1: Notificación inesperada
Este capítulo está dedicado a la cuenta de Instagram entre_libros_ por el edit de arriba. Gracias por tanto apoyo.
Venezuela
2105
Tengo media hora aguantándome un peo y ya siento que me está apuñalando el colon.
Me lo tiraría sin miedo; al final de cuentas, un sabio verde dijo una vez hace siglo y medio: mejor afuera que adentro. Pero, coño, no se puede ser tan desconsiderado en esta vida. El tranvía aéreo está tan herméticamente cerrado que, de soltar esta bomba aquí, podrían acusarme de terrorismo.
Por suerte, la próxima parada está cerca. El tranvía recorre 80 kilómetros en 8 minutos, así que estaré en breve en la Capital.
Al menos eso espero, pues podría perder la dignidad múltiples veces, pero jamás una apuesta. Tengo que llegar antes que Gabo a esa maldita bandera.
¿La señora a mi lado sabrá que quiero tirarme un peo? Porque me mira como si oliera a mierda, y estoy seguro de que me bañé ayer.
Aunque tal vez me mira así porque sabe que soy raro.
En un mundo donde la medicina es cibernética, la diversión es virtual, y la clase media duerme en una cama con emisiones de sonido y calor adaptadas a las preferencias de sueño de cada quien; las personas como yo, fanáticos de Fast&Furious, que hemos oído hablar de Los padrinos mágicos y preferimos los autos con rueda a los que levitan, somos un bicho raro.
Soy un lujurioso amante del pasado, sí. Ese del que leí por error. Un pasado con Angelina Jolie como Tomb Raider, el que construyó Mark Zuckerberg, el que imaginó cada autor de cada libro que ahora no existe. Un pasado con CD's, con libros, con pantallas corpóreas y pesadas, con reyes del pop y bandas de rock inmortales que de alguna forma han logrado borrar.
Mientras muchos mueren por entrenarse como pilotos o exploradores interespaciales, yo quisiera haber conocido los trenes con rieles, vapor, ruido, emisión de humo y todas esas vastedades.
No me malentiendan, me gusta este tranvía. Solo hay que fijarse un minuto en el techo, donde la fibra de vidrio deja ver los delfines acróbatas, los corales de color intenso, los tiburones pacíficos y peces luminosos que conviven en un mismo acuario al alcance de nuestros ojos. Lo ves tres minutos y PAM, te enamoraste.
O los ventanales ininterrumpidos sobre nuestros asientos que dejen apenas vislumbrar el celaje borroso de...
—No seas redundante, todos los celajes son borrosos.
Me volteo a mirar a Sah, mi asistente holograma. Lo he intentado cambiar muchas veces pero no hay caso, me persigue a cualquier red y regresa a molestarme. Su identidad está almacenada en una esfera de vidrio que levita como un dron junto a mi hombro. De toda su circunferencia se emite una imagen que da la impresión de que es un pulpo fantasmagórico de cuerpo lila y puntos de un púrpura intenso en cada tentáculo. Es como mi no-amigo cyborg-extraterrestres pixelado personal.
La cosa es que Sah me conoce desde la manera de respirar hasta el largo de los pelos de mi culo, así que, a diferencia de otros asistentes, se cree con la libertad de opinar de cada aspecto de mi inservible existencia sin esperar a que yo le autorice hablar. Siempre llevo audífonos por eso, para que nadie más que yo pueda escuchar su voz.
Como les decía, el tranvía muestra un vistazo casi imposible de distinguir —a menos que estemos en una parada— de la pista aérea venezolana. De hecho, por las indicaciones en la pantalla frente a mi asiento, estamos a segundos de llegar al puerto aéreo de Maiquetía.
Cuando bajamos, la vieja a mi lado...
—Señora mayor —me corrije Sah.
—Señor coñiza mayor es la que te voy a dar yo si no te callas, ladilla.
Me levanto del asiento pero no salgo hasta sacar de mi mochila mi mascarilla de resina negra. Sah gradúa los niveles de oxígeno en el respirador de la mascarilla, los sensores del tranvía me escaneen para confirmarlo y luego se abre la puerta para mí.
Al exponerme, me asomo al borde del riel aéreo. Puedo ver los autos eléctricos en la pista inferior avanzar sin ruido, sin humo... Sin diversión.
Si supiera esa gente lo que es el derrape...
—Estarían todos muertos.
—¿Tú qué sabes? En el pasado todo el mundo derrapaba y no nos extinguimos, ¿o sí?
—Por desgracia.
Ignorando la ladillosa voz en mis oídos, camino junto a los demás hasta una de las cabinas de teletransporte asistido. Como pobre se nace, no puedo pagar una aplicación como Darvis ni por coño, pero el gobierno de Alister Frey suple esta carencia para las situaciones que lo ameritan, como esta: bajar del riel aéreo hasta las calles subterráneas.
Claro, solo puedo teletransportarme a un punto donde halla otra de estas cabinas, y el gobierno lleva registro de mi localización.
Selecciono la cabina más cercana al estacionamiento que me interesa, aterrizo en él y que comience el juego.
No tengo mi auto en ningún garaje, no podría pagar su renta. Lo dejo en un aeropuerto deshabilitado. Su pista de aterrizaje es perfecta para derrapar. Los sitios ideales para el drift escasearon luego de que el mundo adquirió la pacífica monotonía de los autos del hoy.
Entro mi Bugatti y me lanzo a la carretera.
Sí, tengo un Bugatti. Vamos, rían mientras se desplazan en sus cómodos Teslas. Pero sepan que antes esta cosa costaba casi 5 millones de dólares.
De hecho, según la historia, antes los primeros modelos de cualquier artefacto pasaban a ser reliquias con el tiempo. Claro que eso ya no ocurre, la humanidad ahora da por hecho que todo producto que no evoluciona, que no se puede aligerar, hacer retráctil, volador, o capaz de leer ondas cerebrales, pasa a ser basura.
Pero yo no estoy de acuerdo. Quisiera haber nacido un siglo antes, no en este, donde ya no existen las colecciones, las reliquias, o los recuerdos preciados; donde cualquier versión del pasado puede mejorarse, cualquier película antigua superarse con escenarios pulidos, efectos especiales más impresionantes, mayor definición, mejor composición y sonido.
Si puedes vivir tu película favorita, ¿para qué quieres un CD viejo con imágenes de calidad deplorable, sin explociones, estímulos sensoriales o la oportunidad de ver la figura de tus actores favoritos proyectados frente a ti?
A la humanidad no le conviene que una grabación antigua le recuerde que no necesita una aplicación para calentar la comida cuando ya existe un microondas, que tal vez debería salir a correr para hacer ejercicios y no solo acostarse en una cabina para que esta le transfiera energía. Es el motivo de que los medios, las grandes potencias, los influencers, difundieran la idea de que todo tiempo pasado fue peor, y como toda idea colectiva pronunciada por los grandes, pasa a ser un pensamiento oficial del sentido común.
Pues, toda la vida me han dicho que yo no tengo sentido común. Y tienen razón.
—Sah, ¿a qué altura está la bandera? —le digo a mi asistente holograma mientras enciendo el GPS del Bugatti.
—No sé.
—Pedazo de chatarra... ¡Búscala! Rastrea esa cosa.
Cuando escucho su respuesta en mis oídos me dan ganas de estrangularme los tímpanos.
—Sí, sí, en un rato.
—¿En un...? ¡Voy a perder! ¿Qué es más importante que obedecer mi maldita orden? Eres mi asistente.
—Ssshh... —Su figura pulposa se atraviesa en mi campo de visión y sale por la ventana, asomándose hacia atrás—. A kilómetro y medio hay una pareja peleando. Parece que él se acostó con el hermano de ella...
—¡¿Y eso a mí qué carajos me importa?!
—¿Cómo que...? —Su resoplido robótico es como una onda expansiva que me pone los pelos de punta—. No entiendes el valor de un chismesito fresco.
—Ay, jódete —digo metiendo la mano en mi bolsillo—. Usaré el rastreador manual del teléfono.
—Hey.
Uno de sus tentáculos se enreda en mi muñeca y me da una descarga ligera que me hace chillar y soltar el teléfono cerca del acelerador.
—¿Te pica el culo, Sah? —exclamo sobándome la quemadura de la muñeca.
—Solo jugaba, imbécil. Estás sensible hoy, ¿no?
—El que pierda dejará que el otro le tunee el carro. ¿No entiendes la emergencia? Debo ganar.
—Pues mira tu GPS, ya tracé la ruta.
Por suerte es verdad.
Así que puedo meterle nitro —no literalmente— a la carrera.
Tengo que alcanzar la bandera que mi amigo Gabo escondió para mí. La cosa no es donde esté la bandera, porque tiene un rastreador, sino llegar a ella antes que él consiga la que yo le escondí y sin que me maten antes los...
—¡Puta madre!
Me saltan al capó dos perros/lobos/tigres. Por suerte acelero y mis neumáticos los dejan como calcomanías en el piso. Otros dos me persiguen, uno a cada lado y a nada de alcanzar mis ventanillas.
—Sah, saca el arma de la guantera.
Por primera vez mi asistente me obedece cuando corresponde, tal vez porque comprende la gravedad de la situación.
Los canes no son reales, por supuesto. Son hologramas que programó Gabo para joderme la vida por el camino. Es cruel, pero justo, pues también inventó la pistola que uso para dispararles a esas criaturas.
Las balas son una bola de píxeles que, al impactar contra las bestias hologramas, las desintegran.
—Parecen sirios mutantes —murmura Sah imitando un escalofrío humano.
Yo pongo los ojos en blanco. La mitad del tiempo no entiendo de qué mierda está hablando.
Al deshacerme de las criaturas, escucho los autos que se aproximan. Verdaderos carros de verdad...
—Sigues siendo redundante...
—¡¿A quién le importa?!
Como decía: autos reales. No esas naves con ruedas de ahora.
Gabo ronca su Audi R8 una vez que llega a mi lado. Baja sus vidrios ahumados y me sonríe con todos sus frenillos brillando por el reflejo de la luz artificial del subterráneo.
Tiene mi bandera amarrada a la muñeca.
—Te di ventaja —le grito, minimizando su victoria.
—Pruébalo —me dice mientras acomoda sus anteojos cuadrados que se han deslizado casi al borde de su nariz—. Hagamos una carrera hasta tu bandera.
—¿En serio? ¿Quieres perder delante de tu hermano?
Sé que el pequeño Anuel está detrás de nosotros, el chirrido de los neumáticos de su Dodge Challengers y las nubes de humo rojas que escapan del mismo lo delatan.
—Estás poniendo excusas, Alek. ¿Tienes miedo?
No había nada que responder a eso, puse el pie en el acelerador y que el motor hablara por mí.
Un suspiro, un latido audaz y el poder de un arranque que me deja pegado al asiento. Es como si vertieran electricidad en mi sistema cardiovascular. A esto soy adicto.
Mantengo un ritmo tranquilo mientras salimos de la pista de aterrizaje lo suficiente para calentar y dejar crecer el ego de Gabo, así disfrutaré más de destruirlo.
Él abandona primero el aeropuerto, tenía una ventaja significativa que me tomará valiosos segundos en eliminar, por eso me desvío del camino pautado.
Gabo ya está en carretera. Desde mi posición puedo acortar el camino, ahorrarme más de la mitad de la carretera, como si fuera rumbo a un agujero de gusano en la tierra.
Pero es un atajo imposible de cruzar: hay un muro que puede pasarse con trabajo levantando los pies, pero nunca en un auto por muy alta que sea la suspensión de la carrocería.
Así que me imagino a Gabo sonriente por la anticipación de su victoria, y a Anuel con la boca abierta y los brazos en la cabeza, porque, por supuesto, ninguno imaginará que yo seré tan temerario para subir mi auto a todo velocidad a las inestables láminas de madera recostadas en ángulo contra un pequeño contenedor, usándolo de rampa.
Pero sí lo hago, y escucho la madera quejarse y fracturarse. Sus escombros caen detrás de mí, pero la velocidad a la que voy es tanta que para entonces ya estoy saltando por los aires.
Me río con euforia, mi corazón rugiendo con más fuerza que mi motor.
—Imbécil.
Mi aterrizaje sobre el asfalto no es tan limpio como esperaba, mi Bugatti cae con su peso apoyado en las dos ruedas izquierdas y para acomodarlo tengo que cruzar el volante al otro lado como si me estuviese llevando el diablo y esta fuera la única forma de burlarlo.
Sah se ríe a carcajadas al ver cómo pierdo el control del auto dejando espirales negras impresas en el suelo como prueba de mi trayectoria.
Tengo que avanzar derrapando y dejar más humo a mi alrededor del que me conviene.
Escucho el fanfarroneo del Audi de Gabo detrás de mí, pero ya yo estoy tomando el cruce hacia la autopista principal.
La diversión aumentó cuando mi amigo se lanzó al carril contrario, se abrió paso entre los conductores de carros eléctricos, y volvió a nuestro carril, esta vez delante de mí.
—¡¿No te parece bello mi maletero?! —me gritó entre risas.
—¡No lo suficiente, porque te lo voy a destrozar!
En mi fuero interno casi puedo escuchar un fuerte «¡Turn down for what!» lo que me hace reírme a carcajadas.
—Humanos como tú no deberían tener derecho al voto.
Ignoro a Sah porque estoy de muy buen humor. Lo siguiente se vuelve en una persecución zigzagueante y poco cautelosa. Gabo todavía tiene la delantera, pero eso hasta que llegamos a una curva cerrada.
Yo soy buen conductor porque he pasado mi vida conociéndome a mí mismo al volante. Gabriel y yo crecimos juntos, así que eso me hacía estar seguro de dos cosas: él, como adicto a las computadoras, es analítico y matemático, ir de un carril a otro y pasar autos en zigzag es una cuestión de cálculos que le dan la seguridad suficiente para sus acciones osadas. Pero yo... Para mí, el derrape no es cosa de cálculos: es un arte. Y yo, todo un artista.
—No sabía que eras poeta.
Por eso yo, q diferencia de mi amigo, no tuve que frenar para no matarme a toda velocidad en la curva peligrosa.
Me deslizo por ella como si fuésemos cómplices, con mi auto en un ángulo de noventa grados, y, gracias al impulso que no perdí, la recta final es como un bostezo de once segundos.
Gané.
Ah, y por si se lo preguntan, me tiré el peo hace rato.
—¡Lo hiciste de nuevo! —me grita Anuel cuando estacionamos en el escondite de la bandera. Me está felicitando con múltiples golpes en la espalda—. Eres grande, Alek. Mi hermano no tenía oportunidad.
—Puedes lamer sus pies si quieres —le aconseja Gabo bajando de su Audi. Luego, mira en mi dirección a través del cristal de sus lentes para decir—: Buen trabajo, pero te ganaré la próxima vez.
—Siempre dices lo mismo.
—La próxima sí te ganaré. Esta vez estaba distraído, venimos de la iglesia.
—¡Sii! —salta Anuel con entusiasmo, como si hubiese olvidado contarme ese chisme—. Lloró cuando estaban haciendo las danzas para las ofrendas.
Gabo le pega un lepe a su hermano en la cabeza que le vuela la gorra de reggaetonero, dejándolo más despeinado que de costumbre.
—Yo no lloré en ningún momento.
Ellos siguen discutiendo al respecto, pero le creo a Anuel. Ellos son Sha'hitas, creyentes y adoradores de la Diosa Shaula Nashira. Gabriel finge que solo asiste a la iglesia porque su madre los obliga, pero tiene tatuada en la espina dorsal «Athara vità salveh kha» y en las costillas «darangelus sha'ha me».
No puedo sumarme a las burlas de Anuel porque Sah me avisa que tengo una llamada entrante.
Gracias MoM, la aplicación invasiva que instaló mi mamá en el sistema operativo de Sah, no importaba si no me da la gana de contestar, de la frente de mi pulpo volador se proyecta una imagen tridimensional pixelada de mi madre.
Sí, mi madre se toma muy a pecho eso de que yo le pertenezco por haberme expulsado de su vagina.
—Ven a comer, Marvin —bocifera su imagen.
—¡Mamá! No me llames así. ¿No ves que los muchachos se están burlando?
Marvin es mi nombre real, pero lo odio. Suena como a que me podría apellidar «y las ardillas». Marvin y las Ardillas.
Así que me lo cambié. Le digo a todo el mundo que me llame Alek, suena digno de un piloto. Además, es la abreviación del nombre de uno de los mejores presidentes que tuvo Venezuela luego del atentado que destruyó el Palacio de Miraflores y de que los Freys tomaran el control del país: Aleksis.
—Lo siento, cariño —dice mi madre de forma monótona, pues no lamenta un coño—. Pero vente ya, estoy probando la nueva aplicación esa que vimos en Plaza del Mañana, la que cocina la comida sólo con fotografiarla, ¿recuerdas? Pero no puedo usarla sin supervisión. Dice que manda ondas de calor tan rápidas, fuertes e invisibles que si interpongo mi mano al momento de la fotografía tendré que amputármela.
—No es una aplicación de Ginggle mamá, no es fiable. ¿Me quieres envenenar?
—Marvin, no me ridiculices frente a tus amigos.
Hasta Sah se está riendo ahora.
—¡Ah! Hola, Gabo. Hola, Anuel —saluda mi entrometida madre.
—Hola señora María.
∆©∆
No vivo en la Capital sino en el Estado Bolívar, pero desde que los Freys están en el gobierno e instalaron la pista aérea, ir de una ciudad a otra es tan fácil como tirarse un peo. Ir de un estado a otro es como tirarse varios. Así que tardo apenas cuarenta y cinco minutos en volver a mi casa.
Ah, no sé si lo mencioné antes, pero somos potencia. Dolarizados e independientes del imperio de Nueva Londres pues nuestro Frey's empire tiene suficientes recursos para mantenernos como un país libre.
La nueva aplicación innecesaria de mi madre resultó ser efectiva, la comida está en su punto, ni cruda ni quemada. La degustamos en medio de un monólogo de mi madre sobre lo difícil de su nuevo trabajo como secretaria de la empresa hidroeléctrica del país, lo bello que es tener vista a la represa, lo cansado de las llamadas que debe atender y los correos que tuvo que redactar.
Se queja sobre lo tacaño de la empresa, que no se permiten gastar en asistentes de voz o aplicaciones para el trabajo de secretariado. Me parece irracional su lógica, porque si la empresa tuviera esa tecnología, ella se quedaría sin trabajo.
Pero no se lo digo, claro. Es capaz de matarme solo para volverme a partir y tener la oportunidad de asesinarme de nuevo.
Cuando al fin hubo acaba el almuerzo y la no-conversación, me voy entusiasmado a mi cuarto.
Tengo un cuadro de Lara Croft colgado a la pared. Es una especie de Gif de ella saltando de una columna en ruinas a otra, disparando en el aire a un par de hombres en un pedestal más alto. Ella acierta, y ambos hombres caen muertos al instante.
La escena se repite una y otra vez durante todo el día, sacada del videojuego Tomb Raider: The last revelation. Una de mis poseciones más sencillas, y más preciadas.
Leí en el blog del anónimo Recolector de historias que los cuadros en épocas pasadas eran inmóviles en su totalidad, mientras que ahora esto es poco frecuente, exceptuando los que han sido dibujados a la antigua, sin ninguna aplicación de por medio.
Pongo mi pulgar en el lector de huella dactilar que instalé con sumo disimulo en una esquina del cuadro de Lara. Al reconocerme se hace a un lado y me da acceso al panel donde escribo la contraseña establecida: 1999.
De inmediato aparece una trampilla en medio de mi habitación.
Voy a ella, la levanto y me introduzco en en el ascensor de vidrio que hay en su interior. Desciendo a la velocidad establecida, así que descarto la posibilidad de fallas.
Las puertas se abren y quedo de frente a una habitación con estanterías llenas de videojuegos, un televisor pantalla plana curva, varios tipos de consolas y asientos diferentes para Gamers.
Todas estas antigüedades las obtuve en una página web llamada Curiosum, en la sección Quisquiliae (basura en latín), donde se publican los artículos que ya nadie quiere. La gente del siglo XXI publicó todos los videojuegos que para los de mi generación son insignificantes, pero para mí no tienen comparación.
También hay cuadros de Lara Croft en este lugar. Ella es el estándar de mujer perfecta desde mi perspectiva, si pensara en casarme alguna vez, sería con ella. Aún recuerdo con plena claridad la forma tan mágica en que supe de su existencia.
Todo empezó aquel día que fui a casa de mi amigo Gabo a los 11 años.
Yo, como el resto de los niños de mi edad, jugaba al Galaxy Max, la primera serie de videojuegos futuristas que sacó Albert Rowling. Me parecía bueno, no se jugaba con controles, no requería de una consola, sino con de una réplica de nave espacial. Sólo te metías en ella y activabas el modo simulación, luego tu entorno era sustituido por una galaxia virtual. Jugabas sintiendo que estabas en el espacio, era lo máximo, incluso la nave vibraba y saltaba para darle más realismo a la situación.
Pero Gabo era diferente, cuando llegué a su casa no estaba jugando al Galaxy Max. Tenía en sus manos un control conectado con un cable a una consola rectangular negra. Una PlayStation 2.
Recuerdo haberme reído en su cara, sobre todo al mirar en la pantalla a lo que me pareció un zorro naranja que corría y rompía cajas.
—¿De qué te ríes? —me preguntó Gabo en aquel entonces, poniendo en pausa el juego.
—¿Qué pasa, mano, querías saber cómo se sentían los cavernícolas? —le dije mientras me cargaba de la risa.
—Se llama Crash Bandicoot, inculto. Y no fue creado por cavernícolas, sino por Naughty Dog. Además, tampoco es arcaico, fue lanzado oficialmente en 1996.
—¡¿Y eso no te parece arcaico?! Fue hace más de un siglo. —Me reí nuevamente—. Tu rareza no tiene cura.
—Hágamos algo —empieza a proponer—. Toma el control, te enseño a jugar y veamos si piensas igual después de eso.
No dudé un segundo en aceptar la propuesta, no pensé que aquello pudiera llegar a gustarme, pero estaba equivocado.
El juego era básico. Tenía que superar varios niveles, esquivar hoyos, saltar sobre los animales enemigos o girar cerca de ellos para eliminarlos. Habían cajas en el camino que debía romper para obtener frutas. Traté de acumular la mayor cantidad posible.
A medida que jugaba, terminaba el juego cada vez perdiendo menos vidas. Tuve otro método de ataque, giraba cerca de los enemigos para que estos golpearan a los que tenían alrededor.
Después de un rato ya me había sumergido por completo en el juego.
Iba todo el tiempo a jugar con Gabo, pues conocí muchos videojuegos gracias a él. Mario, Mortal Kombat, Teken, Sonic, Donkey Kong, GTA, se volvieron la pasta mentolada con la que cepillaba los dientes de mi vida a diario.
También llegué a enviciarme a uno que Gabo tenía en su laptop: Zelda, con el cual me enganché bastante. Pasé una semana jugando Zelda hasta las tres de la madrugada y cuando no sabía cómo avanzar llamaba a Gabo para pedirle ayuda, lo que hacía que me maldijera por la hora en la que se me ocurría despertarle.
Luego empecé con otra fiebre Gamer, la de Tomb Raider. Mi arqueóloga favorita para siempre, incluso mejor que el gran Indiana Jones.
Resulta que Tomb Raider fue uno de los primeros videojuegos 3D, el cual salió a la venta en noviembre de 1996. Le debo tanto a Core Desing por haber desarrollado un juego tan increíble, lleno de acción, aventura y con un personaje tan extraordinario.
Un día fue a casa de Gabo para contarle que había acabado el primer videojuego antes que él, y entonces lo encontré jugando otro juego de la serie, nunca olvidaré lo que me dijo ese día.
—¿Y ese cuál es? Pensé que sólo había un juego de Tomb Raider —le dije en ese momento, mientras me sentaba a su lado.
—¡¿Qué?! Aún estás en el nido —se burló negando con la cabeza—. Este, mi querido amigo, es el juego que divide la serie en dos: Lara Croft con las tetas triangulares y Lara Croft con las tetas redondas.
—¿Te he dicho ya que me dan asco los niños?
—Nadie te preguntó, ladilla. Déjame proseguir con mi relato.
¿Dónde me quedé?
Ah, sí: después de reír como nunca ese día, comenzó mi obsesión. Jugué todos los videojuegos, leí todas las historietas, vi todas las películas; incluso investigué la biografía completa de Angelina Jolie, quien hizo de Lara Croft.
Desde entonces soy otro Gabo en el mundo, tenemos el alma de la generación pasada en el cuerpo de alguien de esta.
Así fue cómo decidí crear este lugar con todas las cosas que compré en Curiosum y algunas otras que adquirí de Ginggle y otras empresas. A este sitio lo tomo como mi Laboratorio, y lo protejo como tal.
Bajé aquí con intención de sentarme a jugar un rato en alguna consola, pero uno de los tentáculos de Sah me detiene.
—¡Aush! ¿Cuál es tu agresividad hoy? Crustáceo sin cáscara.
—Es que tengo una notificación.
—Pues dímela, ¿no?
—La olvidé.
—No puedes olvidar las notificaciones, Sah... ¿Sabes qué? Déjalo, la busca...
—Si dices que la buscarás en el teléfono voy a borrar todas las fotos que tienes de Naruto en tanga.
—¡No tengo ninguna foto de nadie en tanga!
—En fin, tienes una nueva aplicación disponible. ¿Quieres probarla?
—¿Cuánto cuesta?
—Es gratis.
—Soy talla, gratis, sí. Háblame de esa App.
Tomo asiento en la silla levitante, que se tambalea un poco, y observo las letras que van apareciendo en el holograma que Sah proyecta frente a mí.
«Hola, un saludo desde la industria cibernética Ginggle. Te invitamos a descargar nuestra aplicación más reciente, AMVAD, el juego de realidad virtual que está arrasando con la nueva generación de este año 2105. Prueba de lo que eres capaz y conéctate con otros jugadores de todas partes (...) Haz clic AQUÍ para leer más, o vete directamente a la opción instalar y que comience el juego»
Estiro mi brazo hacia la proyección táctil y le doy a leer más, siempre es importante hacerlo.
«(...) del mundo. Realiza pruebas sube de nivel, acumula puntos y podrás ir a las olimpiadas para conseguir al mejor jugador de AMVAD. Carreras, rescates, magia, misiones, peleas, dinero (este no es virtual) y mucho más podrás encontrar en AMVAD, todo en tan alta definición que no vas a distinguir la diferencia entre lo real y lo virtual.
»AMVAD cuenta con un mecanismo diferente a cualquier otro, utilizando la misma tecnología de descomposición que se usa para el teletransporte, viajarás a la nube para que puedas gozar de una inmersión completa a esta realidad ficticia ¡que tú mismo puedes crear! AMVAD es una réplica virtual y mejorada del mundo entero, pero con todas las cualidades que has elegido para ti mismo...»
No termino de leer, es muy largo. Además, me ha convencido. También necesito el dinero para preparar mi auto, este año habrá una carrera no clandestina en la que participarán todos los pilotos de autos no-eléctricos que quedan en el mundo y quiero ganarla, pero necesito mejorar mi Bugatti.
Por esa razón es muy tentador ganar dinero con tan sólo pasar el día haciendo lo que más me gusta.
—Sah, instala esa cosa.
—¿Quieres leer antes los términos y condiciones?
—¿Para qué?
—No esperaba menos de ti. —Tuerce sus ojos de holograma en un arrebato humano—. Proyectando formulario para registrarse.
Leo todo y relleno las casillas en blanco con el teclado que Sah proyecta para mí.
Usuario: Alek-R8.
Edad: 18.
Preferencias: Los autos.
Estado civil: casado, con tu madre.
Ahora debo crear mi Avatar. Sé exactamente cómo quiero que luzca, como Paul Walker, el actor de Rápido y Furioso que murió haciendo lo que amaba: conduciendo. Pero planeo darle una vestimenta personalizada, algo más Alek y menos Marvin.
Descripción física: rubio, ojos celestes, piel bronceada.
Vestimenta: camisa blanca con un R8 en medio, guantes negros y casco de pista.
Habilidad especial: (Ninguna aún).
Armas: llave mecánica (muy grande).
¿Acepta las condiciones y políticas de AMVAD?: √
En serio, ¿quién en su sano juicio lee las políticas y condiciones?
Obvio que acepto.
Wow. Esta segunda edición me está gustando muchísimo más. El mundo está mejor defino, más completo. La tecnología mejor explicada. Espero que les esté gustando, dejaré qué ustedes me digan qué tal este primer capítulo.
¿Se dieron cuenta de que esta historia ahora se conecta con Nerd? No podía no hacerlo, lo siento. Los Freys eran lo que le faltaba a este mundo hace años cuando lo empecé a crear.
¿Cuántas referencias a mis libros captaron?
¿Qué les parece este primer vistazo a los personajes?
Les dejo una muestra de cómo imagino a los personajes. Ustedes pueden imaginarlos como quieran.
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