C A P Í T U L O 11

Despues de cenar, me sumergí en la lectura. Me había conmovido la despedida del principito y el zorro y con solo leer ese capítulo, llegaron los deseos de llorar, de la nada.

Solo me faltaban cinco capítulos para terminar el libro. No me había percatado de la hora y cuando la supe no me importó, claro, después recordé que Ana quizá dormía temprano.

—¡Un momento! ¿Dije Ana? —pensé en voz alta.

—¿Qué? —inquirió confundida

—No, nada.

Levantó una ceja y me miró con burla, escudriñando con sus ojos marrones, ella podía saber todo lo que yo estaba pensando.

—Usó mi nombre ¿Verdad? No se escandalice por eso, no es un pecado.

Pero el usar su nombre no era el verdadero problema.

—¿Me ha domesticado?

Juro que palideció en ese momento, eso, y su sonrisa se borró, dibujando horror en su mirada.

—Tiene dos días más para entregar su trabajo. Llévese el libro a casa, quiero descansar —habló fríamente.

Pero yo no quería ir a mi casa a leer, allí no encontraba la paz infinita de su hogar, tampoco la calma que sentía al estar a su lado.

—Volveré aquí mañana, no hay tranquilidad allá —dije con voz suplicante— y me gusta su compañía.

—Marco, no quiero crear vínculos con un estudiante. Únicamente volverá mañana. Entregará su trabajo y no volveremos a hablar.

Aquella vez, en ese mismo instante, no entendí a qué se refería, pero cuando lo fuí comprendiendo me dolió el corazón.

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