¥Capítulo dos.
They arrived in the right moment.
Ellos llegaron en el momento indicado.
19 años antes, Julio.
El intenso olor a barniz inundó los sentidos de Alec, arrugó la nariz y se llevó una mano al vientre. Se le había hecho costumbre últimamente, acariciarse la estirada piel cuando estaba bajo estrés, o cuando estaba contento, o cuando estaba triste; la verdad no pasaba un momento del día en el que no tuviera la tela de su camisa arrugada entre los dedos. Jonathan colocó su mano sobre la de él, sacándole una sonrisa, el rubio tenía un brazo alrededor de su cintura y la mirada fija en el hombre frente a ellos.
"La pintura estará seca en un par de días, la cocina ya está totalmente equipada, como puede ver, y justo ahora están instalando el sistema eléctrico." Aclaró aquél hombre, gesticulando con manos cubiertas de pintura.
Jonathan asintió, visiblemente complacido, y Alec se tragó un jadeo de dolor. El bebé estaba inquieto, removiéndose en su interior y causándole un agudo dolor.
"¿En cuanto tiempo estará completamente lista? Las cosas se ven muy bien, todo parece ir mejor de lo planeado. Me gustaría mudarme algunas semanas antes."
El bebé se removió de nuevo y Alec se soltó del agarre de Jon, rodeó la isla de la cocina, observando todo con ojos ávidos. La cocina estaba muy bien equipada con electrodomésticos de última generación, la encimera parecía de granito y los gabinetes estaban hechos de madera clara pulida.
El jefe de construcción frunció el entrecejo con expresión pensativa.
"Lo ideal sería esperar un par de semanas, señor, especialmente con el bebé. Los muebles están por llegar, ahora mismo la única habitación completamente amueblada es la biblioteca. ¡Ah, sí! Acaban de llegar los armarios y las mesas."
Ante esto Alec se detuvo a medio camino del refrigerador, se giró hacia Jonathan y le dio una amplia sonrisa.
"¿Podemos verla?"
El jefe de construcción asintió luego de dirigirle una mirada al hombre rubio, los guió hacia la sala de estar y señaló las escaleras. Jonathan ayudó a un muy embarazado Alec hacia arriba. El segundo piso estaba constituido por una pequeña salita frente a las escaleras, un pasillo largo que dividía la planta en dos y cuatro habitaciones, con baño privado cada una. Alec arrugó el ceño.
"¿Cuatro habitaciones?"
"Cinco de hecho, hay otra junto a la cocina." Respondió el jefe de obras, ganándose una mirada asesina de parte del rubio.
Alec miró a Jonathan, alzando una ceja.
"Pensé que habíamos quedado en una casa pequeña, con lo básico, sin exageraciones." Hizo una mueca al llegar al último tramo de las escaleras, se recostó a la pared al llegar al rellano e hizo que Jonathan se detuviera.
Cada vez le costaba más trabajo hacer cualquier actividad, por sencilla que fuera, sentía los tobillos hinchados y que le faltaba el aliento. Jonathan lo abrazó desde atrás, acariciándole el cuello con los labios.
"No es una exageración, amor, si tan solo hubieras visto los lugares en los que he vivido anteriormente. Me gustan los lujos y a ti lo simple, este es el resultado, un punto intermedio. Si por mi fuera estaríamos viviendo en una mansión, con cincuenta habitaciones o más." Susurró en su oído.
Alec rodó los ojos, gimiendo de dolor y llevándose las manos al vientre.
"Habla con tu hijo, que parece querer sacarme los intestinos desde esta mañana." Espetó, soltándose de él y enviándole una mirada de odio puro al hombre que les señalaba la única puerta del tercer piso.
Alec dejó salir un jadeo de sorpresa, se olvidó del dolor y del enojo al instante y solamente pudo observar todo con ojos muy abiertos. Las paredes estaban tapizadas con libros y el olor transportó a Alec a su infancia, muchos años atrás, cuando prefería estar junto a su tutor después de clases en lugar de disfrutar de su tiempo libre jugando afuera. Avanzó entre los laberintos creados por aquellas inmensas estanterías y se detuvo al llegar al fondo de la estancia.
Había un juego de muebles de aspecto cómodo frente a la chimenea, y un par de ventanales parecidos a los de la planta baja. Alec sonrió, maravillado con la hermosa vista, sintiendo los brazos de Jonathan enroscarse alrededor de su cintura una vez más.
"¿Te gusta?" Preguntó, caminando hacia atrás, arrastrando a Alec consigo hasta que ambos quedaron sentados sobre uno de los muebles.
Él asintió, acomodándose de manera en que sus piernas quedaban elevadas sobre el brazo del sillón. Dejó escapar un gemido de alivio. Jonathan le alzó la camisa y comenzó a plantar besos suaves sobre su vientre, dejando a Alec con una sensación de cosquillas.
"Es perfecta, Jon. ¿De donde sacaste todo esto? Hay como mil libros aquí."
"Dos mil trescientos, de hecho. Los mandé traer de la antigua mansión de Valentine, aquella a las afueras de Niza de la que nadie sabía. No creerás que dejaría sus bienes más valiosos en algún lugar donde la Clave pudiera encontrarlos y confiscarlos, ¿o sí?" Habló con suavidad.
Alec le acarició el cabello, sabía que su padre era algo de lo que no le gustaba hablar.
"Valentine era un hombre inteligente y muy astuto, papá lo conocía. Investigaron un par de propiedades a su nombre, pero no encontraron más que ropa y joyas. Papá dijo que la fortuna de los Morgenstern pasaba de los treinta millones de dólares cuando Valentine asistía a la Academia, y que poseían una escandalosa cantidad de libros invaluables. Cuando la Clave confiscó la Mansión Morgenstern en Alacante no se encontraron artículos de valor, ni joyas, ni muebles, ni libros. Estaba vacía." Le contó.
Devolvió su mirada hacia el hombre inclinado sobre su hinchado estómago, Jonathan se había quedado callado y muy quieto.
"Nuestra familia es una de las más antiguas, el legado de los Morgenstern es el de una casa próspera que lleva más de seiscientos años en pie. Tenemos una gran fortuna, compuesta por numerosas propiedades, altas cantidades de dinero y una de las mayores colecciones de libros. Solo nos superan los Herondale, hay rumores de que un heredero hace doscientos años o más estaba obsesionado por la lectura y el conocimiento, entonces gastó una buena parte de su herencia adquiriendo libros de edición limitada."
Alec se sentó recto, prestándole toda su atención. Estaba interesado, sabía que ellos mismos, los Lightwood, habían sido una de las familias más ricas y de nombre alguna vez; pero antes de que el hubiera nacido, la Clave había disminuido sus riquezas para compensar las pérdidas y la destrucción que el Círculo había dejado a su paso.
"Estos no son todos, obviamente, pero sí los más antiguos y valiosos. Los demás están repartidos en las propiedades secretas de Valentine, algunas de las que ni siquiera yo tengo conocimiento." Le dijo Jon, antes de darle un beso húmedo en los labios.
"Supongo que entre más alto estés en la escalera, más duro será el golpe que te des al caer." Suspiró, con tristeza. "Una de las familias más honorables durante siglos, ahora no es más que cenizas y dolor. Nunca recordarán a los Morgenstern como lo que éramos, valientes cazadores de sombras que lucharon durante toda su vida para defender el mundo. Leerán nuestros nombres en los libros de historia como el psicópata racista que casi eliminó a los hijos del Ángel y su hijo, el monstruo con sangre de demonio que amaba destruir todo lo que se cruzaba en su camino."
Alec tomó el rostro de Jonathan entre sus manos, asegurándose de que el rubio le mirara a los ojos.
"No es así, Jonathan. Algún día todo se arreglará, volveremos a nuestro hogar y demostraremos tu inocencia. Detuviste la guerra. No eres un monstruo. Estoy cargando con tu hijo, Jon, tu heredero. Y si es la voluntad del Ángel, te daré muchos más, niños y niñas que criaremos para que no cometan los errores de sus padres y dejen el nombre de los Morgenstern en alto."
Alec no sabía que tan ciertas eran sus palabras, que en un futuro no muy lejano se cumplirían al pie de la letra, así
que solo tomó a su hombre de la barbilla e inició un beso profundo que se convirtió en algo más. Se sonrojó hasta las orejas cuando, media hora más tarde, ambos salieron de la biblioteca y descubrieron que el jefe de obra seguía tras la puerta, apoyado en la barandilla de la escalera, evitando mirarlos a los ojos.
***
Alec se recostó en el sofá mientras Jonathan se adentraba en la cocina, el moreno pasó los siguientes veinte minutos haciendo gestos de dolor, y para cuando por fin pudo relajarse lo suficiente como para poder echar una siesta, Jonathan estaba sacudiendo su hombro para decirle que el almuerzo estaba listo. Como consecuencia, estaba irascible y de mal humor, mordisqueando su sándwich de pollo y vegetales. Bebió un sorbo de zumo de naranja, acabó con dos sándwiches más y le hizo ojitos a Jonathan hasta que él suspiró y le cedió su hamburguesa con tocino.
"Delicioso." Murmuró, chupándose la grasa del tocino de los dedos.
En ese momento se escuchó un ruido afuera, Jonathan se levantó justo cuando alguien tocaba la puerta. La pelirroja entró refunfuñando por lo bajo, le dio una sonrisa tensa a su hermano y corrió a abrazar a Alec.
"¡Por el Ángel, Alec, estás enorme!" Exclamó, acariciando su estómago.
El bebé saludó a su tía con un enérgico movimiento que dejó a Alec sin aliento, éste asintió y desvió su mirada hacia Jonathan, que seguía parado en la puerta, con los labios fruncidos. Alec llegó a su lado con algo de dificultad y se quedó quieto, frente a ellos, junto a uno de los pinos que franqueaban la carretera, estaba Jace.
***
La última vez que Clary los había visitado había sido unas seis semanas atrás. Jonathan no terminaba de sorprenderse, su hermana lo había perdonado e incluso le había dado un abrazo luego de perdirle que la perdonara a ella; se sentía culpable, creía que las cosas no hubiesen llegado nunca a ese nivel si tan solo ella se hubiera dignado a conocerlo y a quererlo. Pero de eso se encargaba Alec, y el bebé, al que había aceptado completamente y ansiaba conocer. Clary nunca había estado alrededor de niños pequeños, y siempre había querido un hermanito o hermanita, así que estaba decidida a ser la mejor tía de todas. En otras palabras, iba a malcriar totalmente al pequeño. Antes de irse, habían quedado en que cuando volviera traería regalos para el niño y se quedaría todo un fin de semana junto a ellos.
Jonathan sirvió el té en dos tazas, tomó asiento frente a Clary y la observó tomar un pequeño bizcocho del plato que había dispuesto en la mesita. Su hermana se veía muy bien, tenía los brazos llenos de marcas negras y una mirada madura; estaba creciendo. La pelirroja pareció leerle el pensamiento, sonrió y cogió otro bizcocho.
"Entonces, ¿cómo va la construcción?" Preguntó cortésmente.
Jonathan tomó un sorbo de su taza de té, tratando de despejar su cabeza. Estaba preocupado, Alec estaba afuera, solo, junto a Jace. Él no había aceptado su relación con la misma facilidad que su hermana, y la noticia del bebé parecía haberle sentado mucho peor. Clary les había visitado cinco veces, Jace ninguna. Alec se sentía herido por el distanciamiento de su parabatai.
"Casi completa, el jefe de obra dijo que todo estará listo para mudarnos en cinco días. Lo tuve que convencer, sí, quería más tiempo para corregir algunos detalles pero no hay nada que un par de miles de dólares no arreglen." Le contestó, comiéndose un bizcocho.
Clary asintió, el bebé no tardaría más de dos semanas en llegar y sería perfecto estar ya instalados cuando el parto ocurriera.
"¿Cómo está Alec?"
Jonathan se rió.
"Irritado. Con dolores de espalda y gases, y los tobillos muy hinchados. Las hormonas de ese embarazado van a matarme, te lo juro."
Ella rió, divertida, pero al cabo de unos segundos volvió a ponerse seria.
"He estado hablando con Catarina." Dijo, atrayendo la atención de su hermano. "Creemos que lo mejor sería realizar una cesaria, los mundanos usan ese término para describir
la operación mediante la cual extraen al bebé del vientre de sus madres. Catarina me ha dicho que es posible tenerlo de manera natural, pero que sería muy doloroso además de que el peligro de desprendimiento de placenta es aún mayor."
Jonathan asintió, cuidadosamente dejando su taza vacía sobre la mesilla.
"Lo haremos de la forma más fácil y menos dolorosa. No quiere correr riesgos, ni con Alec ni con el o la bebé." Afirmó.
Clary imitó sus acciones.
"¡Ay, me olvidaba! He traído algo para el pequeño." Dijo, rebuscando en su mochila y tendiéndole un conejo de peluche a su hermano.
El pelaje del animal era blanco como la nieve, sus orejas largas y sus ojos grandes y azules como los de Alec. Jonathan se rió, negando con la cabeza.
"Alexander va a matarte cuando lo vea."
Ambos soltaron carcajadas similares, pero se detuvieron en cuanto escucharon un grito de dolor, Jonathan se levantó de inmediato pero antes de que tuviera tiempo de salir Jace se hallaba de pie en su sala de estar. Tenía la cara pálida y a Alec entre los brazos, con la cabeza colgando como si fuera un muñeco de trapo, aparentemente inconsciente.
"Jonathan..." Susurró Alec, con los ojos entreabiertos, se llevó las manos al vientre y gritó de nuevo, su cara arrugádose en un gesto de dolor.
***
El cielo estaba encapotado, las nubes que minutos antes habían parecido blancas y esponjosas ahora se habían puesto de un enojado color azul oscuro. Se avecinaba una tormenta. Jace bajó la mirada cuando sintió a su parabatai acercarse, Alec tenía puesto un sencillo suéter color ciruela, pantalones vaqueros y el anillo Morgenstern en el dedo. Jace sintió como su sangre hervía, aquél demonio que tanto daño le había hecho a su hermano le había lavado el cerebro. ¿Por qué, si no, Alec prefería estar junto a él, fugitivo ante los ojos de la Clave, en lugar de en el Instituto, cerca de su familia?
Tenía una mano firmemente colocada sobre el hinchado vientre, y la otra se encargaba de quitar el cabello de su rostro para poder ver por donde iba. Estaba totalmente sonrojado y respirando entrecortadamente para cuando llegó a su lado. Jace extendió una mano y le removió un mechón azabache de los ojos; Alec se inclinó hacia él, aceptando el contacto.
—Eres el peor hermano del mundo entero —le reprochó, con la voz baja.
Jace asintió.
—Lo sé.
Alec inhaló con fuerza al sentir las manos de su parabatai sobre él, Jace le acarició la espalda brevemente, antes de moverlas hacia el frente. Los largos dedos se arrastraron sobre su piel estirada, explorando, conociendo. Alec dejó salir un sollozo cuando su pequeño comenzó a removerse en su interior.
—He estado investigando... —Jace se detuvo, no sabía como comenzar. —Sobre... bueno, ya sabes. Incluso he conseguido algunos libros, pensé que eso te gustaría.
Alec se encogió de hombros, reteniendo un gemido.
—Créeme, Jace, Jonathan está obsesionado. Me ha conseguido un montón de libros sobre el embarazo, mundanos, la mayoría. Además, falta poco para que el bebé llegue.
El rubio frunció los labios, sentía el vientre de Alec extremadamente tenso, eso no podía ser bueno.
—No es que no te crea, pero la gestación masculina es muy rara y no es vista con buenos ojos en nuestro mundo. He pasado mucho tiempo buscando libros que hablen sobre ella, y he gastado una fortuna en los pocos tomos que encontré.
El moreno detuvo su llanto por un segundo, se despegó del pecho de Jace, y observó a su hermano algo sonrojado. Se había prácticamente lanzado a sus brazos, y le había empapado la camiseta con sus lágrimas.
— ¿De qué hablas, Jace? No sabía que había ocurrido antes, y mucho menos que habían libros sobre ello. Pensé que era un milagro.
Su parabatai se rió, tomando la mochila que había dejado en el suelo. Se veía pesada.
—De hecho es un milagro, Alec.
Su hermano pareció confundido ante aquel comentario que contrariaba su anterior argumento. Jace suspiró, sacando uno de los libros de la mochila. Era el tomo más pesado, tenía diez centímetros de ancho, la cubierta era de piel y databa del siglo XVIII. Era, irónicamente, el más reciente que había encontrado, y aunque había sido publicado trescientos años atrás, era el que estaba más actualizado. Con la ayuda del libro, Jace comenzó a explicar a su parabatai.
—El primer embarazo masculino documentado ocurrió en 1372. Ambos sobrevivieron, lo cual mencionan como si fuera um hecho extremadamente relevante, así que podemos entender que es algo peligroso. Se dice que a mediados 1350 la población de cazadores de sombras había menguado, hasta el punto crítico en que algunas familias casaban a las mujeres con dos y tres hombres a la vez, con la finalidad de procrear. Entonces ocurrió la Venganza de Gabriel.
Alec se estremeció, la Venganza de Gabriel era uno de los cuentos de terror que los nefilim contaban a sus hijos cuando querían que fueran buenos niños. Algo así como la versión del «coco» de los cazadores de sombras. Un estúpido nefilim había iniciado el ritual para invocar al Ángel con ayuda de un brujo, pero un grave error les había llevado a encerrar al Ángel Gabriel en una mazmorra, lo que había desatado la ira del Arcángel Miguel. El brujo había sido asesinado en el acto, mientras que el nefilim había sido condenado a una eternidad en el infierno.
—Según los libros que encontré, Miguel asesinó a todo el que se cruzó en su camino excepto a un joven criado que le ayudó a liberal a Gabriel. Aquél muchacho había servido al Ángel durante el tiempo durante el cual estuvo cautivo, como agradecimiento, Gabriel concedió un deseo al joven. Le dijo que pidiera lo que más quisiera, cualquier cosa, y él se la concedería.
La voz de Jace adquirió un matiz oscuro y Alec pensó en que, de seguro, estaba recordando su propia experiencia con el Ángel Raziel meses antes. Como Clary había salvado su vida, devolviéndolo a la tierra de los vivos.
—Aquél joven era amante de uno de los mozos que cuidaba de los caballos de su señor. Lo que más deseaba era poder tener hijos con su pareja, pero sabía que había un problema mayor y que debía usar su deseo para resolverlo. Entonces le pidió al Ángel que ayudara a su gente, deseó que los ayudara a procrear y así evitar la extinción de su raza. El Ángel se lo concedió, interpretando los verdaderos deseos de su corazón. Poco menos de un año después, el criado dio a luz un bebé saludable.
Alec se quedó boquiabierto. El Ángel había sido misericordioso con aquel joven, que trabajaba voluntariamente para sus secuestradores, y en lugar de asesinarlo por cómplice, había hecho su sueño realidad.
—Vaya... eso es... Es increíble.
Jace asintió, dejando el tomo cuidadosamente apoyado en el suelo antes de acercarse a Alec, con las manos en los bolsillos.
—Si lo piensas bien, tiene lógica, el Ángel Gabriel fue el mensajero de Dios. Fue él quien le dio la noticia a María de que ella tendría al hijo del Señor. Tiene sentido que haya sido él mismo quien permitiera a los nefilim varones concebir y cargar una vida en su interior. Alec, ¿estás bien? Luces pálido.
Él asintió, aferrándose las manos al vientre hinchado. El relato de Jace le había distraído, pero ahora sentía perfectamente los movimientos frenéticos del bebé en su interior. Soltó un jadeo, los dolores en su espalda baja habían vuelto, y ahora eran mucho más seguidos. No podía respirar.
— ¡Alec! —exclamó su hermano, sosteniéndolo entre sus brazos.
— ¡Jace, me duele! ¿Qué está sucediendo?
Estaba aterrado, ¿había algo mal con el bebé?
—Rompiste fuentes, Alec.
El moreno clavó las uñas en los hombros de Jace, registrando sus palabras. Sus ojos se abrieron mucho y a pesar del dolor, frunció el ceño y negó con la cabeza. No podía ser, el bebé aún no estaba listo, le faltaban dos semanas.
— ¿Qué? ¡No, no puede ser! ¿Estás seguro?
Decidió ignorar la risa irónica que el rubio le dedicó, y trató de respirar adecuadamente. Se iba a desmayar.
—Estoy seguro. ¡Espera! Falsa alarma, quizá solo decidiste mearte en mis zapatos nuevos.
El insulto murió en sus labios, Alec dejó salir un grito de dolor puro cuando una punzada especialmente dolorosa hizo su aparición y se dejó caer en la inconsciencia.
***
Jace tumbó a Alec cuidadosamente sobre la cama mientras Jonathan se hacía cargo de deshacerse de su ropa. Desgarró el suéter color ciruela con sus propias manos, dejando la pálida piel del parabatai de Jace al descubierto. Afuera, la lluvia caía estrepitosamente, anunciando la tormenta que no tardaría mucho en desatarse. Jonathan desnudó a Alec completamente, lo cubrió con una fina manta de lino y comenzó a entrar en pánico.
—Jon... —gimió el embarazado. El de cabellos plateados se giró hacia su novio, con los ojos negros rebosantes de preocupación. Alec se pasó una mano por el hinchado y tenso vientre. —Ya viene.
Él arrugó el ceño, acariciándole el cabello húmedo de sudor y besándole la frente.
— ¿Quién, mi amor?
Alec hizo un gesto de dolor y gimió de nuevo, retorciéndose en la cama como un animal herido.
— ¡El bebé, imbécil! Duele, duele, duele... Jon, haz algo, me duele mucho.
Él asintió enérgicamente, rebuscando su estela con manos temblorosas. Trazó un par de iratzes en el pecho de Alec y esto pareció calmar su dolor, ya que inmediatamente se dejó caer en la cama como un peso muerto. Jonathan se levantó tras plantar otro beso, esta vez en el vientre del moreno, y se relajó cuando Clary entró en la habitación, seguida de la bruja que atendería el parto de Alec.
La bruja comenzó a invocar materiales médicos, tijeras, bisturís, pinzas, y cuando su mirada recayó en los dos hombres caminando alrededor en la habitación frunció el entrecejo.
—Fray, te necesito concentrada, te encargarás de que Alec no sufra en demasía. Cuando el efecto de las iratzes se pase, le dibujarás otra, ¿entendido? Vosotros dos, ¡fuera de mi vista! Os quiero afuera.
Clary tragó saliva, atenta, con su estela en mano. Alec estuvo inconsciente durante la mayor parte del procedimiento, y sólo despertó cuando la bruja colocó una pequeña cosa berreante llena de sangre sobre su pecho.
Catarina sonrió.
—Dile hola a mamá, niño bonito.
***
Jonathan se había sorprendido de sobremanera al encontrarse al ex-Hermano Silencioso sentado en su sala de estar, con una taza de té en la mano.
—Zachariah —dijo Jace, también sorprendido.
Intercambió una mirada con el otro hombre y dio un paso hacia delante, inconscientemente a punto de defenderlo. El Hermano Zachariah dejó su taza en la mesilla y alzó ambos brazos, en son de paz.
—No vengo en nombre de la Clave. Te dije que estaba en deuda contigo, Jonathan Herondale.
Jace asintió con la cabeza, sin relajar la postura defensiva. No es que Jonathan Morgenstern se hubiera convertido en su persona favorita de la noche a la mañana, pero su parabatai jamás lo perdonaría si dejara que la Clave se llevara prisionero al padre de su bebé.
—Vengo para tomar parte en el ritual de protección.
Jonathan asintió esta vez, sintió que su espalda se relajaba y que todas las preocupaciones desaparecían de su mente al momento en que escuchó un estridente grito.
Era un llanto de recién nacido. Su bebé.
—Felicitaciones, joven Morgenstern. Parece que ya es padre.
Hola, lectores. Os aviso que ya estoy trabajando en los demás capítulos de AULS, y aunque no sé cuando los termine y publique, no me he olvidado del fic.
Con respecto a Segunda Oportunidad, ¿alguna idea? Tened en cuenta que la trama está completamente planeada, pero hay varios meses sin que nada relevante suceda, así que me gustaría tomar algunas de vuestras ideas para hacer relleno y no tener que hacer un salto temporal de más de medio año.
Elle. xx
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