C A P Í T U L O 21

Terminé sentado en una parada de autobuses, mirando los coches y las luces nocturnas de la zona. De repente la tierra empezó a temblar. Por casi un minuto la gente cedió a la desesperación, pero lo peor llegó después: dos sacudidas de magnitud impresionante hicieron que el mundo frente a mis ojos empezara a derrumbarse.

Hasta el momento mis pies habían permanecido como si se hubieran pegado al suelo, pero de un momento a otro mi corazón me empujó corriendo al único lugar donde encontraba paz. Corrí entre coches estrellados, chorros de agua por daños a tuberías, gente llorando, heridos, saqueadores. El mundo pasaba detalladamente a mi lado pero yo solo tenía a alguien en mente.

—¡Ana!

La puerta de la casa estaba cerrada, las paredes delanteras se veían agrietadas. Toqué y grité varias veces pero Ana no respondía.

—Marco.

—Ana —Corrí a abrazarla.— Estás bien.

—Ven, ayúdame.

Abrió la puerta de su casa, entró y la seguí. Inmediatamente encendí la linterna de mi celular y Ana caminó a la cocina, tomó unas cajas desarmadas y unas tijeras de la encimera. Cortó el cartón mientras yo iluminaba, el barrio estaba sin suministro eléctrico.

—Vamos —avisó con firmeza y tomó la delantera.

Pasamos a la acera del frente y caminamos a la izquierda, justo la casa de la esquina había colapsado por completo y todos los vecinos se habían unido para auxiliar a sus habitantes.

—La señora González tiene una fractura abierta en la pierna, hay que inmovilizar mientras logramos llevarla a un hospital —informó, al tiempo que yo empezaba a ver de quién hablaba.

La señora González estaba tendida en el suelo, llorando. Los vecinos seguían movimiento escombros de su casa y dos más intentaban tranquilizarla, uno de ellos buscaba algo en un botiquín.

—Anita, mi esposo... Mi esposo estaba durmiendo en la habitación. No alcancé a ayudarlo.

Ana le tomó una de las manos para darle un cálido apretón entre las suyas.

—Van a encontrarlo así como la encontraron a usted.

Los ojos de la señora ya mayor mostraron un destello de esperanza, con el sencillo gesto de Ana pareció haber recuperado la calma. Era un sentimiento que esa bella mujer tenía el don de transmitir.

—Voy a inmovilizar su pierna herida, va a estar mejor después de eso, confíe en mí.

Asistí a mi profesora, por primera vez llevando a la práctica la clase de primeros auxilios que recibimos como equipo de fútbol. La verdad, estaba muy asustado, pero la serenidad de Ana me mantenía al margen. Justo al terminar la labor los gritos de los vecinos nos avisaron que habían encontrado al esposo de la señora González.

—María, María —exclamaba muy asustado el sobreviviente.

Pero la señora María González estaba bien, y él parecía estar ileso. Creo que fue la primera vez que me alegre a causa del bienestar de desconocidos.

—Gracias —susurró mi profesora, mirando sus manos, con guantes de látex ensangrentados—. Marco me alegra que estés bien, estuve muy preocupada pensando que te podía haber pasado algo.

No me contuve y la atraje hacía mi pecho, sentí como su cuerpo se relajó, dejó de hacerse la insensible y lloró libremente. No entendía porque esa mujer luchaba a capa y espada por ocultar que tenía sentimientos humanos, pero mi deseo era que ella encontrara libertad.

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