Capítulo 1 Regreso a casa
La sangre cubría casi toda la alfombra blanca. El corte de la víctima era desde la carótida hasta cerca de la clavícula y la sangre manaba sin parar. Los ojos estaban abiertos en una expresión de terror y las manos en forma de garras clavadas sin éxito en el ser oscuro con piel pegajosa que se encontraba encima de ella y devoraba su cuerpo como si fuera un manjar. El sonido que hacía al lamer la sangre y el crujido de los dientes al masticar los huesos, dejó sin aliento al joven que miraba todo desde atrás. No conseguía moverse y el hacha había caído hacía rato.
El demonio se incorporó y se hizo para atrás, para luego pararse en dos patas y revelar su cuerpo grisáceo con pelaje apelmazado por la sangre, ojos rojos y garras largas y afiladas en manos y pies.
No se lanzó encima del joven. Levantó una garra y un rayo alcanzó su frente.
El joven se tambaleó y lanzó un alarido, antes de caer inconsciente.
Cristian parpadeó varias veces, apretó sin querer al vaso de plástico de café que sostenía, al sentir el calor del contenido y volvió en sí. Sacudió la cabeza y se acercó al lavadero de la cocina, se lavó la cara y las manos y luego arrojó lo que quedaba del vaso.
—Así que, estoy de vuelta —murmuró mirando la cocina.
El lugar parecía tranquilo. Recordó que había enviado unas semanas atrás a que lo limpien y lo acondicionen para su llegada.
Habían pasado años y caminar de nuevo por allí, le traía recuerdos para los que aún no se había preparado para digerirlos. Pero no había otra opción, su nueva oportunidad de trabajo, lo había obligado a regresar a Anacrom. Una ciudad acostumbrada a recibir ataques de demonios, aunque de unos en especial y sus habitantes vivían siendo asediados psíquicamente por estos. Así que el trabajo para psicólogos y psiquiatras era el más requerido y por eso, Cristian había regresado, ya recibido de licenciado en Psicología.
Pero había algo más. Cristian no recordaba del todo su vida allí, en especial, sus vínculos sentimentales. Así que parte de su memoria estaba bajo una neblina.
Recorrió el comedor, el living y fue tocando cada mueble para volver a tomar contacto con el lugar. No recordaba el día en que lo dejó, sólo tenía flashes de su adolescencia, fotografías fragmentadas en su memoria junto a emociones rotas, que no podía re acomodar.
Los años de terapia parecían haber curado sólo una parte de su mente: pasillos, habitaciones a donde se había podido acceder, pero otras continuaban cerradas o demasiado destruidas y entonces, solo tenía retazos de recuerdos y emociones.
Llegó a su habitación y con dolor comprobó que lucía casi igual a como la dejó cuando tenía quince años Se acercó al espejo y comprobó que estaba ojeroso y que su cabello estaba largo, la camisa blanca arrugada y la corbata torcida. Se sentó en la cama y se quedó tieso, sin querer moverse, sin querer acercarse al pequeño baúl detrás de la puerta, que contenía: cartas, dibujos, objetos que lo conectarán, pero no, aún no estaba preparado. Así que sólo tomó al baúl y lo dejó en la parte alta del placard y pensó en que ahora, estaba en el lugar de sus pacientes, cuando no desean tener contacto con aquello que les provocó el trauma y hacen lo imposible para alejarse de la situación en donde está el núcleo de todo.
Se tiró en la cama y quedó hecho un ovillo.
Tatiana Hamilton, llevaba una pila de papeles e iba mirando de reojo por donde caminaba, mientras intentaba dominar los tacos de sus nuevos zapatos, detestaba usarlos pero eran reglamentarios en su nuevo trabajo. Dejó los papeles en el escritorio y suspiró profundo, le tocaba fingir, así que así lo haría, pero le costaba tanto, el tenerlo cerca le dolía en parte.
Cristian ni se inmutó, estaba perdido en sus pensamientos, haciendo rayones sin sentido en su libreta. La chica se incomodó, bufó molesta y se acercó a la ventana para abrir de un tirón las cortinas, eso sí molestó al hombre.
—Qué escándalo ¿No podría ser más cuidadosa, señorita?
—Hasta que al fin me nota, doctor —respondió molesta, llevándose ambas manos a la cadera de su vestido azul.
—No soy doctor, soy licenciado ¿Y qué es todo esto que has traído?
Tatiana puso los ojos en blanco antes de responder y volvió al escritorio.
—Los expedientes de sus pacientes, me dijo hace un rato que se los traiga ¿Se siente bien?
—Sí —se pasó la mano en la frente—. Sólo estoy cansado
Ella enarcó una ceja y miró a la libreta, entre los rayones había un diálogo corto y sonrió.
—¿Le gusta escribir?
—Sí, lo hago en mi tiempo libre, antes escribía, pero el trabajo no me ha dejado tiempo para seguir con ello ¿Por qué?
Buscó en el bolsillo de su vestido una tarjeta y se la dejó en el escritorio.
—Mi hermano da un taller literario, si le interesa puede venir, es mañana a las 18. Ahora debo irme, siento que el teléfono está sonando.
—Ah, bueno, gracias.
Cristian se quedó mirando la nota y luego observó lo que había escrito. Se levantó y quiso decirle algo a la chica, pero ella ya había salido.
—¿Un taller literario? Si supiera que hace años que no escribo algo en concreto —arrugó el papel, pero antes de lanzarlo al cesto de basura, se decidió por guardarlo en el bolsillo de su camisa.
La mansión Hamilton al crepúsculo tenía una fachada salida de cuento de terror, la luz que entraba por los ventanales proyectaban una luminosidad amarillenta y se mezclaba con lo antiguo de los muebles del salón principal.
Por fuera, el jardín de girasoles algo descuidado, daba un aspecto sombrío, junto a la fuente del centro en donde el agua salía de las bocas de tres leones y sólo se activaban a las 19 en punto.
En el Salón del Pensamiento, que en realidad era una biblioteca con una gran cantidad de libros y sillones para sentarse a leer, Tatiana se encontraba leyendo un libro y tomando nota. A su lado, un hombre se rascaba la cabeza y leía otro libro. Los dos tenían un peculiar color platinado de cabello y ojos marrones.
—Se nos acaban las ideas y nadie quiere venir a los Talleres ¿Tendré que hacer un Tiktok hablando rápido y moviéndome de forma atolondrada para que me presten atención? —preguntó él, parándose de pronto y arrojando el libro al piso.
—Tampoco exageres, Henry. Mirá, hoy le di una tarjeta al nuevo licenciado del trabajo, porque vi que escribe. Es Cristian.
—¿Y crees que vendrá? ¿Cristian? Supongo que no te reconoció.
—Claro que no —bajó la mirada.
—Era de esperarse. En fin, yo ya no tengo ideas y nuestros seguidores de Instagram son cada vez menos, no interactúan y… —apretó los labios y movió las manos—. Se nos acaba el tiempo, hermana.
—Lo sé y realmente creo que tal vez, nosotros y Alexia… —comenzó diciendo en tono bajo.
Henry comenzó a negar con la cabeza, se acercó a ella y besó su cabeza.
—Ni se te ocurra, tú no debes, no te dejaré.
Ella quiso decir algo pero un ruido como de una espada rayando algo metálico los perturbó a ambos.
—Eso es…
—Shh… no hagas ruido.
Ambos se abrazaron y miraron con temor a la puerta, conteniendo la respiración.
Los sonidos provenientes del sótano fueron aumentando, se oyeron objetos cayendo y chillidos y luego, una alarma se activó y de a poco el ruido cesó.
—Los demonios ingresarán tarde o temprano y nosotros deberemos enfrentarlos —dijo Tatiana separándose de él con los ojos llorosos.
—Tiene que haber una solución.
—Sí, pero cada vez nuestro verdadero objetivo parece tan lejano, hermano
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