4: Coño e' la madre, Anuel
Este capítulo está dedicado a Wattpad.ft por el edit fabuloso de arriba <3
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—¿Qué hago en pausa, Sah? ¿Vas a seguir regañándome porque perdí una vida?
—¿Para qué? Admito que esperaba que al menos hubieses llegado a la parte peligrosa de la misión antes de perder la primera, pero ya no me sorprende que tu estupidez me sorprenda.
Si hubiese un manual explicativo sobre las cosas que debe hacer un asistente holograma para ser considerado un mal asistente, apuesto a que Sah cumpliría con todos los requisitos descritos.
—Honestamente —le digo— quiero saber qué fue el mal que yo hice para merecerte.
—Yo me hago la misma pregunta cada hora a tu lado. ¿Le habré hecho algo a mis dueños anteriores y no lo recuerdo?
—Ja, ja. ¿Me vas a decir qué hago en pausa o...?
—Las horas pasan aquí igual que en la realidad, genio. Es mi deber de programación evitar que hagas cosas que puedan acarrear que tu madre te asesine, como pasar todo el día dentro de un juego de realidad virtual.
—Ay, pero no me quiero desconectar todavía...
—Marvin, obedece —dice Sah proyectando la voz de mi madre tan fielmente que me recorre un torrente de rabia y escalofríos.
Sé que tiene razón, mi madre me matará si me pierdo la cena. Pero es que esto es tan adictivo... Además, no estoy más cerca de encontrar la fulana Piedra del sol que al comienzo. Mi única esperanza es AxSulvivor.
—Tengo que despedirme antes del cyborg —le digo a Sah—, no sea que piense que he desertado y que ya no me interesa la alianza.
—Cinco minutos. Si te tardas un minuto más te sacaré del juego sin guardar la partida.
—Hecho.
El cyborg está todavía en el callejón donde me emboscaron. Se encuentra inmóvil, cruzada de brazos, pero apenas veo que me muevo se voltea en dirección contraria y dice:
—Avancemos, Scooby. Tenemos cosas que hacer antes de...
—Tengo que desconectarme.
Ella se detiene en seco y se gira hacia mí, la ceja con el corte se arquea.
—¿Es en serio?
—Mi mamá me matará si no vuelvo a cenar. Pero mañana volveré temprano, lo prometo. Todavía quedarían dos días para...
—Tu mamá —repite.
—Sí, mamá. ¿Tú no tienes mamá o qué?
—Ese no es el punto, la cosa es que le pusiste músculos de cien centímetros a tu avatar pero eres un nene, o por el contrario un viejo que todavía vive con su madre.
—¿Qué problema tienes con mis músculos?
—Nada.
Pero en su cara de cyborg virtual veo que está aguantando la risa, así que me cruzo de brazos y le insisto.
—Vamos, di lo que estás pensando.
—No tengo ningún problema con tus músculos, R8. Simplemente me hacen gracia.
—¿Por qué?
Se encoge de hombros.
—Su tamaño.
—¿Qué pasa con el tamaño de mis músculos? —insisto, cada vez de peor humor.
—Se me hace que es para compensar algún complejo.
—Dice que lo tienes chiquito —escucho a Sah decir en mi cabeza.
—Sé lo que trató de decir, muchas gracias, Sah.
El cyborg arquea una ceja, por lo que niego rápidamente.
—No tengo ningún complejo ni estoy compensando nada con el tamaño de mis músculos, solo quería algo similar a mi físico real, no como tú, que te pusiste el físico de una máquina.
Lo sé, lo sé. Soy patético y un mentiroso patológico, pero no me daba el orgullo para admitir que tengo brazos de espagueti.
—Como sea —dice AxSulvivor—. Me pediste una alianza, pero ya te vas a desconectar. ¿Pretendes que haga yo todo el trabajo sucio?
—No puedo pasar todo el día jugando, tengo una vida fuera de AMVAD.
—Pues bien por ti.
Ella empieza a caminar de nuevo, así que la persigo. Espero que no hayan pasado ya los cinco minutos que dijo Sah, pues no tengo ganas de empezar de cero la misión con una vida menos.
—Espera —insisto y le agarro del hombro—. Seguimos mañana, por favor. No estoy entendiendo muy bien este juego yo solo. Te necesito.
El cyborg parece pensarlo hasta que al final dice:
—Los guías no son gratis.
Se cruza de brazos y sé qué es lo que debo hacer a continuación.
—Tengo cincuenta dólares en mi tarjeta AMVAD...
—Tenías. Transfiere la mitad a mi avatar y te espero hasta mañana. Envíale un mensaje a mi avatar cuando puedas volver. Eso sí, no tardes. Si pierdo por tu culpa...
—¿Cómo sabrás que te escribí si estás fuera del juego?
—Tu asistente debería avisarte de tus notificaciones en el juego. ¿No es obvio?
«Es que mi asistente normalmente sirve para todo, menos para servirme».
—Oh, claro —respondo con una sonrisa que espero que le infunda confianza—. ¿Y no sería más fácil que me des tu número de teléfono?
—Buen intento, Míster Músculos.
Al menos lo intenté.
Así, le doy luz verde a Sah para que me saque de AMVAD y, como si todo hubiese sido un sueño, despierto en mi cuerpo y mi laboratorio.
Miro a mi alrededor sorprendido, toda la experiencia ha sido estimulante, creo que no será muy difícil que esto se vuelva una fiebre. Los vicios son fáciles de adquirirse para mí y la verdad es que esto en nada me aterra, al contrario, me emociona.
Gané cincuenta dólares de la forma más fácil del mundo...
—Y los perdiste todavía más rápido.
Ignoraré a Sah. Tal vez así se aburra y se vaya.
Como decía: dinero fácil y divertido de ganar. Seguiré jugando sin miedo al éxito.
Le digo a Sah que por favor transfiera la mitad de mi premio al usuario de AxSulvivor. Espero que haga lo que le pido por una vez, puesto que no puedo permitirme perder esta alianza.
Y hablando de Ax... ¿Por qué Sulvivor? ¿Hay algún motivo para que esté mal escrito su usuario? ¿AxSurvivor ya estaba ocupado?
Da igual. Es linda y conoce Scooby-Doo. Nos casaremos y tendremos quince muchachos poblando una casa diminuta con un garaje inmenso donde le seré infiel en mis pensamientos con Lara Croft.
—¿Sabes que podría ser un viejo obeso que vive en un sótano y espía niños con un sistema de acoso nerd?
—No quieras hablarme mal de mi futura esposa, yo confío en ella.
—Ajá. Muy confiable. Ni siquiera te quiso dar el número de teléfono.
—En su defensa, nadie nunca me quiere dar su número de teléfono.
—Por primera vez me dejas sin argumentos en tu contra, genio.
Suspiro. Es un cyborg tan sexy... ¿Los cyborgs pueden ser sexys? Como sea, ella lo es. Ya quiero que sea mañana para jugar con ella. Si en AMVAD todo se siente tan real se me ocurren un par de misiones a las que podríamos jugar...
—Das asco.
—¡Deja de interrumpir mis divagues!
—Si recopilara todo lo que piensas podría hacer que te internen. O que te encarcelen.
Como decía, la voy a ignorar.
Algún día tendrá que callarse, ¿no?
De repente, tan emocionado como estoy, viene a mi mente que no me despedí dignamente del cyborg. No dije un «adiós» en ningún momento.
Me siento como un idiota, el peor bad boy de la literatura. ¿Cómo pude irme del juego sin decirle adiós? Debe sentirse desolada, seguro escribirá esto en su diario y por mí odiará a los hombres por el resto de su vida.
Ya está, fijo mañana se declara lesbiana por mi culpa.
—Bueno, no creo que la comunidad LGBT se sienta muy identificada con tu discurso, pero, aquí entre nos, estoy de acuerdo en que si el lesbianismo tiene una «culpa» esa definitivamente eres tú.
—Tengo que volver a AMVAD —digo determinado—. Necesito dejarle un mensaje de buenas noches.
—¿Para qué? ¿Eres imbécil? —Sah rueda sus holográficos ojos—. Ni sé para qué pregunto.
—Tengo que impedir que se haga lesbiana o no tendré oportunidad.
—Nadie se «hace» lesbiana. Y ya no tenías oportunidad.
—¿Por qué? ¿Es porque soy venezolano? Jamás creí que fueses xenofóbica, Sah. Podría denunciarte.
—Ni es porque eres venezolano ni porque a ella le gusten las mujeres, sino porque tiene cerebro. Y porque tú no tienes ninguna cualidad destacable.
—¿Ah, no? ¿Me has visto jugando al Monopolio? Nadie nunca descubre cuando robo el banco.
Sah lleva sus tentáculos a su cabeza y finge abrir la boca con sorpresa teatral.
—Haberlo dicho antes. Ya mismo lo pongo en tu descripción de Citadx.
Citadx es una aplicación que se supone te conecta con todas las personas con las que eres compatible para que puedas escoger una, entablar conversación y quedar para salir de forma física.
Pero tiene mala reputación. Dicen que si tienes un perfil en Citadx estás desesperado o eres un inadaptado social. O ambas.
—No tengo Citadx —gruño ofendido.
—Claro que no, porque no puedes poner de foto de perfil a tu avatar de AMVAD.
—No tiene nada de malo mi imagen real.
—¿Te mostrarías tal cual eres a tu cyborg novia imaginaria?
—Por supuesto que no. Y no es mi novia imaginaria. Es mi esposa imaginaria y madre de mis hijos imaginarios.
Sah se desinfla, cada píxel de su proyección chirría y parpadea como en una falla. Es bien dramática y espontánea para ser un conjunto de códigos programados por algún informático.
—Un perro —dice en un tono de actriz de teatro a nada de desfallecer—. ¿Por qué no me tocó ser asistente de un perro?
Justo en ese momento siento vibrar mi celular en mi bolsillo. Sah está demasiado ocupada lamentando su suerte como para avisarme de la llamada, así que tengo que contestarla por mi cuenta.
Es Anuel, mi pequeño amigo y hermano menor de Gabo.
—¿Qué pasa Anu...?
Dejo mi voz vagar entre las vías telefónicas y me detengo a escuchar. Lo oigo, pero no lo creo, no quiero creerlo. Anuel se queja con dolor y maldice. Hay ruido en su entorno, pero no logro identificar de qué se trata.
—Alek... —Se oye cómo sorbe por la nariz—. ¡Malditación, duele!
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¡Háblame, Anuel!
Me desespera la incertidumbre. En este momento podría estar ocurriéndole cualquier cosa y yo sólo puedo pensar en lo peor.
—Estaba... No quise... Choqué, Alek. Choqué el Challenger.
—¿Con quién estás? ¿Y tu hermano?
Lo escucho cómo rompe a llorar. Debe estar aterrado.
—Estoy solo. Ven a ayudarme.
No esperaba su respuesta, ya estoy saliendo de la casa con la burbuja rosa pixelada de Sah detrás de mí. Espero que mi madre se tarde con esa cena, sino estaré en graves problemas al volver.
—¿Tienes encendido el GPS? —pregunto con urgencia todavía al teléfono.
Sah responde por él.
—Ya lo encontré, el Challenger está en un punto de Caracas.
Caracas, la capital, está a poco más de 500Km. Sería casi una hora en el tranvía aéreo. Es demasiado tiempo. Ninguna cabina de teletransporte gratuita permite un viaje tan largo, solo funcionan para ir de las estaciones terrestres a las aéreas. Técnicamente son ascensores modernos.
Y no hay ningún medio de transporte terrestre que vaya más rápido que ese tranvía.
No puedo hacer que Anuel me espere por una hora si está accidentado.
—Anuel, voy a llamar una ambulancia...
—No, no, por favor. —Empieza a llorar más desconsolado—. Le avisarán a mi mamá, y si mi mamá se entera...
Lo entiendo. Yo estaría cagado. Literal y figurativamente.
Sé qué es lo que debo hacer como un ser humano prácticamente adulto y responsable. Pero también entiendo qué es lo que haría un amigo comprensivo y lo que yo esperaría si estuviese en el lugar de Anuel.
Tengo que intentarlo al menos.
—Sah, transfiérete a su teléfono. Escanea a Anu y dime si está estable.
Sah se apaga, señal de que su consciencia ha viajado, y la esfera opaca me cae en la mano.
Espero un par de segundos hasta que aparece de nuevo.
—¿Puede aguantar una hora?
—Sí, está estable. Tiene cortes por todos lados y una herida horrenda en la pierna, pero con limpieza y sutura podrá seguir con su vida como si nada.
—Bien. Vuelve con él y ponle algún episodio de una serie muy buena. Algo que lo distraiga esta hora.
—Tu deberás pasar comprando el botiquín de primeros auxilios, los analgésicos y anestesia. Y consigue un señuelo, porque practicarás la sutura por el camino. Ya te descargué un curso de veinte minutos en tu teléfono. Lo verás hasta que se te grabe en el defectuoso cerebro que tienes.
Sah no espera por mi respuesta y vuelve a apagarse, dejando en mi mano la esfera vacía de toda proyección.
—Voy para allá, Anuel. Aguanta.
Una hora más tarde bajo del tranvía aéreo y paso por mí Bugatti para seguir la ruta trazada por Sah hasta el sitial del accidente.
Pensé que estaba preparado. Tengo el cerebro a rebosar con la información del curso y la mochila llena con todo lo que necesito, pero ni toda la preparación mental podría haber hecho más llevadero ver a mi amigo de catorce años tirado a mitad de una zanja, rodeado de humo y chatarra; sucio, sangrante y lloroso, con su auto vuelto hojalata a unos cien metros de distancia.
El corazón se me acelera, es como si una banda de rock tocara descontrolada dentro de él. Tomo mi cabello con ambas manos y respiro profundamente para controlar el pánico. Me pongo nervioso al ver sangre. ¿A quién engaño? Me pongo nervioso hasta al ver una cucaracha.
Saco el botiquín de emergencia de la mochila intentando no parecer la mitad de cagado de lo que estoy. Tengo que armarme de valor y hacer esto.
Anuel me mira aterrorizado, como si en vez de su salvador hubiese llegado un dementor a buscar su alma.
Sí, dije que no me gusta ese clásico, pero la referencia calzaba perfecta.
No culpo al pequeño Anuel, si fuese yo quien estuviera en ese estado lo último que querría sería estar en las manos de Gabo.
—Alek, no le digas a mi hermano... —comienza a decirme con la voz entrecortada gracias a los sollozos, y su rostro manchado de sucio con senderos creados por sus lágrimas.
—Sshhh, no digas nada. No llores.
Sah despierta en mi bolsillo y sobrevuela junto a mi cara.
Debo respirar profundo antes de mirarlo, no es fácil para mí, pero debo ayudarle. Además, si me pongo nervioso, empeoraré su estado.
—Tiene un hematoma alarmante en la parte dorsal de su antebrazo, justo en el plano transversal —explica Sah—. Descarté sangrado interno en la radiografía, solo fue un mal golpe. El daño no ha sido grave. Ya comprobé y puede mover sus dedos y muñeca. Pero la pierna le duele mucho, es donde necesita sutura.
—Tu bola fucsia es divertida —dice Anuel con una sonrisa leve que se va abriendo paso en su cara de llanto.
O está alucinando, o Sah le puso a ver un programa de lavado de cerebro en mi ausencia. Nadie puede creer que esa cosa es divertida.
—Anu —le digo—, si tu hermano te escucha decir que te gusta una bola mía, te joderá con eso hasta el día en que te jubiles.
Mientras lo tengo distraído riéndose de mi chiste, limpio con alcohol la herida en su pierna.
Sah le cuenta chistes muy malos mientras yo le inyecto la anestesia y sigo limpiando.
Tengo que admitirlo, Sah es buena con Anuel.
Puta. ¿Por qué no puede ser la mitad de decente conmigo?
—Porque tú caes mal —responde ella de entrometida.
Hago una incisión en la herida de Anuel para que drene toda la sangre que tiene adentro, de otra forma podrían formase coágulos. Con unas gasas limpio toda la sangre que drena del interior y luego empiezo a suturar por dentro. Comienzo a coser con mucho nerviosismo y el pulso no muy controlado, pero finjo tener todo bajo control.
—¡Alek, mal...! —grita Anuel, pero se calla para morder con fuerza su chaqueta.
Debo apretar los labios al punto de quitarles el color, de esa forma podré culminar lo que he iniciado.
He perdido la cuenta de cuántos puntos le he puesto por dentro, pero sé que por fuera han sido ocho.
—Ya. Está listo —le digo.
Lo veo levantar la cara llorando y me destroza el corazón.
—¿Sabes que me duele más de todo esto? —me pregunta.
—¿Qué cosa?
—Verlo así a él —contesta señalando a su Challenger.
Es horrible. Lo ha destruido. Tuvo que haberse volcado donde se cierra la curva para que acabara así. El carro está patas arriba, tan destruido como una lata de refresco que ha sido pisada. Una jaula antivuelco habría evitado lo peor, pero ya pasó. No vale de nada lamentar lo irremediable.
Es un alivio que Anuel saliera disparado del auto. Tal vez se lanzó él mismo al ver que perdía el control.
—Ya, amigo, calma —le digo en un intento de tranquilizarlo, aunque no me siento tranquilo ni yo.
—Para ti es fácil decirlo, no tendrás que esperar a que tu mamá conozca al amor de su vida y se case para que esté tan de buenas como para que vuelva a comprarte algo en la vida. Tú andarás en el Bugatti y Gabo en el Audi, yo tendré que perseguirlos en bicicleta.
—Pensaremos en algo, Anuel. Relaja la raja.
Miro alrededor, no me parece un buen lugar para hablar, la escena es tan deprimente que quiero llorar yo también. Si fuese yo quien estuviera en el lugar de Anuel, no sé qué haría, pero de seguro tendría en pedazos el alma.
Cargo a mi amigo, aunque habría bastado con ayudarle a apoyarse, y lo monto en el Bugatti para conducir hasta la cabina de teletransporte más cercana y así subir juntos para tomar el tranvía.
Podríamos llegar a casa en el Bugatti, sí, pero las vías terrestres están condicionadas principalmente para autos eléctricos, sus velocidades y sus reglas de tránsito. Romperíamos leyes en unos diez Estados y le pasarían la factura de las multas a nuestras respectivas madres, lo que acarrearía nuestras respectivas muertes.
—Alek, ¿qué te pasó en el brazo? —me pregunta Anuel.
Despego mi vista del volante y me enfoco en mi extremidad. Tengo una quemadura, o, mejor dicho, hilos de quemaduras en espiral. Esta sería la cicatriz que podría haberme dejado el artefacto que usó el tipo del tatuaje extraño para torturarme, en AMVAD.
Es tan extraño, se supone que eso pasó en el juego, no en la realidad. ¿Por qué, entonces, me ha dejado una marca?
Me siento como en Coraline y la puerta secreta, una antigua película animada en la que la protagonista atraviesa una pequeña puerta en su casa. Al cruzarla, se consigue con una versión mejorada de su propio hogar, padres, vecinos y amigos, pero con ojos de botón. Al principio Coraline piensa que todo es un sueño, pero luego nota que el sarpullido que tenía, y se había curado en la otra realidad, se ha ido. Así que empieza a creer en el mundo al otro lado de la puerta secreta.
Trato de sacarme la idea de la cabeza y no darle importancia, aunque debo buscar la forma de ocultar la marca, pues mi madre hará muchas preguntas si la mira.
Cuando llegamos al laboratorio, dejo a Anuel conectado a la aplicación Regg, que regenera en minutos las células muertas y el tejido dañado.
Sé que debería estar pendiente de la cena, pero entiendo que mi mamá si estuviese aquí ya me hubiese invadido en una llamada con su App invasiva. Así que debe estar trabajando hasta tarde, o en una cita.
Lo que significa que tengo tiempo para AMVAD.
—Eso estará listo en una hora —le digo a Anuel—. Yo estaré jugando un rato, cuando termine mándame un mensaje y Sah me avisará.
Sah me escanea hasta desintegrarme partícula a partícula, como se haría en un teletransporte. Ni siquiera siento el viaje y aparezco en la zona de pausa de AMVAD. Miro los guantes de pista en mis manos y sonrío ante la sensación de saber que soy nuevamente AleK-R8. Lo siguiente que hago es decirle a Sah que le escriba a AxSulvivor para avisarle que estoy aquí.
Espero durante unos minutos. Mientras, deslizo las opciones de misiones y me doy cuenta de que hay una parte en la programación en la que puedo buscar y escoger ropa para mi avatar.
Navego entre las prendas a la venta, hay desde pelucas hasta piezas de maquillaje, pero me llama la atención una chaqueta de cuero que, además de hermosa, tiene propiedades mágicas antibalas. Hay otra idéntica, pero además de antibalas te protege de hechizos. El inconveniente es que esta cuesta 999 puntos y la primera 500, y lo peor es que no me alcanza para ninguna.
Decido que ahorraré para la antibalas.
Me aparece una ventana flotante con un aviso de mensaje nuevo y me emociono. Uso mis dedos para seleccionarlo y abrirlo.
AxSulvivor: ¿Quieres jugar ahora?
Sí, quiero jugar. Pero ahora que la tengo conectada al chat me gustaría aprovechar la oportunidad para hablarle.
Alek-R8: ¿Por qué la prisa?
Hablemos un rato.
AxSulvivor: ¿Y sobre qué cosa podríamos hablar tú y yo?
Alek-R8: Tengo una lista.
Podemos comenzar por escoger los nombres de nuestros futuros hijos.
AxSulvivor: Me voy. Háblame cuando quieras jugar.
Alek-R8: Era una broma no seas amargada.
AxSulvivor: Amargade*
Mi pronombre es «elle».
No le contesto, miro la burbuja flotante de Sah que está junto a mí mirando hacia la pantalla holográfica en la que estamos chateando.
—¿Qué dijo?
—Es una persona no binaria —me explica Sah—. Es decir que no se identifica ni con el género masculino ni el femenino.
Ruedo los ojos y escribo en mi respuesta exactamente lo que pienso.
Alek-R8: Ah. Eres de esos.
AxSulvivor: ¿Cuál es tu problema?
Alek-R8: Ninguno.
Solo tengo curiosidad:
¿eres hombre o mujer?
AxSulvivor:
Mi pronombre es elle.
Alek-R8:
Ajá, eso ya lo dijiste.
¿Pero cómo naciste?
¿Hombre o mujer?
—Idiota, no envíes...
Pero ya lo había enviado.
AxSulvivor: Eres un idiota.
—Parece que ya se dio cuenta.
Pero yo sigo sin ver qué es lo que estoy haciendo mal.
Alek-R8: A ver, a ver, deja de estar ofendiéndote por todo. Tú puedes sentirte hombre, mujer o animal y eso se te respeta, pero no vas a esperar que el resto del mundo cambie su manera de verte y tratarte solo porque tú te sientes diferente, ¿o sí?
—Bravo, Alek. Sutileza y comprensión ante todo, eh. Deberías dar clases de conquistas.
AxSulvivor: De hecho, sí. De la misma forma en que tú decidiste que tu nombre es «Alek-R8» y yo lo he aceptado sin cuestionar, espero que respetes los pronombres con los que te pido que me llames.
—Si le dices...
—No voy a seguir discutiendo —aseguro al ver que los colores de Sah se están encendiendo hasta rozar el rojo.
—Pues más te vale.
—Pero si tan solo me explicara por qué debe ser así tal vez yo entendiera...
—¿Quieres que te explique por qué debes respetarle? No seas imbécil y haz lo que te está diciendo.
—De acuerdo, de acuerdo. No me pegues.
Alek-R8: Te debo una disculpa.
AxSulvivor: No me debes nada, volvamos al juego.
Sin mediar ni una palabra más, reanudamos el juego.
AMVAD está tal y como la dejamos, los mismos animales híbridos, las criaturas voladoras y el agua a modo de cielo.
Ahora estamos subiendo la colina del sur, donde nos habíamos quedado. Este es camino que nos indicó el del tatuaje. Estamos cada vez más cerca de la población en lo alto.
Ahora que miro mejor a Ax, me centro más en la idea de que realmente no sé quién hay tras el avatar. Podría ser cualquier persona, de cualquier edad en cualquier posición social. No sé qué hay tras de la máscara de calavera, la capucha oscura y el traje con las betas neón.
Obvio, sé que detrás de la máscara está su cara llena de surcos que dejan ver cables, luces y engranajes como los de un cyborg, pero fuera de eso no tengo ni idea de con quién estoy jugando.
Y aunque parezca absurdo, creo que me siento mejor así. Esta persona tampoco sabe quién soy, así que estamos a mano.
¿Debería fingir que soy un político importante?
—No te creerá... —canturrea Sah.
Esta vez me controlo y no le contesto en voz alta, pero sé que ella sabe lo que estoy pensando.
—No te creerá porque ningún político «importante» a estas alturas se atrevería a cuestionar la identidad de género de nadie. Lo incinerarían en redes.
Bien. Descartamos lo de ser político. Pero todavía puedo fingir ser interesante.
—Tengo una banda de rock —le miento.
¿Por qué sigo intentando impresionarle? No es mujer. No se siente mujer. Además, podría ser mucho peor que un asesino en serie oculto en un sótano: podría ser rubio.
—Bien por ti —me responde mientras subimos la colina.
Ahora entiendo por qué intento impresionarle. No quiero gustarle, quiero presumir. Me molesta su inexpresividad, lo estoica que suena su voz computarizada cuando trato de sonar interesante.
Solo quiero que admita que soy genial.
—«Admita», de admitir, lo que se dice «admitir», pues...
—Tú cállate —pienso. Ya le estoy agarrando el hilo a esto.
Ya hemos subido la colina, ahora nos dirigimos hacia la casa de los creyentes.
—Esta subida cansa como una real —me quejo, agarrándome a las rodillas mientras respiro fuertes bocanadas de aire.
—¿No hacen ejercicio las estrellas de rock? —pregunta Ax sin ninguna variación en su tono computarizado.
—Obvio no —le contesto—. Somos estrellas, le pagamos a personas para que hagan ejercicio por nosotros y nos cansamos solo de verlos.
No sé si es un bufido lo que escucho de Ax, pero podría pasar por una risa reprimida. De hecho, se da la vuelta rápido y sigue caminando a pesar de que no puedo verle la cara por la máscara.
Decido creer que sí, que le hice reír.
Hago un gesto de victoria con mi puño y le persigo.
Una vez que llegamos a la puerta de la casa de los creyentes, nos detenemos y miramos. No puedo ver el rostro de Ax debido a la máscara, pero por los segundos que pasa su cara en mi dirección imagino que está intentando comunicarse conmigo.
Debería venir con un traductor.
Cuando me dispongo a dar un paso de aproximación hacia la puerta, cuatro hombres aparecen de detrás de la cerca del porche. Nos emboscan y gritan «¡Son hunters!».
Uno de ellos me abraza los hombros, otro agarra a AxSulvivor y el resto nos apuntan con sus armas.
Elle gira su cabeza en dirección a mí, como si quisiera darme un mensaje, pero no entiendo cómo podría con la máscara puesta.
Pero sí que puede, pues señala el arma en su cinturón y asiente para darme la orden.
Yo estoy desarmado, pero tengo las manos libres. Así que tomo el rifle de Ax y sin pensar ni un segundo viro en dirección a los hombres que nos apuntan y les disparo. Es lo bueno de que los juegos de Call of Duty me hayan enseñado suficiente sobre disparar un arma virtual.
Ax patea se deshace de su captor de un codazo. Lo toma por el brazo y lo tira al suelo, donde pisa su cabeza. Luego se ensaña con el que me tenía atrapado, que parece ser más hábil así que empiezan un combate con movimientos ninja. Las piernas de AxSulvivor son ágiles, parecen de gimnasta y sus saltos me hacen perderle de vista en más de una ocasión.
Derribó a ese par de computahumanos como si estuviese programade para eso.
—¡Felicidades! Has conseguido aumentar 15% en velocidad y 10% en puntería, no putería. Yo me confundí la primera vez. Además, tienes 50$ más en tu tarjeta AMVAD y aumentas tus puntos hasta 105.
Un hombre de barba roja abre la puerta de la casa de los creyentes, mira a quienes acabamos de derribar y luego a nosotros.
—Pierden su tiempo, hunters.
—No sé qué son hunters, pero eso no somos nosotros —jura AxSulvivor, jadeando de forma computarizada.
Elle se quita la máscara, tal vez para infundir más confianza, lo cual tiene lógica. Yo no abriría la puerta de mi club a un enmascarado con la voz de «Yo soy tu padre». Lo que no entiendo en lo que hace a continuación.
Se sube la manga de la chaqueta y muestra algo en su antebrazo. Un tatuaje, el mismo que tenía el tipo de la barra. ¿Cuándo se ha hecho eso?
El hombre barbudo nos observa con recelo, tarda un segundo en debatirse entre sus opciones mentales, pero al final habla.
—Pasen.
Entramos a una especie de bar con bebidas tan burbujeantes como repugnantes. Todo dentro de la casa parece de la era de piedra, el sonido del piano no es para nada placentero y el olor del lugar me hace querer salir corriendo.
No volveré a burlarme del cuarto de Gabo, aunque tenga a Narnia bajo la cama.
Caminamos entre mesas de madera podrida, bancos incómodos, sillas astilladas llenas de moho y borrachos sudorosos; hasta que nos detenemos.
El hombre de la barba roja nos ofrece tomar asiento en una mesa, lo cual el cyborg a mi lado se toma muy literal, porque ignora la silla y se sienta en la mesa.
—¿Quieren tomar algo? —pregunta el anfitrión.
—Yo lo único que quiero es que alguien me explique qué es un hunter y por qué casi nos matan por ser supuestamente uno.
AxSulvivor gira su cabeza hacia mí. Siento el reproche de su mirada tras el arco de su ceja partida, pero el hombre de la barba no parece muy molesto y me contesta:
—Son las personas que quieren encontrar la piedra del sol para destruirla. Los creyentes somos quienes, obviamente, creemos en ella, pero queremos mantenerla a salvo. —El hombre mira a AxSulvivor—. ¿Es nuevo?
—Sí, mi aprendiz —responde con una sonrisa lastimera—. Por cierto, yo sí quiero ese trago.
—Enseguida —responde el tipo de la barra.
Apenas se va, AxSulvivor se vuelve hacia mí. Se me hace difícil no pensar en elle como mujer si tiene el cabello largo, colorido y el rostro con esas facciones de mujer cyborg masculina.
—Si no tienes nada bueno qué decir...
—No abro la boca —termino por elle—. ¿Cuándo te tatuaste?
—No lo hice. Usé un hechizo ilusionista. El tipo del callejón tenía este tatuaje y nos habló de esta secta, así que no fue difícil entender que estaban relacionados. Me costó 150 puntos, pero nos hizo entrar, así que valió todo lo que gasté.
Un momento después, el barbudo vuelve con un vaso de lo que me parece veneno para caballos y se sienta junto a nosotros.
—¿Qué buscan por aquí?
—A Equinex —responde AxSulvivor.
—¿Y por qué debería darles su ubicación?
—Muchos lo buscan, pero no habrá otro par tan capacitado para la misión que él tiene para sus creyentes que, claro está, nosotros.
Admiro su seguridad. No titubea, no piensa sus respuestas y no muestra nervio alguno.
Claro, esto no es más que un juego, pero ni yo pienso tan rápido.
—¿Capacitados? No parecen muy impresionantes a simple vista.
AxSulvivor y yo nos damos ni una mirada, pero respondemos lo mismo al unísono:
—Pruébenos.
~~~
Nota:
Un capítulo bastante sustancioso. ¿Qué les pareció? ¿Qué opinan del mundo y los personajes? ¿Quieren más?
Comenta aquí si quisiste pegarle a Alek.
Pa los que preguntaron qué es Tomb Raider:
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