Capítulo 20 Elois Landon
Hacía frío y la nieve caía. Los labios de Mariam Hamilton estaban tornándose azules y tiritaba, sólo tenía una capa roja y un vestido blanco ensangrentado. La sangre salía de debajo de su corazón y el dolor ascendía como una electricidad por todo su cuerpo, pero además, una energía a la par lo acompañaba. Se mordía el labio inferior y daba pasos lentos hasta llegar a la puerta de la mansión de los Landon. Tocó con poca energía el timbre y Elois abrió.
Elois tenía el cabello colorado despeinado y ojeras notorias, sólo tenía puesto un camisón turquesa y al ver a su amiga, se abalanzó a abrazarla y la ayudó a entrar.
—No lo entiendo, tú me dijiste que ibas a sacrificarte —comenzó diciendo Elois, ayudándola a sentarse en uno de los sillones.
Mariam temblaba y no era capaz de responder, sus ojos buscaban algo, como si las palabras para responder estuvieran en esa habitación.
Elois notó que sangraba y de inmediato corrió al baño y volvió con una maletín de primeros auxilios, sacó un pequeño pote con un líquido marrón, gasas y algodones y se acercó a su amiga a sacarle la capa. Ella estaba shockeada, petrificada y se dejó ser atendida, sólo cerraba con fuerza los ojos por el ardor y entonces, las palabras adecuadas acudieron a su mente.
—Debí morir, pero me equivoqué —sacudió la cabeza y se llevó ambas manos al rostro— Me clavé la espada, pero no morí, la energía demoníaca se traspasó a mí.
El pote de Yodo cayó rodando y las gasas con sangre resbalaron de las manos de Elois, se llevó el cabello para atrás y tomó las manos de su amiga.
—No es cierto, dime que no es cierto. ¡Mariam, qué has hecho!
—Maldije mi estirpe, eso hice y la espada no se deshizo, sólo desapareció. Sabía de esta posibilidad, pero estaba segura de que no sucedería. Las cosas han cambiado.
—¿Cómo?
—No puedo decírtelo, es un trato que hice con Astaroth. Pero ruego que esta energía no se pase a mis hijos.
La pelirroja se fijó y se dio cuenta que no había rastros de sangre.
—Ahora corre por mi sangre, energía demoníaca.
Alexia se quedó sentada en la alfombra de la habitación de su hermano, estaba abatida, con una campera de él entre sus brazos. El cabello pegado a sus mejillas por las lágrimas y la mirada pérdida. Su mente intentaba digerir los sucedido, las palabras atolondradas de Francis, explicándole lo que había pasado y ella, sólo le había dado una cachetada y le había dicho que por su culpa de nuevo perdía a su hermano y todo tipo de palabras de las cuáles comenzaba a arrepentirse.
Henry la abrazó desde atrás, no sabía qué decirle, había acudido al oírla nerviosa y alterada en el celular y no había dudado en ir. No importaba el alejamiento que tenían.
—No te preocupes, algo haremos ¿Qué más te dijo Francis?
—Que me va a decir ese estúpido. Maldito el día en que Mikel se fijó en él, habiendo tantos chicos, justo en el Sunderland. Ese joven trajo desgracias —Se giró y se apartó de Henry, quería abrazarlo pero prefirió mejor sentarse a su lado— ¿Tú sabes algo sobre los que están en Crimson?
—Sí, no demasiado pero sí. Tienen un rey, uno al que nuestros padres fueron a atacar. Mataron a quien reinaba, pero su hijo lo sucedió.
Ella se incorporó aún con la campera en las manos, se acercó al escritorio desordenado de su hermano y vio las carpetas con hojas de información de su madre, aparte de fotos con la madre de Henry. Sacó una hoja y se la extendió.
—No son todos demonios deformes, tienen forma humana, mira los dibujos y además, tu madre se había enamorado del rey. No entiendo a qué nos enfrentamos realmente, pero uno de esos demonios humanos, se llevó a mi hermano, Francis me lo dijo.
Henry dio una leída rápida, suspiró y se levantó.
—Propongo que nos reunamos todos en mi casa, sé que no quieres hablar con Francis, pero lo necesitamos y a su madre igual, yo les avisaré y tú, háblale a Cristian. No sé dónde anda mi hermana, pero no pasó la noche en casa.
Alexia asintió y en cuanto iba a irse, Henry la tomó del brazo con dulzura.
—¿Qué sucede?
—Pasa que... em... Alexia yo...
—Henry, no es el momento, no te hubiera llamado, pero esto era urgente.
—Lo sé, pero... te amo —largó de pronto y Alexia se alejó.
Cristian se había despedido de Tatiana. Una sensación le rondó la mente y las manos, al acercarse y besarla. Todo había ido demasiado rápido. Sus recuerdos habían regresado fragmentados, pero con el amor lleno de vigor y eso, lo había conducido a estar con ella, a besarla y dormir a su lado.
Ahora todo se sentía frío. Como si sus emociones comenzarán a prepararse para algo horrible e indescriptible.
Su terapeuta lo llamó varias veces y a la cuarta vez, Cristian lo miró y respondió:
—Disculpe, no me siento bien y creo que lo que dije suena a un brote psicótico ¿Verdad?
El hombre movió la cabeza y dejó en la mesa el anotador y la lapicera, se inclinó y juntó las manos.
—Es un avance, pero tu mente se protege, quiere evitar el dolor sufrido. Es normal.
—No lo sé. Ahora que tengo a Tatiana, debería estar feliz, pero en su lugar me siento en alerta. ¿Será mi depresión?
—Puede ser. Trata de descansar y de tomar tus pastillas y de regresar a vincularte con ella. Avanzas, Cristian y eso puede provocar temor. Salir del lugar de sufriente, en el que estabas acostumbrado, abruma.
Cristian asintió y se despidió.
Astaroth estaba harto, cansado. Sentía que todo lo superaba y no veía avances. Así que había decidido ir a la ciudad y hacer el movimiento que tanto quería.
Apareció cortándole el paso a Cristian y este se detuvo de inmediato, ya que casi se lo lleva por delante.
—Cristian Kenneth, realmente no hubiera venido, pero estoy cansado, así que decidí hacer una jugada.
—¿Quién eres y qué quieres?
—Más adelante las respuestas.
Se movió con rapidez detrás de él.
Cristian quiso decir algo, pero fue inútil, las palabras no salieron. Sintió aroma a azufre y entonces lo comprendió, tarde, por supuesto.
Dos dedos fríos de Astaroth se posaron en su frente y Cristian cayó en sus brazos.
En una habitación con alfombra roja, una cama con acolchado dorado y ģrandes ventanales, los cuerpos de Mikel y Cristian descansaban.
—¿Y ahora qué sigue, hermano? —preguntó Alastor.
—Hacerlos parte de nuestro ejército.
—¿También a Mikel? —preguntó con pesar, tomando la mano del pelirrojo.
—Por supuesto —respondió Astaroth con frialdad.
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