5. Tu madre murió, Ana.
Antes de la guerra mágica, Bellatrix había estado en la casa, sentada ante Anabelle, mirándola fijamente.
La pequeña le devolvía la vista, como si se tratara de lo más interesante del mundo, y es que su madre era eso para ella. Su madre lo era todo. Le fascinaban sus ojos enormes y oscuros, sus rizos alborotados, incluso sus huesudas mejillas. Ella solo veía belleza, no caía en la cuenta de las profundas ojeras, ni la piel de tono enfermizo o la suciedad sobre esta.
¿Han oído del enamoramiento de los niños hacia sus padres? Suele darse los primeros años de vida, es algo que luego se supera, normalmente los niños hacia sus madres y las niñas hacia sus padres.
Anabelle lo sentía hacia su madre. Porque su padre, al verla, lo único que había hecho era hacerse del desentendido, cosa que sacó de quicio a Bellatrix, llevándola a intentar matarlo. Aunque claro, no es como si eso fuese algo raro.
Bella gritaba mientras le lanzaba maldiciones por toda la casa.
Es tu hija, decía. Es nuestra hija, malnacido.
Luego de dejar inconsciente a Rodolphus, Bellatrix cayó en la cuenta de lo que había dicho. Su mirada aun era feroz, observó a la pequeña que la veía sin comprender mucho la situación. Caminó hacia ella y la cargó.
Anabelle no cabía en su felicidad. Su mamá la tenía en brazos, y no la había mirado con odio.
Tristemente, eso sucedía poco tiempo antes de la guerra, poco antes de la muerte de Bella.
Muy tarde, muy poco. Bella apenas había notado que tenía cierto apego hacia su hija.
Antes de partir, volvió a observar a su pequeña copia a los ojos.
Anabelle a pesar de ser tan pequeña, tenía una mirada muy expresiva, y en ese momento, lo que sus marrones ojos decía era Te amo mamá.
La mujer tragó saliva y subió una de sus callosas manos, la pasó por la mejilla de la niña, miles de sentimientos pasaron por su cuerpo maltratado.
—Vamos a ganar —le dijo, en tono de juramento—. Voy a volver, lo voy a hacer por ti.
Ana subió su manita y tomó la de su madre asintiendo repetidamente.
— ¿Me entendiste? —murmura Bella, un poco sorprendida y a la vez apenada por sus anteriores palabras.
—Cuando vuelvas vas a ser mi mami, ¿verdad?
No podía mirarla más, no podía con esos ojos enormes llenos de ilusión.
Bellatrix no respondió. Se levantó y se alejó de ella. Pero Ana simplemente se dijo que así sería, por lo tanto, segura y tranquila, fue a su habitación para hacerle un dibujo a su nueva mami y se lo entregaría cuando vuelva.
Narcissa, que había estado observando la escena, correteó tras Bellatrix y al tenerla junto a ella, le sonrió con los ojos aguados.
—No te atrevas a decir algo al respecto —advirtió la morena con cierta amenaza en su tono.
—Está bien.
Llegando al final de las escaleras, se encontraron con la pareja de mortífagos que se quedarían en la casa. Los Cronwell, ellos cuidarían de Anabelle a costa de todo.
Narcissa se detuvo a darles indicaciones, en cierto punto, Bellatrix le interrumpió, ya sin poder soportar callarlo.
—Lo único que deben hacer es mantenerla a salvo, como sea, aunque les cueste sus malditos veinte dedos, sus riñones o lo que sea... Cuando vuelva quiero verla tal cual como la dejé.
Daria Cronwell, una mujer de 28 años, asintió enérgicamente.
—La cuidaré como si fuera mi hija —aseguró.
Algo picó el interior de Bella, eso fue lo que la llevó a decir lo siguiente.
—Ambas sabemos que eso no sucedería ni en tus sueños... Es mi hija, siempre será mi hija, no intentes robármela porque tú no puedes tener una propia.
Narcissa se tensó, en parte feliz porque Bella declaraba como su hija a Ana, pero por otra parte apenada porque Bellatrix resaltaba la esterilidad de Daria.
La mujer tenía los ojos un tanto húmedos, pero asintió sin bajar la vista de la de Bella.
—Pueden irse —habló el señor Cronwell, se notaba que estaba enfadado por lo que dijo la morena.
Las hermanas se retiraron al inevitable destino.
Bellatrix murió, murió gracias a Molly Weasley. Para su enojo, murió a manos de una mujer que fue mejor madre que ella.
La noticia viajó rápido hasta Edward Cronwell, quien subió las escaleras de dos en dos, luego dio zancadas hasta la habitación. Al abrir la puerta, se encontró con su esposa Daria sentada en el suelo, peinando el cabello de Anabelle.
La mujer subió su vista azul marino con confusión, Edward respiró hondo y luego fue a inclinarse junto a Ana.
Cuando la miró a los ojos, Edward sintió que la niña le veía el alma. Ella de pronto estaba muy seria.
—¿Qué pasó? —exigió en un tono muy maduro para su edad.
Él se lo replanteó varias veces antes de informárselo como si estuviese hablando con un adulto. Después de todo, esa niña creció en medio de asesinos y cosas por el estilo, debía estar preparada para cosas como esta.
—Tu madre ha muerto... ¿Me oíste, Ana? Tu madre está muerta —repitió, ya que ella se quedó tildada.
Esperó a los gritos, esperó el llanto, pero la niña seguía en silencio y sin dejar de mirarlo.
—¿Quién? —resopló luego de un rato.
—Tu madre...
—No, ¿quién lo ha hecho?—su tono bajó un poco, tornándose espeluznante.
Edward le lanzó una mirada sorprendida a su esposa y luego se volvió a la niña.
—No estoy seguro...
—Tú lo sabes —ladea la cabeza—. Te lo han dicho, no mientas.
Se relame los labios antes de darle la respuesta que quería.
—Molly Weasley.
Ana, incomodando al matrimonio, dice en tono susurrante: —Gracias por la información.
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