Thomas se halla en altos, y por más que le he tratado de convencer para que ocupe alguna de la planta baja, no ha querido hacerlo.
—Lo comprendo —repuso Danielle con empatía—, debe ser difícil para él alejarse del lugar donde se siente cómodo y a salvo. Cuando las personas pasan por un trauma como éste experimentan cierto alivio cuando se hallan en un ambiente conocido, que no les es adverso. Hasta el más mínimo cambio lo toman como una amenaza.
—Es cierto —concordó Mónica—, pero las escaleras lo limitan mucho. Solo puede bajar cuando Rob, su hombre de confianza, lo lleva en brazos, y eso no es algo que le guste hacer a Thomas muy a menudo; tan solo cuando tiene consultas y fisioterapias y porque no le queda más remedio. El resultado es que pasa horas escondido en su habitación y eso no es bueno para su salud.
—Por supuesto que no. Te prometo que tendremos soluciones para todo —le calmó Dani.
Mónica sonrió, pero sus ojos se concentraron en una fotografía de Danielle con un hombre que se encontraba encima de una mesa. Él era rubio, muy parecido al pequeño Ben, por lo que dedujo que fuera su padre. El desconocido la abrazaba con ternura, reposando su mentón sobre el hombro izquierdo de Danielle. Mónica se preguntó por qué Dani jamás hablaba de su marido, pero una vez más, se mordió la lengua.
—En la casa existen otros tramos de escalera que dificultan también su movimiento; en la cocina le es imposible abrir los estantes más altos, incluso con la nevera le es un tanto complicado y en ocasiones se golpea en los tramos más estrechos del corredor... —relató—. Aunque tenemos servicio en la casa, conozco a Thomas y sé que se siente como un completo inútil por no poder hacerse el desayuno. Rob debe ayudarlo hasta para ir al baño —dijo ruborizándose—. Es muy penoso...
—No te preocupes, Mónica —le comentó Dani una vez más—, te aseguro que tenemos soluciones para adecuar cada espacio de la casa para tu hermano, aunque necesitaría ir a verla con mis propios ojos para desarrollar el proyecto.
—¡Claro que sí! Cuando estés disponible. Siempre preferiría que fuera por la mañana —pidió no sin cierta vergüenza—. Thomas acostumbra a ir a la fisioterapia tres veces a la semana, y así tendremos mayor libertad para hablar del proyecto.
Danielle consultó la agenda que tenía sobre su escritorio.
—Mañana por la mañana estaré disponible...
—¡Perfecto! —Los ojos de Mónica brillaban de alegría.
—Entonces queda acordado así, luego me pasas la dirección. Ahora quiero mostrarte algunos de los videos de los trabajos que hemos hecho...
Danielle se levantó para encender el enorme televisor que se hallaba en la pared, pero Mónica volvió a mirar la fotografía, llena de curiosidad. En esta ocasión, no pudo contenerse:
—¿Él es el papá de Ben? —se atrevió a preguntar.
Dani se volteó en el acto y advirtió que Mónica señalaba con el dedo la foto de ella con su esposo. Estaban felices, pues la instantánea fue tomada poco después de que Danielle le contase que estaba embarazada... ¡Benjamín no podía estar más dichoso con aquella noticia! Se fijó en él: aquellos ojos grises que su pequeño había heredado, aquella sonrisa espléndida que echaba tanto de menos... Sintió un escalofrío al recordar.
—Sí —susurró—. Él ya no está...
Mónica quiso preguntar una vez más, pero las palabras quedaron atoradas en su garganta; no podía hacerlo, sabía que había sido indiscreta y al parecer hablar de ese tema entristecía mucho a Danielle.
—Lo siento mucho... —se limitó a decir.
¿Qué significaría que él ya no estaba? ¿La habría abandonado? De ser así no conservaría su fotografía en el escritorio de la oficina... Solo una opción le pareció posible: aquel hombre había muerto... Y quedó tan desconcertada al conocerlo, que ni siquiera el prometedor video que Danielle le mostró después, pudo aliviar en algo la honda pena que sintió por ella.
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