Las Apariencias Engañan

Conocí a una chica con la que entablé una muy buena amistad en una época inolvidable de mi vida: ella era una mujer encantadora, alegre, simpática, magnética… Salir con ella era sinónimo de diversión. Una mujer fuerte y sensible a la vez.
Pero tenía un curioso comportamiento cuando se enamoraba...

Sus relaciones eran todas estables, pero siempre mantenía una distancia con su pareja: no se trataba de una distancia física, sino una distancia que le permitía conservar su independencia, por lo cual era habitual que no quedara con su pareja a diario, que no le permitiera interactuar con sus amigos... Que preservara su espacio personal aun estando enamorada me pareció fascinante en aquel momento. Podía perfectamente pasar dos o tres semanas sin ver a su pareja sin que esto le produjera algún tipo de sentimiento negativo; reconozco que la admiraba por ello, por tener ese particular control sobre sus emociones, por poner límites sin miedo a que su pareja se ofendiera... Esa era su mejor cualidad.

Pero los meses pasaron, y poco a poco la relación en la que se encontraba fue decayendo; cada vez eran más frecuentes las peleas, las discusiones, los celos por parte de su pareja... O eso era lo que yo veía desde el punto de vista de ella.

Una noche decidimos salir todo el grupo, pero ella le prohibió que viniera con nosotros. Yo estaba junto a ella cuando habló con él por teléfono, y recuerdo que le dije: «Dile que venga, todos han traído a sus parejas, no pasa nada», y ella me contestó que no, que “él tenía que aprender a estar con ella cuando ella quisiera”. Esto me causó un pequeño conflicto interno, pues cierto es que cada uno ha de conservar su espacio, pero esa afirmación de “cuando ella quisiera”... Opté por no decir nada, pues no quería entrometerme.

Él continuó llamándola toda la noche, y ante tal insistencia ella apagó el móvil y disfrutó de aquella salida como si nada. Conoció a varios chicos, con los que bailamos y todo transcurrió tan normal. Ya casi me había olvidado de que se había peleado con su novio debido a la actitud tan despreocupada que había mostrado de regreso, hasta que volviendo a mi casa lo vi.

Vi a su pareja andando solo a las tantas de la madrugada. Obviamente paré y le pregunté dónde iba, pensando que probablemente iría a reclamarle a mi amiga la actitud que había mantenido con él aquella noche, y me contó que se dirigía a casa de ella. Pensé que iba con intención de discutir con ella, así que le aconsejé que lo pensara mejor y dejara aquella conversación para el día siguiente. Tras eso él me dijo que ella le había llamado. Para probar sus palabras me mostró las llamadas y los mensajes que mi amiga le había enviado rogándole que fuera a verla. Mis neuronas entraron en modo “ahorro energético” en ese mismo instante: ¡Pero si hacía media hora era ella quien lo ignoraba!

Me ofrecí a acercarlo a su destino en mi coche, porque a pesar de las evidencias algo en mi interior se negaba a creer que estos mensajes fueran ciertos.

Lo llevé hasta la calle donde ella vivía y me pidió que le dejase cuatro casas antes de llegar para que no nos viera juntos, a lo que yo le aduje que no había nada malo en acompañarlo, pues había estado toda la noche con ella y acababa de marcharme, no era extraño que nos hubiéramos encontrado de camino. Ante esto él sólo me respondió que era mejor que no nos viera; respeté su petición, pero no me gustó.

Desde la distancia vi a mi amiga esperarlo en la puerta y lanzarse a sus brazos nada más verlo. Si no hubiera estado toda la noche con ella habría jurado que se había pasado la noche entera llorando por él a la vista de lo que acababa de presenciar, pero sabía perfectamente que la realidad era otra bien distinta. Impactada tras aquello, volví a mi casa con una sensación extraña.

Al día siguiente quedé con mi amiga como era usual, y empezó a contarme que su pareja la había visitado aquella misma noche llorando y rogándole, y que ella no le había dejado subir, que lo calmó y logró persuadirlo para que se fuera a su casa... Pero yo había visto los mensajes, había visto cómo ella le esperaba y se había lanzado a sus brazos...

No dije nada, no sabía bien qué era lo que pasaba, pero sin duda no era de mi incumbencia. Quise suponer que quería dar la impresión de ser una mujer dura e independiente, y tampoco podía culparla por pretender esconder sus debilidades.

Esa misma tarde volvió a discutir con él por teléfono, y como ya había hecho la noche anterior, lo desconectó.

Sin poder aguantar la curiosidad le pregunté a mi amiga qué pasaba, y ella me dijo que él la agobiaba, que no la dejaba salir sin él, que era extremadamente celoso y posesivo, y que ella necesitaba espacio.

Yo le pregunté si le había dicho eso a él, si le había expresado cómo se sentía, y me dijo que sí, pero que a él le daba igual cómo se sintiera; es más, me confesó que le había dado un ultimátum: o cambiaba su actitud hacia ella o aquella relación tendría los días contados.

Me pareció justo. Como ya dije, desde el punto de vista que tenía de aquella relación me pareció lo más correcto. Ahora bien, el problema llegó sólo unas horas más tarde, cuando estando charlando las dos súper animadas en una cafetería, vimos pasar por la calle a su novio con varios de sus amigos.

Al verlo, a mi amiga le mudó el semblante por completo. Le pregunté qué pasaba y me señaló hacia donde él se encontraba: Iba andando y hablando con dos de sus amigos, no vi nada raro en ello.

Pero al parecer aquello a mi amiga no le gustó. Sin decir nada se levantó de la mesa y salió de la cafetería en su dirección. Yo me quedé petrificada, pues no sabía cómo reaccionar; opté por simplemente observar.

Ella se encaró con él. No podía oír lo que decían, pero mi amiga estaba visiblemente alterada, gesticulaba exageradamente y les lanzaba miradas continuamente a los amigos de su novio.

A la vista de aquello decidí pagar la cuenta e ir a ver qué pasaba; cogí mis cosas y las de mi amiga y salí de la cafetería. Los amigos de su novio se habían ido, y ellos dos estaban enfrascados en una acalorada discusión.

Me acerqué a ellos sin intención de intervenir, él me miró y entonces mi amiga reparó en mí. Le di sus cosas y le pregunté si había algún problema, y ella me dijo que «todo bien», que lo sentía, que sería mejor que me fuera, que me llamaría más tarde. Sentí que allí estaba de más, y le dije que no se preocupara, que lo entendía, que ya hablaríamos luego. Me despedí de ellos y di media vuelta.

Había dado apenas un par de pasos cuando la escuché gritar fuera de sí diciéndole a él que dejara de mirarme. «¡¿Qué pasa, te gusta?! ¡¿Ahora vas a ir a por mi amiga?!». Me quedé paralizada ante lo que acababa de oir, las piernas no me respondían. Me giré conmocionada y vi cómo mi amiga le propinaba una sonora bofetada en la cara a su novio. Me quedé atónita, toda aquella situación resultaba tremendamente incómoda. Él empezó a elevar el tono de su voz hasta casi gritar, argumentando que él no quería ni tenía nada conmigo, que nunca se había fijado en mí, que cómo podía ser tan celosa...

Mi amiga en ese momento se volteó y me vio ahí, mirándole con la sorpresa reflejada en mi rostro, y tan sólo me gritó:

—¡¿Qué haces tú ahí?! ¡¿Es que acaso quieres algo con él?!

Mis labios contestaron antes de que mi mente tuviera oportunidad de pensar lo que iba a decir, y dominada por la rabia como estaba en aquel momento, simplemente le grité:

—¡Iros a la mierda! —Me di media vuelta muy enfadada y me marché.

¿Qué había sido todo aquello? ¿En qué momento mi amiga independiente y que siempre mantenía su espacio se había dejado llevar por los celos? Celos de ver a su novio con los amigos de éste cuando ella había dejado claro que esa tarde no iba a quedar con él...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top