Prefacio.


Nueva Londres,
Antes

    Un padre que amó a su hijo con toda su alma, un niño que esperaba el día de la muerte de su progenitor para heredar su fortuna, y una conversación que marca tanto los corazones de quien la escucha, como el comienzo de esta historia.

Mark Rowling, el hombre más importante de todo el imperio de Nueva Londres, avanzaba sin protección al salón donde su hijo esperaba por él.

Pese a haber inventado las aplicaciones de teletransporte, a Mark le gustaba caminar y admirar su entorno más allá de una pantalla. Era un hombre al que le gustaba sentir el paso de las horas y no solo sentarse a esperar que se esfumaran sin notarlas.

Sus empleados y accionistas le saludaban en sus idiomas de preferencia. Esto era posible ya que, luego de que Rowling mundializara el español, propuso y consiguió una ley en Nueva Londres que exigiera a cada ciudadano del nuevo imperio dominar con fluidez al menos dos idiomas además del natal. Lo que antes se conocía como una Europa en su mayoría de anglosajones, pasó a ser una gran nación de razas mezcladas donde todas las lenguas eran consideradas una misma voz.

Mark bajaba por los escalones levitantes del edificio administrativo de Ginggle. Cada vez que pisaba uno, este se iluminaba de un color que reflejaba su estado de ánimo basado en su ritmo cardíaco. Cómo Mark estaba muy ansioso, cada nuevo escalón que su zapato rozaba, estallaba en un verde chillón y parpadeante. Asimismo, una vez dejaba de pisar un escalón, este se apagaba al punto de volver a una transparencia que lo hacía casi invisible.

Su negativa al ascensor multidireccional era otra de sus particularidades en una actualidad en la que las personas comenzaban a vivir de manera cómoda y descuidada. ¿Por qué por qué se molestarían en esfuerzos innecesarios los bendecidos que podían pagar el repertorio de aplicaciones que Ginggle ofrecía?

En su interior, Rowling aborrecía esto. Su intención nunca fue formar una humanidad inútil, sino mejorar las situaciones criticas de quienes lo requerían. Se había cansado de discutir con sus socios sobre FaceLike, que no fue creada para fines caprichosos, sino como solución estética de ciertas malformaciones o anomalías que lo requieran; sin embargo, las propagandas seguían vendiéndola como un arma de belleza que perpetuaba estereotipos arcaicos.

Al llegar al salón, el dueño de Ginggle se encerró sabiendo que la conversación que pronto abordaría con su hijo requería de intimidad absoluta. Era un momento importante en su vida laboral, pasaría de ser una figura de renombre universal, para ser algo un poco más grande. Aunque a él no le interesaba la grandeza, sino la utilidad.

El hombre sentó a su hijo sobre sus piernas. Era un flacucho de ojos ambarinos y cabello de un negro brillante. Su traje hecho a medida, impoluto hasta las mangas, su peinado meticulosamente echado hacia atrás más el simple porte de sus gestos, todo expresaba: «soy alguien a quien no puedes acercarte».

Era un contraste peculiar con toda la humildad que transmitía su padre más allá de su posición pública.

—¿Cómo estás, hijo mío? —preguntó el padre aquel 20 de abril que aparentaba ser como cualquier otro.

El niño solo se encogió de hombros y giró el anillo en su dedo hasta que de la piedra de este se proyectó una imagen holográfica.

Era una especie de sistema solar lo que se materializó frente a ellos, con planetas, anillos, polvo cósmico, asteroides e incluso colonias espaciales. El niño usó sus dedos para alinear un patrón en las estrellas que configuraron su constelación de desbloqueo.

—Cassio —dijo a la figura femenina que surgió de la constelación—. ¿Qué tengo para hoy?

Su amiga no está disponible para jugar —contestó la arrulladora voz artificial del holograma—. ¿Quiere que le envíe una invitación a alguien más?

El pequeño decidió que, dado que no tenía obligaciones para ese día, quizá sí tenía algo de tiempo para escuchar a su padre. Así que volvió a girar el anillo en su dedo, regresando la imagen de vuelta a la piedra de este.

—La escuela va bien —dijo después el niño a su padre.

El hombre dejó salir una risita y volvió a dirigirse a su hijo.

—No he venido aquí para hablar de la escuela, hijo mío. En este momento tenemos... asuntos de mayor importancia. Sé que aún falta, Alby, pero llegará el día en que heredes todo de mí y tengas que dirigir mi empresa. Y antes de que eso ocurra, hay tres cosas... tres cosas muy importantes, que debes comprender primero.

—Pero, padre, soy el mejor en mis tareas. Las clases de economía y administración me aburren, sí, pero les prestó atención. Yo creo que estoy preparado.

Mark volvió a reír, su hijo tenía unas ocurrencias bastante graciosas.

—Para eso hace falta bastante, yo no fundé Ginggle en tres días ni sólo con un curso de informática. —Le apretó las mejillas a su hijo quien se zafó con desagrado—. La vida te sonríe, apenas estás al principio del sendero, y si miras más lejos, podrás vislumbrar el éxito y la grandeza al final. Así está predicho.

El hijo de Mark Rowling se sentó erguido y sonrió con orgullo. El ámbar de sus ojos se iluminó con una arrogancia palpable. Esa manera de mirar atravesaba las brechas profanas que dividían la codicia y el deseo.

—Pero, ¿recuerdas lo que mencioné al principio? —proguntó entonces el padre. Al notar que su niño negaba con la cabeza, prosiguió—. Eso sobre cosas que debes comprender antes de todo, ¿ya lo recuerdas?

El pequeño asintió con rapidez cuando el recuerdo de lo antes dicho por su padre volvió a él, y entonces halló como recompensa una sonrisa llena de afecto que no todo niño tiene la suerte de recibir.

—Una de esas cosas que anhelo que entiendas es que no sirve de nada amar lo que te espera al final del camino, es un error que incluso los mayores insistimos en cometer. No te afanes, hijo mío; en cambio, yo como padre que te he amado y lo seguiré haciendo mientras tenga vida, e incluso quizá después de eso —añadió alborotándole el cabello—, te aconsejo que descubras el valor del andar. Degustarlo te ayudará a descubrir maravillas ocultas de un precio incalculable, uno que ni todo el éxito del mundo podrá igualar jamás.

Mr. Rowling conectó sus ojos anhelantes al rostro de su hijo, mas este parecía estar distraído con un programa en el televisor que levitaba frente a ellos. El padre en su convicción profunda de que era necesario que su pequeño comprendiera el mensaje, le habló a la pantalla y esta se apagó.

—Lo segundo que te aconsejo, mi niño, es que nunca estés solo. Es muy cierto que podrás llegar al final del camino por ti mismo porque, como ya mencioné, está predicha tu gloria, pero nunca podrás disfrutarla. La soledad no te tenderá la mano a la hora de caer: te pisará y se reirá de ti.

»Escúchame bien lo que te estoy diciendo, Alby —insistió con más firmeza al ver que su hijo divagaba su mirada en busca de distracción—. Esto es muy importante. La verdadera amistad viajará hasta los confines del infinito por secar tus lágrimas, un amigo real vale más que toda mi fortuna, un amigo real se quitaría ambas piernas para que tú puedas caminar.

Le plantó un fuerte beso en la frente al niño con la lentitud de quien ansía degustar la felicidad, y le acarició el cabello aunque al pequeño le enfadara tanto.

Desde lejos viajaba el retumbar de pasos firmes y sincronizados. Esto hizo pensar a Mr. Rowling que podría tratarse de sus guardaespaldas para escoltarlo a su reunión.

No quería ser interrumpido así que tomó medidas al respecto. Chasqueó los dedos y, en segundos, las cerraduras proclamaron el sonido específico que expresaba la plena seguridad de que nadie más entraría. Entonces el padre pudo volver a hablar.

—Y por último, pero para nada menos importante: ama. Podrás morir en una urna de oro incrustado de diamantes, podrán sepultar tu cadáver en un tu isla privada y luego todos podrán venerarte como a un ser supremo; pero si no amaste nunca a nadie, con fuego, pasión y fervor, no habrás vivido nada y tu muerte valdrá menos que la de cualquier vagabundo que sí supo amar.

El niño miró a su padre bañado de un asco palpable que al primero le causó una espontánea carcajada.

—Papá... ¿necesito a una chica para poder tener tu dinero? ¿Por qué? —Mr. Rowling volvió a sucumbir al llamado de la risa.

—No importa si no consigues a la chica o al hombre de tus sueños, el romance y el amor son cosas distintas, que por suerte a veces van juntas. No se trata de eso, sino de que ames con fuerza y verdad, como te he amado yo a ti, hijo, y como amé a tu madre hasta su último aliento.

Padre e hijo se levantaron.

El señor Rowling tenía una transmisión en vivo a toda Nueva Londres en unos minutos. Debía dar a conocer su nuevo proyecto: un hallazgo que había hecho años atrás, pero que hasta entonces había mantenido en secreto. Su intención era prepararlo a la perfección antes de exponerlo al público.

El único que conocía el secreto era su hijo, al cual no le ocultaba nada, además de que debía prepararlo en todo lo posible para cuando fuera el nuevo dueño de Ginggle.

Resultó que Mr. Rowling no podía dejar de pensar que algo le faltaba, tenía un mal presentimiento que lo carcomía, así que no perdió la oportunidad de decir algo más a su hijo.

Pero el pequeño ya había desaparecido de su vista. Por suerte, usando su propio anillo, el asistente holográfico de Mark logró localizar a su hijo vía satélite antes de que fuera muy lejos de las instalaciones de Ginggle.

Mr. Rowling, dada la emergencia, decidió usar su aplicación de teletransporte. Movió los engranajes de su anillo hasta que el holograma se presentó frente a sus ojos. Como era costumbre, dibujó en las estrellas la constelación de Orión y le dijo a la figura que surgió de ella:

—Enif, usaré a Darvis. Asegura el trayecto para que no haya interrupciones.

Vaya sorpresa, Mr. Rowling —le contesta la voz artificial de su asistente holograma—. ¿Una ocasión especial?

—Una emergencia.

Enseguida, entonces. ¿A dónde quiere ir?

—Traza la ruta hasta la ubicación del anillo de mi hijo guardando la distancia para no interceptarnos de forma peligrosa.

Preparando a Darvis en tres, dos...

Enif, el asistente holograma de Mark, hizo un recorrido en segundos por la base de aplicaciones almacenadas en el sistema operativo del anillo. Al conectar con Darvis, la App de teletransporte, una luz de un violeta intenso emitió de las manos de Enif y se usó para escanear a Mr. Rowling desde la planta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza.

La magia de la tecnología empezó a accionar de inmediato, convirtiendo a Mr. Rowling en píxeles de una iluminación violácea. Toda su esencia corpórea se desintegró hasta convertirse en partículas ligeras que se desplazaron a la velocidad de la luz desde el interior del edificio, utilizando para el viaje ventanas y rendijas detectadas por el GPS, hasta detenerse a las puertas del jardín de Ginggle.

Una vez en su destino, las partículas de Mr. Rowling volvieron a hacerse visibles como píxeles iluminados que se retorcían y perseguían hasta tomar su lugar en la anatomía y recuperando así la forma corpórea de su creador.

Apenas unos pasos detrás estaba el pequeño Albert Rowling, mirando la materialización de su padre deslumbrado. No porque fuese un proceso nuevo para él, sino porque su padre solía evitarlo.

—¿Pasa algo, padre? —preguntó Rowling Junior.

—Debo decirte otra cosa, sé que dije que sólo serían tres, pero no te hará daño un consejo más. —Esperó a que su hijo asintiera para proseguir, agachándose frente a él—. Este camino, hijo mío... el del poder, y el dinero... está lleno de atajos. Uff, no tienes idea de la cantidad de personas que intentarán aprovechar tu posición. Y, en especial, intentarán que tú mismo te aproveches de ella de forma errónea. Algunos, lo intentarán por las buenas, otros, quebrándote. Pero... Sin importar lo que te haga la vida, hijo, dejes que tu corazón se oscurezca. La oscuridad destruye el alma en el que se aloja. Sin importar lo tentador que sea ese lugar, sin importar realmente lo fácil que es caer, rendirse ante los brazos de lo ilícito, recuerda: nadie disfruta realmente lo que obtiene por las malas.

Mark Rowling nunca se había equivocado tantas veces seguidas.

Tres errores.

Primer error, su hijo no tendría mucho tiempo para asimilar aquella conversación como él había prometido, porque ese mismo día, mientras caminaba de regreso a las instalaciones de su empresa, Mr. Rowling fue asesinado. Enif, su asistente holograma, fue hackeado ese mismo momento, impidiendo así que nadie pudiera sacar información en claro sobre su atacante. De hecho, no podía sacarse ningún tipo de información de su base de datos, pues había sido infectada y pulverizada.

 
Su segundo error fue esperar hasta aquel día para revelar un secreto con tan alto rango de importancia. Él creyó que ese era el momento indicado para contarlo, pero no contó con el contratiempo más determinante de todos: su inminente muerte.

Su tercer error fue escoger a la peor persona posible para revelarle aquel misterio: su hijo. Eso fue lo que evitó que las palabras recién dichas de su padre tuvieran algún efecto en él, porque en todo lo que su mente podía concentrarse era en sacar algún beneficio de aquel proyecto.

Ese 20 de abril, Albert Rowling, de apenas 12 años, heredó la fortuna de su padre, pasó a ser el presidente bajo supervisión de la empresa electrónica más importante a nivel mundial y el futuro emperador de Nueva Londres.

Como dueño de Ginggle empezó a maquinar mejores para el proyecto inconcluso de su padre. Y él no fallaría, porque su juego ponía a su favor la más feroz de las cualidades humanas: el instinto de supervivencia.

*****
Nota:
Entiendo que si están aquí, algo los atrajo, y sin importar qué sea espero que sepan que agradezco de corazón que me lean y los invito a continuar bajo la promesa de que no van a arrepentirse.

Déjenme por aquí sus impresiones de este comienzo, del vistazo a este nuevo mundo y su tecnología, de los sucesos que acaban de leer.

¿Teorías?

Si están ansiosos por el primer capítulo comenten aquí.

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