Toda mi vida me esforcé por nunca ilusionarme
con nada, con nadie,
siempre que creía algo,
sucedía totalmente al revés,
por eso de pequeña
aunque era risueña
nunca fui soñadora,
nunca aspire ni siquiera a ser diseñadora.

No era de aquellas niñas
que se creen princesas,
siempre me considere una doncella,
nunca aspire a viajar por el mundo
ni siquiera un segundo
siempre que tenía una ilusión
se desvanecía.

Aprendí a no desear
a no pensar que aquella persona,
la más mona
fuera para mí,
que tan siquiera volteara a verme.

Mis maestros me inscribian en concursos,
tenían fe en mí
al principio me hacían ilusión ese deseo de no decepcionarlos,
pero al paso de unos cuantos
supe que no debía creer
no debía soñar.

Después supe que las ilusiones
no sirven de nada,
sólo te suben en una nube alta,
y después te tiran sin paracaídas,
sé que hay personas que sueñan
y al otro día esos sueños se vuelven realidad,
sé que hay quienes nunca sueñan
y todo lo bueno llega a ellos,
yo no formó parte de ninguno de estos grupos.

Aún así no puedo evitar ilusionarme
muy dentro del fondo de mi alma,
aún se encuentra esa chiquilla
que cual niña
le brillan los ojos cuando algo le gusta,
por segundos se imagina y después recuerda
"Eso no es para ti".

Pasa el tiempo,
este le da la razón,
y su mente le dice
"Te lo dije"
llora, oculta su dolor,
y vuelve a olvidar ilusionarse.