Capítulo 3 Alice Kenneth
El laboratorio estaba repleto de personas con batas blancas. El aire y la energía del lugar eran densos, había una mezcla de miedo con angustia que al unirse daban vida a la incertidumbre.
En una sala, descansaba un artefacto metálico con forma circular, dos hombres con máscaras y guantes negros, lo tocaban y revisaban.
Fuera de allí, una mujer de cabello oscuro y ondulado miraba a ambos con temor, sus manos temblaban y respiraba entrecortado.
Los demás iban de un lugar a otro, sacando cálculos y anotándolos en los ordenadores.
El miedo de la mujer aumentaba. Entonces, abrió la puerta y uno de los hombres se quitó la máscara aunque el otro intentó que no lo hiciera. Ella corrió a su lado y dijo en un susurro «No resultará, debemos avisarles a todos» y él la tranquilizó diciéndole algo y poniendo ambas manos en sus hombros. Ella salió moviendo la cabeza y con los ojos vidriosos.
Minutos después, el caos: vidrios rotos, alarmas, gritos. El lugar era un desastre y seres grisáceos como sombras hechos de viento, comenzaron a moverse con rapidez y a cada uno de los presentes, les fue dando muerte.
Ella salió del lugar, oyendo los gritos y recordando las palabras del hombre que ya no existía, del cual no había podido despedirse «Huye, porque no está en nuestras manos terminar con esto. No te preocupes, a futuro todo se solucionará». Lloraba a cada paso que la alejaba del laboratorio, pero no podía hacer más nada que huir, que plasmar lo que había pasado para los siguientes.
Los besos cálidos de Alexia a Henry, lo llenaron de sensaciones que ambos habían jurado no sentir, pero su relación parecía estar flotando sobre palabras difusas. Alexia Landon, amiga de Henry desde niños, guardaba sentimientos ambiguos, que ni siquiera ella podía comprender y él prefería no opinar nada al respecto. Sin embargo, ciertas noches se enredaban en caricias y besos y perdían la noción del tiempo, pero era vacío de fondo, superficial, una relación con prohibiciones de sentir ciertas cosas.
—Henry ¿Por qué no...? —las palabras quedaron en el aire y no pudo terminar. Se ató el cabello pelirrojo con una coleta que había quedado debajo de la almohada y se sintió nerviosa.
—Porque ya lo hablamos y me molesta que tengamos esta discusión de nuevo. Si tienes pareja o estás cansada, damos por finiquitado esto, que no sé bien qué es.
Él suspiró y tomó distancia, como siempre lo hacía para no llegar a invadir más.
—Cada vez nos acercamos más ¿No lo sientes?
—Alexia, por eso mismo quizás es mejor que dejemos esto por un tiempo —tomó una esfera de cristal de la mesa de luz y comenzó a darla vuelta, las luces reflectantes en ella, lo hizo evadirse.
Alexia se paró y comenzó a vestirse y a cada prenda que volvía a ponerse, todo sentimiento inadecuado, quedaba lejano y eso le permitió despejar la mente.
—Los ataques están empeorando, lo sé porque hay cada vez más pacientes en el Hospital psiquiátrico ¿Qué piensas hacer?
Él dejó la esfera en su sitio y agradeció el cambio de tema, se paró para comenzar a vestirse y mientras lo hacía, respondió:
—Los talleres no dan mucho resultado, los seguidores en redes sociales tampoco ayudan, realmente no lo sé.
Ella se acercó y tomó su mano y ambos salieron de la habitación y bajaron hasta el sótano en silencio. Al llegar allí, los sonidos de garras raspando algo metálico y pequeños gruñidos los recibieron.
Abrieron la puerta roja y adentro el aroma a azufre los inundó. Había tableros con pantallas digitales y planillas para rellenar, con nombres como: «Estatus psíquico, Estatus físico, Nivel de creatividad, Perfil del personaje, vitalidad, destreza, fuerza de voluntad, rasgos generales y Nivel de Resiliencia» Los tableros estaban ordenados en círculos y en el medio, un centro de energía celeste que lanzaba chispas y se movía. Del otro lado, una puerta metálica, de allí provenían los ruidos.
—Recuerdo cuando estos tableros estaban controlados por los Maestros Literatos, me incluyo y todo parecía estar en control —recordó Alexia, mientras tocaba una pantalla—. Necesitamos al joven que me has dicho, Cristian Kenneth, ese apellido ¿Acaso él lo sabe?
—¿Qué su madre estuvo en la Noche de la liberación? No lo creo, ni siquiera me reconoció. Yo tampoco pensé que estaba vivo, así que cuando Tatiana me dijo de él, me sorprendí.
—¿Cuánto crees que aguante?
—Con la energía que aportamos, unos meses nada más.
—Lo suficiente para prepararlo —dijo con tono severo apoyando un dedo en su pecho—. Es el que buscamos, así que invítalo a tomar algo y le cuentas esto.
—Lo haré, pero de a poco.
—Me voy, nos veremos luego.
Henry quiso tomarla de la mano y abrazarla, no supo bien por qué quiso hacerlo, pero ella se mostró distante y pasó de largo.
—Hasta pronto, Alex.
Cristian se restregó los ojos, mientras miraba a los test de sus pacientes y antes de compararlos con la entrevista y otros datos, su mente se dirigió a las pequeñas dudas que habían estado rondando desde que había despertado. Corrió los papeles del escritorio y tomó su celular, quizás algún video entretenido de Tiktok lo haría despabilarse un rato, pero no.
Los recuerdos de aquella noche volvían a aflorar: su madre tendida en medio de un charco de sangre, el demonio raspando el suelo con sus garras y castañeando sus dientes.
No se dio cuenta pero las lágrimas habían comenzado a empapar sus mejillas y el dolor se había ubicado en su cabeza, provocando una migraña. Suspiró profundo, como le habían enseñado y contó hasta cinco, volvió a respirar y llegó hasta siete. Pero la angustia no quería irse, entonces, arrojó todos los papeles del escritorio y pegó un gritó mientras las lágrimas salían a borbotones.
Estaba cansado de intentar sentirse bien, de obligarse a estarlo, pero por dentro seguía destruido ¿Cómo era posible? Había estado internado y pasado por diferentes terapias, pero nada parecía ser suficiente.
Se levantó y dejó de compadecerse, de todas formas, nadie iba a correr a sostenerlo, a abrazarlo, nadie, como siempre.
Salió y decidió ir a la habitación de su madre pero había algo que lo frenaba, su mente a gritos le imploraba que no lo hiciera pero estaba harto. Abrió la puerta de un tirón y se encontró con la cama tendida, una biblioteca con unos cuantos libros ya que la mayoría se los había llevado y abajo de ella dos cajas. Se abalanzó sobre las cajas y las abrió con rapidez levantando las tapas, casi rompiéndolas y encontró dos carpetas. Un frenesí lo invadió y abrió una, comenzó a sacar las hojas impresas de los folios y a leer con velocidad.
«Alice Kenneth, reporte de investigación:
El experimento para cerrar el portal por donde ingresan los demonios, no es viable, según mis estudios y los de mi esposo, pero por más que hemos intentado advertirles, los Hamilton y los Landon se niegan a escucharnos y el proyecto continúa. Sólo los Sunderland están de nuestro lado, pero por las disputas con los Landon, ni siquiera nos dan oportunidad de volver a explicarles.
Hemos realizado experimentos con el icor para usarlo en las armas y son satisfactorios. Para la primera etapa usaremos el espacio Magín y luego es incierto el camino.
El día se acerca y ni siquiera hemos podido con mi esposo hacer los papeles para sacar a nuestro hijo de la ciudad y temo lo peor.
Si llega a fallar todo, será un desastre y todo por culpa de los Hamilton y su sangre y no temo revelar este secreto, el maldito secreto que nos ha condenado a todos. Ellos...»
La hoja estaba rota y por más que Cristian buscó lo que continuaba, sólo se topó con informes del icor, armas y bocetos de demonios y características.
«Hamilton, Tatiana y Henry llevan ese apellido, quizás ellos sepan algo» pensó Cristian, mientras guardaba todas las carpetas y se llevaba algunas.
Al menos ahora tendría en qué pensar, alejado de sus angustias.
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