Capítulo 12 El eclipse
El eclipse llegó avisando la catástrofe. La luz solar desapareció, el aire se puso gélido y las sombras rondaron. Los eclipses en Anacrom eran presagio de desgracias y la falta de luz duraba desde minutos hasta horas.
Los demonios tuvieron vía libre, los comunes y los crepusculares.
Los gritos de todos se unieron al de las sirenas que subían y bajaban, dando aviso de que el ataque sería por horas.
Los niños fueron las primeras presas, devorados, aplastados y otros quedaron destruidos psíquicamente, lo que físicamente se reflejaba en un paro cardiáco.
El choque metálico de las espadas y los alaridos de los demonios, fue cubriendo a toda la ciudad. Los cuerpos caídos, la sangre y la incertidumbre, dieron vida a un ambiente de terror.
El aviso por los altavoces puso en alerta a los ciudadanos que por un instante, dejaron de pelear y fueron alcanzados por los enemigos sombríos.
«¡Busquen refugio para los niños en los bunkers señalizados! El ataque durará tres horas. ¡Sean Resilientes y hagan frente a los demonios!»
Había un destello en el cielo plateado como si fuera una lluvia de estrellas y Cristian se quedó mirando por un leve instante, como si eso trajera paz y rompiera con todo el desastre que vivía. Esos destellos provenían de los demonios y podían hipnotizar y aunque él lo sabía, se quedó mirándolos como una petición desesperada de su mente que pedía a gritos paz, armonía.
No fue consciente del demonio que se paró al frente y le dio un empujón clavándole las garras en el brazo y lo envió a la entrada de su casa. El ser de pelaje griśaseo y ojos violetas, estaba parado en dos patas y con la espalda encorvada, la saliva era brillante y hacía un sonido molesto con los dientes. Deseaba alimentarse y Cristian era presa fácil.
El joven sintió como la sangre iba abandonando su cuerpo y un sabor metálico le llenaba la boca. Respiró hondo y abrió los ojos. La energía para incorporarse lo acompañó para blandir la espada que estaba a su lado y lanzarse sobre su atacante, el cual dio un salto abriendo las garras para desgarrar su pecho. Lo logró, las garras se clavaron, pero también la espada de Cristian. Dio un alarido y se extinguió.
Cristian quedó tendido, oyendo los sonidos amortiguados de desesperación. El dolor comenzó a ascender y su mente se apagó.
Mikel sentía como el hedor del azufre y la sangre se mezclaban y le dio náuseas y vomitó cayendo de rodillas. Todos esos aromas los transportaban a la Crimson zone y eso lo llenaba de miedo.
Alexia se agachó y lo ayudó a levantarse, tenía la blusa blanca con una mancha de sangre que comenzaba a expandirse y un corte profundo en la mano derecha y en la otra llevaba la espada con sangre seca. Mikel tenía una daga en el mismo estado que la espada. Ambos se habían abierto camino a la casa de Cristian, porque el pelirrojo había decidido hablar, pero eso ya estaba pérdido, había despertado con la idea de poner en palabras parte de lo vivido y mientras iban de camino, las sirenas comenzaron a sonar y eso lo regresó a su estado angustiante.
—Esquivemos a los que reptan, nos harán perder tiempo.
—Hermano ¿No deberíamos volver a casa, qué sentido tiene seguir camino a casa de Cristian?
—Tengo un horrible presentimiento, apesta a icor y resabios de hilos psíquicos —murmuró, Mikel.
Los gritos aumentaban en ciertos lugares y ver a tantos esparcidos con la mirada pérdida o incluso siendo devorados, le revolvió el estómago a Alexia y obligó a su mente a distenderse a algo positivo. En los altavoces habían dicho que sean Resilientes ¿Pero cómo podías serlo entre tanto caos? Algunos no recibían heridas, caían ilesos con expresión de terror y esos eran los que eran infectados psíquicamente.
Ambos hermanos sortearon algunos cuerpos, llegaron a la casa de Cristian y lo vieron tendido con una herida grave en el pecho.
—Tenía razón, el icor que mana de esa herida lo está contaminando —dijo Mikel, tomándolo en brazos.
—Vamos adentro.
Dejaron a Cristian en uno de los sofás, corrieron las cortinas, cerraron todas las puertas y esparcieron un líquido plateado espeso de unas botellas que Mikel le pasó a su hermana.
—¿Crees que esto los detendrá? —preguntó Alexia rociando una puerta.
—Al menos por un tiempo. Debemos limpiar la herida o lo perderemos, incluso antes de que lo reclamen en el otro lado.
—¿Qué?
—Después te explico. Vamos a llevarlo a su cama.
Mikel los alzó y corrieron escaleras arriba, abrió de una patada la puerta y le indicó a Alexia que rociara el icor. Lo depositó en la cama y le sacó la camisa, la herida iba desde el esternón hasta el ombligo, sacó un pañuelo de la campera negra manchada de sangre seca y apretó la herida y con la otra mano, tiró un poco de icor que traía guardado. Cristian abrió los ojos y se quejó, una de sus manos apretó la de Mikel y dijo en un susurro:
—Arde.
—Lo sé pero ayudará a que se cure. ¡Alexia, ya despertó!
La chica entró con rapidez casi resbalando con una pequeña alfombra y se acercó emocionada a la cama.
—Tienes suerte que mi hermano haya querido hablar contigo. A medio camino hasta aquí, las sirenas comenzaron a sonar ¿Estás bien?
—Sí, pero me duele horrores.
—Hemos rociado icor en todas las puertas y ventanas, los demonios no entrarán, al menos hasta que acabe el ataque —pasó la mano por su frente y su hermano enarcó la ceja al ver el gesto.
—¿Saben algo de los demás, Henry, Tatiana y Francis?
—No, pero saben defenderse —respondió con frialdad Mikel, al oír el nombre de Francis—. Iré a revisar abajo para que todo esté en orden.
—Qué bueno que estás bien —comenzó a limpiar alrededor de la herida.
Cristian levantó un poco la cabeza, se dio cuenta que no tenía la camisa puesta y se sonrojó al sentir el tacto de Alexia al limpiarlo.
—¿Cómo es eso que tu hermano quería venir a hablar conmigo?
—No sé, algo debiste decirle y se despertó con otro ánimo y al parecer quería contarte sobre lo que vivió pero ahora, siento que ha vuelto a protegerse en el mismo.
—Es cuestión de tiempo —se quejó al sentir una leve presión en la herida y apretó los labios.
—Lo sé. Debo sacarte la infección, el veneno de los demonios puede causar septicemia.
El silencio de pronto reinó y los pájaros de a poco volvieron a cantar.
—Ya ha terminado.
—¿Dónde tienes un botiquín de primeros auxilios?
—En el baño. Alexia —tomó su mano—. Sé que no es el momento pero...
—Ojalá Henry fuera como tú. Eres alguien de quien cualquier chica se enamoraría, Cristian —largó de pronto, se sonrojó y caminó hasta el baño.
Cristian se quedó pensando y quiso incorporarse pero el dolor no lo dejó. No entendió porqué le decía eso y en ese momento.
—Alexia, soy demasiado complicado para ser amado.
Ella volvió con el yodo y cuando iba a responderle, Mikel entró mostrando su celular.
—Francis me ha dicho que Henry quiere vernos a todos. Así que deberé presentarme.
Alexia buscó su celular y comprobó que no tenía ningún mensaje, levantó la vista con expresión triste.
—El problema es que no puedo ir así —comentó Cristian con tono desganado.
—Yo le diré a Henry que vengan acá y le comentaré que ha sucedido —mencionó Alexia de mala gana.
Henry llevó a Tatiana tomada de la mano y caminaron en silencio hasta la entrada de la casa de Cristian. A su lado, Francis parecía querer esconderse dentro del buzo que era unos talles más grande, pateaba unas piedras y miraba al suelo. Para el mayor de los Hamilton, todo le parecía incómodo, en especial porque no se había vuelto a mensajear con Alexia y de pronto le llegaba el mensaje.
—Francis ¿Qué te pasa? ¿Y a ti hermana?
—Es sólo que... —suspiró angustiado y se rascó el cuello—. Parece que el tatuaje me produce alergia. ¿Por qué acá y no en tu casa Henry? Mejor dicho, mansión.
—Alexia dice que Cristian está herido y esto nos incluye a todos, así que como él no puede moverse, nos citó aquí.
Tocó el timbre y Alexia los recibió. Francis la miró con recelo y ella igual. No se habían dirigido la palabra desde hacía un año.
—Qué bueno que están bien. Hay videos en las redes sociales de los desastres que dejaron los demonios —comentó indicando que pasaran.
—¿Está bien, Cristian? —preguntó Tatiana, soltando la mano a su hermano.
Alexia frunció el ceño por un leve instante y luego sonrió asintiendo.
—Sí, he curado su herida.
Tatiana no se controló y entró corriendo y subió las escaleras. Ni se dio cuenta de que Mikel estaba saliendo de la habitación de Cristian y ella se lo llevó por delante. El pelirrojo parpadeó varias veces y vio curioso que ella levantaba la cabeza de su pecho asombrada.
Ella tomó distancia y ahogó un grito tapándose la boca.
—No puede ser —murmuró.
—Eh... pequeña, tanto tiempo —logró decir Mikel, pasando la mano sobre su cabeza, como siempre lo había hecho—. No era la forma que había pensado para presentarme pero sí, estoy vivo.
—No puede ser —tocó sus mejillas para cerciorarse que realmente era él y luego le dio un fuerte abrazo—. Te extrañé mucho, Mike.
Cristian los miró asombrado mientras se sentaba y apretaba los labios por el dolor.
—Siento interrumpirlos pero necesito ayuda.
Tatiana se separó de Mikel y cuando iba a ir a ayudar a Cristian, Alexia apareció dándole un leve empujón y entrando a ayudar. Ella vio como lo ayudaba a ponerse una camisa y sintió que algo se le revolvía en el estómago, apartó la mirada y volteó.
Mikel lo notó y le puso una mano en la cabeza.
—Ah, celos.
—¡Hee, no nos dejen acá, vamos a subir! —gritó Henry.
—Em... yo... —comenzó a decir Mikel.
—Ya está, hermano, que te vea —comentó Alexia, tomando de la mano a Cristian.
Tatiana sintió que algo se quebraba por dentro y suspiró angustiada.
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