Día 19
✎Un atardecer para recordar ⊹
Intento no observarte con la pena que despierta la indigna pose en la que te encuentras. Rememoro con rebeldía, combatiendo cualquier lamento, la entereza con la que siempre pisaste el mundo. Como si hubieras querido que este se estremezca en cada paso que dabas. Y lo hizo, creo yo. Lo domaste con la salvaje fuerza con la que viviste y amaste y luchaste y caíste. Lo subyugaste a tu andar libre y que, de no haber mirado con la atención que despertaba tu hermosa manera de existir, parecía que volabas. Un vuelo a ras de suelo, para que no envidiemos todavía más la fantástica y maravillosa manera de moverte por doquier como si el aire, además del mundo, que no te bastó tenerlo sumiso, sino que ambicionaste a más, se empujara desesperado para abrirte camino y no estorbarte. Así como la lluvia, aunque con ella fuiste siempre indulgente y le concediste el placer de recorrer cada centímetro de tu broncínea piel. Y si mis celos fueron evidentes, agradezco que te encargaras de aplacarlos dejándome que te cubra con mi piel y que mis huesos te aprisionen y mis músculos te transmitan la adrenalina que recorría en mí mientras te abracé sin intención de soltarte.
Causaste que mi sangre burbujee y explote en mis mejillas para que coloreen mi vergüenza, mi gozo, mi bronca. En cambio, tu sonrojo siempre fue la señal que esperaba tras dormitar luego de un fabuloso orgasmo para confiar en que seguías conmigo y no que te habías marchado, dejando en tu lugar el cascarón de tu persona. Renegabas de mi costado cursi, pero deberías ver cómo se esfuerza con ahínco en dignificarte. De lo contrario, no hallaría de postal la pintura que aparentas ahora, mientras el sol desciende por el horizonte y se despide de ti, y te oscureces lentamente. Y mi señal y confianza se diluyen en tu palidez intimidante. Tu nariz está roja, y tu boca entreabierta asemeja la expresión de éxtasis cuando te tomo, y te amo con la carne, con el alma que aúlla contenta de sentirte. Pero no hay en tus pupilas la mirada de dicha, de felicidad suprema, mientras me ves.
Si es tiempo de honestidad, he de decir que siempre estuve apabullado de lo que incita tu presencia en mí, incluso mientras eras ausencia y me ocupaba en pensarte y recordarte con esmero para tenerte aunque no estés. Será así desde ahora. Me asusta. Tengo miedo. Y borro todo lo que nos rodea y me distraiga de ti. No quiero perderte de vista. Necesito que mis ojos secuestren hasta el último detalle de esta escena porque no habrá otra. Y no creas que te falto al respeto. No imaginas la poca gracia que me da que mi recuerdo se componga de tu cuerpo laxo, tu rostro visiblemente afectado por la correntada de invierno que nos azota sin piedad. Sé que dirías que no divague en imposibles, en los inservibles escenarios de y si..., pero entiéndeme, te ruego, que esta situación me supera.
Son curiosas las causalidades que nos orientan a nuestros destinos. Permiso tengo de jactarme de que, contrario a tu opinión, somos nosotros los que lo moldeamos y no somos una mera pieza de ajedrez que un ente invisible e inservible mueve a su antojo. Si no hubiera estado tan enfadado aquel día con mi profesora de química, no habría estrellado la puerta hasta hacerla temblar mientras me salía de la clase y entonces tú habrías seguido camino, perdido, hasta encontrar la clase que te correspondía. Chico nuevo conoce al estudiante problemas, vaya si no te has reído de eso, Taetae. Si no te mostrabas asustado, pero más que nada, enfadado por mi irrespetuosa manera de irrumpir en el pasillo y llevarte por delante, seguramente habría pasado de ti y tú de mí, porque cuánto disfruté haciéndote admitir que te encantó enfrentarme cada vez que nos cruzábamos a partir de ese día. Si me hubiera ido contigo a la ciudad donde la mejor facultad de arte se situaba, no te habría extrañado hasta el punto del dolor que me despertó y me hizo reaccionar que nunca hubiera sido feliz siendo periodista. Si no daba el paso, los muchos que día, para declararte que haberte ido solo hizo que te sintiese más cerca, no me habrías abierto la puerta y sostenido cuando, algo borracho, caí sobre ti y te besé apasionado. Y si no me quedaba contigo, en tu minúsculo cuarto en casa de tus padres, no me habría enterado que lo mío era la cocina y tu mamá no habría tenido al mejor ayudante de chef. Si no te hubieras ruborizado furiosamente cuando tus pequeños hermanitos entraron al cuarto y nos vieron compartiendo el mismo colchón, el mío que estaba tirado a un lado de tu cama, no tendrías que haberle explicado qué eran los besos y por qué mi lengua estaba tan campante dentro de tu boca. Y si tu hermano no hubiera sido más osado que tú y yo, no habría mencionado el incidente en plena cena ante tus padres que, tras un silencio mortificante, aceptaron que saliéramos. Si no hubiéramos peleado y dicho tantas palabras hirientes la última navidad antes de mudarnos, no habrías salido tras de mí y recreando a tu estilo y sin alcohol para darte coraje, la escena que tres años atrás hice yo cuando fui a tu encuentro.
Y podría seguir, y lo sabes. Solo que el dolor de lo vivido me impide asimilar que si continúo por allí tendré que caer en la admisión de que tal vez, solo tal vez, debí soportar estoico la clase y tal vez, solo tal vez, cuando me chocara contigo en otro momento simplemente admirarte y pensar para mí lo hermoso que eras. Entonces, no estaríamos aquí. Y no sé qué sería de mí sin ti, porque aunque hemos vivido muchos años sin vernos hasta que enlazamos caminos en la escuela media, realmente no me hago a la idea de cómo soporté existir sin siquiera el saber que estabas por allí existiendo sin mí.
No tengo ojos para nada más que tu rostro, que cualquiera podría caer en la burrada de decir que conozco ya a la perfección tras habernos acompañado por más de quince años, pero sería mentira. He descubierto con júbilo novedades en tus facciones, más allá de las propias que han caído en ti por la edad. Y hoy te descubro nuevo, y parpadeo las lágrimas que entorpecen mi muda apreciación para comprobar que sí, que hay en tu cara la sutil sombra del dolor, y tu picardía se desvanece ante una mueca de sorpresa que perdurará clavado en mi. Podría presumir que nadie más que yo valorará la imagen que me presentas, tan tú, tan hermoso, tan roto. Pero sé que me perseguirás en sueños, serás lo que piense los domingos, o cualquier otro día. Hoy es lunes, pero se ha convertido en un domingo perverso y el sonido de sirenas que se acercan apoya este pensamiento.
Sus pasos presurosos, ruidosos alertan que nos han interrumpido, que ha llegado el tiempo de romper esta mística y desoladora burbuja donde me ves con la mirada opaca, vacía, mientras yo tengo entre las pestañas las lágrimas calientes de vida, de ira e impotencia porque quiero levantarme, quiero ir hacia a ti, quitarte el resto de vidrios destrozados, acomodarte para que descanses, y cerrarte los ojos porque no mereces verme igualmente sucio de sangre, herido, y triste.
No soy yo quien lo hace, y envío una mirada de agradecimiento al paramédico mientras te revisa y no hace falta que lo diga, porque el rictus leve de su boca me indica lo que ya sé. Y cuando ya tus párpados sellan tus ojos que extraño desde ahora, libero el gemido de angustia que pulsaba en mi garganta, queriendo que lo deje ir y perderse por la carretera. Pierdo la consciencia mientras me levantan y me llevan en camilla hasta la ambulancia, sin embargo en el instante previo en caer en la nada, vuelvo a desafiarte y me imagino que esto es un sueño, de estos que son tan vívidos que despertaré temblando, llorando silencioso y serán tus manos cálidas las que barran mis lágrimas mientras me dices que todo estará bien, y que no hubo viaje, ni un invierno cruel y tormentoso entorpeciendo el andar del coche en carretera y que mejor me levante ya a preparar café.
Y sí, lo sé: Imposible.
Nota:
Lo sé, muy poético para ser lunes, para ser trágico, pero en mi defensa, estoy estancada en una tarea de estética y poética y bueno, esto fue el resultado.
Por otro lado, Anaka, que sepas que me fue super difícil pensar algo imposible, porque en sí lo imposible se reduce a una construcción social, situada en un contexto, o se va al otro extremo como la muerte. Entonces, opté por esto, por situar amor y muerte, qué se yo.
Prometo que lo siguiente, será más ligero jajaja
Quejas aquí:
:)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top