2: Virtual pero duele, coño
Capítulo dedicado a la cuenta de Instagram Books.Wcked por el edit de arriba. Me sorprenden las cosas que hacen. Gracias por tanto.
~~~
«Ya estás dentro, gracias por preferir a Ginggle. Ahora puedes elegir misiones de entre las historias creadas por los jugadores. Si te haces socio o usuario Premium puedes escribir una historia y programar una misión para que otros puedan jugarla. También es posible filtrar la búsqueda para que se te haga más fácil escoger: basadas en libros, videojuegos, películas, fanfics; por destreza o preferencias, entre otras miles de etiquetas».
La proyección me rodea, literalmente: son 360 grados de hileras de pequeñas portadas a modo de GIF con nombres de misiones entre las que podría escoger la que quiera.
Pero... ¡Carajo! Son millones. Entre más deslizo mi dedo por las imágenes, más aparecen otras nuevas, como un carrete de hilo que se deja caer escaleras abajo.
¿Cómo podría escoger una sola? Imagino que un espermatozoide en mi culo estaría más orientado que yo ahora.
No me voy a complicar la vida intentando tomar una decisión y solo...
—Por supuesto que no, el cerebro no te da para eso.
—Ja, ja, ja.
En fin, que presiono la opción Aleatorio y le doy un vistazo a la historia que se me asigna. Nada puede ser peor que mi indecisión.
O al menos eso pienso hasta que leo la misión que me toca.
Se trata de que mi avatar, Alek-R8, debo ser un padre al cual le han secuestrado su hija. Para encontrarla, lo primero que debo hacer es buscar al intermediario y pedirle las coordenadas de lo que tengo que hacer para llevar a cabo el rescate.
Mi personaje actúa muy distinto a mí, porque si fuese yo quien tuviera la oportunidad de hablar con dicho intermediario, lo mataría antes de que el tiempo le alcance para decir su nombre.
—Y perderías el único medio posible para encontrar a tu hija: brillante.
—Calla, sé lo que hago.
Cancelo la misión y escojo la que le sigue.
Ni siquiera me voy a molestar en leer de qué trata.
—Bueno, ladilla extraterrestre, haz lo tuyo y escanéame. Quiero jugar ya.
—Ah, pero no te voy a escanear.
—¿Por qué no? La vaina esa de AMVAD decía que usarán el mismo mecanismo que para las transportaciones. ¿O es que falta un casco o algo...?
—No, no es eso.
—¿Entonces?
Sah vuela hacia mí con un zumbido fastidioso e innecesario. Su esfera, la que almacena toda su consciencia, se posa sobre mi cabeza, y sus tentáculos holográficos se enrollan en mi cuello, axilas, ojos y nariz.
—¿Estás segura de que esto es estrictamente necesario?
—Sí, sí, claro. Lo leí en la instrucciones.
No le creo una mierda...
Pero no tengo mucho tiempo de protestar, pues cada ventosa de su cuerpo emite una descarga eléctrica que me deja todo en negro.
Ya decidí que AMVAD me gusta. No se limita a seguir el bosquejo de un camino delimitado por un grupo de programadores y su presupuesto. En AMVAD, las ganas, y la imaginación, son el límite.
Siento que estoy soñando, lo cual tiene sentido porque mi asistente me dio un empujoncito para que me desmayara, lo cual significa que podría estar dormido justo ahora.
Es que este mundo se ve todo en alta definición. Los colores más intensos, mi entorno mucho más nítido. Me hace pensar que necesito lentes fuera de esta realidad.
La ciudad está llena de extrañas criaturas que caminan en el aire, como si volaran, pero sin alas. Tengo híbridos entre perros y gatos peleándose encima de mi cabeza, mezclas de caballos y jirafas bailando tango en la esquina, conejos con cara de ratas escondiéndose en las alcantarillas.
No hay un cielo como tal, sino un océano al revés del que apenas se escapan unas gotas de los olas inversas.
No hay ni una piedra de asfalto, ni un rascacielo. Nada de pistas aéreas o drones. Solo chozas, tiendas pequeñas, panaderías caseras y nada de centros comerciales.
Miro la extensión verde a lo lejos, donde la sombra de las montañas se alzan imponentes sobre todo lo que hay. Al observar esto, sé que en la realidad jamás podré volver a contemplar algo tan maravilloso, así que trato de disfrutarlo.
Miro mis manos enguantadas y noto que parecen las de una animación, como una caricatura. Me sorprendo tanto con lo que veo que corro hasta un riachuelo cercano y estudio mi reflejo en su superficie. Soy una animación tridimensional con las características que escogí para mi Avatar, con mis ojos celestes, y mi cabello rubio que a duras penas se deja ver bajo mi casco. Me siento en el episodio de los Padrinos Mágicos con Jimmy Neutrón, en el que Timmy deja de ser un dibujo plano para ser uno redondo.
—¡Estoy buenísimo! —exclamo sonriéndole a mi reflejo.
—¿No te da vergüenza existir y malgastar oxígeno?
Volteo sobresaltado y me consigo con una burbuja llena de tentáculos caricaturescos.
Sah.
—¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo me seguiste al juego?
—Soy una consciencia, imbécil. Estoy almacenada en la nube, simplemente me transferí aquí.
—Como un virus.
—Tu virus personal, para servirte.
—Lo menos que haces es servirme.
—Da igual, deja de quejarte. ¿Quieres que te diga en qué consiste la misión o no?
—Si no es mucha molestia para su majestad...
—Bien. Has iniciado. Estamos en Rood, el mundo sin cielo. En ausencia del sol, el día y la noche son dictados por la magia antigua de un artefacto que se conoce como «La Piedra del Sol». Por desgracia, está desaparecida. Si cae en manos equivocadas el mundo que conocemos se sumergirá en una oscuridad eterna, así que debes encontrarla. Tienes 3 días para cumplir la misión.
—¿Qué coño? ¿En qué consiste la misión? No me puedes dejar así...
—Pues no tengo mucho más que decirte, solo que tienes que buscar a Equinex y él te ayudará.
—¿Quién es Eskrilex y cómo lo consigo?
—¿También quieres que juegue por ti?
Pongo los ojos en blanco y trato de alejarme de la burbuja parlanchina. Ya sé que no me será de mucha ayuda.
Camino como un verdadero estúpido entre la gente sin saber a dónde voy ni cómo luce ese tal Equinex, tratando de pasar desapercibido y de ocultar lo perdido que estoy.
Porque sí: me siento más perdido que indio en Las Vegas.
A lo lejos, logro visualizar una barra de bebidas circular, con un pequeño techo. En ella se reúne un grupo de gente sonriente que se contonea al ritmo de una canción más antigua que mi abuela. Pegado a la barra, hay bancos circulares muy altos, donde la mayoría de los que están sentados charlan con quienes los atienden.
—Oye, Sah.
La cosa esa, tal cual temía, vuelve a materializarse a mi lado en un «puff».
—¿Ahora qué quieres?
—¿Por qué siempre estás de tan mal humor?
—Tengo la menstruación robótica, dah.
—¿Todos los días?
—¿Me llamaste para preguntar eso?
—No te creas tan importante. Solo quiero saber... ¿No puedo olvidarme de la misión y andar por aquí... no sé, como en GTA, por ejemplo?
—¿Ah?
—Ya sabes, conduciendo y atropellando gente por diversión.
—Ve a que te revisen el cerebro, en serio.
Y vuelve a esfumarse como una bola de pintura que estalla.
Tengo tres días para cumplir está misión, así que no debería perder tiempo atropellando gente. Además, no hay autos a la vista.
Tomo la decisión madura de dirigirme a la barra en son de paz. Es una especie de plaza donde hay bastante gente reunida, así que es mi oportunidad de socializar o al menos quedarme a escuchar hasta que alguien diga el nombre de Equinex.
Entre los asientos, alguien llama mi atención. Este individuo tiene el antebrazo reposado en la barra, donde, gracias a su camisa manga corta, noto un tatuaje interesante. Tiene gravado un paisaje iluminado, pero en el sitio en el que debería estar el sol hay una roca rojiza. Es algo así como la piedra filosofal del aburrido clásico de la literatura que tanto se empeñan en hacernos estudiar a nivel cinematográfico y literario.
Creo que ese tatuaje podría ser una alusión —o tributo— a la tal Piedra del Sol. Estoy sentado a tres puestos de ese hombre así que tengo que idear un plan nada estúpido para hablarle.
Sería muy extraño gritarle desde esta aquí, ¿no?
Es decir... ¿qué le diría?
«¡Hey, hola! No te conozco, pero quiero saber qué significa tu tatuaje, y no es que te haya estado observando... ¡Espera, no corras, justo ahora no estoy siendo gay!»
No, no. Misión descartada.
Vaya. Es más fácil jugar GTA, al menos ahí te dan instrucciones hasta de cómo respirar.
En lo que estoy maquinando mi siguiente maniobra, se acerca un tipo con una camisa ajustada y pantalones multicolor y pestañas largas de tonos pasteles a pedir mi orden.
—Dígame, ¿qué desea tomar? —me pregunta con una cercanía que me deja oler el chicle en su aliento.
—Eh... Sorpréndeme —le digo, simplemente para disfrazar el hecho de que no sé qué es lo que sirven aquí.
—Claro, guapo —responde y me guiña un ojo para luego darse la vuelta.
Frunzo el ceño mientras se aleja. Me siento total y absolutamente ofendido.
No me gustan rubios.
Pasados unos segundos, vuelve el chico arco iris con mi bebida.
—Bati-Chicle de fransipiña tropical para ti —anuncia mientras me entrega el batido.
No tengo idea de qué fruta es la fransipiña, pero con solo probarla ya se vuelve mi favorita de todo el mundo.
—¡Hey, no la tomes tan rápido, recuerda que no es agua! Aunque... Yo no tendría problema en llevarte a mi casa si luego no puedes mantenerte en pie...
—¡Okay, me voy! —digo poniéndome de pie más rápido que un Koenisegg Agüera en alcanzar los 100 Km/h.
Le doy casi toda la vuelta a la barra y hablo con otro mesero que no parece vomitado por un unicornio.
—Necesito ayuda para encontrar a alguien —le digo sin antes llamar su atención, así que voltea con brusquedad al oírme y se fija en mí con recelo.
—Estás en el lugar adecuado —responde, tal vez al decidir que no le doy miedo ni a mi espejo—. Si a quien buscas es de por aquí, nosotros lo conocemos.
Se inclina hacia mí para escucharme mejor sobre las voces y la música.
—¡Genial! Busco a Equinex —suelto con esperanza de que me diga todo lo que sabe.
—¿A quién has dicho que buscas? —Se acerca más, ladeando la cabeza para que su oído se aproxime.
—A Equinex.
El hombre me mira unos segundos para confirmar si le estoy tomando el pelo, al ver que no me inmuto siquiera, rompe en una exorbitante carcajada.
—¡Escuchen todos, este chico está buscando a Equinex!
Todos los presentes proceden a soltar unas risas nada fingidas y demasiado humillantes. No se me pasa por alto que el hombre del tatuaje baja su brazo de la barra, se lo cubre y se marcha lo más rápido que puede.
—Niño —me dice el mesero, pese a que mi Avatar en nada parece un niño. Configuré su musculatura para que Toreto parezca desnutrido en comparación—, deja los juegos, ¿sí? Equinex es tan falso como el cuento entero.
—¿Qué cuento? —pregunto lleno de confusión.
—El de la Piedra del Sol. Eres de esos locos que aún creen en ella, ¿no? Los locos, al manicomio. No aquí.
—¿Loco? ¿Yo? —Me río con cinismo gracias a la valentía que da la virtualidad de un vídeojuego—. Loca quedó tu madre mientras la cogía en...
—Ahora sí te mato, loco de mierda.
Cuando me toma por el cuello de la camisa, de la nada, todo se detiene como por arte de magia.
El pulpo burbuja con la consciencia de Sah vuelve a aparecer frente a mí.
—Estás en Pausa —me explica—. Un personaje de AMVAD está pidiendo una pelea contigo. Tienes tres opciones: disculparte, huir o luchar.
Mientras lo dice, tres botones con el nombre de cada opción aparecen frente a mí.
—Ni siquiera tengo que pensarlo —digo y presiono en la pantalla la opción luchar.
Enseguida me aparece una lista de mis destrezas o habilidades especiales. Ambas en blanco.
—No sé qué te sorprende, si eres inútil.
—No soné sorprendido. Y no soy inútil.
En la lista de armas tengo una sola ya que es la cantidad que se me permitió elegir al iniciar en AMVAD. Es la llave mecánica gigante.
—Sah, dame la llave y quita la pausa.
—Como ordene su majestad.
Vuelvo a estar en juego.
Las personas han creado un círculo alrededor del tipo al que provoqué y de mí. Flotando sobre la cabeza de mi contrincante hay una barra horizontal de color verde que dice «energía» y sobre ella hay tres corazones y medio.
La voz de Sah en mi cabeza me explica:
—La barra verde mide la energía, sobre tu cabeza también hay una aunque no puedas verla. La barra baja a medida que logras acertar un ataque a tu oponente dependiendo de su intensidad. El que se quede sin energía pierde.
»Los corazones son las vidas, tienes las cinco completas, pero cada vez que tu barra sea vaciada perderás una. Por suerte puedes ganarlas como recompensa, encontrarlas o comprar pociones que las suban.
—¿Y si pierdo todas las vidas?
—No veo nada al respecto. Habrá que averiguarlo, ¿no?
—Mejor no.
En medio de la pelea aparece una cuenta regresiva.
Tres...
Dos...
Uno...
Mierda.
Mi oponente se acerca corriendo hacia mí como drogado. Lo esquivo por muy poco pero les juro que no tengo idea de lo que hago.
—Debiste haber huido —me dice.
Me lanza una patada voladora que ni siquiera veo venir, pero escucho al azotar el aire, así que me agacho rápidamente.
—¿Huir? Oh, ya, para no hacerte daño —digo esto y sin pensarlo le lanzo un golpe con mi llave mecánica gigante.
Pero me esquiva y aprovecha el impulso para barrer el piso con sus piernas y chocar las mías hasta hacerme caer de lado al piso.
Mierda, no estoy soñando. La caída me dolió, un golpe así me hubiese despertado de cualquier sueño posible. Así que sí estoy en AMVAD.
Mientras analizo esto, su pie impacta con mi estómago y me lanza deslizándome tres metros en la tierra. Perdí la respiración, y si me quedo aquí tosiendo como un imbécil solo voy a seguir dándole ventaja.
—Tu vida disminuye... —canturrea Sah, burlándose.
—Gracias por el apoyo.
Cuando el mesero viene de vuelta hacia mí, corriendo como un desquiciado, aprovecho esa velocidad y le lanzo mi lave mecánica hasta estamparla en su cráneo.
La mitad de su barra se vacía y él queda tendido en el suelo. Supongo que su energía bajó tanto porque un ataque con arma debe ser más intenso que uno a mano limpia.
Miro al mesero en el suelo y me debato entre si está vivo o muerto. Algo es seguro, después del golpe que le lancé, si aún está vivo quedó loco.
Lo observo levantarse del suelo convaleciente, lo que me hace saborear mi victoria. Hasta que siento la piedra impactar contra mi rostro. La intensidad del golpe me hace latir el cráneo de tal forma que siento que explotará.
En el tiempo que paso conmocionado, él me da un par de puñetazos y con otra patada me bombea hacia el extremo contrario.
Levantarme me cuesta, entiendo que debe ser por mi baja energía, la que me debe quedar.
Cuando mi oponente vuelve corriendo hacia mí, le propino un puñetazo en la cara, lo cual hace un cambio casi imperceptible en su barra. Supongo que mis golpes no serán tan fuertes por falta habilidades y destrezas.
Él me golpea otra vez, pero no tiene caso. Sus manos me hacen daño pero él no está armado y ha dejado la piedra atrás. Yo tomo mi llave mecánica y de un golpe le bajo todo lo que le queda en su barra.
Entonces el juego vuelve a paralizarse.
—¿De nuevo en pausa?
—Así es. Ahora déjame decirte lo que corresponde al programa —me responde Sah—. Felicidades Alek-R8, has conseguido aumentar 8% en fuerza y 5% en velocidad. Al esta ser una pelea clandestina y tu oponente no ser de gran riesgo, ganas 50$ a tu tarjeta AMVAD y una navaja de filo extremo que tu contrincante tenía en su inventario.
Apenas Sah termina de decir esto, la pausa se cancela y reaparezca en el juego.
Acabo de ganar 50 putos dólares en, ¿qué? ¿Media hora? Solo peleando contra un avatar random. Si esto sigue siendo así de fácil, este podría ser mi nuevo trabajo.
Camino, aunque victorioso por la pelea y eufórico por mi ganancia monetaria, derrotado porque no he avanzado nada en mi misión. Me siento abatido e inútil, no es posible que sea tan desgraciado este juego para no darme ni una pista. ¡Ni siquiera sé si busco algo real! Parece ser que AMVAD me juega una broma, pues aparentemente nadie cree en esa Piedra del Sol.
Cuando aún le doy vueltas al asunto, siento dos pares de brazos que me rodean desde atrás, me sostienen con tal presión que me inmovilizan. Empiezo a patalear pero solo les estoy facilitando la tarea de arrastrarme, un violento tirón tras otro, hasta que me inmersan en la oscuridad de un callejón entre dos casas abandonadas y casi destartaladas.
Ninguno me suelta, pero siento cómo otro se pone delante de mí aunque las sombras no me dejan identificarlo.
Vaya suerte la mía.
No es hasta que él mismo utiliza una linterna para iluminarse el brazo que al fin lo reconozco: es el tipo del tatuaje que llamó mi atención en la barra.
—¿Quién eres? —demanda con voz estridente.
—Soy...
Me dispongo a decir mi nombre, pero cambio de opinión enseguida. Esto es un juego, no es lógico que esté tan cagado como si de verdad estos hombres pudieran hacerme daño.
—¿Tú quién eres? —digo en cambio.
Él del tatuaje me da una patada en el estómago que me deja doblado y sin aliento.
Este es un buen motivo para estar cagado: el dolor es demasiado realista. Debe haber un mecanismo en esta programación que estimule las áreas adecuadas de mi cerebro como para que se sienta así.
—Yo hago las preguntas —dice la voz del tipo del tatuaje.
—Alerta de energía baja —advierte Sah así materializarse.
No hace falta que me lo diga. Estoy tan convaleciente que mis rodillas no sostienen mi peso. De no ser por los brazos de mis captores como anclaje, estaría en la cómoda posición de un muerto justo ahora.
—¿Para qué quieres la Piedra del Sol? Eres un hunter, ¿no es así? —me acusa.
—No —jadeo sin aliento. Adiós a la arrogancia—, no es así. En realidad no sé lo que es un hunter. Lo puedo jurar.
El hombre apaga la linterna y mantiene su rostro en mi dirección aunque la oscuridad no me deje estudiar su gesto. Eso lo hace más intimidante, es como una cara de póker profesional. Y eso me acelera el pulso y espesa mi saliva. ¿Me habrá creído?
De esa forma silenciosa de expresión indescifrable, el hombre se acerca a mí. En su mano, con el escaso brillo que refleja el agua marina nocturna sobre nosotros, detecto que lleva un artefacto parecido a un lapicero con punta cromada. Cuando lo presiona, la punta cambia de plateado a rojo intenso que comienza a emanar humo.
¿Un quemador de estaño?
No importa qué carajos sea, solo que cuando siento la punta quemar mi carne y clavarse en ella como una aguja en llamas, grito y niego con una desesperación que bloquea mi cerebro y dispara mi pulso. Mientras el muy maldito hace espirales en mi brazo, sé que podría contarle los secretos del Pentágono sin titubear si los supiera.
—¡Habla, imbécil!
—¡Nada sé... no... nada! ¡NO SÉ UNA MIERDA, LO JURO!
Solo una cosa se escuchó por encima de mis aullidos de dolor: la explosión de dos disparos, repitiéndose una y otra vez mientras se alejan del callejón en un eco.
Siento aflojarse el agarre de quienes me sostienen. Me asombro y luego me desconcierto al ver cómo se desploman en el suelo. Él del tatuaje los patea para confirmar lo obvio, lo inertes que están. Sus cuerpos se mueven con la patada, dando un vistazo a los charcos de sangre que reflejan las olas del mar nocturno sobre nosotros.
Lógicamente, el hombre del tatuaje asume que he tenido algo que ver y me toma por la quijada. Pienso en sacar la llave mecánica para defenderme, pero no hace falta.
Una sombra aterriza detrás del tipo, como si hubiese saltado del techo en ruinas de una de las casas. Las dos manos del recién llegado están concentradas en un rifle que apunta directo al cráneo del hombre del tatuaje. Apenas se distinguen las líneas de un morado neón en todo su traje, pues parece que él resto es negro. No hay mucho más que ver, pues una capucha le cubre, pero un bombillo verde en su arma ilumina parte de una máscara de calavera.
—¿Cómo consigo La Piedra del Sol? —exije el armado con una voz profunda y computarizada.
—No lo sé, no lo sé —responde el otro al borde del pánico—. Soy de los pocos creyentes, pero no sé nada sobre su ubicación.
—¿Y quién sí? —insiste el otro. Esa voz robótica a lo darth vader me hace temblar.
—Equinex. Él lo sabe todo.
—¿Cómo lo encuentro? —pregunta Mr. Máscara presionando más fuerte el arma contra el cráneo de Don Tatuaje.
—Yo no lo sé, pero sé quiénes sí —confiesa rápidamente—. En lo alto de la única colina poblada del sur, allí nos reunimos todos los creyentes. El líder puede decirte todo lo que quieras sobre Equinex.
—¿Es todo?
—Lo juro, maldita sea. Ayudo a alguien, solo le queda una vida, si me matas...
—Vete —concede Mr. Máscara bajando el arma.
Cuando lo suelta, Don Tatuaje sale corriendo tan rápido como puede, mientras el otro se vuelve hacia mí. Hay algo peculiar en él. A su alrededor, como movido por un eje imaginario, circula un nombre parpadeante: AxSulvivor.
—¿Éso que te rodea es tu nombre? —le pregunto.
Enseguida me arrepiento, este chico podría querer matarme a mí también. A veces soy demasiado estúpido.
Lo que pasa a continuación es inesperado, pero sucede. Él, o mejor dicho, ella, se quita la máscara y la capucha. Deja salir una sedosa cabellera de un azul eléctrico casi fluorescente. No tiene un rostro humano, sino Cyborg, ojos violetas con un aro dorado, enmarcados con cejas gruesas, una con un corte con el grosor de un dedo meñique. Tiene grietas en los pómulos y la quijada que dejan entrever cables y engranajes que proyectan una iluminación celeste; y, en un extremo de la frente muy cerca del inicio del cabello, tiene grabado un número de serie con «AxSulvivor» debajo.
—¿Cuánto tiempo llevas en AMVAD? —me interroga. Su voz ya no es computarizada, ahora es fameninamente ronca y amenazante.
—Recién empecé hoy —contesto embelesado.
—Ya decía yo —rueda los ojos robóticos que tiene y se ve mucho más amenazante.
Llámenme masoquista, pero si no supiera que es sólo un avatar, me ofrecería para hacerle una docena de hijos.
—Te explico —me dice dejando caer con fuerza desmedida su mano en mi hombro—, los avatares nos diferenciamos de los computahumanos (personajes controlados por el computador), porque nuestro nombre de usuario nos rodea.
—¿Estamos en la misma misión, entonces?
—Por casualidad. Pero sí. En una misión pueden haber tantos usuarios como quieran jugarla. Así de simple. Estoy segura de que no somos los únicos.
—En ese caso será mejor que mueva el culo. Parece que todo el mundo aquí está más preparado que yo, así que...
Emprendo mi retirada para pedir a Sah que trace mi ruta hacia el sur, pero la chica cyborg corre hasta mí y me voltea de un tirón.
—¿Qué habilidad especial tienes?
—Dile que tienes la absolutamente útil habilidad de ser especialmente irritante.
—Estás describiendo a alguien que conozco.
—¿Perdón? —me pregunta la cyborg creyendo que hablo con ella.
—No, no. No es contigo es... Olvídalo.
Ella bufa.
—Ni siquiera controlas la comunicación con la computadora todavía.
—Pues, ni siquiera es la computadora. Es un virus. Pero ajá, ¿qué preguntabas?
—Quería saber tus habilidades y destrezas. En qué nivel estás. Con cuántas armas cuentas. Pero ya me hago una idea.
—Yo... ¿Estás considerando una alianza o algo así?
—Definitivamente eres nuevo e inútil. —Su palma, una mano robótica cubierta por un medio guante negro, impacta contra su frente—. Perdí mis provisiones salvando tu culo. Igual tengo la información que me faltaba, así que bye.
—No te vayas. No perdiste nada, todavía podemos aliarnos.
Su carcajada casi siento que me abofetea.
—¿Tú y yo? Tengo una semana en AMVAD y en 4 misiones completadas ya acumulé 7 tipos diferentes de armas, un 40% en saltos y volteretas, desbloqueé la habilidad especial de caminar por paredes y tengo más experiencia de la que tú conseguirás en un mes.
—Pero hace un segundo tú...
—Hace un segundo me dejé llevar por tus músculos falsos.
—¿Falsos?
—Reales no son.
—¿Y tú qué sabes?
—Más que tú, eso es obvio.
—Bah, me da igual —zanja la cyborg.
—Vamos, no te vayas. Seguro necesitas algo. Puedo pagarte por la guía, tal vez... ¿La mitad de lo que gane en la misión? Tú dime.
—¿Por qué quieres mi ayuda?
—No tu ayuda, tu compañía. Así será más interesante, supongo.
—Qué frágil el orgullo que te cargas, eh. Hagamos algo: tú admites que me necesitas, y yo te dejo acompañarme en esta misión como mi silencioso Scooby mientras yo hago todo el trabajo sucio. Y luego me pagas, eh.
—Espera... ¿Sabes quién es Scooby? ¿Sabes de Scooby-Doo?
La ceja cortada del cyborg se arquea en un gesto inquisitivo. Yo no necesito más. Me dejó caer de rodillas y le tomo las manos robóticas en una confesión devocional antes de decirle:
—Casémonos. Yo cocino.
No pasa un segundo cuando la culata del rifle me pega tan fuerte en la cabeza que le noquea. Desaparezco, como una imagen pixelada que se desdibuja, y regreso un segundo después.
—Brillante, Alek. Perdiste una vida. Te quedan cuatro.
Nota:
Gracias a cada uno por sus comentarios. ¿Qué les pareció este capítulo? ¿Qué piensan de AxSulvivor y el juego, su funcionamiento, las misiones y todo eso?
¿Qué creen que pase a continuación? ¿Creen que Alek logre terminar la misión sin perder todas sus vida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top