C A P Í T U L O 9

Había leído sobre los asteroides 325, 326, 327, 328, 329, 330. Entonces bajé el libro, lo puse sobre mi regazo y miré a mi maestra. Ella estaba ya terminado su rompecabezas solo tenía unas cinco piezas sobre la mesa que todavía no había encajado.

—Las personas mayores son muy extrañas —comenté.

Ella me miró y sonrió.

—No hay menor duda —respondió y,  buscando su bastón para ponerse de pie, agregó— Veo que te está divirtiendo la lectura, se te ve sereno y con expresión brillante.

Asentí, ella tenía razón.

—No debe ser uno egoísta, ni vanidoso, el principito no busca los de esa clase para ser sus amigos —agregué—; pondré eso en mi ensayo.

Ella caminó por el pasillo y desapareció. Empecé a leer sobre la llegada del Principito a la tierra. “Entonces apareció el zorro” leí y ¡Pérez apareció! Con una bandeja en su mano izquierda, el bastón en su derecha. Me levanté y le ayudé. Puse la bandeja, con varios sándwiches apetecibles, sobre la mesa y la seguí a la cocina para ayudarle con las bebidas.

Aproveché para conocer mejor su casa. Escudriñé con la mirada cada detalle. Realmente era una casa antigua, su decoración rústica y sencilla, sólo habían unos pocos muebles de madera muy viejos pero bien conservados, se veía que era una mujer bien ordenada y limpia.

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