Capítulo 7 Esto no es un juego

—¿Hijo, me escuchas? —preguntó la voz alterada de una mujer.

—Sí, mamá, sigo aquí y no, no voy a ir a la cena familiar —se llevó una mano a la frente y suspiró—. No quiero saber más nada con James, después de lo que pasó, no me interesa.

—Yo no estaba de acuerdo, hijo. Por mí hubieras seguido con él, pero tu padre se puso como loco. Pero quería que sepas que yo no estaba de acuerdo.

—Está bien, mamá, ya no importa, de todas formas él... Me tengo que ir a trabajar, te hablo luego.

—Cuídate, hijo.

Francis cortó y sacó una fotografía del cajón de la mesa de luz, dejó el celular en la cama y miró la foto por milésima vez. No importaba el tiempo, no podía sacarse de la cabeza al pelirrojo que salía sonriendo a su lado.

Se tiró a la cama con la foto y unas pequeñas lágrimas salieron.

El celular emitió una alegre música de violín y él se incorporó de pronto, miró a la pantalla y sólo vio números con un mensaje inquietante: «Francis, he pensado demasiado si enviarte o no este mensaje pero decidí que es lo mejor. Espérame en la plaza hoy a las 20. M. »

El corazón de Francis dio un vuelco y se rascó clavando las uñas en el cuello, en donde estaba el tatuaje de estrellas azules.

Releyó una vez más el mensaje, arrojó el celular a la punta de la cama y se sentó llevándose las rodillas a la altura del pecho y las abrazó, metiendo la cabeza en el medio.

Cristian tocó apenas con una mano la puerta de la mansión Hamilton y de inmediato volvió a llevarla debajo del cuerpo frágil de Tatiana. No había despertado, pero respiraba y aunque sus latidos eran débiles, él pensaba que estaría bien. Pero algo le decía que no, que algo muy malo le pasaría si dejaba pasar el tiempo.

Henry abrió la puerta, tenía puesto un jean desgastado y una remera azul y la mirada cansada pero al ver a su hermana en ese estado, abrió grandes los ojos y tomó fuerte del brazo a Cristian atrayéndolo adentro.

El aroma a rosas invadió el olfato de Cristian y no dijo nada, se dejó llevar por Henry a la planta alta. Subieron una escalera blanca alfombrada, los escalones eran grandes y dar cada paso se sentía pesado. Pasaron por dos habitaciones hasta que entraron a una que él intuyó que era de Tatiana. La cama estaba tendida con sábanas azules y todo ordenado: la pequeña biblioteca, el escritorio y otras cosas más a las que Cristian no prestó atención y cuando Henry tomó a Tatiana de sus brazos, por un pequeño instante se negó a que lo hiciera.

—¿Qué pasó? ¡Cristian! —preguntó atolondrado yendo al baño, abriendo el botiquín y tirando varias botellas al lavatorio, buscando algo.

—La invité a mi casa para hablar y había un demonio, los dos lo enfrentamos pero... pero...uno la lastimó, yo lo maté y...

De pronto le invadió el miedo y había contado todo a borbotones. Miró a Tatiana y se dio cuenta que parecía una muñeca dormida y sintió una presión en el pecho.

—Está envenenada pero acá tengo el antídoto —comentó, agregando a una jeringa un líquido azul de una pequeña botella.

Se acercó y la inyectó en el brazo. Tatiana dio una bocanada de aire pero no despertó.

—Va a estar bien. ¡Maldición, le dije que no se acercara a los demonios!

—Henry, nos estaban atacando. Yo logré matarlo. ¿Realmente va a estar bien?

—Sí, Kenneth —respondió con enojo, pronunciando el apellido con frialdad—. No sé porqué accedió a ir a tu casa.

—Quería mostrarle unos documentos que había encontrado de mi madre —se sentó al otro lado de la cama y cuando quiso tomar la mano de Tatiana, sin saber porque, Henry la apartó.

—No la toques. Supongo que ahora podemos continuar la conversación que tuvimos. Vamos.

Henry ya no era el alegre profesor de las clases del taller, se mostraba molesto, hosco y eso incomodaba a Cristian que en silencio bajó la escalera, mientras observaba los cuadros de la familia y notaba que el ambiente era frío y demasiado desolado.

Llegaron al jardín y se sentaron en unas sillas blancas, que hacían juego con una mesa. Allí abundaban los Geranios violetas y el pasto lucía bien cuidado.

—Perdona, te he tratado mal es que mi hermana, el verla así.

—Entiendo. Nuestras familias trabajaron juntas antes del desastre y mi madre sobrevivió, también sé que los Hamilton murieron, los Landon y Sunderland lo hicieron después, pero eso es otro tema.

—Por culpa de ese experimento estúpido por parte de mis padres, esos malditos demonios se liberaron.

—Lo sé pero, ahora deberíamos buscar una solución. Yo no vine acá para eso pero al leer los documentos de la investigación creo que deberíamos hacer algo, incluso hablar con los hijos de los Landon y Sunderland.

Henry negó con la cabeza.

—Alexia y Francis no quieren meterse en esto.

—¿En esto?

—Hace unos años, puse en marcha un proyecto que deseché, pero que ahora lo reformé y quiero llevarlo a cabo y al ver que tú estás vivo, más ganas tuve.

—No lo entiendo.

—¿Qué sabes del espacio Magín, había algo sobre eso en los documentos de tu madre?

Cristian guardó silencio mientras hacía memoria, algo de eso salía pero había advertencias que no era muy fiable, que había sido una idea descabellada.

—Un lugar para combatir a los demonios Crepusculares. Como un campo de energía, pero no sé más.

—Sí. Para eso cree el Taller literario, para buscar escritores idóneos para combatir en el espacio Magín a esos demonios, sin necesidad de un enfrentamiento directo, sino a través de los personajes.

—Eso no tiene sentido.

—Lo tiene. Mis padres junto con los Landon lo construyeron. Un lugar en donde se podían materializar personajes para enfrentar a la primera etapa de esos demonios, hasta abrirse paso a Crimson Zone. Un espacio que es una fuente de energía fuerte.

Cristian se incorporó de pronto al oír sobre la Crimson Zone.

—Mi madre había dejado notas sobre no ingresar a ese horrible lugar. Nadie debería hacerlo.

—Cálmate. Es algo viable, los demonios atacan la psiquis, así que los enfrentamos con la mente, creando soldados para derrotarlos. Sabes bien que las armas comunes no los dañan.

—No, no es una solución, es una locura. Pueden infectar psíquicamente y...

—Y tú estuviste allí ¿No? Sabes lo que se siente ser infectado, que esos seres te lastimen psíquicamente, que carcoman tus peores recuerdos.

—¡Basta! Esto no es un juego, Henry. Se trata de salud mental. No me parece. Me voy, llámame si Tatiana despierta.

—Lo haré y piénsalo o quizás deberías leer más esos documentos, Kenneth.

Francis había ido vestido con camisa azul y jean negro, aún le producía comezón en donde tenía el tatuaje y encima uno de sus aretes se había infectado y trataba de no rascarase. La situación lo ponía tenso.

No sabía la razón de haber ido pero tenía una tonta esperanza de que le dijeran algo de Mikel. Su desaparición no fue clara y sin embargo decidieron darlo por muerto y no había podido hacer nada. Luego de los golpes recibido por su padre y el dolor de perder a Mikel, lo habían dejado muerto en vida. Así que pensaba que tal vez, quién le había escrito, tenía respuestas.

Se sentó en un banco verde y comprobó que era la hora exacta del encuentro y miró a todos lados: las personas que iban y venían, algunas con espadas y dagas a cuesta, algo común en la ciudad para combatir demonios y los árboles de hojas rojas.

Detrás de él, un chico pelirrojo con traje azul se acercaba. Sentía los fuertes latidos de su corazón y el nerviosismo comenzó a adueñarse de su cuerpo.

—Francis —pronunció casi en un susurro.

Francis se tensó al escuchar la voz, se dio vuelta y los ojos se le llenaron de lágrimas pero no pudo decir nada, sólo mirar al joven que tampoco se movía.

—Estoy vivo, Francis o al menos lo que queda de mí.

—Mikel —dijo en un susurro, levantándose y yendo a abrazarlo.

Mikel se dejó abrazar y el cariño invadió su frío cuerpo y sintió que todo encajaba, como antes, cuando eran felices, cuando el desastre no había llegado a él.

—Francis, te extrañé tanto —la voz se le quebró y sólo pudo acercar su frente a la de él y llorar.

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