Segunda Parte

Al día siguiente me llamó. Se disculpó por la manera en la que me había tratado, me explicó que él había quedado con sus amigos para ir a buscarla y vigilarla, que ya lo había hecho otras veces, y que la seguía cuando ella salía de casa para ver con quién estaba.

Pero... ¿Realmente era eso lo que pasaba?
Lo que había visto el día anterior ciertamente podría confundirse con aquella estrecha vigilancia a la que según ella la sometía...
Tal vez todo me hubiera encajado si no hubiera sido testigo de las palabras que salieron de boca de mi amiga y de la bofetada que le dio. No quise decir nada, pues toda aquella situación resultaba muy complicada y confusa; acepté su excusa sin creérmela, pero decidí que fuera lo que fuese no era asunto mío. Yo no quería tener nada que ver en cosas de pareja, así que me mantuve al margen todo lo que pude: escuchaba a mi amiga cuando me contaba sus problemas, pero cuando concernía a temas relacionados con él evitaba aconsejar u opinar al respecto, pues sabía que cambiaba la versión de la realidad a su conveniencia, y realmente ya no sabía qué creer, así que evitaba el tema todo lo posible.

Una tarde me llamó llorando y me contó que él se había puesto muy violento, que había roto las tazas en las que estaban tomando café en casa de ella. Sin perder un minuto salí para allá.

Al llegar a su casa pude ver que, efectivamente, habían pedazos de vajilla y café esparcidos por todo el suelo, junto al mantel que siempre cubría la mesa del salón, y a unos centímetros de aquello estaba mi amiga llorando. Traté de consolarla, le pregunté si le había hecho daño, a lo que me respondió que no. Me contó todo lo sucedido: que él se había puesto celoso porque ella había hablado con su vecino en el ascensor, estando él presente.

Le aconsejé que lo dejara, que aquello estaba yendo demasiado lejos, que esa relación no era sana, y que lo mejor para ambos era romper. Y entonces su reacción me dejó petrificada:

—Lo quieres para ti, ¿verdad?

Mi mente tardó unos segundos en procesar lo que acababa de escuchar... La miré estupefacta.

—¿Acabas de decir que lo quiero para mí cuando te he aconsejado dejar esa relación porque vengo a verte y te encuentro llorando? Ha destrozado medio salón, se ha puesto agresivo contigo porque has hablado con un vecino en el ascensor... ¿Y de verdad me preguntas si lo quiero para mí? ¿Es que no ves que esta relación no es sana? Ahora han sido “sólo” unas tazas, pero la próxima vez podrías ser tú.

—Claro... ¿qué vas a decir tú?

—¿Cómo? He venido a ayudarte porque me has llamado. Estoy preocupada por ti, no me parece bien que tengas que aguantar comportamientos violentos por parte de nadie.

—¿Me prometes que nunca te irás con él?

—¿Pero qué clase de pregunta es esa? ¡Claro que no voy a irme con él!

—Dime la verdad, ¿alguna vez te has sentido atraída por él?

—No, nunca me ha gustado, y puedes estar tranquila que jamás me iré con él. Pero lo que realmente debería preocuparte es que pueda ponerte la mano encima...

Me miró como si quisiera leerme el pensamiento y entonces me abrazó, se secó las lágrimas y me dijo que era una buena amiga y que era de fiar, que sólo estaba comprobando lo que ya sabía de mí, que nunca le fallaría.

Me separé del abrazo molesta y le pregunté:

—¿Lo que me has contado sobre lo que ha pasado aquí es real o sólo se trataba de un montaje para poner a prueba mi lealtad?

Me contestó que sí, que todo había ocurrido de verdad, y que ella sólo aprovechó para ver cómo reaccionaba, y que estaba orgullosa de tener una amiga como yo.

Salí de allí en cuanto pude poner una excusa creíble. Aquello era muy extraño... No me gustó la actitud de mi amiga, no me gustaron nada sus celos e inseguridades hacia mí. Decidí tomarme un tiempo y empecé a quedar menos con ella. Tenía un mal presentimiento y ya no me sentía agusto en su compañía.

No dejó a su pareja, de hecho hubieron varios episodios violentos más.

Un día nos reunimos todo el grupo, estábamos conversando, había sido un día muy bueno; después de mucho tiempo me sentí agusto nuevamente con mi amiga, sentí que las cosas habían vuelto a su lugar... Hasta que su novio apareció, se acercó a nosotros y tiró unas fotos encima de la mesa; nadie se atrevió a ver dichas fotos, hasta que mi amiga las cogió.

Mi cerebro sufrió un cortocircuito en ese momento: Eran fotos de su novio en situaciones normales, como salir de casa, hablar con sus amigos, trabajando... fotos hechas sin que él se diera cuenta. Mi amiga se puso pálida nada más ver el contenido de aquellas fotografías, y él le preguntó:

—¿Qué es esto? ¿Por qué en la tarjeta de memoria de la cámara que me has dejado sólo hay fotos mías? ¿Me has estado espiando?

Se hizo el silencio en la mesa mientras todos miraban las fotos. Ella se levantó y le dijo «nos vamos», lo cogió del brazo y le obligó a dar media vuelta. Todos los presentes nos quedamos sin saber qué pensar o decir ante aquello. Unos días después habían roto la relación.

Mi amiga nunca volvió a comentar nada respecto a esas fotos, simplemente dijo que esa relación era insostenible y había tenido que dejarlo. Estuvo un tiempo decaída, alejada de sus amistades; yo supuse que había sido una ruptura dura, ya que esa relación nunca había sido sana.

Una tarde, estando con unas amigas de la infancia y por casualidades de la vida, una de ellas nos presentó a su novio, que era uno de los mejores amigos del ahora ex de mi amiga. Ambos nos sorprendimos por lo pequeño que es el mundo y comenzamos a hablar de todo lo que sabíamos, hasta que él confesó que mi amiga ya no salía con nosotros porque estaba obsesionada con su amigo, que fue él quien la dejó a ella porque lo seguía y espiaba, que ella tenía una orden de alejamiento por una denuncia que él mismo había interpuesto porque no lo dejaba en paz.

No podía creer todo lo que aquel chico me contó... Sabía que mi amiga mentía, sabía que aquellas fotos dejaban en evidencia lo que había hecho, pero de ahí a tener una orden de alejamiento... Me parecía demasiado difícil de digerir. Así que esa misma tarde la llamé e insistí en ir a verla.

Cuando llegué al lugar acordado la vi algo más delgada que la última vez. Al principio la noté algo decaída, pero luego su ánimo mejoró. No habló de su ex ni una sola vez, de hecho yo le pregunté por éste y me dijo que no sabía nada de él.

Me fui algo más tranquila, pues daba la impresión de que lo había pasado mal con la ruptura pero que lo tenía superado.

Tras aquella visita quedé mucho más seguido con ella para asegurarme que estaba bien, que fuera lo que fuese que hubiera pasado ya había quedado atrás; tal vez había sido un momento de debilidad y se había dejado llevar por los celos. «Todo el mundo puede equivocarse», me dije.

Y así pasaron los meses... Pronto volvió a ser aquella mujer llena de vida y alegría que todos conocíamos. No le costó encontrar pareja, y realmente se la veía feliz.

Un día nos dirigíamos a una barbacoa en el campo cuando nos cruzamos con su ex. Ambos íbamos en coche, conducía mi amiga, y cuando lo vio dio un volantazo, interponiéndose en el camino del otro coche provocando que él diera otro volantazo para evitar colisionar con nosotras, saliéndose de la carretera. Le grité a mi amiga que si había perdido el juicio, que podíamos habernos matado, pero no me escuchaba. Bajó del coche ignorando mi presencia, y yo quedé atravesada en medio de la carretera en el interior del vehículo sola mientras veía a mi amiga caminar hacia la cuneta donde se encontraba el coche de su ex; rápidamente (y tras el desconcierto inicial) ocupé el asiento del conductor y maniobré para poner el vehículo a un lado de la calzada, paré el motor y bajé para ir tras mi amiga.

Cuando llegué donde estaba ella vi el coche de su ex boca abajo, mi amiga seguía contemplándolo desde la carretera totalmente inmóvil. Le grité que me ayudara, que había que comprobar si se encontraban bien; ella no me contestó, y yo no esperé su respuesta, me acerqué a la ventanilla más próxima y vi a través del cristal hecho añicos a una mujer.

—¿Estás bien? —le pregunté preocupada.

Ella apenas pudo asentir. Tenía la cara ensangrentada, pero fui incapaz de ver dónde estaba herida. Di la vuelta hacia el lado del conductor, encontrándome con el ex de mi amiga.

—¿Estás bien? —le pregunté esta vez a él.

—Sí, estoy bien —me respondió.

Estaba intentando ayudarlo a desabrochar el cinturón de seguridad para sacarlo de ahí cuando mi amiga me llamó. Me levanté buscándola con la mirada, y la encontré en el mismo sitio en el que la había dejado antes de aproximarme a socorrer a los heridos; le dije que llamara a emergencias… Y me dijo que no.

—¿Cómo que no? —le inquirí sorprendida. Estaban heridos, podía ser grave, había que llamar al servicio de emergencias cuanto antes.

Me miró con una tranquilidad pasmosa y simplemente respondió:

—Tienen lo que se merecen. Vámonos.

Y se puso a caminar en dirección a su coche.

—¿Estás loca? ¿Cómo que tienen lo que se merecen? ¡Has sido tú la que te has cruzado en medio de la carretera poniendo la vida de todos en peligro, tú has provocado este accidente! —le grité con los nervios a flor de piel.

—Es lo único que se merecen —contestó ella con una frialdad perturbadora.

—¿Pero qué estás diciendo? ¡No te han hecho nada!

—¿¿Que no me han hecho nada?? ¡Míralos juntos! ¿Quiénes se creen que son para engañarme?

—¿Engañarte? ¡Hace un año que lo dejasteis! ¡Tú ahora tienes pareja, él ha rehecho su vida, no es nada tuyo! —le grité indignada.

—Él siempre será mío... —proclamó con expresión sombría—. ¡Espero que te haya quedado claro, cariño! —le gritó con soberbia.

Yo no podía creer lo que estaba sucediendo… Era una situación absolutamente surrealista. Busqué mi móvil en los bolsillos de mi chaqueta para dar parte a la policía, en ese momento mi amiga me gritó:

—¡No llames! Sube al coche y vayámonos. ¡Si realmente eres mi amiga, sube al coche!

—¡No pienso subir al coche! Voy a llamar a la policía...

En ese momento se acercó a mí a gran velocidad, empujándome con tanta fuerza que me hizo caer de espaldas. El móvil cayó a unos metros de mí, ella se me adelantó, y sin darme tiempo para cogerlo lo lanzó contra el coche con gran brutalidad, haciendo que se partiera en varios trozos que salieron disparados en distintas direcciones.

—¡¿Pero qué haces?! —grité histérica.

Me levanté lo más rápido que pude y corrí tras ella, pero no logré alcanzarla; ya había arrancado el coche para cuando llegué hasta ella, la vi alejarse carretera arriba a toda velocidad, y maldije mi suerte.

Regresé al coche siniestrado y les pedí que me dejaran uno de sus móviles, uno de ellos funcionaba y pude llamar a emergencias. Él consiguió salir por su propia cuenta del coche, pero a ella tuvimos que sacarla entre los dos de aquel amasijo de hierros. Esperamos sentados en el arcén a los servicios de emergencia por cerca de una hora, una hora en la que ninguno pronunció palabra. Creo que los tres estábamos intentando entender todo lo sucedido.

Nunca más volví a ver a mi amiga. Unos meses más tarde de aquel accidente me enteré de que la habían condenado por omisión del deber de socorro, que había cambiado de ciudad tras pagar la fianza, y que estaba bajo tratamiento psicológico, pero nunca más volví a verla.

El chico se recuperó de las heridas producidas por el accidente y siguió con su vida. La chica que esa tarde lo acompañaba lo dejó y no quiso saber nada más de él.

Por mi parte continué con mi vida intentando olvidar que mi propia amiga, a la que una vez tanto admiré por ser capaz de controlar tan bien sus emociones, casi me mata provocando un accidente de tráfico dejándome además a mi suerte en aquella carretera.

Su amor enfermizo la hizo llegar a tales extremos por celos. ¿En qué momento dejó de ser aquella mujer alegre y vital y se convirtió en aquella desconocida sin escrúpulos? Y lo más espeluznante de esto es... ¿Cuántas personas como ella hay en el mundo? ¿Cuánta gente de nuestro entorno es así y no nos damos cuenta? ¿Cuántas veces nos habremos emparejado con alguien así sin ser conscientes? ¿Cuántos amigos, primos, hijos... serán así? Y están ahí fuera, sin ningún tipo de control o tratamiento, buscando a sus víctimas... Sin que nadie pueda hacer nada por detenerlos. Yo descubrí esto en una amiga, pero bien podría haberse tratado de una pareja, un padre o un hermano, o quizá una prima. ¿Quién me asegura que no me voy a encontrar en la situación de aquel chico con mi próxima pareja?

Creemos que el amor lo puede todo, lo cambia todo y lo cura todo... Pero no es así. El amor es sólo un sentimiento. Y eso no puede cambiar la realidad o la personalidad de alguien, ni mucho menos puede curar un trastorno mental...

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